IX. El burro Ximen se encuentra con Ximen Bai en un sueño

Cumpliendo ordenes los milicianos, detienen a Lan Lian

AMIGO mío, a continuación voy a relatarte los acontecimientos que tuvieron lugar en el año 1958. Mo Yan ya lo hizo en muchas de sus historias, pero no decía más que tonterías que no se deben creer. Lo que voy a revelar es mi experiencia personal, una aportación muy valiosa para la historia. En aquel tiempo, los cinco niños que vivían en la finca Ximen, incluyéndote a ti, estudiaban segundo año de primaria en la escuela elemental comunista del concejo de Gaomi del Noreste. Pasaré por alto cualquier debate acerca de la gran campaña de fundición y de los hornos que se habían levantado en el patio trasero, ya que no hay nada interesante que contar al respecto. Tampoco voy a tocar el tema de las cocinas comunales ni de los importantes movimientos de granjeros que se produjeron a lo largo de todo el condado. ¿Qué sentido tiene detenerse a hablar de cosas en las que estuviste implicado? Por lo que se refiere a abolir aldeas y amalgamar las brigadas de producción, creando de la noche a la mañana una Comuna del Pueblo…, bueno, de eso sabes tú más que yo. Lo que me gustaría relatar son algunas experiencias que yo, un burro criado por un campesino independiente, tuve en 1958, un año muy especial. Haré todo lo que esté en mi mano por evitar entrar en cuestiones políticas, pero debes perdonarme si consiguen abrirse paso en mi relato.

Era una noche de luna llena de mayo. Las brisas cálidas que venían de los campos transportaban aromas deliciosos: trigo maduro, juncos de la ribera del río, arbustos de tamarisco creciendo sobre los bancos de arena, árboles derribados… Todos esos aromas me complacían mucho, pero no lo suficiente como para huir del hogar de aquel testarudo campesino independiente tuyo. Si quieres saber la verdad, lo que más me atraía para que mordiera el ronzal y huyera, fueran cuales fueran las consecuencias, era el olor de una burra, una reacción normal en un macho adulto sano. No hay que avergonzarse por ello. Desde que perdí un testículo por culpa de ese cabrón de Xu Bao, no podía evitar sentir que había perdido capacidad para ya sabes qué. Es cierto que todavía me quedaban dos, pero no tenía demasiada fe en que pudieran hacer bien su trabajo. Hasta aquella noche, es decir, cuando se despertaron de su letargo; se calentaron, se expandieron e hicieron que mi órgano se levantara como una barra de acero, emergiendo una y otra vez hasta enfriarse. La imagen de una burra no dejó lugar en mi mente para los asuntos que en aquellos tiempos cautivaban los corazones y las almas de las personas: ella tenía un cuerpo perfecto, con unas preciosas patas largas. Sus ojos eran claros y limpios y su pelaje relucía suave y brillante. Quería conocerla y aparearme con ella. Eso era lo único que me interesaba. Todo lo demás me importaba una mierda.

La puerta del recinto de la familia Ximen se había quitado y eliminado, al parecer para utilizarla como combustible para un horno de fundición. Aquello quería decir sencillamente que morder mi ronzal era un acto de liberación. Pero no lo olvides, unos años antes había conseguido saltar por encima del muro así que, con puerta o sin ella, no había nada que pudiera contenerme.

Una vez en la calle, cabalgué siguiendo aquel aroma embriagador. No tenía tiempo para fijarme en lo que había en mi camino, ya que todo guardaba relación con la política. Salí corriendo de la aldea, dirigiéndome hacia la granja administrada por el estado, donde la luz de las hogueras tornaba la mitad del cielo de color rojo. Aquel lugar, por supuesto, era el horno más importante del concejo de Gaomi del Noreste. Más tarde, los acontecimientos demostraron que sólo lo que se producía en aquellos hornos podría optar al título de acero utilizable. El mérito lo tenía la congregación de una serie de ingenieros siderúrgicos veteranos que habían estudiado en el extranjero y que habían regresado a su hogar como derechistas que estaban experimentando una reforma a través del trabajo.

Estos ingenieros se colocaban junto a los hornos para supervisar el trabajo de los obreros temporales que habían llegado de las granjas para producir acero. El gran fuego que había dentro de ellos teñía sus rostros de rojo. Una docena o más de hornos se alineaba a lo ancho del río con los que se transportaban las cosechas. Al oeste del río se encontraba la aldea de Ximen; al este, la granja del estado. Los dos ríos del concejo de Gaomi del Noreste alimentaban a este río mayor y en el punto en que convergían se extendía una zona pantanosa y llena de juncos que tenía una barra de arena y varios kilómetros de arbustos de tamarisco. Al principio, los aldeanos mantenían las distancias con las personas que trabajaban en la granja del estado, pero aquellos eran tiempos de unidad, cuando los grandes Cuerpos del Ejército se encontraban librando batallas. Los carros de bueyes, las carretas tiradas por caballos e incluso los carros de dos ruedas tirados por personas se agolpaban en la carretera, transportando un mineral marrón que afirmaban haber sacado de las minas de hierro. Los lomos de los burros y de las mulas estaban cargados de lo que se suponía que era dicho mineral. Los ancianos, las mujeres e incluso los niños transportaban el hierro en cestas, formando una corriente constante, como si fueran una colonia de hormigas, y sus cargas llegaban hasta los gigantescos hornos que se encontraban en la granja del estado. A lo largo de los últimos años, la gente solía decir que la gran campaña de fundición no producía más que residuos de fundición, y eso no era así. Los oficiales del concejo de Gaomi demostraron lo inteligentes que eran poniendo a trabajar a los ingenieros de derechas, lo que dio lugar a una producción de acero utilizable.

En medio del poderoso torrente de colectivización, los residentes de la Comuna del Pueblo se olvidaron por completo de Lan Lian, el campesino independiente, y le dejaron libre durante varios meses para que actuara fuera del sistema autorizado. Entonces, cuando se dejó pudrir la cosecha de la cooperativa mientras la gente fundía acero, Lan Lian obtuvo cómodamente una abundante cosecha de grano en sus ocho acres de tierra. También cortó varios miles de catties de juncos en lugares a los que nadie acudía, con los que planeó tejer esterillas de junco para venderlas en invierno, cuando no había ningún trabajo que hacer en la granja. Como le habían olvidado por completo, la gente había dejado también de pensar en el burro. Por tanto, en una época en la que incluso los camellos famélicos se utilizaban para transportar hierro, yo, un fornido burro macho, podía acudir libremente al encuentro de un aroma que desbordaba mis pasiones.

Mientras cabalgaba por la carretera, pasé junto a muchas personas y sus animales, incluyendo a una docena o más de burros, aunque no había el menor rastro de la hembra cuyo tentador aroma me arrastraba hacia ella. Cuanto más lejos viajaba, más débil era el aroma, desaparecía por momentos, y luego reaparecía de nuevo, como si quisiera mantenerme alejado. No sólo confiaba en mi sentido del olfato, sino también en mi propia intuición, y esta me decía que no iba en la dirección equivocada, que la burra que estaba siguiendo llevaba o tiraba de una carga de mineral de hierro. No había otra posibilidad. En una época como aquella, donde había una organización tan estrecha y una demanda tan grande de acorazados, ¿era remotamente posible que un segundo burro despreocupado estuviera escondido en alguna parte, percibiendo el hecho de que ella estuviera en celo? Antes de la creación de la Comuna del Pueblo, Hong Taiyue dedicó algunos improperios a mi amo:

—Lan Lian, eres el único jodido campesino independiente de todo el concejo de Gaomi. Eso hace que seas un garbanzo negro. Espera a que acabemos con esta partida, que nos ocuparemos de ti.

Como un cerdo muerto que ya no teme que lo escalden en el agua, mi amo adoptó un aire despreocupado.

—Aquí estaré esperando.

Crucé el puente que se alzaba sobre el río por el que se transportaban productos, que había sido bombardeado unos años antes y se había reconstruido recientemente. Rodeé la zona donde resplandecían los hornos, sin conseguir ver a la burra. Mi aparición revitalizó a los trabajadores del horno, que eran como muertos puestos de pie, como si fueran un puñado de borrachos. Comenzaron a rodearme, sujetando ganchos y palas, con la intención de capturarme. Pero aquello era imposible. Ya estaban jadeando de cansancio y si corría no había oportunidad de que pudieran recobrar las energías suficientes para atraparme. Si, por lo que fuera, conseguían hacerlo, estarían demasiado débiles para sujetarme. Gritaron, chillaron, pero todo era un farol. Los fuegos crujientes hacían que pareciera todavía más impresionante de lo habitual, ya que conseguían que mi pelaje negro reluciera como el satén, y estaba completamente seguro de que aquellos hombres no podían recordar haber visto jamás a una figura como la que en aquellos momentos tenían ante sus ojos, el primer burro realmente noble y digno que habían conocido. Hii-haa… Arremetí contra ellos mientras trataban de rodearme, desperdigándolos. Algunos tropezaron y cayeron, otros salieron corriendo, arrastrando tras ellos sus herramientas, como un ejército derrotado que se bate en retirada. Todos menos uno, un muchacho bajito que llevaba un sombrero de paja. Me atizó en la grupa con su gancho de acero. Hii-haa… El gancho de ese hijo de puta todavía estaba caliente y olía a algo quemado. ¡Maldito sea como me haya marcado! Lancé una patada con las patas traseras, salí de los encendidos alrededores y penetré en una zona oscura donde había mucho barro, y desde allí avancé por entre los juncos.

El barro húmedo y la neblina acuosa fueron calmándome poco a poco y aliviando el dolor que sentía en mi grupa. Pero todavía me dolía y era peor que el mordisco que me había dado el lobo. Continué avanzando a lo largo de la enlodada ribera y me detuve a beber un poco de agua del río, que tenía el desagradable sabor de la orina de un sapo. Engullí algunos pequeños cuerpos que sabía que eran renacuajos. Sin lugar a dudas era nauseabundo, pero ¿qué podía hacer? A lo mejor tienen un efecto curativo, así que sería como tomarse una dosis de medicamento. Perdí todos los sentidos, no sabía qué hacer, hasta que ese aroma reapareció de forma repentina, como un hilo de seda rojo en el viento. Temeroso de perderlo de nuevo, perseguí otra vez el rastro, esta vez confiado en que me conduciría hasta la burra. Ahora que había marcado cierta distancia entre los fuegos del horno y yo, la luna parecía ser más brillante. Las ranas croaban por todo el río y, procedentes de algún lugar lejano, detecté gritos humanos y el sonido de los tambores y los gongs. No hacía falta que me dijeran que estaba escuchando los gritos histéricos de una supuesta victoria proferidos por algunos fanáticos.

Así que seguí el hilo rojo del aroma durante mucho tiempo, dejando tras de mí los hornos de fundición de la granja del estado. Después de pasar por una aldea sombría de la cual no emergió ningún ruido, penetré en un camino estrecho que estaba bordeado a la izquierda por campos de trigo y a la derecha por un bosque de álamos blancos. El trigo, que estaba listo para ser recogido, desprendía un aroma seco y chamuscado bajo los fríos rayos de luna. Las alimañas que se desplazaban por el campo emitían ruidos estridentes a medida que rompían las borlas de los tallos de trigo y enviaban lluvias de grano por el suelo. La luz que rebotaba de las hojas de los álamos se convertía en monedas de plata. Pero ¿quién tenía tiempo para reparar en esa hermosa escena? Sólo trato de que tengas una idea aproximada de cómo era el paisaje. De repente…

El aroma inundó el aire, como un fino licor, como la miel, como vainas recién salidas de la sartén. El hilo rojo que se dibujaba en mi imaginación se convirtió en una gruesa cuerda del mismo color. Después de viajar la mitad de la noche y de pasar por multitud de penalidades, como encontrar un melón el final de una parra, por fin estaba a punto de conocer a mi verdadero amor. Avancé a toda prisa, pero ralenticé abruptamente el ritmo después de unos cuantos pasos, ya que bajo la luz de la luna una mujer vestida de blanco se encontraba en mitad del camino con las piernas cruzadas. No había el menor rastro de una burra, ni de una hembra de ningún otro tipo. Y, sin embargo, el aroma de una burra en celo estaba suspendido en el aire que nos rodeaba. ¿Aquello era una trampa? ¿Era posible que una mujer pudiera emitir un aroma capaz de volver loco a un burro? Despacio, con cuidado, me acerqué a la mujer. Cuanto más cerca estaba de ella, más intenso se iluminaba en mi mente el recuerdo de Ximen Nao, como una serie de chispas que crearan un reguero de pólvora, llevando mi conciencia de burro a las tinieblas y reafirmando mis emociones humanas. No me hizo falta ver su rostro para saber de quién se trataba. Aparte de Ximen Bai, ninguna otra mujer desprendía ese aroma a almendras amargas. ¡Mi esposa, mi pobre esposa, pobre mujer!

¿Por qué me refiero a ella de esa manera? Porque de las tres mujeres que han existido en mi vida, ella es la que corrió una suerte más amarga. Yingchun y Qiuxiang se volvieron a casar con campesinos que adquirieron un estatus más elevado en la nueva sociedad. Ella, como miembro de la clase terrateniente, se había visto obligada a vivir sola en la antigua cabaña del cuidador de Ximen y sufrir una reforma insoportable a través del trabajo. La pequeña y limitada barraca, con sus paredes de tierra prensada y su tejado de paja, estaba tan desvencijada que no podía soportar el azote del viento y de la lluvia y corría el peligro de venirse abajo en cualquier momento. Cuando eso sucediera, la enterraría para siempre. Los elementos indeseables de la sociedad se habían unido a la Comuna del Pueblo, bajo la supervisión de los campesinos de clase media y baja, reformándose por medio del trabajo. De acuerdo con la práctica común, ella también debería haber pasado a ser un miembro de los equipos de transporte de hierro o debería haberse dedicado a partir grandes pedazos de hierro bajo la supervisión de Yang Qi y otros de su clase, con su pelo desarreglado, su rostro cubierto de suciedad y mugre, sus ropas raídas y harapientas, siendo más un fantasma que un ser humano. Por tanto, ¿por qué se encontraba sentada en ese encantador paraje, vestida de blanco y desprendiendo una fragancia irresistible?

—Sabía que vendrías, esposo, sabía que estarías aquí. Estaba segura de que, después de todos estos años de sufrimiento, después de ver tantas traiciones y conductas vergonzosas, serías capaz de recordar lealtad.

Me dio la sensación de que hablaba consigo misma y que, al mismo tiempo, estaba vertiendo su angustia sobre mí. Su voz contenía cierto tono de dulzura y desolación.

—Sabía que mi esposo había sido convertido en burro, pero aun así sigues siendo mi marido, el hombre en el que me apoyo. Sólo después de que te convirtieras en burro sentí que verdaderamente éramos dos almas gemelas. ¿Te acuerdas de cómo nos encontramos el día de los difuntos en el año en que naciste? Tú pasaste por delante de la cabaña donde vivo mientras ibas a coger verduras con Yingchun. Aquel día te vi mientras en secreto añadía tierra fresca a tu tumba y a la de tus padres y te acercaste a mí, mordisqueando el lino de mi chaqueta con tus labios blandos y sonrosados. Levanté la mirada y te vi. Eras un burrito muy hermoso. Te rasqué la nariz y las orejas y tú me lamiste la mano. Me dolió el corazón, aunque se avivó, sintiendo pena y calor a la vez, y las lágrimas resbalaron desde mis ojos. A través de la niebla vi que los tuyos también se habían humedecido y en ellos contemplé mi propio reflejo. Conocía muy bien aquella mirada. Sé que sufriste muchas injusticias, esposo mío. Cubrí tu tumba con la tierra que tenía en mi mano y luego la extendí por encima de ella, sollozando en silencio mientras apretaba mi rostro sobre la fresca y amarilla tierra. Tú me tocaste dulcemente el trasero con tu hocico, haciendo que volviera la cabeza, y vi de nuevo aquella mirada en tus ojos. Esposo mío, creo sinceramente que has vuelto a nacer en forma de burro. Qué desconsiderado ha sido el señor Yama al convertir a mi amado esposo en un asno. Pero entonces pensé que a lo mejor fuiste tú el que lo eligió, que en tu constante preocupación por mí, preferiste regresar en forma de burro para ser mi compañero. A lo mejor el señor Yama había pensado dejar que te reencarnaras en una familia rica y poderosa, pero elegiste llevar la vida de un burro, mi querido, mi querido esposo…

La angustia creció en mi interior y no pude evitar echarme a llorar desesperadamente. Pero en mitad de las lágrimas, el sonido de los clarines lejanos, de los tambores de latón y de los címbalos llenó el aire. Yingchun, que se encontraba de pie detrás de mí, dijo dulcemente: «No llores, no son más que unas personas que se acercan».

Ella todavía era una mujer muy consciente. Bajo las verduras silvestres que llevaba en la cesta estaba escondido un fardo de dinero para ofrendas y adiviné que lo había llevado para quemarlo en tu tumba. Hice un esfuerzo por dejar de llorar y te observé a ti y a Yingchun avanzando hacia el bosque de pinos negros. Cada tres pasos te detenías y te dabas la vuelta para mirar, a cada quinto dudabas y yo era consciente de la profundidad de los sentimientos que tenías hacia mí. El contingente de personas cada vez estaba más cerca, ya que los gongs y los tambores eran una señal de que se acercaban, con banderas rojas del color de la sangre y con coronas de flores del color de la nieve. Los maestros y los estudiantes de la escuela elemental venían a barrer las tumbas de los mártires. Caía una ligera lluvia y las golondrinas volaban bajas en el cielo. Las flores de melocotón eran como una puesta de sol en el cementerio de los mártires, los cánticos de los visitantes llenaban el aire, pero tu esposa no se atrevía a llorar sobre tu tumba, esposo mío. Aquella noche entraste salvajemente en el recinto de la oficina de la aldea y me mordiste, y todo el mundo pensó que te habías vuelto loco, pero yo sabía que estabas atrayendo mí atención ante el modo tan injusto con que me estaban tratando. Ya habían desenterrado los objetos de valor de la familia. ¿Realmente creían que había más dinero enterrado en la bahía del Loto? Consideré aquel mordisco como un beso de mi esposo. Tal vez fuera más violento de lo habitual, pero aquella fue la única manera de que yo pudiera imprimirlo indeleblemente en mi corazón. Muchas gracias por aquel beso, esposo mío, ya que fue mi salvación. Cuando vieron mi sangre, se asustaron tanto de que pudiera morir que me llevaron de vuelta a casa. Mi hogar, la pequeña cabaña derruida que se levanta junto a tu tumba. Me acosté en el húmedo y sucio colchón, con la esperanza de que me sobreviniera una muerte temprana para así poder reencarnarme en un burro y poder estar unidos de nuevo y que fuéramos una encantadora pareja de burros…

«Xinger, Bai Xinger, mi esposa, mi propia…», traté de gritar con todas mis fuerzas, pero lo único que salió de mi garganta fueron sonidos de burro. La garganta de un burro frustró mis intentos de lanzar un discurso humano. En ese momento odié mí cuerpo de burro. Traté por todos los medios de decirte algo, pero la realidad es cruel y, a pesar de las palabras de amor que se formaron en mi corazón, lo único que salió de mi garganta fue: Hii-haa, hii-haa. Así que lo único que podía hacer era besarte, acariciarte con mis pezuñas y dejar que mis lágrimas cayeran sobre tu rostro. Las lágrimas de un burro son tan grandes como las gotas de lluvia más colosales. Lavé tu rostro con mis lágrimas mientras te encontrabas tumbada boca arriba, levantando la mirada hacia mí, con las lágrimas empapando tus ojos mientras murmurabas: «Esposo, mi esposo…». Te rasgué las vestiduras con mis dientes y te cubrí de besos, recordando repentinamente nuestra noche de bodas. Tú eras tan tímida, jadeabas de forma tan fascinante, y puedo asegurar que eras una hija procedente de una familia refinada, una chica que podía adornar un doble loto y recitar «Los versos de los mil poetas».

Una multitud de aldeanos, aullando y gritando, apareció en el recinto Ximen y me sacó de mi sueño. No debían ser buenos momentos para mí, sin una dicha matrimonial. Me hicieron regresar de mi medio humana existencia a mi medio burra existencia. Volvía a ser un burro de la cabeza hasta el rabo. Todo el mundo lucía un aire de arrogancia mientras avanzaba torpemente hacia las habitaciones del ala oeste y salieron custodiando a Lan Lian. Le habían metido una bandera blanca de papel por la parte posterior del cuello. Aunque trató de resistirse, pudieron doblegarle sin mucho esfuerzo. Y cuando trató de protestar, dijeron:

—Nos han ordenado que te informemos de que puedes cultivar tu propia tierra si eso es lo que quieres, pero la fundición del acero y la creación de una reserva son proyectos nacionales que exigen la participación de todos los ciudadanos. Hemos pasado por alto lo que hacías mientras creábamos la reserva, pero esta vez no te librarás de trabajar.

Dos hombres sacaron a Lan Lian del recinto y otro vino a sacarme del cobertizo. Era un camarada que gozaba de una considerable experiencia en el tratamiento de animales domésticos: deslizándose junto a mí, me agarró con fuerza de la brida y la apretaba contra mi boca en cuanto mostraba el menor signo de resistencia, lo que me producía un dolor insoportable y hacía que me resultara difícil respirar.

La esposa de mi amo salió para tratar de impedir que me sacara de allí.

—Puedes llevarte a trabajar a mi marido, eso lo acepto —dijo—, y yo machacaré rocas y fundiré acero si quieres. Pero no puedes llevarte a mi burro.

Con una mueca de ira e impaciencia, el hombre dijo:

—¿Por quién nos has tomado, ciudadana, por soldados títeres que se dedican a confiscar el ganado del pueblo? Somos miembros esenciales de la milicia de la Comuna del Pueblo y estamos cumpliendo órdenes. Nos limitamos a hacer nuestro trabajo. Nos llevamos al burro para que cargue. Te lo devolveremos cuando hayamos acabado con él.

—¡Yo iré por él! —dijo Yingchun.

—Lo siento, pero esas no son nuestras órdenes y no estamos autorizados a improvisar.

Lan Lian se soltó de los hombres que le sujetaban.

—No tenéis ningún derecho a tratarme de este modo —dijo—. Crear una reserva y fundir acero son proyectos nacionales, por tanto no dudéis de que iré sin presentar la menor queja. Decidme qué debo hacer y lo haré. Pero os pido una cosa. Dejad que el burro vaya conmigo.

—No estamos autorizados a permitir eso. Plantea tu petición a nuestros superiores.

Dicho esto, el hombre me condujo con precaución, preparado para cualquier contingencia, mientras Lan Lian salía escoltado del recinto y de la aldea como si fuera un desertor del ejército. Pasamos las antiguas oficinas del distrito y llegamos hasta la Comuna del Pueblo, que resultó que era donde el herrero de la nariz roja y su aprendiz me habían colocado mi primer juego de herraduras en su fragua. Mientras pasábamos junto al cementerio de los antepasados de Ximen, algunos estudiantes de instituto, bajo la supervisión de sus maestros, estaban cavando tumbas y retirando lápidas. Una mujer de blanco ataviada de luto salió a toda velocidad de la cabaña del guardia y corrió hacia los estudiantes. Se lanzó sobre la espalda de uno de ellos y le pasó las manos alrededor del cuello. Pero, de repente, apareció volando un ladrillo y fue a golpear en la parte posterior de la cabeza de aquella mujer. Su rostro se tornó de un blanco fantasmal, como si estuviera cubierto de cal viva. Sus gritos ensordecedores me irritaron. Unas llamas más intensas que el acero derretido salieron de mi corazón y escuché cómo un grito humano salía de mi garganta:

—¡Deteneos! ¡Yo, Ximen Nao, os exijo que dejéis de cavar las tumbas de mis antepasados! ¡Y no os atreváis a golpear a mi esposa!

Me di la vuelta, ignorando el dolor que me producían las bridas en los labios, levanté en volandas al hombre que se encontraba detrás de mí y, a continuación, le lancé sobre el barro que cubría la carretera. Como burro, podría haber tratado lo que veía con indiferencia. Pero como hombre, no podía permitir que nadie excavara las tumbas de mis antepasados ni golpeara a mi esposa. Arremetí contra el grupo de estudiantes y mordí a uno de los maestros en la cabeza. A continuación dejé sin sentido a un estudiante que se había agachado para coger tierra. Los estudiantes salieron corriendo, mientras los maestros estaban tumbados en el suelo. Observé cómo Ximen Bai rodaba por el suelo y lancé una última mirada a las tumbas abiertas antes de darme la vuelta y correr hacia los oscuros confines de un bosque de pinos.