Los ciudadanos hambrientos desmiembran y comen un burro
MI muñón se curó y por fin estuve fuera de peligro, pero había perdido la capacidad de trabajar y no era más que un burro tullido. El equipo del matadero vino varias veces e hizo una oferta para comprarme y así mejorar la vida de los camaradas del Partido con mi carne. Mi amo les envió de vuelta por donde habían venido entre sonoras maldiciones.
En una historia llamada «El burro negro», Mo Yan escribió:
La señora de la casa Yingchun encontró en alguna parte un zapato de cuero hecho polvo y lo limpió. Rellenó su interior con algodón, cosió una correa por encima de él y lo ató a la pata herida del tullido burro, lo cual le ayudó a estabilizarse. Y así, en la primavera de 1959, en las carreteras de la aldea se podía contemplar una escena extraña: el campesino independiente Lan Lian empujando un carro de ruedas de madera, lleno hasta arriba de fertilizante, con los brazos desnudos y un gesto insolente en el rostro. El burro que empujaba el carro llevaba un zapato viejo de cuero en una pata mientras avanzaba cojeando, con la cabeza agachada. El carro se movía muy despacio y las ruedas traqueteaban. Lan Lian, doblando la espalda hasta la altura de la cintura, empujaba con todas sus fuerzas. El burro tullido también tiraba con toda la energía que podía para hacer un poco más fácil el trabajo de su amo. Al principio, la gente se detenía a contemplar a ese extraño equipo y algunos incluso se tapaban la boca para ocultar una sonrisa, pero, al final, las risas desaparecieron. Durante los primeros años de trabajo en la cooperativa, los niños de la escuela elemental solían molestarles. Algunos de los chicos más traviesos solían tirar piedras al burro, pero siempre recibían su castigo en casa.
Durante la primavera, la tierra se comporta como una rosquilla con levadura. Además de las ruedas de nuestro carro cargado hasta arriba, mis pezuñas también se hundían profundamente en el suelo, haciendo que resultara casi imposible seguir avanzando. Había que sacar el fertilizante del campo, así que teníamos mucho trabajo por delante. Tiré con todas mis fuerzas para hacerle el trabajo más fácil, pero no había avanzado más allá de una docena de pasos cuando perdí en la tierra el zapato que me había hecho mi señora. Cuando el muñón al descubierto golpeó el suelo como un bastón, un terrible dolor llevó al límite mis glándulas sudoríparas. Hii-haa, hii-haa. ¡Me está matando! Soy peor que un inútil, mi amo. Con el rabillo del ojo vi el lado azul de su rostro y los ojos saltones; estaba determinado a ayudarle a tirar del carro por el campo aunque tuviera que arrastrarme, en parte para compensarle por su amabilidad, pero también para restituir todas las miradas de engreimiento y dar ejemplo a todos esos pequeños cabrones. Como consecuencia de la pérdida de equilibrio, tuve que agacharme hasta que mi rodilla tocó el suelo. Ah, aquello dolía mucho menos que tocarlo con el muñón y era más cómodo para empujar. Así que me agaché sobre las dos rodillas, completamente arrodillado, tiré con todas mis fuerzas y conseguí que el carro volviera a moverse. El fuste se me clavaba en la garganta y tenía problemas para respirar. Sabía que mi aspecto debía de ser de lo más extraño, que sin duda rozaba el ridículo, pero no me importaba que se rieran, que se rieran todos, siempre y cuando pudiera ayudar a mi amo a mover el carro hasta donde él quisiera ir. Este empeño representaba una victoria, y la gloria.
Después de descargar el fertilizante, mi amo se acercó y pasó los brazos alrededor de mi cabeza. Estaba sollozando con tanta fuerza que apenas podía pronunciar palabra:
—Negrito…, qué burro más bueno eres…
Después de sacar su pipa y llenarla, la encendió y dio una fuerte calada. A continuación, me colocó la boquilla en la boca.
—Da una calada, Negrito —dijo—. Así no te sentirás tan agotado. Después de seguirle durante tantos años, me había enganchado al tabaco. Aspiré una fuerte bocanada y solté el humo por la nariz.
Aquel invierno, después de enterarse de que a Pang Hu, el director de la Cooperativa de Comercio y Aprovisionamiento, le habían colocado una pierna ortopédica, mi amo decidió que yo también merecía que me colocaran una pezuña ortopédica. Con ese fin, él y su esposa acudieron a ver a la mujer de Pang Hu, Wang Leyun, con quien mantenían una amistad forjada años atrás, y le dijeron lo que tenían en mente. Encantada de complacernos, dejó que mi amo y su esposa examinaran la nueva pierna de Hu desde todos los ángulos. La habían diseñado en una fábrica que se dedicaba a producir prótesis para los héroes tullidos de la revolución, un servicio que evidentemente se denegaba a alguien como yo, un burro. Aunque la fábrica hubiera estado dispuesta a realizar la tarea, mi amo no habría podido permitirse pagar su precio. Así que decidieron hacer una pezuña ortopédica ellos mismos. Para ello necesitaron tres meses enteros, siguiendo un método de prueba y error, hasta que por fin consiguieron producir una pezuña falsa que guardaba bastante parecido con la real. Lo único que faltaba era colocarla.
Me hicieron caminar por el patio. La nueva pezuña era mucho mejor que el zapato desvencijado y, aunque mi paso era en cierto modo muy rígido, mi cojera resultaba menos pronunciada. Así que mi amo me dejó salir a la calle, con la cabeza alta, el pecho hacia fuera, como si estuviera presumiendo con orgullo. Traté por todos los medios de imitar su actitud y le hice sentir la dignidad que se merecía. Los niños de la aldea se colocaron detrás de nosotros para compartir su excitación. Viendo las miradas que se dibujaban en los rostros de la gente y escuchando lo que decían, podría asegurar que le tenían en muy alta estima. Entonces, cuando nos encontramos con el enjuto y cetrino Hong Taiyue, este comentó:
—Lan Lian, ¿estás haciendo una demostración para la Comuna del Pueblo?
—No me atrevería —replicó mi amo—. La Comuna del Pueblo y yo somos como agua del pozo y agua del río. Jamás se mezclan.
—Sí, pero estás caminando por la calle de la Comuna del Pueblo —dijo Hong señalando primero a la calle y luego al cielo que se extendía sobre nuestras cabezas—. Y estás respirando el aire que envuelve la Comuna del Pueblo y te estás empapando de los rayos de sol que caen sobre la Comuna del Pueblo.
—Esta calle ya estaba aquí antes de que se creara la Comuna del Pueblo, lo mismo que el aire y el sol. Todo ello le fue entregado a todo el pueblo y a los animales por los poderes del Cielo, y tú y tu Comuna del Pueblo no tenéis ningún derecho a monopolizarlos.
Inspiró con fuerza, golpeó con el pie en el suelo y levantó el rostro hacia el sol.
—¡Maravilloso aire y extraordinaria luz del sol!
A continuación me dio un golpecito en el hombro y dijo:
—Negrito, respira profundamente, patea el suelo y deja que los rayos de sol te calienten.
—Ahora hablas así, Lan Lian, pero algún día cederás —dijo Hong.
—Viejo Hong, recoge la calle, guarda el sol bajo llave y tápame la nariz si puedes.
—Espera y verás —dijo Hong indignado.
Traté de hacer uso de mi pezuña trabajando algunos años más para mi amo. Pero entonces, llegó la hambruna, que siempre convierte a las personas en animales salvajes, crueles y sin sentimientos. Después de comerse toda la corteza de los árboles y las hierbas que eran comestibles, una banda de hombres entró en el recinto de la finca Ximen como una manada de lobos hambrientos. Mi amo trató de protegerme amenazándoles con un bastón, pero perdió el valor ante la amenazante luz verde que desprendían sus ojos. Arrojó al suelo el bastón y salió corriendo. Me eché a temblar de miedo ante la presencia de aquella banda, sabiendo que el día en que tenía que ajustar cuentas había llegado, que mi vida como burro había completado su círculo. Todo lo que me había sucedido a lo largo de los diez años desde que me había reencarnado en este lugar de la Tierra pasó a gran velocidad ante mí. Cerré los ojos y esperé.
—¡Cogedlo! —Escuché que alguien gritaba en el patio—. ¡Vaciad los almacenes de grano del campesino independiente! ¡Matadlo! ¡Matad al burro tullido del campesino independiente!
Escuché los gritos de terror que profería mi esposa y los niños, así como algunos sonidos de pillaje y lucha entre los hambrientos. Un golpe pesado en la cabeza me dejó aturdido y sacó mi alma de mi cuerpo para que surcara los cielos que se extendían sobre mi cabeza mientras observaba cómo el pueblo cortaba y desmembraba el cadáver de un burro hasta convertirlo en un montón de pedazos de carne.