XX. Lan Jiefang traiciona a su padre y se une a la comuna

El buey Ximen ataca a un hombre y recibe una muerte justa

COGÍ mis uno coma seis acres de tierra, un arado de madera, una sembradora y el buey y los llevé a la comuna. Cuando te conduje fuera del cobertizo, explotaron los petardos y los címbalos, y los tambores llenaron el aire con su sonido. Un grupo de muchachos que todavía no había alcanzado la adolescencia, con gorras grises de imitación del ejército, corrió entre el humo y el confeti para agarrar los petardos con sus cartuchos intactos. Mo Yan agarró por error uno que no tenía cartucho y, bang, sus labios se abrieron de dolor cuando le produjo un agujero en la mano. ¡Te está bien empleado! Cuando era niño, un petardo casi me arrancó un dedo y me vino a la memoria el recuerdo de papá tratando de curarme con pasta. Me giré y miré a papá y aquello fue más de lo que podía soportar. Se encontraba sentado sobre una pila de paja cortada, mirando la cuerda manchada de excrementos que había delante de él.

—Papá —grité ansiosamente—, no te atreverás a…

Mi padre levantó la mirada y, aparentemente descorazonado, me hizo un gesto con la mano un par de veces. Entré en el sol y dejé a papá sumido en las tinieblas. Huzhu clavó una enorme flor roja de papel en mi pecho y me sonrió. Podía oler la loción marca Girasol que se había puesto en el rostro. Hezuo colgó una flor de papel del mismo tamaño en el cuerno deforme del buey, pero este sacudió la cabeza y envió la flor al suelo.

—¡El buey ha tratado de cornearme! —gritó Hezuo, exagerando el movimiento.

Se dio la vuelta y se arrojó a los brazos de mi hermano, que la apartó de un empujón con una mirada gélida y avanzó hacia el buey. Le dio unos golpecitos en la cabeza, luego le acarició los cuernos, primero el que estaba entero y luego el deforme.

—Buey —dijo—, has recorrido un camino brillante y soleado y te damos la bienvenida.

Vi cómo en los ojos del buey relucía un destello, pero sólo se trataba de lágrimas. El buey de mi padre era como un tigre al que le hubieran cortado los bigotes y había dejado de ser fiero, volviéndose dócil como un gatito.

Mi sueño se había hecho realidad: fui admitido en la organización de Guardianes Rojos de mi hermano. Y no sólo eso, sino que también me habían dado el papel de Wang Lianju en la ópera revolucionaria La linterna roja. Cada vez que Li Yuhe me llamaba traidor, recordaba cómo papá solía utilizar la misma palabra para referirse a mí. A medida que pasaba el tiempo, la sensación de que realmente había traicionado a papá uniéndome a la comuna era cada vez mayor y no era capaz de sacudirme la preocupación de que cualquier día acabaría por quitarse la vida. Pero no lo hizo. No se ahorcó de un travesaño ni saltó al río. En su lugar, salió de su habitación y empezó a dormir en el cobertizo del buey, donde había colocado una estufa en una esquina y utilizaba un casco de acero a modo de wok. Durante los largos días que siguieron, como no tenía arado, trabajaba la tierra con una azada y, como no podía utilizar la carretilla él solo, transportaba el fertilizante hasta el campo en cestos que cargaba sobre los hombros y utilizaba una calabaza como sembradora. Entre 1967 y 1981 sus uno coma seis acres fueron una espina clavada en el corazón de las autoridades, una diminuta parcela de tierra insertada en mitad de la Comuna del Pueblo. Su existencia era absurda y al mismo tiempo sobria. Producía lástima y despertaba respeto. En los años setenta, Hong Taiyue, cesado de su cargo de secretario del Partido, puso en marcha una serie de medidas con el fin de eliminar al campesino independiente, pero mi padre se las echó todas por tierra. Siempre arrojaba un trozo de cuerda a los pies de Hong Taiyue y decía:

—Adelante, ahórcame del albaricoquero.

Jinlong había contado con mi rendición a la comuna y con una representación brillante de la ópera revolucionaria para hacer de la aldea de Ximen un modelo a seguir en todo el condado. Cuando eso sucediera, como líder de la aldea que era, disfrutaría de un ascenso meteórico en el organigrama del Partido. Pero las cosas no salieron como pensaba. En primer lugar, a pesar de esperar, día y noche, tanto él como mi hermana, Pequeño Chang nunca regresó en el tractor para dirigir la ópera y entonces, un día, se corrió la voz de que había sido destituido de su puesto por comerciar con mujeres. Con él fuera de juego, el apoyo del que gozaba mi hermano se vino abajo.

Entonces, a medida que los días se iban volviendo más cálidos, la situación de mi hermano fue empeorando, ya que las masas rechazaron sus planes de representar más óperas revolucionarias. Un día, mientras se encontraba fumando un cigarrillo en el albaricoquero, algunos veteranos de los campesinos pobres, que eran más rojos que los rojos, le dijeron:

—Comandante Jinlong, ¿no deberías estar organizando el trabajo en el campo? Darle la espalda a la tierra, aunque sea durante un breve periodo de tiempo, puede costar todo un año. Cuando los trabajadores hacen la revolución, el estado les paga su salario, pero la única manera de que los campesinos podamos sobrevivir es plantando las cosechas.

Mientras le planteaban sus reivindicaciones, vi salir a mi padre por la puerta con dos cestos de abono. El olor del abono fresco invadiendo el aire en aquellos primeros días de la primavera les dio energías.

—Hay que plantar las cosechas en la tierra revolucionaria. La producción está bien, pero sólo cuando es una parte esencial de la línea revolucionaria.

Mi hermano agachó el trasero para bajar del árbol, y aterrizó torpemente cayendo al suelo. Los campesinos ancianos trataron de ayudarle a levantarse, pero los apartó con un gruñido.

—Voy a hablar personalmente con el Comité Revolucionario de la Comuna. Vosotros esperad aquí y no cometáis ninguna locura.

Después de ponerse unas botas altas de goma, se dirigió al lavabo provisional y se acicaló antes de dirigirse hacia la carretera cubierta de barro que conducía a la comuna. Allí se encontró con Yang Qi. Ambos habían sido enemigos después del asunto de los abrigos de piel de cabra, pero ese asunto se ocultó debajo de la alfombra.

—Comandante Ximen —dijo Yang con una sonrisa irritante—, ¿a dónde vas? Pareces más un policía militar japonés que un Guardián Rojo.

Sacudiendo su pene, Jinlong resopló para mostrar su contento hacia Yang Qi, que prosiguió sonriendo y dijo:

—Has perdido tu apoyo, compañero, y no me sorprendería lo más mínimo que tú fueras el siguiente. Si eres inteligente, dimitirías de tu puesto y se lo entregarías a alguien que supiera algo de agricultura. Cantar ópera no pone comida en la mesa.

Luciendo una sonrisa de desprecio, mi hermano respondió:

—El Comité Revolucionario del Condado me nombró presidente y ellos son los únicos que pueden expulsarme. El Comité Revolucionario de la Comuna no tiene esa autoridad.

No había la menor duda de que iba a haber problemas y mientras mi hermano hablaba con tanta acritud a Yang Qi, la enorme insignia de cerámica del Presidente Mao se cayó de su túnica y fue a parar justo al interior del agujero de la letrina. Mi hermano se quedó sorprendido. Yang Qi se quedó sorprendido. Cuando mi hermano recobró la compostura y estuvo a punto de saltar al interior de la letrina para recuperar la insignia, Yang Qi también recobró la suya. Agarró a mi hermano por la solapa y gritó:

—¡Un contrarrevolucionario, he atrapado a un contrarrevolucionario!

A mi hermano, junto a los terratenientes, a los campesinos ricos, a los contrarrevolucionarios, a los elementos nocivos y al seguidor del capitalismo Hong Taiyue, le asignaron una tarea bajo la supervisión de las autoridades. En cuanto a mí, me enviaron al almacén de alimentación de la brigada para que me ocupara de dar de comer al ganado, trabajando para el anciano Fang Liu y para Hu Bin, que habían sido puestos en libertad después de haber cumplido su sentencia.

Al llevar mi ropa de cama al lecho que había en el almacén de alimentación, por fin pude dejar el recinto que tanto amaba y odiaba a partes iguales. Mi partida también concedió un poco más de espacio a papá, que había empezado a dormir en el cobertizo del buey cuando le dije que me iba a unir a la comuna. Lo único bueno que tenía era que el cobertizo seguía siendo un recinto creado para albergar a un buey. A pesar de todos sus defectos, seguía siendo un tejado extendido sobre la cabeza. Le pedí a mi padre que volviera a la habitación que había dejado vacía y le dije que no se preocupara, que seguiría cuidando de nuestro buey.

Aunque fue Yang Qi el que había denunciado a mi hermano, lo que le costó su puesto como presidente y que le pusieran la etiqueta de contrarrevolucionario activo, no le eligieron como nuevo presidente. El Comité Revolucionario de la Comuna nombró a Huang Tong presidente del comité de nuestra aldea, ya que había realizado una buena labor a lo largo de los años que ejerció como director de la Brigada de Producción. Tong solía permanecer en mitad de la era como un comandante destacado al frente de sus fuerzas mientras explicaba la misión a cumplir. A los que procedían de buenas familias se les encomendaba un trabajo ligero; los que tenían un pasado oscuro eran enviados a los campos a manejar los arados. Mi hermano se quedó con Yu Wufu, que antiguamente fue jefe de seguridad, Zhang Dazhuang el chaquetero, Wu Yuan el campesino rico, Tian Gui, que había regentado una destilería, y Hong Taiyue el seguidor del capitalismo. En el rostro de mi hermano estaba estampada una mirada de furia, mientras que Hong Taiyue lucía una sonrisa. Los elementos nocivos que habían llevado a cabo una tarea de reforma durante años no mostraban la menor expresión. Como ahora estaban acostumbrados a arar en primavera, ya sabían qué buey y qué arado les habían asignado. Así que entraron en el almacén, sacaron sus arados y sus arneses y se dirigieron a los bueyes que les estaban esperando.

—Estos animales llevan descansando todo el invierno y no se encuentran en forma —dijo Fang Liu—, así que no les exijáis demasiado el primer día. Dejad que os guíen.

A continuación, sacó a un buey Bohai negro y castrado y a un Shandong occidental para Hong Taiyue, que les colocó el arnés con destreza. Aunque había pasado muchos años ejerciendo de secretario del Partido, había nacido siendo campesino y sabía muy bien lo que hacía. Después de observar a los demás, mi hermano alineó su arado, colocó el arnés y, torciendo la boca para mostrar su desagrado, dijo a Fang Liu:

—¿Cuál de los dos animales cojo?

Fang miró a mi hermano y dijo entre dientes, pero lo suficientemente alto como para que mi hermano lo pudiera escuchar:

—Es bueno que un joven se atempere.

Desató a la hembra de buey mongol del poste donde se encontraba amarrada, un animal con el que mi hermano estaba familiarizado. Unas primaveras antes, cuando estábamos pastando con los bueyes junto al río, la figura de mi hermano se había reflejado en los ojos de aquel animal. La vaca se colocó obedientemente junto a él masticando su alimento y un enorme amasijo de hierba rumiada se deslizó ruidosamente por su garganta. Mi hermano pasó el ronzal por encima de su hombro, sin encontrar la menor resistencia en ella. La mirada de Fang Liu se dirigió hacia el poste donde estaba amarrada y se depositó en nuestro buey, como si en aquel momento acabara de descubrir lo buen animal que era, ya que se le iluminaron los ojos y su boca emitió un chasquido.

—Jiefang —dijo—, puedes coger el buey que nos trajiste y juntarlo a su madre.

Jinlong cogió las riendas y ordenó al buey que se dirigiera hacia un lugar donde le pudiera colocar los arreos. Pero el buey mantuvo la cabeza agachada, rumiando despreocupadamente su alimento. Así que Jinlong tuvo que tirar de las riendas para conseguir que el animal se moviera, pero aquello tampoco funcionó. A nuestro buey nunca le habían colocado un anillo en la nariz, así que no había forma de moverle la cabeza. Estaba claro que era su fuerza la que había provocado el castigo de colocarle un anillo en la nariz. Buey, aquello no tenía que haber sucedido y no habría sido así si hubieras mostrado el mismo entendimiento humano que era tan evidente cuando estabas con papá. Tu obediencia muy bien podía haberte hecho ser el único buey de la historia del concejo de Gaomi del Noreste que nunca había llevado un anillo en la nariz, pero decidiste no hacer caso a las órdenes de que te movieras.

—¿Cómo se puede conseguir que un buey haga lo que se le dice si no lleva un anillo en la nariz? —preguntó Fang Liu—. ¿Acaso Lan Lian utiliza hechizos mágicos para conseguir que se comporte como él quiere?

Buey Ximen, amigo mío, te ataron las cuatro patas y te colocaron un atizador candente en el septo de tu nariz. ¿Quién lo hizo? Mi hermano Jinlong. Por entonces yo no sabía que eras la reencarnación de Ximen Nao, así que en aquel momento no fui capaz de apreciar lo que sentías. La persona que te colocó un anillo de latón a través del agujero que te abrieron en la nariz era tu propio hijo. ¿Cómo te sentiste en ese momento?

Una vez que te colocaron el anillo en la nariz, te sacaron a los campos, donde la primavera, la estación del renacimiento, se hacía notar por todos los rincones. Pero en cuanto llegaste a la parcela de tierra que debías arar, te echaste en el suelo. Todos los campesinos, veteranos de muchas siembras de primavera, te habían visto tirar del arado, aparentemente sin el menor esfuerzo, levantando olas de tierra mientras creabas una zanja recta tras otra. Sentían una enorme curiosidad, incluso ensimismamiento, al ver tu forma de comportarte.

¿Cómo lo hacía Lan Lian? Aquel día, mi padre estaba fuera, en su estrecha franja de tierra, trabajando a mano con una azada como sustitución del buey y el arado. Con la espalda inclinada hasta la cintura, los ojos fijos en el suelo que había a sus pies, se movía lentamente, dando de vez en cuando un golpe con su azada.

—A este buey —dijo un campesino—, le gustaría estar trabajando con él, tal y como solía hacer.

Jinlong retrocedió un paso, sacó el látigo de su hombro y lo descargó contra la espalda del buey. Dejó una marca blanca en tus cuartos traseros. En aquella época, te encontrabas en plena flor de la vida, así que tu trasero era duro y resistente. Los azotes de Jinlong no te hicieron mucho daño. Si hubieras sido viejo y débil o joven y mal desarrollado, te habría abierto una herida en el trasero.

No se puede negar que Jinlong era un joven con mucho talento. Allá donde ponía sus manos, lo hacía mejor que los demás. No había más que un puñado de hombres en la aldea capaces de manejar uno de esos látigos de tres metros con precisión y él era uno de ellos. El sonido apagado del látigo sobre tu trasero se dispersó en el aire que te rodeaba y sé que papá debió de escucharlo. Pero no levantó la mirada ni hizo una pausa en su trabajo. Yo conocía lo intensos que eran los sentimientos que albergaba hacia ti, así que el castigo al que te sometían debió herirle profundamente. Pero en lugar de acudir corriendo a protegerte, siguió trabajando. ¡Mi padre estaba sufriendo tanto por los azotes como tú!

Jinlong te dio veinte latigazos y sólo se detuvo cuando se sintió agotado. Jadeaba de cansancio y tenía la frente empapada en sudor. Pero tú seguiste allí, con la cabeza mirando hacia el suelo, mientras las cálidas lágrimas resbalaban desde tus ojos, que estaban fuertemente cerrados, y oscurecían tu rostro. No te moviste, ni tampoco dejaste escapar el menor sonido, pero las espasmódicas ondas de tu trasero demostraban que todavía seguías vivo. Si no hubiera sido por eso, nadie que contemplara la escena habría dudado de que estaba mirando a un buey muerto. Mi hermano, dejando escapar de sus labios todo tipo de maldiciones, se acercó y te dio una patada en la cara.

—¡Levántate, maldita sea! —bramó—. ¡He dicho que te levantes!

Te quedaste allí, con los ojos todavía cerrados. Enrabietado por tu desafío, te dio una patada en la cabeza, otra en el rostro y otra en el estómago, una y otra vez, y desde la lejanía parecía como un chamán interpretando una danza para realizar un exorcismo. Soportaste el ataque sin moverte, mientras la hembra buey de Mongolia, que se encontraba a tu lado, tu madre, temblaba al observar lo que te estaba pasando. Su cola torcida se puso recta, como si fuera una serpiente petrificada. Fuera, en el campo, mi padre aceleró el ritmo de trabajo, cavando con profundidad la tierra.

Los demás campesinos, una vez que acabaron de arar, regresaron, sorprendidos de ver que el buey de Jinlong todavía seguía tumbado en el suelo. Mientras se congregaban a tu alrededor, el campesino rico de buen corazón Wu Yuan dijo:

—¿Está enfermo?

Tian Gui, que siempre interpretaba el papel de progresista, dijo:

—Mirad lo regordete que está, lo brillante que es su pelaje. El año pasado tiraba del arado de Lan Lian y este año se queda tumbado en el suelo fingiendo que está muerto. ¡Este buey está en contra de la Comuna del Pueblo!

Hong Taiyue dirigió la mirada a mi padre, que todavía no había apartado la vista de su trabajo.

—El tipo de amo que tenga determina el tipo de buey que consigas —dijo fríamente—. De tal amo, tal buey.

—¡Démosle una paliza! —dijo el traidor Zhang Dazhuang—. No creo que siga tumbado allí si le golpeamos a conciencia.

Los demás estuvieron de acuerdo.

Y entonces, siete u ocho campesinos formaron un círculo alrededor del buey, sacaron los látigos de sus hombros, agarraron los mangos y dejaron que las colas colgaran sobre su espalda. Estaban preparados para empezar a darte una paliza cuando la hembra buey de Mongolia se cayó al suelo como una pared desplomada. Pero inmediatamente comenzó a patear el suelo y se volvió a poner de pie.

Estaba temblando de los pies a la cabeza, con los ojos relucientes y la cola metida entre las patas. Los hombres se echaron a reír.

—¡Habéis visto eso! —dijo uno de ellos—. Está paralizada de miedo antes de que comencemos a azotar a su hijo.

Mi hermano desató a la hembra buey de Mongolia y la apartó a un lado, donde se quedó como si la hubieran librado de algo terrible. Todavía estaba temblando, pero en sus ojos se percibía una mirada de tranquilidad.

Y tú todavía seguías allí, buey Ximen, mientras los campesinos retrocedían un paso y, uno tras otro, como si estuvieran en una competición, levantaban diestramente sus látigos en el aire y los arrojaban sobre tu trasero, llenando el aire de un desfile de chasquidos estridentes. La espalda del buey estaba cruzada con marcas del látigo. En poco tiempo, tu cuerpo comenzó a mostrar rastros de sangre y las puntas de las colas también estaban ensangrentadas, los chasquidos eran cada vez más sonoros y cortantes. Lanzaban sus golpes con más y más fuerza, hasta que tu espalda y tu vientre parecían tablas de cortar cubiertas de pedazos de carne ensangrentada.

En cuanto empezaron a golpearte, las lágrimas comenzaron a resbalar por mis mejillas. Lloré, supliqué, quería arrojarme encima de ti para compartir tu sufrimiento, pero mis brazos estaban atados a mi costado por el gentío que se había congregado para contemplar el espectáculo. Lancé patadas y mordiscos, pero el dolor que provoqué no causó el menor efecto en aquellos campesinos, que se negaron a detenerse. ¿Cómo unos aldeanos tan decentes, jóvenes y viejos, podían encontrar diversión en una tragedia tan sangrienta, como si sus corazones se hubieran transformado en piedras?

Al final, se cansaron. Frotándose sus doloridos brazos, se asomaron a ver si habías muerto. Todavía seguías vivo, pero tus ojos estaban fuertemente cerrados. Había heridas abiertas en un lado de tu cara, que manchaban de sangre el suelo alrededor de tu cabeza. Jadeabas tratando de encontrar aire y en tu vientre se observaban violentos espasmos, como una hembra que está a punto de parir.

Los hombres que habían utilizado los látigos sobre tu cuerpo se asombraban al ver una tozudez como nunca habían conocido antes.

Las miradas en sus rostros eran de asombro, casi de arrepentimiento. Se habrían sentido mejor si hubieras sido un animal desafiante, pero no lo fuiste, sino que te sometiste dócilmente a su crueldad y por eso mismo se mostraron perplejos. Tenían el corazón y la mente llenos de valores éticos antiguos y leyendas sobrenaturales. ¿Este es un dios o una especie de dios? A lo mejor es un Buda que ha soportado todo este sufrimiento para conducir al pueblo que se ha apartado de la iluminación. La gente no debe tiranizar a sus semejantes, ni tampoco a los bueyes. No deben obligar a las demás personas, ni a los bueyes, a hacer cosas que no quieren.

A medida que los sentimientos de compasión aumentaban en los hombres que manejaban los látigos, pidieron a Jinlong que pusiera fin a aquello. Pero este se negó a detenerse. Las cuentas que tenía pendientes con aquel buey le quemaban en su interior como siniestras llamas y hacían que sus ojos se tiñeran de rojo y que le cambiaran los rasgos del rostro: su boca retorcida apestaba, todo su cuerpo temblaba y parecía estar caminando sobre el aire, como un vulgar borracho. En aquel momento había perdido el contacto con la realidad y se encontraba bajo el control de un ser demoniaco. De la misma manera que el buey mostraba una fuerza de voluntad de acero y conservaba su dignidad negándose a ponerse de pie, aunque eso le costara la vida, mi hermano Jinlong estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario, a cualquier precio, con tal de conseguir que el animal se incorporara con el fin de probar su propia fuerza de voluntad de acero y su propia dignidad. No podría haber un ejemplo mejor de encuentro de mortales, un choque de personalidades subyacentes. Mi hermano condujo al buey hembra de Mongolia hasta el buey Ximen y ató la cuerda que estaba fijada a tu anillo del hocico al madero. Dios mío, va a tirar del buey Ximen del hocico empleando la fuerza de su madre. Todos los presentes sabían que el hocico es el punto más vulnerable de un buey y que es el anillo del hocico el que garantiza la obediencia del animal. El buey más poderoso se vuelve sumiso en cuanto los seres humanos controlan su nariz. Levántate, buey Ximen. Ya has recibido más castigo del que un buey puede esperar y tu reputación no se resentirá lo más mínimo si te levantas ahora. Pero no te levantaste, sabía que no lo harías. Si lo hubieras hecho, no habrías sido el buey Ximen.

Mi hermano dio una palmada con fuerza en el trasero del buey hembra de Mongolia y ella se inclinó hacia delante, todavía temblando. La cuerda se tensó, tirando del anillo del hocico. ¡Oh, no, buey Ximen! ¡Jinlong, maldito monstruo, deja en paz a mi buey! Luché para liberarme, pero los que me sujetaban parecían haberse convertido en piedras. El hocico del buey Ximen estaba estirándose hasta deformarse, como si fuera un pedazo de caucho. Pero la buey de Mongolia, la bestia sin corazón, cargaba hacia delante con todas sus fuerzas cada vez que mi hermano la golpeaba, tirando bruscamente del buey Ximen para que levantara la cabeza del suelo. Sin embargo, el resto de su cuerpo permanecía quieto. Me dio la sensación de que tus patas delanteras se doblaban hacia dentro, pero sólo era mi punto de vista. No tenías la menor intención de ponerte en pie. Algunos sonidos que recordaban a un bebé berreando emergieron de tus orificios nasales. Aquello me partió el corazón. Oh, buey Ximen, un ruido seco, un golpe, marcó la separación de tu hocico, seguida del sonido de tu cabeza elevada golpeando de nuevo el suelo. Las patas delanteras del buey hembra cedieron, pero inmediatamente se volvió a poner de pie.

Ximen Jinlong, ya puedes parar. Pero no lo hizo. Estaba como loco. Aullando como un lobo herido, corrió hasta un surco, agarró un puñado de tallos de maíz y los apiló detrás de tu cuerpo. ¿Ese malvado cabrón pensaba prender fuego al buey? Sí, eso era exactamente lo que tenía en mente. Encendió los tallos y el humo blanco que transportaba una fragancia sutil comenzó a ascender por el aire; tenía el olor característico de los tallos de maíz. Todo el mundo contenía la respiración y miraba con los ojos abiertos de par en par, pero nadie trató de poner fin al comportamiento brutal de mi hermano. Oh, no, buey Ximen, oh, no, buey Ximen, que prefería morir a levantarse y tirar de un arado para la Comuna del Pueblo. Vi a mi padre arrojar la azada y echarse en el suelo, boca abajo, mientras cavaba la tierra con sus manos. Estaba temblando como si fuera un enfermo de malaria y me di cuenta de que estaba compartiendo la agonía del buey.

La piel del buey estaba ardiendo y desprendía un hedor insoportable y nauseabundo. Nadie llegó a vomitar, pero a todo el mundo le dio ganas de hacerlo. Buey Ximen, tu cara se estaba quemando en el suelo, tu lomo era como una serpiente atrapada, retorciéndose y apartándose del calor. El ronzal de cuero comenzó a arder. Como pertenecía al colectivo, no se debía perder. Alguien echó a correr, soltó el cierre y lo lanzó al suelo, y luego pisó las llamas que estaban consumiendo la cuerda y que emitían un hedor que espantó hasta a los pájaros que surcaban el cielo, Oh, no, buey Ximen, la mitad trasera carbonizada de tu cuerpo ofrecía un espectáculo horrible de contemplar.

—Arde, maldito seas… —gritaba Jinlong.

Corrió hacia una pila de tallos de maíz y nadie movió un solo dedo para detenerle. Querían ver lo perversamente maligno que podía ser. Incluso Hong Taiyue, cuya tarea consistía en enseñar a la gente a cuidar de la propiedad que pertenecía al colectivo, miraba sin la menor pasión.

Jinlong regresó con los brazos llenos de tallos de maíz, tropezando mientras caminaba. Mi medio hermano estaba fuera de sí. Jinlong, ¿cómo te habrías sentido si hubieras sabido que el buey en realidad era la reencarnación de tu verdadero padre? Y tú, buey Ximen, ¿cómo te sentiste sabiendo que era tu propio hijo el que te castigaba de manera tan salvaje? Innumerables formas de agradecimiento y de resentimiento, de amor y de enemistad, existen entre las personas de todo el mundo, pero algo sucedió en aquel momento que dejó estupefactos a todos los que lo contemplaron. Buey Ximen, te pusiste de pie con las patas temblando, desprovisto de tus arreos, tu anillo en el hocico y tu ronzal, como un buey libre, totalmente liberado de todo control humano. Comenzaste a caminar, qué difícil debió resultarte, con las patas débiles, dando tumbos sin control de un lado a otro; la sangre oscura emanaba de tu nariz rota, se deslizaba sobre tu vientre y desde allí goteaba hasta el suelo como si fuera alquitrán. La gente miraba boquiabierta en silencio, con los ojos abiertos de par en par y la mandíbula floja. Dando pasos agónicos, avanzaste hacia mi padre; abandonaste la tierra que pertenecía a la Comuna del Pueblo y penetraste en los uno coma seis acres de tierra que pertenecían al último campesino independiente de la nación, Lan Lian. Una vez allí, te dejaste caer como un fardo.

El buey Ximen murió en la tierra de mi padre. Lo que hizo contribuyó en gran medida a despejar la mente de las personas que se habían llegado a confundir durante la Revolución Cultural. Ah, buey Ximen, te convertiste en leyenda, en un ser mítico. Después de tu muerte, habrá algunos que quieran trocearte y comerte, pero cuando salgan corriendo con los cuchillos y vean en el rostro de mi padre las lágrimas sangrientas mezcladas con el barro, girarán sobre sus pasos y se irán en silencio.

Papá te enterró en mitad de su parcela, bajo un prominente montículo a modo de tumba, conocido en la actualidad como la Tumba del Buey Honesto, uno de los lugares de interés más notables de Gaomi Occidental.

Como buey, probablemente cobrarás inmortalidad.