XIX. Jinlong representa una obra de teatro para recibir la primavera

Lan Lian prefiere morir antes de renunciar a su promesa

LA obstinación de mi hermano se aplacó considerablemente después de que él y Huzhu hubieran estado juntos. Las revoluciones reforman a las sociedades y las mujeres modelan a los hombres. En el espacio aproximado de un mes, mi hermano no sólo no celebró ninguna sesión de acusación donde se pateaba y golpeaba a los acusados, sino que llegó a organizar una decena o más de óperas pekinesas al estilo moderno revolucionario. Huzhu, que antes era una chica tímida y vergonzosa, se había transformado en una mujer valiente y enérgica que mostraba una pasión incontenible. El hecho de que tuviera una voz fina y conociera la música de muchas óperas revolucionarias cogió a todos por sorpresa. Tuve que admitir que las fantasías que tenía con Huzhu no eran más que las propias de un sapo sobre la carne de un cisne. Años más tarde, hasta el propio Mo Yan me confesó que él también se había hecho ilusiones acerca de Huzhu. Por tanto, para mi sorpresa, tanto los sapos grandes como los pequeños ansían la carne de los cisnes. El recinto Ximen cobró vida gracias a las melodías que emitían las flautas y los instrumentos de arco, así como los hombres y mujeres que las acompañaban con sus voces y sus cánticos. El centro de las actividades revolucionarias se convirtió en un importante centro cultural. Las palizas y las acusaciones que se vivían a diario, con sus gritos y sus lamentos, al principio habían sido excitantes, pero a medida que pasaba el tiempo se fueron haciendo inquietantes. Al cambiar radicalmente el formato revolucionario, creando nuevas escenas y sonidos, Jinlong consiguió dibujar una sonrisa en el rostro de la gente.

El campesino rico Wu Yuan, que sabía tocar el huqin de dos cuerdas, entró a formar parte de la banda de músicos. Y lo mismo sucedió con Hong Taiyue, que tenía un rico pasado musical como cantante. Actuaba como conductor de la orquesta golpeando su glorioso hueso de buey. Hasta los elementos nocivos de la sociedad, cuya tarea consistía en barrer las calles y limpiarlas de nieve, tarareaban la música que salía del recinto mientras trabajaban.

La víspera de año nuevo, mi hermano y Huzhu desafiaron a la nieve para desplazarse hasta la capital del condado. Dejaron la aldea mientras los gallos saludaban al alba y regresaron al anochecer del día siguiente. Fueron a pie, pero regresaron en un tractor oruga modelo El este es Rojo fabricado en la ciudad de Luoyang. Teniendo en cuenta la cantidad de caballos de potencia que tenía, se había diseñado para que ayudara a realizar las tareas de la granja —arar y cosechar— pero había sido requisado por los Guardianes Rojos para utilizarlo como medio de transporte. Ahora nada podía impedirles viajar a donde quisieran, aunque hubiera tormentas y los caminos estuvieran cubiertos de lodo. El tractor cruzó el río congelado para adentrarse en la aldea, en lugar de tratar de negociar el inestable puente de piedra y, a continuación, tomó la carretera principal en dirección a nuestro recinto. Avanzaba de forma despreocupada, con una marcha alta y el pedal del acelerador pisado al máximo, casi saliéndose de la carretera, mientras sus roderas de oruga levantaban la nieve y el barro y dejaban profundas marcas en el suelo. Del tubo de escape situado en la parte superior del vehículo salían enormes bocanadas de humo verde como címbalos de latón; formaban círculos y emitían crujidos estridentes que producían eco y hacían que los gorriones y los cuervos que volaban hacia lugares desconocidos emitieran gritos de terror. La gente observó boquiabierta cómo mi hermano y Huzhu se bajaron de un salto de la cabina. Detrás de ellos bajó un joven que lucía un rostro fino y una mirada melancólica. Llevaba el cabello muy corto y un par de gafas de montura negra, tenía las mejillas crispadas y sus orejas estaban rojas como consecuencia del amargo frío. Vestía un uniforme que tiempo atrás fue azul, pero se había vuelto prácticamente blanco después de haberlo lavado multitud de veces. En el pecho lucía una insignia enorme del Presidente Mao, mientras sobre su manga colgaba un brazalete de los Guardianes Rojos. Nada más verlo sabías que era un Guardián Rojo de la vieja escuela y que estaba curtido en mil y una batallas.

Mi hermano le dijo a Cachorro de Tigre Sun que congregara a todos con su trompeta. Tocaba asamblea general. En realidad, no había necesidad de que tocara el clarín, ya que todos los aldeanos que podían caminar ya se encontraban allí y habían rodeado el tractor. No les bastaba con limitarse a mirar a aquel poderoso gigante, y las habladurías comenzaron a correr de forma vertiginosa. Un autodesignado experto apuntó:

—¡Soldad una torrecilla encima de ese aparato, añadidle un cañón y tendréis un tanque!

El cielo se estaba oscureciendo y la puesta de sol relucía por poniente y mostraba una amalgama de nubes que prometía nieve para el día siguiente. Mi hermano lanzó la orden de emergencia de encender la lámpara de gas y de prender una hoguera. Después de dar las órdenes, se inclinó para conversar con el Guardián Rojo de la vieja escuela. Huang Huzhu corrió hacia el interior de la casa para pedir a su madre que friera un par huevos, uno para el hombre que estaba hablando con mi hermano y el otro para el conductor, que todavía se encontraba sentado en el tractor. Los dos hombres declinaron amablemente la invitación de cenar en su casa y se negaron a entrar en la oficina para calentarse. Por tanto, Wu Qiuxiang, que se dio cuenta de ello, salió al patio con varios cuencos llenos de huevos humeantes, mientras Huzhu la seguía de cerca. Se deslizaba como uno de esos vampiros que aparecen en las películas. El Guardián Rojo se negó a aceptar la oferta, dibujando un gesto de desagrado en su rostro. Jinlong espetó:

—¿Qué creéis que estáis haciendo? ¡Llevaos eso dentro! Algo le pasaba a la lámpara de gas, que emanaba llamaradas de color amarillo y un extraño humo negro, pero la hoguera resplandecía intensamente, con la savia de las ramas de pino verde que crepitaba y desprendía una fragancia silvestre que inundaba todo el recinto. Mi hermano se subió a la plataforma entre la centelleante luz de la hoguera, excitado como una pantera que ha atrapado a un faisán dorado. Comenzó a hablar:

—Cuando informamos sobre la situación revolucionaria de la aldea, fuimos recibidos calurosamente por el camarada Chang Tianhong, vicepresidente del Comité Revolucionario del Condado. Estaba muy satisfecho de nuestro trabajo revolucionario y envió al director adjunto de la Sección de Trabajo Político Revolucionario del Condado, el camarada Luo Jingtao, a que dirigiera las actividades revolucionarias de nuestra aldea y anunciara los nombres de los miembros del Comité Revolucionario de la Aldea de Ximen. Camaradas —dijo mi hermano elevando la voz—, la Comuna Vía Láctea todavía no ha creado un comité revolucionario, pero nosotros tenemos uno en la aldea de Ximen. Esta tarea pionera llevada a cabo por el vicepresidente Chang ha proporcionado mucha gloria a nuestra aldea. Ahora debemos conceder la palabra al director Luo, que anunciará los nombres.

Mi hermano se bajó de un salto de la plataforma para animar a subir al director Luo. Pero Luo rechazó utilizar la plataforma y se quedó a unos cinco metros de la hoguera, donde la mitad de su rostro relucía y la otra mitad permanecía ahogada en las sombras. Sacó del bolsillo un pedazo de papel plegado, lo abrió de una sacudida y comenzó a leer con voz baja y ronca:

—Por la presente declaro que Lan Jinlong es el presidente del Comité Revolucionario de la Brigada de Producción de la Aldea de Ximen dependiente de la Comuna Vía Láctea del Condado, siendo Huang Tong y Ma Liangcai vicepresidentes adjuntos…

Una nube de humo espeso voló hacia el rostro del director adjunto Luo y le obligó a apartarse de su estela. Dejó de leer y entregó el papel a mi hermano. A continuación, se despidió de todos y dio unas cuantas veces la mano. Después se dio la vuelta y se alejó. Su conducta dejó a mi hermano un tanto desconcertado. Sus labios se abrieron mientras observaba a aquel hombre subir a la cabina del tractor, que arrancó, dio la vuelta y se marchó por donde había venido, dejando unas huellas profundas en el suelo. Vimos los focos del tractor iluminar la calle hasta convertirla en un callejón resplandeciente, mientras que las luces traseras rojas refulgían como los ojos de un zorro…

Durante la tercera noche después de la creación del comité revolucionario, el megáfono montado en las ramas del albaricoquero cobró vida, bramando «El Oriente es rojo». Cuando acabó el himno, la voz de una mujer retransmitió las noticias del condado. La más importante de ellas era un entusiasta mensaje de felicitación al primer comité revolucionario fundado en el condado. Se había establecido el Comité Revolucionario de la Brigada de Producción de la Aldea de Ximen de la Comuna Vía Láctea del Condado de Gaomi, anunció, y añadió que el grupo de dirección del Comité Revolucionario de la Brigada de Producción de la Aldea de Ximen, incluyendo a Lan Jinlong, Huang Tong y Ma Liangcai, encarnaba el principio de organización revolucionario «tres en uno». Las masas tenían la mirada levantada hacia el lugar de donde procedía el anuncio y no hicieron ningún comentario, aunque en su interior sentían una profunda admiración hacia mi hermano: era extraordinariamente joven para ser presidente y, si aquello no era suficiente, estaba ayudado por su futuro suegro, Huang Tong, y por Ma Liangcai, que estaba muy unido a mi hermana.

Al día siguiente un joven vestido con un uniforme verde llegó resoplando a nuestro recinto; acarreaba una pila de periódicos y de cartas a su espalda. Era el nuevo cartero, un muchacho de aspecto inocente cuyos ojos relucían de curiosidad. Después de depositar los periódicos y las cartas, extrajo de su saco una pequeña caja de madera y se la entregó a mi hermano, junto con un cuaderno de notas y un bolígrafo para que firmara.

—Es del vicepresidente Chang —dijo a Huzhu después de leer la inscripción.

Yo sabía que estaba hablando de Burro Rebuznando, Pequeño Chang, un rebelde ejemplar que, en su papel de vicepresidente del Comité Revolucionario del Condado, estaba a cargo de la propaganda y las artes, tal y como le había oído contar a mi hermana, que reaccionó a la noticia haciendo un gesto que denotaba una mezcla de emociones. Sabía que ella albergaba unos sentimientos muy fuertes hacia Pequeño Chang, pero el ascenso meteórico en su estatus suponía un importante obstáculo. Era perfectamente posible que brotara el amor entre un estudiante de talento de la Academia de Artes y una hermosa muchacha que tenía un pasado como campesina, pero no había la menor posibilidad de que un importante líder a nivel del condado, de veinte años, llegara realmente a casarse con una campesina, por muy hermosa o atractiva que fuera. Por supuesto, mi hermano era consciente de los sentimientos que albergaba el corazón de Baofeng y le oí apremiarla para que rebajara un poco sus miras. Ma Liangcai al principio era un monárquico.

—¿Por qué entonces fue nombrado vicepresidente? ¿Es que no ves lo que tenía en mente? ¿Fue él quien le nombró? —preguntó mi hermana con obstinación.

Mi hermano asintió.

—¿Quiere que me case con Ma Liangcai?

—¿Acaso no es evidente?

—¿Te lo ha dicho él con todas las palabras?

—¿Tenía que hacerlo? ¿Acaso es preciso que una persona importante exprese con palabras todas sus intenciones? Has de imaginártelo por ti misma.

—No —insistió mi hermana—. Quiero escucharlo de su propia boca. Si me dice que me case con Ma Liangcai, iré a casa y lo haré.

En ese momento de la conversación, los ojos de mi hermana estaban llenos de lágrimas.

Mi hermano abrió la caja con unas tijeras oxidadas y sacó algunos periódicos viejos, dos hojas de papel blanco y una capa de papel crepé amarillo arrugado. En el fondo de la caja había un pedazo de satén rojo. Lo desenvolvió y sacó una insignia de porcelana del Presidente Mao tan grande como la boca de una tetera. La sujetó en la palma de la mano mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas, aunque no estaba seguro de si le conmovía más el semblante sonriente del Presidente Mao o la demostración de amistad que le había hecho Pequeño Chang. Se la entregó a todos para que la vieran y aquel lugar se impregnó de una atmósfera solemne y sagrada. Después de que se la hubiera enseñado a todos los que tenía a su alrededor, mi futura cuñada, Huzhu, clavó con cuidado la insignia en el pecho de mi hermano. El peso de la misma hizo que la túnica se combara ligeramente.

Para celebrar el año nuevo, mi hermano y sus amigos decidieron representar La linterna roja. Huzhu, con su larga coleta, era perfecta para interpretar el papel de Tiemei. Mi hermano se preparó para interpretar el papel de Li Yuhe, hasta que perdió la voz y Ma Lingcai tuvo que sustituirle. Con el corazón en la mano, tengo que decir que habría elegido a Ma antes que a mi hermano. Los voluntarios enseguida comenzaron a solicitar los papeles restantes de la ópera en su versión revolucionaria y aquel invierno toda la aldea se sintió invadida por la excitación. Resguardados en la oficina del Comité Revolucionario, a la luz de la lámpara de gas, los ensayos congregaban cada noche a la multitud, que llenaba la sala, e incluso las vigas del techo. Aquellos que no conseguían entrar en la estancia se agolpaban contra las ventanas y la puerta para observar, empujando y dando empellones a fin de ver lo que estaba sucediendo en el interior. Hezuo también representaba un papel, el del vecino de Tiemei, mientras que Mo Yan insistió una y otra vez a mi hermano para que le diera uno de los otros papeles, hasta que Jinlong le ordenó que se marchara.

—Pero Comandante —dijo Mo Yan, parpadeando para mostrar su decepción—, poseo un talento sin igual.

Se dio la vuelta y dio un salto mortal.

—Para ser sinceros —dijo mi hermano—, no quedan más papeles.

—Puedes añadir uno —insistió Mo Yan.

Mi hermano lo pensó durante unos instantes.

—Muy bien —dijo—, puedes ser el agente enemigo.

El de Abuela Li era uno de los papeles principales, ya que tenía muchas canciones y diálogos, demasiados como para que lo pudieran aprender las muchachas analfabetas del lugar, así que al final ofrecieron el papel a mi hermana, que lo rechazó con frialdad.

A medida que se acercaba el final de año, todavía nadie había aceptado interpretar a Abuela Li, y la representación estaba programada para el día de año nuevo. Entonces, el vicepresidente Chang llamó por teléfono para decir que se acercaría personalmente para dirigir la representación y para aumentar nuestras intenciones de convertirnos en una aldea modelo que permitiera popularizar las óperas al estilo revolucionario. La noticia excitó y al mismo tiempo preocupó a mi hermano, cuya boca se cubrió al instante de herpes labiales y cuya voz se tornó más ronca que nunca. Cuando dijo a mi hermana que el vicepresidente Chang vendría a hacerse cargo de la dirección, ella rompió a llorar y sollozó:

—Yo haré el papel.

Poco después de que empezara la Revolución Cultural, comencé a tener la sensación de que me habían dejado solo, por culpa de mi estatus de campesino independiente. Todos los demás aldeanos, incluyendo a los tullidos y a los ciegos, se habían unido a los Guardianes Rojos, pero yo no. El calor que había despertado el fervor revolucionario se elevó hasta los cielos, pero yo sólo podía ser un espectador, mientras los ojos me ardían de envidia. Aquel año había cumplido los dieciséis, una edad en la que debería estar volando alto y excavando hasta lo más profundo, agitando las aguas con mi juventud. Pero no, estaba obligado a pensar en otras cosas: el odio personal, la vergüenza, la ansiedad, los celos, el anhelo, la fantasía, todas las sensaciones se unían en mi interior. Una vez acumulé el valor y el coraje necesarios para exponer mis argumentos a Ximen Jinlong, que me consideraba un enemigo mortal. Agaché la cabeza a modo de reverencia y le expresé mi deseo de participar en el torrente de actividades revolucionarias, pero él me dijo que no.

Por tanto, fui a ver a mi padre al cobertizo del buey, que se había convertido en su refugio, en el lugar donde se sentía a salvo. Desde el día del desfile por el mercado, que ocupó un lugar tan notable en la página de la historia del concejo de Gaomi del Noreste, papá prácticamente se había convertido en un mudo. Aunque todavía se encontraba en los cuarenta, tenía el cabello completamente gris. Todo su pelo estaba tieso y se levantaba como las espinas de los puercoespines. El buey estaba detrás del abrevadero, con la cabeza agachada y su estatura notablemente reducida por la pérdida de medio cuerno. Los rayos de sol enmarcaban su cabeza e iluminaban sus ojos como dos pedazos de amatista cargados de pena, profunda y tristemente húmedos. Nuestro fiero buey estaba completamente transformado. Yo sabía que ese tipo de cosas sucedían cuando los toros eran castrados, pero nunca imaginé que la pérdida de un cuerno podría ejercer el mismo efecto. Entonces, me vio entrar en el cobertizo y, después de dedicarme una breve mirada, bajó los ojos, como si aquello fuera todo lo que necesitaba para ver lo que rondaba por mi cabeza. Papá se encontraba sentado sobre una pila de heno situada junto al abrevadero, apoyado contra unos sacos llenos de paja, con las manos ocultas en las mangas de su abrigo. Estaba descansando con los ojos cerrados, mientras los rayos de sol iluminaban su cabeza y su rostro y teñían su cabello grisáceo ligeramente de rojo. Algunos pedazos de paja que había en su cabello hacían que diera la sensación de que acababa de salir gateando de una pila de heno. En su rostro sólo quedaban algunos trazos de pintura roja aquí y allá. La marca de nacimiento había vuelto a aparecer y ahora era más oscura que nunca, casi de color azul índigo. Levanté el brazo y toqué mi propia marca de nacimiento, que sentía como si fuera de cuero. Era la marca de mi fealdad. Cuando era joven todo el mundo me llamaba Cara Azul Júnior, lo cual me llenaba de orgullo y no de vergüenza, pero a medida que fui creciendo, cada vez que alguien me llamaba Cara Azul me hacía pasar un mal rato. Escuchaba decir a la gente que éramos campesinos independientes porque teníamos el rostro azul e incluso se oía el comentario de que mi padre y yo permanecíamos ocultos durante la luz del día y que sólo salíamos a trabajar la tierra por la noche. No niego que había noches en las que trabajábamos a la luz de la luna, pero eso no se debía a nuestras marcas azules de nacimiento. Asociar nuestras tendencias independentistas con un defecto biológico era una solemne tontería. Elegimos nuestra independencia por el convencimiento de que teníamos derecho a estar solos. Yo había acompañado a mi padre porque pensaba que sería divertido, pero ahora me sentía empujado a experimentar algo aún más divertido. El hecho de que fuera un campesino independiente y de que tuviera un rostro azul resultaba especialmente enojoso. Había comenzado a arrepentirme de mi decisión de seguir a papá, estaba comenzando a odiarle a él y a su independencia. Miré su rostro azul con cierto desagrado. Le odiaba por haber heredado de él ese defecto. Un hombre como tú, papá, debería haberse quedado soltero, y si eso era imposible, al menos no deberías haber tenido un hijo.

—Papá —grité—. ¡Papá!

Lan Lian abrió los ojos lentamente y se quedó mirándome.

—Papá, quiero unirme a la comuna.

Obviamente, aquello no le pilló por sorpresa. El semblante de su rostro no se alteró. Sacó su pipa, la llenó, se la colocó en la boca, golpeó su piedra para enviar una chispa hacia unos tallos de sorgo y a continuación sopló en la diminuta llama hasta que la pudo utilizar para encender su pipa. La chupó en profundidad y exhaló dos bocanadas de humo a través de la nariz.

—Quiero unirme a la comuna. Cojamos el buey y afiliémonos, los tres… Papá, no puedo soportarlo por más tiempo…

Sus ojos se abrieron de par en par.

—¡Pequeño traidor! —bramó, arrastrando cada palabra—. Ve a afiliarte si quieres, pero yo no pienso ir, ni tampoco el buey.

—¿Por qué? —Yo me sentía utilizado y enfadado—. Hay que aceptar la realidad. Cuando la campaña acabó, un campesino independiente del condado de Pingan fue colgado de un árbol y golpeado hasta la muerte por las masas revolucionarias. Mi hermano aseguró que cuando te obligó a desfilar por las calles, te estaba protegiendo en secreto. Dijo que después de que se ocupen de los terratenientes, de los campesinos ricos, de los contrarrevolucionarios, de los elementos nocivos y de los seguidores del capitalismo, irán a por los campesinos independientes. Papá, Jinlong dijo que las dos gruesas ramas del albaricoquero nos estaban esperando. Papá, ¿me estás escuchando?

Mi padre golpeó el cazo de la pipa contra la suela de su zapato, se puso de pie y comenzó a preparar la comida para el buey. La figura de mi padre, con la espalda encorvada y el cuello bronceado por el sol, me recordó a mi infancia, cuando solía llevarme sobre sus hombros hasta el mercado para comprarme algunos caquis. Aquel pensamiento me entristeció.

—Papá —dije, empezando a sentirme exaltado—, la sociedad está cambiando. El jefe del condado Chen ha sido destituido y apuesto a que el jefe del comité que te dio el salvoconducto también lo ha sido. No tiene sentido que sigamos siendo campesinos independientes. Si nos unimos a la comuna mientras Jinlong es el presidente, hará que tanto él como nosotros salvemos nuestro honor…

Papá se quedó con la espalda doblada mientras trabajaba con el cedazo, ignorándome completamente. Yo comenzaba a sentirme furioso.

—Papá —dije—, no es extraño que la gente diga que eres como un excremento en el inodoro, duro y apestoso. Lamento decir esto, pero no puedo seguirte en tu descenso a este callejón sin salida envuelto en tinieblas. Si no cuidas de mí, tendré que cuidar de mí mismo. Ya no soy un niño. Quiero unirme a la comuna, encontrar una esposa y avanzar por un camino lleno de luz. Tú puedes hacer lo que quieras.

Papá arrojó la paja en el abrevadero y acarició el cuerno deformado del buey. A continuación, se volvió hacia mí, sin el menor asomo de ira en su rostro.

—Jiefang —dijo con dulzura—, eres mi hijo y sólo quiero lo mejor para ti. Conozco perfectamente bien cómo están las cosas hoy en día. Sé que Jinlong tiene el corazón duro como una piedra y que la sangre que corre por sus venas es más letal que la cola de un escorpión. Haría cualquier cosa en nombre de la «revolución».

Levantó la mirada, entornando los ojos ante la luz del sol.

—¿Cómo pudo el terrateniente, un hombre bueno y decente, haber tenido un hijo tan malvado como ese? —se preguntó.

Las lágrimas relucían en sus ojos.

—Tenemos tres coma dos acres de tierra. Puedes quedarte con la mitad y entregársela a la comuna. El arado de madera nos lo concedieron como uno de los «frutos de la victoria» durante la reforma agraria. También te lo puedes quedar, así como la casa de una sola habitación. Coge lo que puedas y después de que te hayas afiliado a la comuna, si quieres unir tu lote al de tu madre y al de ellos, adelante. Si no es así, entonces sigue solo. Lo único que quiero es este buey y el cobertizo.

—¿Por qué, papá? Dime por qué —pregunté, a punto de echarme a llorar—. ¿A qué propósito sirves manteniendo tu independencia?

—A ninguno en absoluto —dijo con voz calmada—. Sólo quiero llevar una vida tranquila y ser mi propio amo. No quiero que nadie me diga lo que debo hacer.

Me fui a ver Jinlong.

—Hermano —dije—. He hablado con papá y quiero unirme a la comuna.

Excitado por la noticia, dobló los puños y los golpeó delante de su pecho.

—Maravilloso —dijo—, simplemente maravilloso, otro gran logro de la Revolución Cultural. El último campesino independiente del condado por fin emprende el camino del socialismo. Es una noticia maravillosa. Vayamos a informar al Comité Revolucionario del Condado.

—Pero papá no se va a unir —dije—. Sólo yo, con la mitad de nuestra tierra, nuestro arado de madera y una sembradora.

—¿Qué quieres decir? —Su rostro se enturbió—. ¿Qué diablos quiere conseguir?

—Dice que no quiere conseguir nada. Simplemente está acostumbrado a llevar una vida tranquila y no le apetece tener que rendir cuentas a nadie.

—¡Maldito viejo hijo de puta! —exclamó golpeando con el puño sobre la mesa que estaba junto a él, con tanta fuerza que una botella de tinta casi se cae al suelo.

—No te excites tanto, Jinlong —dijo Huang Huzhu.

—¿Y eso cómo se hace? —preguntó emitiendo un gruñido bajo—. Había pensado ofrecer dos regalos al vicepresidente Chang y al Comité Revolucionario del Condado en año nuevo. Uno era la representación en la aldea de la ópera revolucionaria La linterna roja; el otro era la definitiva eliminación del último campesino independiente, no sólo en el condado o en la provincia, sino en todo el país. Iba a hacer lo que Hong Taiyue no había sido capaz de conseguir. Eso cimentaría mi autoridad a todos los niveles. Tu unión sin él significa que todavía queda un campesino independiente. No lo permitiré. Voy a hablar con él. ¡Ven conmigo!

Jinlong se dirigió apresuradamente hacia el cobertizo del buey. Aquella era la primera vez que ponía un pie allí en muchos años.

—Papá —dijo—. No debería llamarte papá, pero esta vez lo haré.

Papá lo rechazó con un gesto.

—No deberías hacerlo —dijo—, no soy digno de ello.

—Lan Lian —prosiguió Jinlong—, sólo tengo que decirte una cosa. Por el bien de Jiefang y por el tuyo propio, es hora de que te unas a la comuna. Ahora yo estoy al cargo y te doy mi palabra de que no tendrás que realizar trabajos pesados. Y si ni siquiera quieres realizar trabajos ligeros, puedes limitarte a descansar. Llevas trabajando muchos años y te mereces llevar una vida sencilla.

—Eso es más de lo que merezco —dijo papá con frialdad.

—Sube a la plataforma y mira a tu alrededor —dijo Jinlong—. Echa un vistazo al condado de Gaomi, o a la provincia de Shandong, o a las diecinueve provincias de toda China (sin contar Taiwán), a sus áreas metropolitanas y a sus regiones autónomas. Todo el país está teñido de rojo, pero sólo tiene un punto negro, aquí en la aldea de Ximen, y ese punto negro eres tú.

—Me siento jodidamente honrado, soy el único punto negro de toda China.

—¡Tenemos que acabar con ese punto negro! —dijo Jinlong.

Papá metió la mano por debajo del abrevadero y sacó una cuerda cubierta con excrementos de buey. La arrojó a los pies de Jinlong.

—¿Tienes pensado colgarme del albaricoquero? Bien, en ese caso, sírvete.

Jinlong dio un salto hacia atrás, como si la cuerda fuera una serpiente. Enseñando los dientes y apretando y soltando los puños, metió las manos en los bolsillos del pantalón y las volvió a sacar. Sacó un cigarrillo del bolsillo de su túnica —había empezado a fumar desde que fue nombrado presidente— y lo encendió con un mechero de color dorado. Su frente se arrugó en un claro síntoma de que estaba meditando profundamente. Pero después de unos segundos, tiró el cigarrillo al suelo, lo pisó y se dirigió a mí.

—Sal de aquí, Jiefang —dijo.

Primero miré la cuerda que estaba en el suelo, luego a Jinlong y a papá, uno escuálido, el otro fornido, ponderando quién ganaría y quién perdería si se produjera una pelea, pensando si me quedaría inmóvil y me limitaría a mirar o si saltaría sobre ellos y, en caso de que fuera así, me preguntaba de qué lado me pondría.

—Di lo que quieras decir —dijo Papá—. Veamos de qué pasta estás hecho. Quédate donde estás, Jiefang, y mantén los ojos y los oídos bien abiertos.

—Me da igual —dijo Jinlong—. ¿Crees que no te voy a colgar del albaricoquero?

—Oh, por supuesto que lo harás, claro que sí, harás cualquier cosa.

—No me interrumpas. Sólo te estoy perdonando por mamá. No voy a suplicarte que te unas a la comuna, ya que el Partido Comunista nunca ha suplicado nada a los seguidores del capitalismo. Mañana celebraremos un mitin público para dar la bienvenida a Jiefang a la comuna, junto a su tierra, a su arado y a su sembradora. El buey también está incluido. Presentaremos a Jiefang con una flor roja y haremos lo mismo con el buey. En ese momento, te quedarás solo en este cobertizo para bueyes. Se te partirá el corazón cuando escuches los címbalos, el sonido de los tambores y el crepitar de los petardos cuando entren en este cobertizo vacío. Serás apartado de las masas, vivirás separado de tu esposa y de tus hijos, e incluso te arrebataremos por la fuerza al buey que jamás te traicionaría. ¿Qué significado tendrá tu vida entonces? Si yo fuera tú —dijo Jinlong mientras daba una patada a la cuerda y miraba al travesaño que cruzaba sobre su cabeza—, si yo fuera tú, pasaría esa cuerda por encima de la viga y me ahorcaría.

Se dio la vuelta y salió.

—Maldito bastardo —saltó papá, y maldijo a la espalda de Jinlong antes de desplomarse abatido sobre la paja.

Yo también estaba abatido, conmocionado por la conducta de Jinlong. En aquel momento me sentí muy mal por papá, y terriblemente avergonzado por querer abandonarle. Había ayudado al enemigo empleando sus malignas argucias. Me arrojé a los pies de papá, le agarré de las manos y dije entre lágrimas:

—Ya no voy a unirme a la comuna, papá. Voy a quedarme contigo y a ser un campesino independiente, aunque eso suponga tener que vivir el resto de mi vida como soltero.

Envolvió sus brazos alrededor de mi cabeza y sollozó durante unos instantes. A continuación, me apartó de un empujón, se secó los ojos y se enderezó:

—Ya eres un hombre, Jiefang, así que debes mantener tu palabra. Adelante, únete a la comuna, llévate el arado y la sembradora. Por lo que respecta al buey. —Dirigió la mirada al buey y este se la devolvió—. También puedes llevártelo.

—¡Papá! —grité alarmado—. ¿De veras vas a seguir el consejo que te ha dado Jinlong?

—No te preocupes, hijo —dijo mientras se ponía de pie—. Jamás tomaré el camino que me señalen los demás. Seguiré mi propio rumbo.

—¡No te atreverás a ahorcarte, papá!

—¿Por qué iba a hacer una cosa así? A Jinlong todavía le queda un poco de conciencia. No tendría el menor problema en conseguir que la gente me ejecutara de la misma manera que el pueblo del condado de Pingnan mató a su campesino independiente. Pero su corazón no es así. Espera que muera por mí mismo. Si lo hago, el último punto negro del condado, de la provincia, de toda China, se borrará por sí solo. Pero no tengo la menor intención de morir. Si quieren matarme, no puedo hacer nada, pero es iluso esperar que me suicide. Voy a vivir, y a vivir bien. ¡China va a tener que acostumbrarse a este punto negro!