Bai Xin’er es honrada con el título de Criadora de Cerdos
A pesar del tratamiento grandioso que recibieron los cerdos por parte del pueblo fanático, un cerdo siempre será un cerdo. Podían haberme bañado con todo el amor que eran capaces de dar, pero yo estaba decidido a morirme de hambre para acabar con esa existencia de cerdo. Quería celebrar otra audiencia con el señor Yama para montarle una escena, reclamar mi derecho a volver a ser humano y exigirle una reencarnación de la que pudiera sentirme orgulloso.
Cuando me devolvieron a la cochiquera, la vieja puerca se encontraba tumbada sobre un costado, con las patas estiradas sobre un lecho de heno, mientras una hilera de lechones apretaba sus expuestas tetas, chupando con avidez y haciendo mucho ruido. Los desafortunados que se quedaron fuera mostraban a gritos su desagrado y trataban de abrirse paso entre sus hermanos y hermanas. Algunos lo consiguieron y obligaron a otros a apartarse, mientras que otros treparon por encima de la puerca, subiendo y bajando, y emitiendo un fuerte hedor. La vieja puerca estaba tumbada gruñendo, con los ojos cerrados, y lo único que sentía era lástima y repugnancia.
Después de entregarme a Huzhu, Jinlong se agachó y apartó a uno de los lechones de su teta, que antes de dejarla la estiró como si fuera una goma elástica. Otro lechón llenó el vacío. Por tanto, Jinlong apartó a todos esos cerditos codiciosos y los colocó fuera de la pocilga, donde comenzaron a protestar inútilmente. Ahora ya sólo quedaban diez lechones mamando en el vientre de la puerca, y quedaban libres dos tetas utilizables, que estaban rojas, hinchadas y que, por culpa de los usuarios anteriores, resultaban bastante desagradables. Jinlong me recogió de las manos de Huzhu y me colocó junto al vientre de la puerca. Cerré los ojos, lo cual me hizo ser lamentablemente consciente de los sonidos que hacían mis repulsivos hermanos y hermanas al mamar. Habría vomitado allí mismo si hubiera tenido algo en mi estómago. Ya sabes que deseaba con todas mis fuerzas morir, así que no había forma de que me metiera una de esas desagradables tetas en la boca. Sabía que el día que comenzara a chupar leche que no fuera humana renunciaría a la mitad de mi humanidad y me hundiría para siempre en el abismo del reino animal. En el mismo instante en que colocara la boca alrededor de las tetas de la puerca, me vería invadido por mi condición de cerdo. El temperamento de un cerdo, los intereses y las preocupaciones de un cerdo y los deseos de un cerdo fluirían con su leche y correrían por mis venas, transformándome en un cochino que conservaría unos cuantos recuerdos humanos y completaría de ese modo una reencarnación repugnante y vergonzosa.
—¡Adelante, bebe! —dijo Jinlong, colocándome de tal modo que mi boca quedara junto a una teta muy hinchada y cuando la saliva que mis hermanos habían dejado en el pezón tocó mis labios, casi echo las entrañas. Seguí manteniendo la boca fuertemente cerrada y mis dientes apretados para evitar la tentación.
—Qué cerdo más estúpido. No tiene instinto para abrir la boca cuando tiene la teta justo delante de sus narices —dijo Jinlong, y me dio una palmada en el trasero para subrayar su comentario.
—No seas tan brusco con él —se quejó Huzhu mientras apartaba a Jinlong y me llevaba hacia su cuerpo, donde me acarició el vientre con ternura. Comencé a ronronear, me sentí extraordinariamente bien, no pude evitarlo, aunque en realidad lancé un ruido de contento propio de un cerdo que no era demasiado perceptible para el oído humano.
Huzhu murmuró:
—Cosita preciosa, loquito Cerdo Dieciséis, la leche de tu madre es muy buena, no tienes más que probarla. Tienes que comer para que crezcas.
Gracias a sus palabras, aprendí que era el cerdito decimosexto de una camada de dieciséis. En otras palabras, que era el último del vientre de la vieja marrana. A pesar de mis experiencias extraordinarias en los mundos de la luz y de las tinieblas, es decir, de la vida y de la muerte, de mi conocimiento de la existencia humana y de la existencia animal, a los ojos de todo el mundo, yo era un cerdo, y nada más. Una terrible desgracia, aunque por delante me quedaban por vivir tragedias todavía peores.
Huzhu frotó la teta de la puerca contra mis morros y mi hocico y me hizo cosquillas. Lancé un estornudo. Se sorprendió y sentí que su mano se estaba sacudiendo. Después se echó a reír.
—Nunca había oído antes estornudar a un cerdo —dijo, Dieciséis, Lechón Dieciséis, como sabes estornudar, supongo que también deberías ser capaz de comer.
Agarró con firmeza la teta y derramó un líquido cálido en mis labios. Lancé un lametón de prueba. ¡Vaya! ¡Dios mío! Nunca habría creído que la leche de puerca, la leche de mi madre puerca, pudiera ser tan deliciosa, tan aromática, como la seda, como el propio amor, tan maravillosa que me hizo olvidar la humillación que supuso haberme reencarnado como un cerdo y cambió completamente mi impresión de lo que me rodeaba, tan glorioso que no pude evitar sentir que la madre puerca que estaba tumbada sobre la hierba aplastada y que proporcionaba leche a una camada de lechones era una bestia noble, sagrada y pura, solemne y hermosa. Sin dudarlo un instante, envolví mi morro alrededor de su pezón, llevándome casi con ello el dedo de Huzhu, y recibí el flujo de leche en mi boca, que bajó hasta el estómago. A cada minuto, a cada segundo, sentía que me iba haciendo más fuerte, sentía que aumentaba mi amor por mi madre marrana. Escuché cómo Huzhu y Jinlong daban palmadas y reían y, con el rabillo del ojo, vi sus jóvenes rostros resplandecer como flores de cresta de gallo. Estaban cogidos de la mano y eso hacía que me llegaran algunos fragmentos de recuerdos históricos a la cabeza, aunque quería olvidarlos todos. Cerré los ojos para poder concentrarme en los placeres de un bebé cerdo en la teta de su madre.
A lo largo de los días siguientes me convertí en el lechón más tirano de toda la camada. Mi apetito sorprendió a Jinlong y a Huzhu y tenía una inclinación natural a comer. Siempre conseguía encontrar sin error la teta que tenía más leche y engañar a mis estúpidos hermanos, que cerraban los ojos en cuanto envolvían el morro en la suya. Yo mantenía el mío abierto de principio a fin y chupaba frenéticamente el pezón más grande mientras tapaba los que se encontraban próximos a él con mi cuerpo. Mantenía los ojos abiertos, vigilando, esperando a que uno de mis lastimeros hermanos acudiera en busca de alimento y entonces lo alejaba volando de un cabezazo. En cuanto dejaba seca la teta más grande, me movía a la siguiente.
Siete días después de haber nacido, Jinlong y Huzhu vinieron y trasladaron a ocho de mis hermanos a una pocilga vecina, donde fueron alimentados con gachas de mijo. Pusieron a una mujer a su cuidado, pero la pared que se extendía entre nosotros era demasiado elevada como para que pudiera ver de quién se trataba. Su voz, su hermosa voz, me resultaba familiar, pero cuando intentaba recordar quién era y qué aspecto tenía, me quedaba dormido. Las tres características de un buen cerdo son: comer mucho, dormir profundamente y engordar rápido. Yo era todo un experto en las tres cosas. Algunas veces los susurros de la mujer que se encontraba al otro lado de la pared me sonaban como una canción de cuna. Ella alimentaba a los ocho lechones seis veces al día; la fragancia de las gachas de maíz o de mijo llegaba por encima de la pared y podía escuchar cómo mis hermanos y hermanas enseguida daban buena cuenta de ellas.
—Mis pequeñines —les susurraba—, mis amorcitos.
Aquello me hacía pensar que era una mujer de gran corazón que trataba a los lechones como si fueran sus propios hijos.
Un mes después, ya doblaba en tamaño a mis hermanos. Las doce tetas de mi madre puerca eran casi para mí solo. De vez en cuando, uno de los otros lechones, muerto de hambre, trataba de cometer el arriesgado acto de chupar uno de aquellos pezones. Lo único que tenía que hacer era pegar mi hocico por debajo de su vientre y enviarlo rodando sin esfuerzo hasta la pared que se encontraba detrás de nuestra madre, que solía quejarse débilmente y decir:
—Dieciséis, oh, Dieciséis, ¿es que no vas a dejarle un poco? Os he traído a este mundo y no soporto ver que ninguno de vosotros pasa hambre.
Me ponía de los nervios, así que la ignoraba y chupaba con tanta fuerza de la teta que se le ponían los ojos en blanco. Más adelante, descubrí que podía lanzar coces con mis patas traseras, como si fuera un burro, lo cual significaba que ni siquiera tenía necesidad de soltar el pezón ni utilizar mi hocico para despejar la zona de hermanos hambrientos. Cada vez que veía acercarse a uno de ellos, con los ojos rojos y chillando, no tenía más que arquear mi lomo y lanzar una patada. Aunque llegaran dos de ellos al mismo tiempo, podía mandarlos lejos a base de patadas bien atinadas sobre su cabeza. Lo único que podían hacer era correr en círculos y gritar muertos de celos y de odio, mientras me maldecían y rebuscaban los restos en la base del abrevadero de nuestra madre.
Jinlong y Huzhu no tardaron en darse cuenta de lo que estaba ocurriendo, así que invitaron a Hong Taiyue y a Huang Tong a que vieran cómo me comportaba desde el otro lado de la pared. Sabía que guardaban silencio con la esperanza de que yo no supiera que se encontraban allí, así que fingí que lo ignoraba y comí con un apetito tan exagerado que mi madre puerca comenzó a gruñir. Yo intimidaba a mis hermanos y hermanas lanzando coces con una pata y les metía miedo en el cuerpo con una variedad a dos patas, hasta el punto de que lo único que podían hacer era dar vueltas a mi alrededor y gritar miserablemente.
—¡Eso no es un cerdo! ¡Es una maldita cría de burro! —gritó excitado Hong Taiyue.
—Tienes razón —admitió Huang Tong—. Mirad cómo lanza coces con las patas traseras.
Solté la teta que había dejado seca, me incorporé y me pavoneé por toda la pocilga. Levanté la cabeza, les miré y solté dos sonoros gruñidos. Les encantaron.
—Sacad a los otros siete lechones de aquí —dijo Hong Taiyue—. Reservaremos a este para semental. Dejad que tome toda la leche que quiera para que pueda hacerse grande y fuerte.
Jinlong saltó al interior de la pocilga y lanzó un sonido para llamar a los demás lechones. La vieja puerca levantó la cabeza y dedicó a Jinlong una mirada amenazadora, pero este se movió con tanta rapidez que ya tenía a dos de ellos en las manos antes de que la madre se diera cuenta. La puerca se levantó de un salto y arremetió contra él, aunque Jinlong la obligó a retroceder de una patada. Los dos cerditos colgaban en el aire, chillando frenéticamente. Huzhu se las arregló para coger a uno de ellos de las manos de Jinlong y Huang Tong cogió el otro. Podría asegurar que los dos acabaron con sus estúpidos hermanos en la pocilga que se encontraba junto a la mía, donde esos ocho idiotas se unieron a los dos nuevos cabezas huecas. Me hacía feliz que no sintieran la menor simpatía hacia mí. En lo que Hong Taiyue tardó en fumarse un cigarrillo, Jinlong ya había retirado a los siete pequeños retrasados mentales. La pocilga que se encontraba junto a la mía se convirtió en un campo de batalla, donde los ocho recién llegados luchaban con los siete que ya se encontraban allí. ¿Qué pasó conmigo? Yo estaba solo, lo abarcaba todo. Miré a la vieja puerca con el rabillo del ojo y vi que estaba muerta de pena. Pero también era cierto que la habían liberado de una pesada carga. Afrontémoslo, no era más que una cerda ordinaria, incapaz de expresar sus emociones, de humanizarlas. Mira, ya se ha olvidado del tormento que le supuso haber perdido a su camada. Se está poniendo de pie en su pesebre para engullir su ración.
El olor de la comida llegó hasta mí arrastrado por el viento. Huzhu se acercó a la puerta con un cubo de pienso; llevaba un delantal que tenía bordada en enormes letras rojas la frase: Granja de Cerdos del Jardín del Albaricoque de la Brigada de Producción de la aldea de Ximen. También llevaba manguitos protectores que le cubrían los brazos y una gorra blanca en la cabeza. Parecía un panadero. Con un cucharón de metal, vació el contenido del cubo en el abrevadero. Mi madre marrana se levantó y enterró sus patas delanteras en mitad de él. Las salpicaduras que cubrían todo su rostro se asemejaban a excrementos amarillos. Emitía un olor amargo y podrido que me resultó desagradable. Aquel alimento era un producto de la mente de los dos miembros más inteligentes de la brigada, Lan Jinlong y Huang Huzhu, un alimento fermentado hecho con excrementos de pollo, excrementos de vaca y verduras. Jinlong vació el cubo en el abrevadero. La puerca no tuvo más remedio que comérselo.
—¿Eso es todo lo que come? —preguntó Hong Taiyue.
—Hace unos días hemos añadido a la dieta un poco de pastel de alubias —dijo Huzhu—, pero ayer Jinlong me ordenó que no echara más pastel.
Hong Taiyue metió la cabeza dentro de la pocilga para examinar más de cerca a la puerca.
—Queremos asegurarnos de que el pequeño atizador tiene lo que necesita, así que tenéis que preparar comida para él por separado.
—No hay suficiente pienso en el almacén de la brigada —dijo Huang Tong.
—Pensaba que había un granero lleno de maíz.
—¡Eso es parte de nuestras reservas de emergencia en caso de que estalle la guerra! Si quieres echarle mano tendrás que obtener permiso del Comité Revolucionario de la Comuna.
—Este cerdo está destinado a formar parte del material de guerra —dijo Hong Taiyue—. Si estalla una guerra, nuestros soldados del Ejército de Liberación del Pueblo tendrán que comer carne para ganar las batallas.
Viendo que Huang Tong seguía sin estar convencido, dijo con firmeza:
—Abre el cobertizo. Asumiré todas las responsabilidades. Informaré a la comuna esta misma tarde. Alimentar a los cerdos tiene preferencia a todas las demás tareas políticas, así que espero no encontrar oposición. Lo más importante —añadió, con un toque de misterio—, es expandir nuestro criadero de cerdos e incrementar el número de animales. Llegará un día en el que todo el grano que se guarda en los almacenes del país será nuestro.
En los rostros de Huang Tong y de Jinlong se dibujaba una sonrisa sagaz mientras el agradable aroma de las gachas de mijo llegaba hasta ellos y se detenía encima de la siguiente pocilga.
—Ximen Bai —gritó Hong Taiyue—, a partir de mañana vas a alimentar también a esta puerca.
—Sí, secretario Hong.
—Vierte la mitad del cubo que llevas en el abrevadero de la puerca.
—Sí, secretario Hong.
Ximen Bai, aquel nombre me resultaba familiar. Ximen Bai. Traté de recordar qué significaba para mí esa mujer. Entonces, un rostro amable aunque agotado apareció delante de mi pocilga y sentí cómo mi cuerpo recibía la sacudida de una serie de espasmos, como si me hubieran dado una descarga eléctrica. Al mismo tiempo, la puerta a mis recuerdos se abrió de par en par y el pasado penetró en mi interior para inundar mi mente.
—Xinger —grité—, ¡todavía estás viva!
Pero lo que salió de mi garganta fue un ruido largo y agudo propio de un cerdo que no sólo asustó a las personas que se encontraban fuera de la pocilga, sino que también me asustó a mí. Desgraciadamente, la única opción que tenía era la de regresar a la realidad, al presente, sin ser más Ximen Nao, sino un pequeño cerdo, el hijo de una marrana blanca con la que compartía la pocilga.
Traté de calcular su edad, pero la fragancia de los girasoles me confundió. Sin embargo, aunque no me salió ninguna cifra, sabía que estaba por encima de los cincuenta, porque el cabello de sus sienes se había vuelto blanco, lucía algunas arrugas finas alrededor de los ojos y sus dientes, que antes eran maravillosamente blancos, habían comenzado a volverse amarillentos y podridos.
Vertió lentamente el mijo en el pesebre con una cuchara de madera.
—¿Has oído lo que te he dicho? —preguntó secamente Hong Taiyue.
—No tienes por qué preocuparte, secretario Hong —dijo Ximen Bai con voz suave pero firme—. No tengo niños a los que cuidar, así que estos cerdos serán mis hijos e hijas.
—Eso es lo que quería escuchar —dijo Hong Taiyue, satisfecho con su respuesta—. Lo que necesitamos es más mujeres que estén dispuestas a criar a nuestros cerdos como si fueran sus propios hijos.