El elocuente y charlatán Mo Yan encuentra la envidia
AQUELLA noche, la luna se elevaba ávidamente sobre el cielo incluso antes de que el sol se hubiera ocultado. En la rosácea puesta de sol, la atmósfera de la Granja de Cerdos del Jardín del Albaricoque era cálida y afable. Tenía la premonición de que algo importante iba a suceder aquella noche. Me incorporé y apoyé las patas delanteras sobre el albaricoquero, cuyas flores desprendían una fragancia maravillosa. Levanté la mirada y, a través de los huecos que dejaban las ramas del árbol, vi la luna —grande, redonda y plateada, como si la hubieran cortado de un pedazo de estaño— elevarse en el cielo. Al principio no podía creer que fuera realmente la luna, pero los rayos brillantes que me bañaban no tardaron en convencerme.
Por entonces yo todavía era un cerdo inmaduro e impresionable que se excitaba con cualquier cosa que fuera nueva y extraña y quería compartirla con los demás cerdos. Mo Yan también se parecía en eso a mí. En un cuento titulado «Brillantes flores de albaricoqueros», relató cómo un día descubrió a Ximen Jinlong y a Huang Huzhu a mediodía. Habían trepado por un albaricoquero que estaba lleno de flores y se estaban moviendo con tanta agitación que hacían caer al suelo los pétalos de las flores como si fueran copos de nieve. Deseoso de compartir su descubrimiento con la mayor cantidad de gente posible, Mo Yan corrió al cobertizo donde se elaboraban los alimentos y sacudió a Lan Jiefang para que se despertara. Y así escribió:
Lan Jiefang se puso de pie bruscamente, se frotó sus ojos inyectados en sangre y preguntó:
—¿Qué ocurre?
La esterilla de hierba que había en el kang le había dejado marcas en el rostro.
—Ven conmigo —dije con aire de misterio.
Le conduje alrededor de dos pocilgas individuales reservadas para los verracos y penetramos en la arboleda de albaricoqueros. Aquel día había el típico clima perezoso de finales de primavera y los cerdos estaban profundamente dormidos en sus pocilgas, incluyendo al cerdo que siempre se comportaba de forma tan extraña. Las hordas de abejas zumbaban sin descanso alrededor de las flores para chupar su néctar.
Los hermosos tordos revoloteaban alrededor de las ramas elevadas de los árboles, y hacían notar a menudo su presencia con gritos agudos y apesadumbrados.
—Maldita sea —lanzó Lan Jiefang desazonado—. ¿Qué es lo que quieres enseñarme?
Me puse el dedo en los labios para que guardara silencio.
—Agáchate y sígueme —dije suavemente mientras me agachaba e inclinaba hacia delante.
Un par de conejos de color ocre se estaban persiguiendo entre los árboles. Un hermoso faisán de vivos colores cloqueaba mientras arrastraba las plumas de su cola por el suelo, sacudía las alas y aterrizaba rápidamente en los arbustos que había detrás de un cementerio desierto. Después de rodear los dos edificios que antaño albergaban el generador, alcanzamos una densa arboleda que tenía docenas de albaricoqueros tan grandes que se necesitaban dos personas para rodearlos con los brazos. Las copas formaban una cubierta virtualmente uniforme por encima de nuestras cabezas. Había flores rojas, flores rosas y flores blancas y desde la lejanía adoptaban la apariencia de nubes. Debido al sistema de raíces tan complejo que tenían esos enormes albaricoques y a la reverencia que sentían los aldeanos por los árboles grandes, esta arboleda se había salvado de la campaña de fundición del acero de 1958 y del desastre de la crianza de cerdos de 1972. Había visto con mis propios ojos a Ximen Jinlong y a Huang Huzhu elegir un viejo árbol cuyo tronco estaba ligeramente inclinado hacia un lado y treparon como si fueran un par de ardillas. Pero ahora no había el menor rastro de ellos. Se levantó una brisa y puso en movimiento las ramas superiores. Los pétalos de las flores frágiles se desplomaron sobre el suelo como copos de nieve, formando una capa de lo que parecía ser un fino jade.
—Te he preguntado qué quieres enseñarme —repitió Jiefang, esta vez empleando un tono de voz mucho más encrespado, mientras cerraba los puños.
De hecho, en la aldea de Ximen, en todo el concejo de Gaomi del Noreste, tanto el padre como el hijo de rostro azul eran famosos por su testarudez y su fuerte temperamento, así que debía tener cuidado de no provocar a ese joven.
—Los he visto trepar a ese árbol con mis propios ojos.
—¿A quién viste?
—¡A Jinlong y a Huzhu!
Jiefang estiró el cuello tal y como lo haría si un puño invisible le hubiera alcanzado el pecho, justo por encima del corazón. A continuación sus orejas se retorcieron y los rayos de sol danzaron sobre la mitad azul de su rostro, iluminándolo como si fuera de jade. Por alguna razón pareció dudar unos instantes, tratando de tomar una decisión, pero al final una fuerza maligna le empujó en la dirección del árbol… Levantó la mirada…, la mitad de su rostro era como el jade azul…, se vino abajo con un agudo gemido y se desplomó en el suelo… Los pétalos de flores cayeron sobre él como si fueran a enterrarle… Las flores del albaricoquero de la aldea de Ximen son extraordinariamente famosas. En los años noventa, la gente de la ciudad llegaba en coche cada primavera, con los niños sentados a remolque, sólo para admirar las flores del albaricoquero.
A final del ensayo, Mo Yan escribió:
Nunca hubiera imaginado que este incidente fuera a provocar tanta angustia en Lan Jiefang. La gente salió a levantarle y a llevarle a su kang. Le separaron los dientes con un palillo de comer y vertieron un poco de agua de jengibre en su boca para revivirle.
—¿Qué demonios ha visto encima del árbol como para que le dejara en este estado? —me preguntaron.
Les dije que el verraco había subido a la puerca llamada Amante Mariposa al árbol con la idea de mantener un romance…
—Eso no puede ser —dijeron con aire de duda.
Cuando Lan Jiefang recobró el sentido, rodó por el kang como si fuera un burro joven. Sus llantos sonaron como el verraco cuando imitaba la señal de alarma de un ataque aéreo. Se golpeó en el pecho, se tiró de los cabellos, se dio zarpazos en los ojos y se arañó las mejillas… Algunas personas de corazón amable no tuvieron más remedio que atarle los brazos para impedir que se autoinfligiera graves lesiones.
Estaba deseando contar a todo el mundo la belleza celestial del sol y de la luna mientras rivalizaban por reflejarse el uno al otro, pero Lan Jiefang me impidió hacerlo ya que, como había perdido la cabeza, había dejado la granja de cerdos sumida en el completo caos. El secretario del Partido Hong, que acababa de recuperarse de su enfermedad, llegó en cuanto se enteró de lo que había sucedido. Caminaba ayudándose de un bastón, con los ojos hundidos y pálidos y una barba incipiente que mostraba los efectos de una enfermedad lo suficientemente grave como para convertir a un miembro importante del Partido Comunista en un anciano. Se detuvo en la cabecera del kang y golpeó el suelo con su bastón, como si esperara que saliera agua. La intensa luz hizo que todavía pareciera más enfermizo y convirtió el rostro de Lan Jiefang, que se encontraba llorando sobre el kang, en algo lastimosamente abominable.
—¿Dónde está Jinlong? —preguntó Hong, mostrando cierta frustración en su tono.
Las personas que se encontraban en la habitación intercambiaron algunas miradas, aparentemente sin saber qué le había ocurrido. Por fin, dejaron que Mo Yan respondiera con voz tímida.
—Lo más probable es que esté en la sala del generador.
Aquel comentario recordó a todos que era la primera vez que tenían electricidad desde que el generador se había estropeado el invierno anterior y se preguntaban qué había pasado con Jinlong.
—Id a buscarle.
Mo Yan se deslizó fuera de la habitación como si fuera un escurridizo ratón.
Más o menos en ese momento, escuché en la calle los sollozos de una mujer. Mi corazón casi se para y mi cerebro se congela. Lo que sucedió a continuación llegó como un torrente. Me puse de cuclillas delante de una elevada pila de hojas, raíces y ramas de albaricoquero que se encontraban en la sala de preparación de alimentos para pensar en el pasado, sumido en la niebla, y examinar el presente. Los huesos de los cerdos del monte Yimeng que habían muerto el año anterior se habían amontonado en grandes cestas fuera de la habitación, donde parecían estar teñidos de blanco bajo la luz de la luna, con destellos de color verde reluciendo aquí y allá. Desprendían un desagradable olor. Miré hacia fuera para ver lo que aparentaba ser una figura danzante que avanzaba hacia la luna, que en ese momento parecía una bola de mercurio, y tomó el camino que conducía a la Granja de Cerdos del Jardín del Albaricoque. Levantó la mirada y vi su rostro, que parecía un cacillo de agua usado, teñido de una especie de amarillo barnizado. Teniendo en cuenta el hecho de que estaba sollozando, su boca abierta era como una ratonera negra. Llevaba los brazos pegados al pecho y tenía las piernas tan arqueadas que un perro podía haber pasado corriendo entre ellas, y sus pies apuntaban hacia fuera mientras caminaba. El arco de su balanceo de un lado a otro parecía casi tan amplio como el de su movimiento hacia delante. Su aspecto era lamentable mientras «avanzaba». Había cambiado drásticamente desde los tiempos en los que yo era un buey, pero supe quién era en cuanto deposité la mirada en ella. Traté de recordar la edad que tendría Yingchun, pero mi conciencia de cerdo superaba a mi conciencia humana y, cuando se mezclaban, creaban una serie de sentimientos enfrentados: excitación y pena.
—Oh, hijo mío, ¿qué te ha pasado?
Mirando a través de los huecos que había en la ventana, la vi arrojarse sobre el kang, llorando amargamente mientras empujaba suavemente a Jiefang.
Por la forma en la que estaba atada la parte superior de su cuerpo, apenas podía moverse, así que siguió dando patadas a la pared que, para empezar, no era demasiado resistente y parecía correr el peligro de desplomarse. Los desconchones grises como un amasijo de fideos flotaban por el suelo, el caos reinaba en la sala, hasta que Hong Taiyue ordenó:
—¡Traed una cuerda y atadle las piernas!
Un anciano llamado Lü Biantou, que también trabajaba en la granja de cerdos, arrastró una cuerda y se subió torpemente al kang. Las piernas de Lan Jiefang lanzaban patadas como si fueran las pezuñas de un caballo salvaje, y a Lü Biantou le resultó imposible acabar el trabajo.
—¡He dicho que le atéis! —gritó Hong.
Por tanto, Lü Biantou bajó las piernas de Jiefang con su cuerpo, pero inmediatamente Yingchun comenzó a tirarle de la ropa y a llorar.
—Deja en paz a mi hijo.
—Que alguien se levante y venga a ayudarle —gritó Hong.
—Malditos hijos de puta —gritó Jiefang—. No sois más que un puñado de cerdos hijos de puta.
—Pasad la cuerda por debajo de su cuerpo.
El tercer hijo de la familia Sun entró precipitadamente en la habitación.
—¡Levantaos del kang y echadle una mano!
Envolvieron la cuerda alrededor de las piernas de Jiefang, pero también alrededor de los brazos de Lü Biantou y luego la tensaron.
—¡Aflojad la cuerda y dejadme sacar las manos!
Jiefang dio una patada a la cuerda, que se retorció como una serpiente loca.
—Oh, madre…
Lü Biantou retrocedió y se golpeó contra Hong mientras caía al suelo. El muchacho Sun, con la fuerza que confiere la juventud, se sentó sobre el vientre de Jiefang e, ignorando los insultos y los arañazos que le estaba dedicando Yingchun, tensó rápidamente la cuerda y acabó con la posibilidad de que Jiefang ofreciera más resistencia. Tirado en el suelo, Lü Biantou se estaba sujetando la nariz mientras la oscura sangre resbalaba entre sus dedos.
Hijo, sé que no quieres reconocer nada de esto, pero cada una de las palabras que he dicho son una verdad absoluta. Cuando la gente se vuelve casi loca, está dotada de una fuerza sobrenatural y es capaz de realizar actos casi sobrehumanos. Aquel viejo albaricoquero todavía tiene varias cicatrices del tamaño de un huevo por las lesiones que padeció cuando golpeaste la cabeza contra él en un ataque de ira. En condiciones normales, cualquier batalla entre un árbol y una cabeza humana la ganaría el árbol, pero cuando los seres humanos se vuelven locos, su cabeza se vuelve más dura. Por tanto, cuando tu cabeza y el árbol se encontraron, este se tambaleó y de él se desprendieron copos de nieve. Tú, mientras tanto, reculaste y aterrizaste de espaldas en el suelo. Te salió un chichón en la frente, pero el pobre árbol perdió un pedazo de corteza y quedó al descubierto la blancura que había debajo de ella.
Atado de pies y manos, te retorciste mil veces en un poderoso intento de liberarte. A continuación, Baofeng te suministró un sedante y te relajaste despacio, con los ojos abiertos pero desenfocados, mientras los sonidos propios del sueño salían de tu nariz y de tu boca. La tensión que se respiraba en aquella habitación se disolvió.
Lancé un suspiro de alivio. En aquel momento, Lan Jiefang, no eras mi hijo, así que tanto si estabas vivo como si estabas muerto, tanto si estabas loco como si sólo eras un estúpido, lo sucedido no debería significar nada para mí. Pero lo cierto es que no era así, por eso lancé un suspiro de alivio. Después de todo, pensé, habías salido del útero de Yingchun y, en una vida anterior, aquel útero había sido de mi propiedad. Es decir, propiedad de Ximen Nao. La única persona por la que me tenía que haber preocupado era Ximen Jinlong, ya que era mi hijo. Con este pensamiento en la cabeza, me dirigí a toda velocidad hacia la habitación del generador, con la luz de la luna de color azul claro bañando mis hombros. Los pétalos del albaricoquero caían sobre el suelo como rayos de luna. Todo el bosque de albaricoqueros temblaba por el frenético rugido del motor diésel. Escuché a los revitalizados cerdos Yimeng: algunos hablaban en sueños, otros no paraban de susurrar.
Bajo la intensa luz cegadora de la desnuda bombilla de doscientos vatios que iluminaba el generador, vi a Ximen Jinlong sobre el suelo de ladrillos. Estaba apoyado sobre la pared con las piernas estiradas por delante del cuerpo, los pies apuntando hacia arriba, las gotas de aceite del generador salpicando las uñas de los dedos y las plantas de sus pies, asemejándose a la pegajosa sangre de un perro. Su camisa estaba abierta dejando a la vista su chaleco púrpura. Tenía el pelo despeinado y los ojos ensangrentados, como si se hubiera vuelto loco, aunque parecía estar sereno. Probablemente quería beber hasta morir, porque vi una botella de licor vacía tirada junto a su pierna y otra botella medio vacía en la mano… Y si el joven no había bebido hasta morir, al menos había bebido hasta volverse estúpido.
Mo Yan se encontraba de pie junto a él, entornando los ojos.
—Ya has bebido bastante, hermano Jinlong —dijo—. El secretario Hong Taiyue está esperando para echarte la bronca.
—¿El secretario Hong Taiyue? —Jinlong levantó la mirada con el rabillo del ojo—. ¡El secretario Hong Taiyue es un gilipollas! ¡Yo le echaré la bronca a él!
—Hermano —dijo Mo Yan malvadamente—, Jiefang vio lo que tú y Huzhu estabais haciendo en el albaricoquero y se volvió loco. Una docena de hombres jóvenes y fuertes trató de contenerle, pero no pudieron. De hecho, partió una gruesa barra de acero. Deberías ir a verle. Después de todo, es tu hermano de sangre.
—¿Mi hermano de sangre? ¿De quién me estás hablando? ¡Tú sí que eres su hermano de sangre!
—Si no quieres ir a verlo es cosa tuya, Jinlong —dijo Mo Yan—. Yo ya he cumplido con mi tarea al decírtelo.
Pero Mo Yan no parecía tener prisa por marcharse. Pegó una patada a la botella que se encontraba en el suelo y, a continuación, se agachó y la recogió. Entornó los ojos y miró su interior. Al ver que quedaba un poco de líquido de color verde, echó la cabeza hacia atrás y se lo tragó. Después, se lamió los labios ruidosamente.
—Qué rico —dijo—, es digno de su nombre.
Jinlong levantó la botella que tenía en la mano y bebió un trago largo. La habitación se llenó del aroma que desprendía el fuerte licor mientras arrojó la botella hacia Mo Yan, que levantó la suya. Cuando la botella chocó con la otra, una oleada de cristales rotos inundó el suelo. Ahora el aroma era todavía más intenso que antes.
—¡Piérdete! —gritó Jinlong—. ¡Sal de una maldita vez de aquí!
Mientras Mo Yan retrocedía, Jinlong cogió un zapato, un destornillador y algunas cosas más y las arrojó contra él, una tras otra.
—¡Maldito espía, pequeño idiota, sal de mi vista!
—Estás loco —murmuró Mo Yan mientras esquivaba los misiles—. Te has vuelto loco antes.
Jinlong se puso de pie y avanzó dando tumbos, como uno de esos muñecos tentempié. Cuando Mo Yan salió por la puerta, la luz de la luna iluminó su cabeza afeitada y la convirtió en un melón dulce. Yo estaba observando a los dos chalados desde mi escondite situado detrás del árbol, terriblemente preocupado de que Jinlong se pudiera caer sobre la correa del generador y ser machacado por el motor. Afortunadamente, eso no sucedió. En su lugar, avanzó sobre ella y luego retrocedió.
—¡Loco! —gritó—. ¡Loco! Todo el mundo se ha vuelto completamente loco.
Cogió una escoba que se encontraba en una esquina y la arrojó hacia fuera, y a ella le siguió un cubo de estaño que se utilizaba para guardar el combustible diésel, cuyo olor se extendió bajo la luna llena y se mezcló con el aroma de las flores del albaricoquero. Jinlong se tropezó sobre el generador y se agachó como si fuera a entablar una conversación con la turbina. ¡Ten cuidado, hijo!, grité para mis adentros mientras mis músculos se tensaban y me preparaba para acudir a su rescate si fuera necesario. Estaba tan agachado que su nariz casi tocaba la correa. ¡Ten cuidado, hijo! Un centímetro más y te quedarás sin nariz. Pero esa desgracia tampoco sucedió. Colocó la mano sobre el acelerador y lo apretó hasta el fondo. El generador comenzó a chillar como un hombre cuando se le aprietan las pelotas. La máquina se estremeció y salpicó aceite por el aire, extendiéndolo en todas las direcciones. El humo negro salía del tubo de escape, mientras que los pasadores que fijaban el generador a la base de madera comenzaron a estremecerse y parecían correr el peligro de soltarse. Al mismo tiempo, la aguja que medía la potencia sobrepasó la marca de peligro y la bombilla de alto voltaje se encendió antes de estallar y de hacer volar por los aires miles de pedazos de cristal hacia la pared y por encima de las vigas. Hasta un tiempo después no me enteré de que cuando la bombilla del generador explotó, también lo hicieron todas las luces de la granja de cerdos. Lo siguiente que escuché fue el fuerte sonido que emitió la correa cuando golpeó la pared, seguido de los gritos estremecedores de Jinlong. Mi corazón se encogió. Es decir, me lo imaginé. Mi hijo, Ximen Jinlong, probablemente estaba moribundo.
Poco a poco la oscuridad dio paso a la luz de la luna y vi a Mo Yan, puesto a cuatro patas, con el trasero apuntando hacia el cielo, como si fuera un avestruz. Estaba paralizado de miedo y se puso de pie despacio. Lleno de curiosidad pero también de cobardía, prácticamente inútil aunque testarudo, estúpido y astuto a la vez, era incapaz de hacer nada que valiera la pena y también incapaz de hacer algo que fuera espectacularmente grave. En otras palabras, era alguien que siempre causaba problemas y siempre se estaba quejando de su suerte. Yo conocía todos los escándalos en los que había estado implicado y podía leer perfectamente lo que tenía en la cabeza. Se deslizó con cautela hacia el interior de la sala del generador, que ahora estaba iluminada por la luna, donde Ximen Jinlong se encontraba tumbado en el suelo. Uno de los rayos de luna caía sobre su cabeza, incluyendo su cabello, por supuesto, del cual salía un reguero de sangre teñida de azul que bañaba su rostro, como si fuera un milpiés. Mo Yan se agachó, con la boca abierta, y tocó la sangre húmeda y pegajosa con dos dedos que eran negros como la cola de un cerdo. Primero la examinó con la mirada, luego con la nariz y, finalmente, con la boca. ¿Qué demonios estaba haciendo? Fuera lo que fuera, aquello resultaba extraño, como mínimo, tan extraño que incluso un cerdo inteligente como yo no se podía imaginar lo que hacía. Mo Yan no estaba seguro de si Ximen Jinlong estaba vivo o muerto sólo con mirarlo, olerlo o probar su sangre, ¿verdad? O tal vez aquella era su enrevesada manera de identificar si la sangre que había en sus dedos era real o falsa. Y allí me encontraba yo, tratando de descifrar su extraño comportamiento, cuando de repente, como si acabara de despertar de una pesadilla, lanzó un grito. Luego se puso de pie de un salto y salió corriendo de la sala del generador.
—¡Venid aquí, venid todos! ¡Ximen Jinlong ha muerto! —gritó con una voz que parecía estar cargada de alegría.
Puede que me viera escondido detrás de un albaricoquero, puede que no. Los árboles iluminados por la luz de la luna y las hojas moteadas tenían un efecto desconcertante en los ojos de la gente. La muerte repentina de Jinlong probablemente fue la noticia más importante y notoria que había tenido la oportunidad de difundir. Mo Yan no tenía el menor interés en hablar a los albaricoqueros mientras corría, gritando a pleno pulmón. Comencé a seguirle después de que hubiera tropezado con una montaña de excrementos de cerdo y se hubiera caído de cabeza al suelo.
La gente salió de los edificios y sus rostros iban adoptando un color pálido a la luz de la luna. La ausencia de gritos en el interior de la habitación demostraba que los sedantes habían hecho su efecto en Jiefang. Baofeng sujetaba un paño de algodón empapado en alcohol sobre su mejilla, que se había cortado con uno de los cristales que salieron volando cuando explotó la bombilla. Después de que la herida se hubiera curado, le quedó una cicatriz en forma de abanico, como testimonio palpable del increíble caos que se vivió aquella noche.
La gente llegaba corriendo, algunos se tropezaban, otros casi se caían al suelo y todos ellos terriblemente aturdidos. En una palabra, una multitud desordenada corrió hacia la sala del generador, siguiendo a Mo Yan, que continuaba dando mil rodeos para describir con evidente exageración lo que había visto. Me dio la sensación de que todo el mundo, tanto los que sentían afecto por Ximen Jinlong como los que no tenían lazos familiares con él, sentía un profundo desagrado hacia aquel joven parlanchín. ¡Calla la maldita boca! Di varios pasos rápidos y me escondí detrás de un árbol. Cogí del lodo un pedazo de baldosa y lo sujeté con la boca —era mayor de lo que esperaba, así que lo partí en dos—, lo agarré con la hendidura de mi pezuña derecha, me puse de pie sobre mis patas traseras como si fuera un ser humano, apunté a la brillante calva de Mo Yan, y arrojé el pedazo de baldosa mientras aterrizaba sobre mis patas delanteras. Calculé mal la distancia y, en lugar de golpear a Mo Yan, el misil alcanzó a Yingchun en la frente. El sonoro chasquido me heló el corazón y despertó en mí multitud de recuerdos que estaban dormidos. Oh, Yingchun, mi virtuosa esposa, esta noche eres la persona más desafortunada del mundo. Tienes dos hijos —uno de ellos está loco, el otro muerto—, una hija con una herida en la cara y ahora yo casi te mato.
Con el corazón roto, dejé escapar un largo gruñido y enterré el hocico en el suelo, mientras los remordimientos me llevaban a masticar la otra mitad de la baldosa que tenía a mis pies hasta convertirla en polvo. Como una escena extraída de esas cámaras de cine que van a velocidad rápida, contemplé cómo se abría la boca de Yingchun para dejar escapar un grito, igual que si fuera una serpiente plateada danzando bajo la luz de la luna mientras se caía de espaldas como una figurita de barro. No pienses ni por un instante que sólo porque sea un cerdo no sé lo que es una cámara a velocidad rápida. Maldita sea, en aquellos tiempos cualquiera podía ser director de cine. Lo único que se necesitaba era un objetivo que filtrara la luz y una cámara de velocidad rápida que se utilizaba para obtener una toma completa o un primer plano. Cuando golpeó en la frente de Yingchun, la baldosa se rompió en mil pedazos que salieron volando en todas las direcciones, seguidos inmediatamente por sus gotas de sangre. Los presentes se quedaron mirando boquiabiertos, incapaces de salir de su asombro… Yingchun estaba tirada en el suelo.
—¡Mamá!
Ximen Baofeng no paraba de gritar. Se arrodilló junto a su madre y depositó su equipo médico en el suelo. Con el brazo derecho alrededor del cuello de Yingchun, examinó la herida que había en su frente.
—¿Qué te ha pasado, mamá?… ¿Quién te ha hecho esto?
Hong Taiyue gritaba mientras corría hacia el lugar donde había aterrizado la baldosa. Ni siquiera traté de esconderme, sabiendo que podía desaparecer cuando quisiera. Esta vez había metido bien la pata, a pesar de que mis intenciones eran buenas, y merecía un castigo. Hong Taiyue fue el primero en ir a buscar a la inmunda persona que había herido a una de las aldeanas con un pedazo de baldosa, pero no fue el único que me descubrió detrás del albaricoquero. Como ya estaba entrado en años, no era la persona llena de vida de antaño. No, el primero en aparecer por el árbol y encontrarme allí fue Mo Yan, cuyos movimientos sigilosos se correspondían perfectamente con su curiosidad casi patológica.
—¡Aquí está el culpable! —anunció satisfecho a la oleada de gente que se había congregado a sus espaldas.
Me senté allí inmóvil y el sonido gutural que salió de mi garganta declaró mis remordimientos y mi disposición a recibir el castigo que merecía. Las miradas de desconcierto que se reflejaban en los rostros de los presentes se vislumbraban con total claridad bajo la luz de la luna.
—¡Este es el culpable, os lo garantizo! —dijo Mo Yan a la multitud—. Una vez le vi con mis propios ojos escribir algo en el suelo con una ramita.
Hong Taiyue le golpeó en el hombro.
—Viejo —se burló de Mo Yan—, ¿también le has visto coger un cuchillo con su pezuña y grabar un sello para tu padre utilizando el estilo de la flor de ciruelo en su caligrafía?
Como si no fuera capaz de darse cuenta de qué era lo que resultaba conveniente para él, Mo Yan prosiguió desatando su lengua, hasta que el tercer hermano de la familia Sun se acercó corriendo y, puesto que era un verdadero matón, agarró a Mo Yan por la oreja e hizo que se arrodillara apoyando el cuerpo en su trasero.
—Compañero —dijo mientras le sacaba a rastras de la escena—, cierra ese maldito pico.
—¿Quién ha dejado salir a este verraco de su pocilga? —preguntó enfadado Hong Taiyue—. ¿Quién es el responsable de cuidar de los cerdos? ¡Alguien tiene una pésima ética de trabajo y deberían quitarle algunos puntos laborales!
Moviéndose lo más rápidamente posible sobre sus diminutos pies atados, Ximen Bai apareció tambaleándose por la carretera, que estaba pavimentada con la luz de la luna, esparciendo mientras avanzaba algunas flores de albaricoquero que parecían copos de nieve. Los recuerdos que se habían enterrado profundamente en los sedimentos de mi mente volvieron a ver la luz, como el barro que reposa sobre un lecho fluvial, y comenzaron a agitar mi corazón.
—¡Llevad de nuevo el cerdo a la pocilga! —gritó Hong Taiyue—. ¡Todo esto es ridículo! ¡Completamente ridículo!
A continuación, lanzando una tos llena de flemas, se dirigió hacia la sala del generador.
Creo que debió ser la preocupación por su hijo lo que hizo posible que Yingchun volviera en sí con tanta rapidez. Se incorporó con esfuerzo.
—Mamá… —gritó Baofeng mientras pasaba su brazo por debajo del cuello de Yingchun y abría su equipo médico.
Huang Huzhu, con cierto aire de despreocupación en el rostro, sabía muy bien qué era lo que debía hacer: cogió una bola de algodón empapada en alcohol con un par de pinzas y se la entregó a Baofeng.
—Mi Jinlong… —dijo Yingchun mientras apartaba el brazo de Baofeng y avanzaba sin ayuda de nadie.
Sus movimientos eran torpes y su equilibrio precario. Era evidente que todavía se encontraba mareada. Pero permaneció de pie y, dejando escapar un grito de agonía de sus labios, se arrastró hacia la sala del generador.
No fue la primera persona en entrar en la sala, como tampoco lo fue Hong Taiyue. Huang Huzhu los ganó a los dos. La siguiente persona que entró no fue Yingchun ni Hong, sino Mo Yan, que ya había recibido su merecido de manos de Sun Tres y había sido objeto de las burlas de Hong Taiyue. Nada de eso pareció molestarle, ya que después de liberarse de las manos de Sun, volvió a deslizarse hacia el interior de la sala del generador y se quedó a menos de un paso de distancia de Huang Huzhu, que se arrojó sobre el cuerpo de Jinlong como una madre que protege a su progenie en cuanto le vio tirado en el suelo, bañado por la luz de la luna y con la frente cubierta de sangre. Los intensos sentimientos y la tristeza que sentía por todo lo que le había sucedido a Jinlong dieron paso a todo tipo de pensamientos de recato y decoro.
Aproximadamente al mismo tiempo, Ximen Bai se arrastró hasta mí. Mientras miraba su rostro sudoroso, escuché cómo jadeaba.
—Cerdo Dieciséis, ¿quién te ha dejado salir de tu pocilga?
Me dio una palmadita en la cabeza.
—Sé bueno y regresa conmigo. El secretario Hong me ha echado la culpa de que te hayan dejado suelto. Sabes que yo era la esposa del terrateniente, algo que no es muy positivo en los tiempos que corren, y el secretario Hong me ha hecho un favor dejándome atenderte. No debes dar guerra, porque eso únicamente me traerá problemas.
Qué cantidad de pensamientos corrieron por mi mente mientras las lágrimas inundaban mis ojos y caían pesadamente al suelo.
—¿Estás llorando, Cerdo Dieciséis?
¿Sorprendida? Sí, lo estaba. Pero también estaba triste. Mientras me pellizcaba las orejas, levantó la mirada hacia la luna.
—Primero fue mi marido —dijo—, y ahora Jinlong ha muerto. Sin lugar a dudas, la familia Ximen acaba de llegar a su fin…
Pero Jinlong, por supuesto, no estaba muerto. Si hubiera muerto, se habría echado el telón sobre este drama. Los conocimientos médicos de Baofeng le arrebataron de las garras de una muerte segura, haciéndole gritar y alucinar, saltar y agitarse, con los ojos inyectados en sangre, sin querer tener nada que ver con familiares y amigos.
—¡No quiero vivir! —gritó—. Ya es suficiente para mí…
Se agarró el pecho.
—Me siento fatal. No puedo soportarlo, quiero morir, madre…
Hong Taiyue dio un paso al frente, le agarró por los hombros y le agitó:
—¡Jinlong! —bramó—. ¿Qué crees que estás haciendo? ¿Acaso puedes llamarte miembro del Partido Comunista? ¿No ves que eres el secretario de la Liga de la Juventud? Me decepcionas. ¡Me avergüenzas!
Yingchun avanzó rápidamente, apartó los brazos de Hong Taiyue y se situó entre los dos hombres.
—No voy a permitir que trates a mi hijo de ese modo —amenazó.
A continuación, se dio la vuelta y pasó los brazos alrededor de Jinlong, que era una cabeza más alto que él, le acarició el rostro y murmuró.
—Buen chico…, no tengas miedo. Mamá está aquí y no va a permitir que te hagan daño…
Jinlong la apartó de un empujón y obligó a retroceder a los demás, ya que trataban de bloquearle el paso. Agachando un hombro, salió corriendo. La luz de la luna se posó sobre sus brazos como una cortina azul de gasa que le depositó dulcemente en el suelo, donde rodó como si fuera un burro extenuado.
—Madre, no puedo soportarlo más, quiero morir. Tráeme dos botellas de licor, dos botellas más, dos más…
—¿Está loco o sólo está borracho? —preguntó Hong Taiyue a Baofeng severamente.
La boca de Baofeng se retorció.
—Está borracho, espero —dijo con una sonrisa de desprecio.
Hong Taiyue, mirando a Yingchun, Huang Tong, Qiuxiang, Hezuo y Huzhu, sólo pudo sacudir la cabeza, como un padre impotente.
—Me habéis decepcionado todos —dijo suspirando.
Después se dio la vuelta y se marchó, bamboleándose ligeramente, pero en lugar de dirigirse hacia la aldea, fue directo al huerto de albaricoqueros, dejando huellas de color azul claro sobre la alfombra de pétalos de albaricoquero.
Mientras tanto, Jinlong todavía se encontraba rodando como un burro por el suelo.
—Trae un poco de vinagre, Hezuo —gritó Qiuxiang—, y viértelo en su garganta. ¿Me oyes, Hezuo? Ve a casa y tráelo.
Pero Hezuo tenía los brazos envueltos alrededor del albaricoquero y el rostro apretado contra la corteza, hasta el punto de que casi parecía un brote del árbol.
—Huzhu, ve tú entonces.
Pero la silueta de la muchacha se había mezclado con los lejanos rayos de luna. Después de ver que Hong Taiyue se había marchado, la multitud comenzó a dispersarse. Incluso Baofeng, con su equipo médico a la espalda, comenzó a desfilar.
—¡Baofeng! —le gritó Yingchun—, pon a tu hermano una inyección de algo. Todo ese alcohol le va a pudrir por dentro.
—Aquí está el vinagre —gritó Mo Yan, sujetando una botella con la mano—. Lo tengo.
Fue muy rápido, verdaderamente rápido y un fiel ayudante. Era uno de esos jóvenes que sienten la proximidad de la lluvia en cuanto escuchan el viento.
—Conseguí que abrieran la tienda de ultramarinos —anunció orgulloso—, y cuando el dependiente me pidió el dinero le dije que era el vinagre del secretario Hong, así que lo añadió a su cuenta. Me lo entregó sin soltar una palabra de protesta.
No resultó fácil, pero Sun Tres por fin consiguió fijar al burro rodante Jinlong en el suelo, aunque no sin esfuerzo: dientes, pies, todo. Qiuxiang puso la botella de vinagre en sus labios y comenzó a verterlo. Al instante, un sonido peculiar salió de la garganta de Jinlong, como si fuera un gallo que se hubiera tragado sin darse cuenta un insecto venenoso. Se le pusieron los ojos en blanco: sin lugar a dudas, estaban completamente blancos bajo la luz de la luna.
—Maldito mocoso sin corazón, has matado a mi hijo —gritó Yingchun mientras Huang Tong golpeaba a Jinlong en la espalda, haciendo que un torrente de licor amargo y apestoso saliera por su nariz y su boca…