XIII. Un aluvión de invitados solicita la participación en la comuna

La agricultura independiente consigue a un defensor distinguido

—QIANSUI, no puedo permitir que me sigas llamando «Abuelo» —dije con voz tímida, dándole unos golpecitos en el hombro—, sólo porque ya haya cumplido los cincuenta y tú seas un muchacho de cinco años. Si nos retrotraemos cuarenta años, es decir, al año 1965, durante aquella primavera tan turbulenta, nuestra relación era la de un joven de quince años y un joven buey.

Él asintió con solemnidad.

—Es como si todo hubiera sucedido ayer.

Miré al buey a los ojos y percibí una mirada traviesa, o de ingenuidad, y de insubordinación…

Estoy seguro de que recuerdas la intensa presión a la que estuvo sometida tu familia aquella primavera. Eliminar al único campesino independiente que quedaba era una de las tareas más importantes a las que tenía que enfrentarse la Brigada de Producción de la aldea de Ximen, así como la Comuna del Pueblo de la Vía Láctea. Hong Taiyue consiguió la ayuda de los aldeanos que disfrutaban de un elevado prestigio y exigían un respeto universal: Tío Segundo Mao XShufshan, Viejo Tío Qu Shuiyuan y Cuarto Anciano Qin Buting; de mujeres persuasivas, como Tía Yang Guixiang, Tercera Hermana Política Su Erman, Hermana Chang Suhua y Tía Segunda Wu Qiuxiang; así como de estudiantes inteligentes y elocuentes, como Mo Yan, Li Jinzhu y Niu Shunwa. Esas diez personas son las únicas que soy capaz de recordar. De hecho, había muchas más y todas ellas aparecieron delante de nuestra puerta, como si fueran casamenteros o personas que quisieran demostrar su sabiduría o su elocuencia. Los hombres rodearon a mi padre, las mujeres a mi madre. Los estudiantes fueron a por mi hermana y a por mi hermano, pero tampoco a mí me dejaron libre. El humo que emanaba de las pipas de los hombres casi ahogaba a las salamandras que habitaban en nuestras paredes. Los traseros de las mujeres ocuparon las esterillas que se encontraban extendidas por las plataformas donde dormíamos, los kang, y los estudiantes nos rompieron la ropa en la persecución. «Uníos a la comuna, por favor, uníos a la comuna, despertad, no seáis locos. Si no lo hacéis por vosotros, hacedlo por vuestros hijos». Creo que durante esos días todo lo que tus ojos de buey vieron y todo lo que tus oídos de buey escucharon tenía que ver con unirse a la comuna. Cuando mi padre estaba vaciando tu redil, esos veteranos se hicieron fuertes en la puerta como si fueran una tropa de soldados leales y dijeron:

—Viejo Lan, buen sobrino, únete a la comuna. Si no lo haces, tu familia será infeliz, al igual que tus animales.

¿Infeliz? Yo era cualquier cosa menos eso. ¿Cómo podían saber que en realidad yo era Ximen Nao, que fui el burro Ximen, un terrateniente ejecutado, un burro desmembrado? Así que ¿por qué iba a querer sumarme a mi grupo de enemigos personales? ¿Por qué iba a ser tan reacio a estar apartado de tu padre? Porque sabía que era la única manera de poder tomar parte en una agricultura independiente.

Las mujeres se sentaron con las piernas cruzadas sobre la plataforma en la que dormíamos como parientes ruidosos que procedieran de una aldea lejana. Con la saliva acumulándose en las comisuras de la boca, se comportaban como los magnetófonos que hay en las tiendas de carretera, que siempre vomitan la misma melodía una y otra vez. Al final, mi ira acabó por imponerse:

—¡Grandes Tetas Yang y Culo Gordo Su, largaos ahora mismo de nuestra casa! ¡Me ponéis enfermo!

¿Se enfadaron? En absoluto. Con una risita estúpida, dijeron:

—Únete a la comuna y estarás con nosotras. Niégate y nuestros traseros echarán raíces aquí, sobre tu kang. Nuestro cuerpo tendrá retoños, echará hojas y florecerá. Nos convertiremos en árboles y saldremos por el tejado de tu casa.

De todas las mujeres, a la que más odiaba era a Wu Qiuxiang. A lo mejor porque hubo un tiempo en el que compartía a un hombre con mi madre y ella la trataba con especial enemistad.

—Yingchun, hay una diferencia entre tú y yo. Yo era una doncella que fue secuestrada por Ximen Nao, pero tú eras su preciosa concubina que le dio dos hijos. No quiero decir con ello que seas un miembro de la clase terrateniente y que quiera enviarte a que te reformes por medio del trabajo, ya que eso es mejor de lo que te mereces. Esa no es mi intención, ya que me trataste decentemente. Tuve que suplicar a Huang Tong que te sacara del apuro. Pero debes tener en cuenta la diferencia que existe entre los rescoldos moribundos y el fuego llameante.

A los rufianes de la escuela, con Mo Yan a la cabeza, les encantaba escucharse a sí mismos y demostrar toda su abundancia de energía así que, con el apoyo de la aldea y el aliento de la escuela, aprovecharon perfectamente esta oportunidad para armarla gorda. Estaban excitados como monos borrachos y se mostraban igualmente enérgicos. Algunos escalaron nuestro árbol, otros saltaron por encima del muro y gritaron a través de megáfonos, como si nuestra casa fuera un bastión contrarrevolucionario y ellos estuvieran lanzando la señal de ataque.

El testarudo Viejo Lan no es nuestro amigo. La agricultura independiente es un auténtico callejón sin salida. Un solo excremento de ratón estropea una tinaja de vinagre. Jinlong, Baofeng, Lan Jiefang poneos la mano en el corazón y tomad una decisión. Quedaos con vuestro padre y tened por seguro que estaréis muertos. Seguiréis estando en la cola y nunca podréis avanzar.

Mo Yan se inventó todos esos versos burlescos. Era un talento del que gozaba desde que era niño. ¡Oh, estaba muy enfadado! ¡Cómo odiaba a ese maldito Mo Yan! Era el hijo «mordaz» de mi madre, mi hermano «mordaz». ¡Cada Nochevieja mamá me hizo llevarte un cuenco de trozos de carne! ¡Hijo «mordaz»! ¡Hermano «mordaz»! ¡Mierda! La palabra «familia» no significa nada para ti. Así que decidí combatir el fuego con fuego. Me oculté en una esquina, saqué mi tirachinas y disparé un perdigón a la cabeza reluciente de Mo Yan, que se encontraba sentado en la horcadura de un árbol en el patio, gritando a través de su megáfono. Lanzando un grito estridente, Mo Yan se cayó del árbol. Pero que me parta un rayo si no se levantó en el tiempo que se tarda en fumar una pipa, con una herida sangrante en la frente. Tras el incidente, volvió a gritar:

—¡Lan Jiefang, pequeño sapo, sigue a tu padre por el camino tortuoso! Si te atreves a volver a seguirme, te voy a arrastrar hasta la comisaría.

Levanté mi tirachinas y apunté de nuevo a su cabeza. Esta vez arrojó el megáfono y descendió del árbol.

Jinlong y Baofeng no tenían estómago para aquellas cosas. Trataron de hablar con mi padre.

—¿Por qué no avanzamos y nos afiliamos, papá? —dijo Jinlong—. En el colegio nos tratan como basura.

—Cuando salimos a pasear —dijo Baofeng—, la gente grita a nuestras espaldas: «¡Mirad, allá van los hijos del campesino independiente!».

—Papá —prosiguió Jinlong—, veo trabajar a la gente de la brigada y siempre se están riendo y pasándolo bien, como si realmente fueran felices. Luego os veo a ti y a mamá y me doy cuenta de lo solos que estáis. ¿De qué vale tener unos cientos de catties de más? Pobres o ricos, todo el mundo recibe la misma porción.

Papá no dijo nada, pero mamá, que normalmente estaba de acuerdo con lo que decía papá, dio el valiente paso de aportar su opinión:

—Los niños hablan con cordura —dijo—. A lo mejor deberíamos afiliarnos.

Papá estaba fumando su pipa. Levantó la mirada y dijo:

—Podría considerar esa posibilidad si no me presionaran tanto. Pero viendo cómo se ciernen sobre su presa como si fueran aves de rapiña, no voy a darles esa satisfacción.

A continuación, miró a Jinlong y a Baofeng:

—Vosotros dos pronto os graduaréis y, bajo circunstancias normales, debería poder pagaros el instituto y la universidad y luego los estudios en el extranjero. Pero no dispongo de tanto dinero. Lo poco que he ido ahorrando a lo largo de los años, bueno, nos lo robaron todo. Y aunque encuentre los medios para pagaros los estudios, no os dejarían marchar y no sólo porque sea un campesino independiente. ¿Entendéis lo que os digo?

Jinlong asintió con la cabeza.

—Lo entendemos, papá. Nunca hemos pasado un día como mocosos terratenientes y no podemos decirte si Ximen Nao era blanco o negro, pero su sangre corre por nuestras venas y se cierne sobre nosotros como una sombra demoniaca. Somos unos jóvenes nacidos en la época de Mao Zedong y, aunque no hemos tenido elección a la hora de nacer, al menos podemos elegir qué camino tomar. No queremos ser granjeros independientes contigo, queremos unirnos a la comuna. Tanto si mamá y tú os afiliáis como si no, Baofeng y yo vamos a hacerlo.

—Gracias, papá, por alimentarnos durante diecisiete años —dijo Baofeng haciendo una reverencia—. Por favor, perdónanos por nuestra desobediencia. Con un padre biológico como el que tenemos, si no adoptamos tendencias progresistas, nunca conseguiremos ser nada en la vida.

—Así se habla, muy bien por los dos —dijo papá—. Últimamente he pensado mucho en ello y sé que no puedo obligaros a que me sigáis por este camino tortuoso.

A continuación, nos apuntó con el dedo y prosiguió su discurso:

—Vosotros afiliaos a la comuna. Yo seguiré cultivando la tierra solo. Juré ser siempre un campesino independiente y ahora no puedo dar marcha atrás y abofetearme en mi propio rostro.

—Si uno de nosotros se afilia —dijo mamá con lágrimas en los ojos—, entonces, hagámoslo como una familia. ¿De qué sirve trabajar solo?

—Ya lo he dicho antes. La única manera de que me una a la comuna es si el propio Mao Zedong me lo ordena. Pero esto es lo que ha dicho: «Unirse a una comuna es un acto voluntario. Abandonar una comuna es una decisión individual». ¿Qué derecho tienen a acosarme para que me afilie? ¿Acaso nuestros oficiales locales están por encima de Mao Zedong? Me niego a rendirme a ellos. A través de mis actos, voy a poner a prueba la credibilidad de las palabras de Mao Zedong.

—Papá —dijo Jinlong, con un trazo de sarcasmo deslizándose por su voz—, por favor, no sigas refiriéndote a él como Mao Zedong. Ese no es el nombre que solemos utilizar. ¡Para nosotros, es el Presidente Mao!

—Tienes razón —dijo papá—. Debería llamarle Presidente Mao. Como campesino independiente, todavía soy uno de los súbditos del Presidente Mao. Esta tierra y esta casa nos las entregó el Partido Comunista, liderado por el Presidente Mao. Hace un par de años, Hong Taiyue envió a una persona para que me dijera que si no me unía a la comuna tendrían que recurrir a la fuerza. Si una vaca no quiere beber, ¿le obligas a meter la cabeza en el agua? No. Voy a apelar. Voy a llevar mi caso al condado, a la provincia, incluso a Pekín, si es necesario.

A continuación, se volvió hacia mi madre:

—Cuando me vaya, tú y los niños os unís a la comuna. Disponemos de ocho acres de tierra y cinco personas. Uno coma seis acres por persona. Coges seis coma cuatro acres para ti y dejas el resto para mí. Tenemos un arado que nos dieron durante la reforma agraria. Llévatelo. Pero el buey joven se queda. No hay forma de dividir esta casa de tres habitaciones. Los niños han crecido y este lugar se ha quedado demasiado pequeño para ellos.

Después de que te afilies a la comuna, pide a la Brigada de Producción una parcela de tierra para construir una casa. Cuando esté lista, podrás mudarte y yo permaneceré aquí. Si algún día se viene abajo, levantaré una tienda de campaña, pero no pienso irme a ninguna parte.

—¿Por qué tienes que hacer eso, papá? —dijo Jinlong—. Al nadar en contra de la corriente del socialismo, ¿acaso no estás mirándote en un espejo para ver lo grotesco que es tu rostro? Puede que yo sea joven, pero tengo la sensación de que está en camino una clase guerrera. Para las personas como nosotros, que no tenemos unas raíces rojas a las que recurrir, nadar a favor de la corriente puede ser la única manera de evitar el desastre. Ir en contra de la corriente es como lanzar un huevo contra una roca.

—Por esa razón quiero que os unáis a la comuna. Soy mano de obra contratada, ¿a qué debo temer? Tengo cuarenta años y soy un hombre que nunca ha hecho grandes cosas en la vida. ¿Qué pasa entonces? Me he ganado un nombre siendo un campesino independiente. ¡Ja, ja, ja, ja!

Se rio con tanta fuerza que las lágrimas resbalaron por su azulado rostro. Luego se dirigió a mi madre.

—Prepárame algunas provisiones secas —dijo—. Voy a presentar mi caso ante las autoridades.

Esta vez, mi madre estaba llorando.

—Siempre he estado a tu lado durante todos estos años —dijo—. Ahora no puedo abandonarte. Deja que los niños se unan a la comuna y yo me quedaré aquí contigo.

—No —dijo—. Con el pasado turbio que tienes, unirte a la comuna es tu única protección. Si te quedas conmigo, tendrán todas las razones que necesitan para sacar a la luz tu pasado y eso se traducirá en más problemas para mí.

—Papá —atajé—. ¡Quiero quedarme a labrar la tierra contigo!

—¡Eso son tonterías! No eres más que un niño, ¿qué sabrás tú?

—Sé muchas cosas. Odio a Hong Taiyue, a Huang Tong y a toda esa pandilla tanto como tú. Y no me gusta nada Wu Qiuxiang. ¿Quién se cree que es, con esos ojos de perra maliciosa y esa boca que parece un culo? ¿Quién le ha dado derecho a venir a nuestra casa y a comportarse como si fuera una progresista?

Mi madre se quedó mirándome.

—¿Qué palabras son esas para un niño?

—Voy a labrar la tierra contigo, papá —dije—. Cuando extraigas el fertilizante, conduciré el carro del buey. Gracias a sus ruedas de madera, todo el mundo sabe quién llega. Crac, crac, me encanta ese sonido. Seremos independientes, héroes individuales. Te envidio, papá, y voy a quedarme contigo. No necesito ir a la escuela. Nunca he sido un buen estudiante. En cuanto empieza la clase, me quedo traspuesto. Papá, la mitad de tu rostro es de color azul y la mitad del mío también. Dos rostros azules, ¿cómo se puede separar eso? La gente se ríe de mí por mi marca de nacimiento. Pues bien, seremos los granjeros independientes del rostro azul, los únicos del condado, los únicos de la provincia. Eso me llena de orgullo. Papá, tienes que decir que estás de acuerdo.

Y lo hizo. Yo quería ir con él a presentar su caso a los oficiales, pero me pidió que me quedara en casa y cuidara del joven buey. Mi madre sacó algunas joyas de un agujero que había en la pared y me las entregó. Obviamente, hubo vacíos en la campaña de la reforma agraria y pudo arreglárselas para ocultar algunos objetos de valor. Papá vendió algunas joyas para conseguir dinero con el que hacer el viaje, luego fue a ver al jefe del condado Chen, el hombre que indirectamente había destrozado a nuestro burro, y le pidió su derecho a seguir siendo un campesino independiente. Mi padre defendió su caso con fuerza.

—Por lo que se refiere a la política —dijo Chen—, eres libre de cultivar la tierra de manera independiente. Pero espero que no elijas hacerlo.

—Jefe del condado —dijo Padre—, en el nombre de nuestro burro negro, me gustaría que me extendieras la garantía de que me das permiso para labrar la tierra por mí mismo. Una vez que lo coloque en la pared, nadie se atreverá a atacarme.

—Ah, aquel burro negro…, era un buen animal —comentó el jefe con tono emocionado—. Estoy en deuda contigo por lo que ha pasado. No puedo darte el tipo de aprobación que quieres, pero puedo entregarte una carta que explique tu situación al Comité de Trabajo de Campo de la Aldea.

Este también trató de convencerle para que se uniera a la comuna. Padre lo rechazó.

—Si el Presidente Mao aprueba una orden prohibiendo el cultivo independiente, me uniré. De lo contrario, no lo haré.

Conmovido por la intransigencia de mi padre, el jefe del Comité de Trabajo escribió dos líneas al final de la carta del jefe del condado: si bien es nuestro deseo que todos los campesinos se unan a las Comunas del Pueblo y avancen por el camino de la colectivización, cualquier persona que se niegue a unirse estará en su derecho a hacerlo. Las organizaciones de nivel inferior no pueden utilizar medidas coercitivas, y aún menos medios ilegales, para obligar a nadie a que se afilie a una comuna.

Mi padre colocó esta carta, que era como un edicto imperial, en un marco de cristal y la colgó en la pared. Había regresado de la capital provincial de muy buen humor. Ahora que mi madre, Jinlong y Baofeng se habían unido a la comuna, sólo nos quedaban para cultivar tres coma dos acres de los ocho originales, que estaban completamente rodeados por las parcelas que pertenecían al colectivo. Era una franja muy estrecha de tierra, como si fuera un dique que tratara de contener a un océano. Obedeciendo a su deseo de ser independiente, mi padre construyó una nueva habitación, levantó un muro para separarla de las otras tres y abrió una nueva puerta. Añadió una estufa y un kang y ahí es donde vivíamos los dos. Más allá de esta habitación y del cobertizo del buey, que se encontraba tras la pared sur, poseíamos tres coma dos acres de tierra, un buey joven, un carro con ruedas de madera, un arado de madera, una azada, una pala de hierro, dos guadañas, una pala pequeña, una horquilla con dos puntas, un wok, cuatro cuencos de arroz, dos platos de cerámica, un orinal, un cuchillo de carnicero, una espátula, una lámpara de queroseno y un pedernal.

Hay que admitir que carecíamos de muchas cosas, pero poco a poco íbamos añadiendo lo que necesitábamos. Papá me dio una palmada en la cabeza.

—Hijo, ¿por qué diablos quieres trabajar la tierra conmigo en estas circunstancias?

Sin pensármelo un segundo, respondí:

—¡Porque parece divertido!