Un héroe colosal llega a la finca
EL 24 de enero de 1955 Ríe el primer día del primer mes del Año Lunar Yiwei. También era el día que Mo Yan eligió como fecha de su cumpleaños. Durante los años ochenta, los oficiales que aspiraban a ocupar cargos durante más tiempo o que querían ascender todavía más en el escalafón de la burocracia solían cambiar su edad y su currículo, pero ¿quién habría pensado que Mo Yan, que desde luego no era un oficial, se iba a unir a esa moda pasajera? Era una agradable mañana y algunas bandadas de palomas llevaban volando en círculos por el cielo desde primera hora, con su melódico arrullo, llegando primero desde una dirección, luego desde otra. Mi amo dejó de trabajar para levantar la cabeza hacia el cielo. La mitad azul de su rostro presentaba una apariencia muy hermosa.
A lo largo del año anterior, los ocho acres de tierra de la familia Lan habían producido 2800 catties de grano, una media de trescientos cincuenta por acre. Además, habían producido veintiocho calabazas plantadas en los surcos que se habían excavado entre las cosechas, así como veinte catties de cáñamo de gran calidad. Lan Lian se negaba a creer que la cooperativa recogiera una cosecha de cuatrocientos catties por acre, tal y como había declarado, y muchas veces le oía preguntar a Yingchun:
—¿De veras crees que pueden producir cuatrocientos catties teniendo en cuenta el modo en el que trabajan? ¿A quién se creen que están engañando?
La sonrisa de Yingchun no podía ocultar la preocupación que sentía en lo más profundo de su ser.
—Eres el hombre de la casa, pero ¿por qué siempre tienes que cantar con un tono distinto al de los demás? Ellos son multitud y nosotros estamos solos.
—Recuerda que un poderoso tigre no es buena compañía para una manada de lobos —dijo Lan Lian mirándola—. ¿De qué tienes miedo? Contamos con el apoyo del jefe del distrito Chen.
Mi amo, que llevaba puesta una gorra marrón de fieltro y un flamante abrigo acolchado atado a la cintura por una banda de paño verde, me estaba cepillando el pelaje, algo que resultaba muy reconfortante desde el punto de vista físico, y sus elogios tenían el mismo efecto en mi estado de ánimo.
—Viejo Negrito —dijo—, mi amigo, has trabajado muy duro a lo largo del último año. La mitad del mérito de que hayamos obtenido tan buenas cosechas es tuyo. Este año tenemos que hacerlo incluso mejor. ¡Eso sería como dar una patada en las pelotas a esa maldita cooperativa!
Fui entrando en calor a medida que la luz del sol se hacía cada vez más intensa. Las palomas todavía surcaban el cielo, el suelo estaba cubierto de unos papeles rojos y blancos desgarrados que supuse que serían los restos de unos fuegos artificiales. La noche anterior, el cielo se había iluminado y las explosiones habían sacudido la tierra, levantando nubes de pólvora y humo. La finca parecía una zona de guerra y olía como tal, y a eso se añadió la fragancia persistente de las albóndigas de carne, las tartas de fin de año hechas con arroz pegajoso y todo tipo de dulces. La esposa de mi amo había colocado en el agua un cuenco de albóndigas para enfriarlas, luego las metió en mi comida, mezclándolas con mis alimentos habituales, me dio unos golpecitos en la cabeza y dijo:
—Mi pequeño Negrito. Es año nuevo, toma algunas albóndigas.
Soy el primero en admitir que las albóndigas en año nuevo son un detalle excepcional para un burro. Prácticamente me estaban tratando como si fuera uno de ellos, como un ser humano más. Me había ganado el respeto de mi amo después de haber matado a los dos lobos y ahora gozaba de la mejor reputación entre todos los burros de las dieciocho aldeas y villorrios que se extendían en un radio de cien ti. Por tanto, ¿qué más daba si esos tres malditos cazadores se habían llevado los cadáveres? La gente de aquí sabía lo que realmente había pasado. Nadie negaba que la burra de la familia Han tuvo un papel importante en aquella batalla, pero sabían que yo llevé todo el peso de la empresa y que ella fue una actriz secundaria, cuya vida, por cierto, yo salvé. Ya tenía la edad para ser castrado y mi amo ya me había asustado más de una vez con el cuchillo. Pero no había vuelto a mencionar aquel asunto hasta después de mis hazañas en el campo de batalla. El otoño anterior había salido a trabajar a los campos con mi amo, seguido por Xu Bao, el veterinario local, un hombre que estaba especializado en castrar a las llamadas bestias de carga y llevaba una mochila a la espalda y una campana de latón en la mano. Sus ojos astutos apuntaban constantemente a un punto situado entre mis patas traseras. Su cuerpo emanaba crueldad y yo sabía qué tenía en mente. Era uno de esos cabrones que disfrutaban tragándose un testículo de burro o de toro acompañado de una copa de fuerte licor. Sin lugar a dudas, aquel hombre no estaba destinado a morir en la cama. Bien, en cualquier caso, yo le observaba detenidamente y nunca bajé la guardia. Durante el minuto que estuvo caminando detrás de mí, le saludé con un par de pezuñas voladoras que iban dirigidas directamente a su entrepierna. Quería que ese cruel hijo de puta supiera lo que se siente al abandonar el campo despojado de las joyas de la familia. Y si se acercaba a mí por delante, lo mordería en la cabeza. Eso era lo que mejor se me daba. Él era bastante furtivo, aparecía de repente aquí y allá, pero siempre permanecía a una distancia segura y sin darme la menor oportunidad de entrar en acción. Cuando la gente que avanzaba por la carretera vio al testarudo Lan Lian caminar por delante de su ahora famoso burro, seguido por ese hijo de puta castrador, le hicieron preguntas del tipo: «Así que, Lan Lian, ¿ya es hora de convertir a tu burro en eunuco?», o «Xu Bao, ¿ya has vuelto a encontrar algo con lo que acompañar tu licor?».
—No lo hagas, Lan Lian —gritó alguien—. Ese burro tuvo las pelotas de dar su merecido a aquellos lobos. Cada uno de sus cojones proporciona un poco de valor animal, así que debe tener tantos como un saco de patatas.
Algunos niños, en su camino a la escuela, se colocaron detrás de Xu Bao y le dedicaron una cancioncilla:
¡Xu Bao, Xu Bao, en cuanto ves un huevo le das un mordisco!
Cuando no tiene un huevo que morder se pasa la noche sudando.
Xu Bao, Xu Bao, una polla de burro a la vista.
Un villano que no se levantará y saldrá volando…
Xu Bao se detuvo, mirando fijamente a los mocosos, metió la mano en la bolsa que llevaba, sacó un reluciente cuchillo pequeño y gritó con tono amenazador:
—Será mejor que cerréis el pico, pequeños cabrones, o el maestro Xu le cortará las pelotas al próximo que cante ese tipo de cosas.
Los niños se agruparon y respondieron con carcajadas burlonas. Xu Bao avanzó varios pasos y los niños le imitaron, pero yendo de espaldas. Entonces, Xu Bao se lanzó a la carga y los niños salieron corriendo en todas las direcciones. Xu Bao se dio la vuelta y se dirigió hacia mí, con la castración fija en la mente. Los niños regresaron, se formaron en fila y le siguieron, repitiendo su cancioncilla:
¡Xu Bao, Xu Bao, en cuanto ves un huevo le pegas un mordisco!
Esta vez, Xu Bao no tenía tiempo para ocuparse de esos pequeños mocosos. Para darse mucho espacio de maniobra, corrió por delante de Lan Lian y comenzó a caminar hacia atrás.
—Lan Lian —dijo—, sé que este burro ha mordido a varias personas. Cada vez que hace eso, tienes que correr con los gastos médicos y ofrecer un montón de disculpas. Te aconsejo que lo castres. Regresará a los tres días, completamente recuperado, y será el burro más obediente que vas a tener en la vida, te lo garantizo.
Lan Lian no le hizo caso. Mi corazón latía con fuerza. Mi temperamento era algo que Lan Lian conocía demasiado bien. Así que cogió las riendas de mi boca e impidió que siguiera avanzando detrás de ese hombre.
Xu Bao se enrabietó, levantando polvo mientras avanzaba de espaldas, el muy cabrón; probablemente era algo que hacía con frecuencia. Tenía un rostro pequeño y marchito adornado con unos ojos triangulares y saltones, y unos dientes frontales que disfrutaban de un enorme espacio entre ellos, por el que la saliva salía despedida cada vez que hablaba.
—Acepta mi consejo, Lan Lian —dijo—, necesitas castrarlo. La castración es algo bueno, te ahorrará muchos problemas. Normalmente cobro cinco yuan, pero en tu caso lo haré gratis.
Lan Lian se detuvo, sonrió burlonamente y dijo:
—Xu Bao, ¿por qué no te vas a casa y castras a tu viejo?
—¿Qué clase de respuesta es esa? —protestó Xu Bao.
—Si te molesta, entonces veamos lo que mi burro tiene que decir.
Lan Lian me soltó las riendas y dijo:
—¡Atácale, Negrito!
Lanzando un estruendoso rebuzno, me puse a dos patas, tal y como hice cuando monté a Huahua, con la intención de caer sobre la cabeza pelada de Xu Bao. Todas las personas que se encontraban en la calle gritaron de terror y los pequeños mocosos se tragaron sus burlas. Ahora iba a sentir y escuchar mis pezuñas aterrizando en el cráneo de Xu Bao, pensé. Pero eso no llegó a suceder. No vi la deforme mirada de asombro que esperaba encontrar y no escuche los gritos de terror que pensé que lanzaría. Lo que vi con el rabillo del ojo fue una figura escurridiza metiéndose rápidamente debajo de mi vientre y tuve la premonición de que iba a suceder algo malo. Por desgracia, mis reacciones fueron demasiado lentas; un frío repentino sacudió mis genitales, seguido por un dolor agudo e intenso. Sentí una sensación inmediata de que había perdido algo y enseguida me di cuenta de que me habían engañado. Agitando mi cuerpo para mirar a mi espalda, lo primero que vi fue sangre en mis patas traseras. Lo siguiente que vi fue a Xu Bao, de pie junto a la carretera, luciendo un testículo gris y sangriento en la palma de la mano. Estaba sonriendo de oreja a oreja y enseñaba orgulloso su premio a un puñado de mirones, que gritaron mostrando su aprobación.
—Xu Bao, maldito cabrón, has mutilado a mi burro —gritó de dolor mi amo.
Pero antes de que pudiera separarse de mí y lanzarse sobre el malvado veterinario, Xu Bao metió el testículo en su bolsa y agitó el cuchillo de forma amenazadora. Mi amo se echó hacia atrás precavido.
—No he hecho nada malo, Lan Lian —dijo Xu Bao mientras señalaba a los mirones—. Era algo evidente para todos, incluyendo a los jóvenes amigos que se encuentran ahí, que dejas que tu burro ataque a las personas, y yo tenía todo el derecho del mundo a protegerme. Por suerte reaccioné a tiempo, ya que de lo contrario ahora mi cabeza sería una calabaza machacada. Por tanto, yo soy el bueno aquí, Lan Lian.
—Pero has echado a perder a mi burro…
—Ese era mi plan y soy la única persona que podría haberlo hecho. Pero sentía lástima por un compañero de mi aldea, así que me eché atrás. Ese burro tiene tres testículos y yo sólo tengo uno. Eso le tranquilizará un poco, aunque no impedirá que siga siendo un animal con un fuerte temperamento. Deberías haberme dado las gracias aunque, de todos modos, todavía estás a tiempo de hacerlo.
Lan Lian se agachó para examinar mis partes íntimas, y descubrió que Xu Bao había dicho la verdad. Aquello sirvió de ayuda, pero no fue suficiente como para agradecérselo. Independientemente de cómo lo mires, ese maldito cabrón me ha quitado un testículo sin previo consentimiento.
—Xu Bao, presta atención a lo que te voy a decir —dijo Lan Lian—. Si algo le sucede a mi burro a causa de esto, lo pagarás, a un precio muy caro.
—La única forma de que este burro no viva para ser un centenario es si mezclas arsénico en su comida. Te aconsejo que no lo lleves hoy a trabajar al campo. Llévalo a casa, dale una comida nutritiva y frota la zona con un poco de agua salada. La herida se curará en un par de días.
Lan Lian aceptó el consejo de Xu Bao sin mostrar el menor agradecimiento público. Aquello alivió un poco mi sufrimiento, pero todavía me afectaba, y mucho. Me quedé mirando a aquel cabrón que en poco tiempo iba a engullir mi testículo, y ya estaba planeando mi venganza. Pero la verdad era que este incidente imprevisto, repentino y eficaz, me insufló cierto grado de respeto hacia aquel hombrecillo insignificante de piernas combadas. Pensaba que el hecho de que hubiera personas como él en el mundo, alguien que castraba animales y que hacía bien su trabajo —de forma implacable, precisa y rápida—, era algo que había que ver para creer. Hii-haa, hii-haa. Esa noche mi testículo serviría como acompañamiento a un trago de fuerte licor en las entrañas de Xu Bao, para luego acabar al día siguiente en el inodoro, mi testículo, mi pobre testículo.
No habíamos caminado más que una corta distancia cuando escuché a Xu Bao gritar a nuestras espaldas:
—Lan Lian, ¿sabes cómo llamo al truco que he empleado?
—¡Qué os jodan a ti y a tus antepasados! —replicó Lan Lian.
—Escuchadme con atención —dijo Xu Bao con aire de satisfacción—. Tú y tu burro. Lo llamo «robar melocotones bajo las hojas».
—¡Xu Bao, Xu Bao, roba melocotones bajo las hojas! Lan Lian, Lan Lian, la vergüenza te ha enseñado una lección… —Los jóvenes genios inventaron nuevas estrofas que cantaban mientras caminaban detrás de nosotros, hasta que llegamos al recinto de la familia Ximen.
Una numerosa multitud se agolpaba en el recinto, creando un ambiente animado. Los cinco niños, que vivían en las habitaciones orientales y occidentales, todos ellos vestidos con las mejores galas de año nuevo, corrían y saltaban por toda la finca. Lan Jinlong y Lan Baofeng ya tenían edad para ir al colegio, pero todavía no habían empezado. Jinlong era un muchacho melancólico, aparentemente cargado de preocupaciones. Baofeng era una niñita inocente y una verdadera belleza. Aunque eran descendientes de Ximen Nao, no había el menor vínculo entre ellos y el burro Ximen. Los verdaderos lazos se mantenían entre el burro Ximen y los dos hijos entregados a la burra que pertenecía a Han Huahua, pero, trágicamente, tanto ellos como su madre habían muerto cuando los pequeños apenas contaban con seis meses de vida. La muerte de Huahua fue una conmoción terrible para el burro Ximen. La burra había sido envenenada; los dos pequeños, los frutos de mis lomos, murieron por beber la leche de su madre. El nacimiento de burritos gemelos había sido un acontecimiento que llenó de júbilo a toda la aldea, y su muerte, junto con la de su madre, había entristecido mucho a los aldeanos. El picapedrero Han lloró hasta casi caer enfermo, pero había un desconocido que se sentía feliz. Ese desconocido era la persona que había echado el veneno en la comida de Huahua. Los cuarteles generales del distrito, que se habían convertido en un torbellino como consecuencia de ese incidente, enviaron a un investigador especial, Liu Changfa, «Liu el del cabello largo», para que resolviera el caso. Liu, un individuo cruel e inepto, congregó a los residentes por grupos en las oficinas del gobierno de la aldea y los interrogó planteándoles todo tipo de cuestiones que se pueden escuchar en una grabación. ¿Resultados? Ninguno. Tras el incidente, en su historia titulada «El burro negro», Mo Yan echó la culpa del envenenamiento del burro de la familia Han a Huang Tong, y aunque relató lo que parecía ser un caso cerrado, ¿quién se va a creer lo que cuenta un novelista?
Ahora quiero decirte, Lan Jiefang, nacido el mismo día del mismo mes del mismo año que yo, que supongo que sabes muy bien quién eres, pero me referiré a ti como Él. Pues bien, Él tenía cinco años y unos cuantos meses más y, a medida que se iba haciendo mayor, la marca de nacimiento de su rostro se fue volviendo cada vez más azul. Sin lugar a dudas, era un niño feo, pero muy alegre, vivo y tan lleno de energía que no podía quedarse quieto. Y en cuanto a hablar, te diré que aquella boca nunca paraba, ni un solo segundo. Se vestía como su medio hermano Jinlong, pero como era bastante más bajo, las ropas siempre parecían demasiado grandes y anchas. Con las mangas de la camisa y las perneras del pantalón siempre recogidas, parecía un gánster en miniatura. Pero yo sabía que era un muchacho con buen corazón al que le resultaba difícil gustar a los demás, y tengo la sensación de que podía dar las gracias de ello a su inagotable locuacidad y a su marca de nacimiento de color azul.
Ahora que nos hemos ocupado de él, hablemos de las dos niñas de la familia Huang: Huang Huzhu y Huang Hezuo. Ambas llevaban chaquetas de hilo con el mismo estampado de flores, atadas a la cintura con una serie de bandas que estaban rematadas con nudos en forma de mariposa. Su piel era hermosa, sus ojos estrechos y encantadores. Las familias Lan y Huang no estaban especialmente unidas ni especialmente distanciadas, y mantenían en general una relación bastante complicada. Para los adultos, reunirse era una experiencia extraña e incómoda, ya que Yingchun y Qiuxiang habían compartido el lecho con Ximen Nao, lo cual las convertía simultáneamente en rivales y hermanas. Ahora las dos se habían casado de nuevo, pero compartían el mismo recinto viviendo con distintos hombres en distintas épocas. Por comparación, los niños se llevaban bastante bien y mantenían una relación inocente y sencilla. Teniendo en cuenta su melancolía natural, Lan Jinlong permanecía más o menos distante. Lan Jiefang y las gemelas Huang eran grandes amigos, y las niñas siempre llamaban al chico Hermano Mayor Jiefang. Por lo que respecta a él, un muchacho al que le encantaba comer, siempre estaba dispuesto a guardar algunos de sus dulces para las niñas.
—Mamá, Jiefang dio una golosina a Huzhu y a Hezuo —dijo Baofeng a su madre de forma maliciosa.
—Es su golosina y se la puede dar a quien quiera —dijo Yingchun a su hija dándole un golpecito en la cabeza.
Pero en realidad, las historias de los niños todavía no habían comenzado. Sus dramas no llegarán a ocupar un lugar de privilegio en este escenario hasta dentro de diez años o más. Por tanto, teniendo en cuenta el momento en el que nos encontramos, tendrán que contentarse con interpretar sus papeles secundarios.
Ahora es momento de que entre en escena un personaje muy importante. Se llamaba Pang Hu, que, curiosamente, significa Tigre Colosal. Tenía un rostro como un dátil y los ojos como la más brillante de las estrellas. Llevaba una gorra del ejército acolchada y una chaqueta mal remendada sobre la cual colgaba un par de medallas. Siempre guardaba un bolígrafo en el bolsillo de la camisa y llevaba un reloj de pulsera plateado en la muñeca. Caminaba ayudándose de unas muletas. Su pierna derecha era perfectamente normal, pero la izquierda terminaba a la altura de la rodilla, y por eso llevaba la pernera de su pantalón caqui anudada justo por debajo del muñón. En su pierna sana, lucía un zapato de cuero nuevo, con la lanilla por fuera. En el momento en que atravesó la puerta, todos los que estábamos en el recinto —adultos, niños e incluso yo— nos quedamos mudos de asombro. Durante aquella época, un hombre como aquel sólo podía ser un heroico miembro del ejército voluntario de China que había regresado de combatir en Corea.
El héroe del campo de batalla avanzó hasta Lan Lian, con sus muletas golpeando contra el suelo de ladrillo, su pierna sana aterrizando pesadamente a cada paso, como si estuviera echando raíces, y la pernera vacía en la otra pierna agitándose hacia delante y hacia atrás.
—Si no me equivoco —dijo—, tú debes ser Lan Lian.
El rostro de Lan Lian se crispó a modo de respuesta.
—Hola, soldado voluntario. —Lan Jiefang, el parlanchín, corrió a saludar al extraño, haciendo una reverencia—. Larga vida a los soldados voluntarios. Eres un héroe de guerra, lo sé. ¿Qué quieres de mi padre? No es muy hablador, así que yo soy su portavoz.
—¡Cierra el pico, Jiefang! —bramó Lan Lian—. Esas son cosas de adultos, así que sal de aquí.
—No pasa nada —dijo el héroe de guerra luciendo una sonrisa amable—. Eres el hijo de Lan Lian, Lan Jiefang, ¿no es así?
—¿Sabes decir la buenaventura? —soltó Jiefang, incapaz de disimular su sorpresa.
—No —dijo el héroe de guerra con una sonrisa astuta—, pero sé leer los rostros.
Dicho esto, volvió a ponerse serio, metiendo una muleta bajo su brazo y ofreció su mano a Lan Lian.
—Encantado de conocerte, amigo mío. Soy Pang Hu, el nuevo director de la Cooperativa de Comercio y Aprovisionamiento del distrito. Wang Leyun, que vende herramientas de granja en el centro comercial de la unidad de producción, es mi esposa.
Lan Lian, sintiéndose confuso por unos segundos, le dio la mano al héroe de guerra, quien dedujo por su mirada perpleja que estaba un poco desconcertado. Dándose la vuelta, el hombre gritó:
—¡Acercaos todos!
Justo entonces, una mujer baja y rechoncha, vestida con un uniforme azul y una hermosa niña en sus brazos, apareció por la puerta. Las gafas de montura blanca que llevaba revelaban que no era una campesina. Su bebé tenía los ojos grandes y redondos y las mejillas sonrosadas como las manzanas en otoño. Sonriendo de oreja a oreja, era el ejemplo prefecto de una niña feliz.
—¡Ah! —exclamó Lan Lian con tono alegre—, así que este es el camarada del que me hablaste.
A continuación, se giró hacia las habitaciones occidentales y llamó a su esposa:
—Salid todos, tenemos invitados importantes.
Yo también la reconocí. Mi cabeza recordaba perfectamente un suceso que había acaecido el invierno anterior. Lan Lian me había llevado a la ciudad para comprar un poco de sal y en el camino de regreso nos encontramos con Wang Leyun. Estaba sentada al lado de la carretera, en un estado de gestación avanzado, y gemía con fuerza. Aquel día también llevaba un uniforme azul, pero los tres botones inferiores estaban desabrochados para acomodar su abultado vientre. Sus gafas de montura blanca y su piel blanca delataron inmediatamente que era una persona que trabajaba para el gobierno. Su salvador había llegado, pensó.
—Por favor, hermano, ayúdame —dijo con considerable dificultad.
—¿De dónde eres? ¿Qué te ocurre?
—Me llamo Wang Leyun. Trabajo en la Cooperativa de Comercio y Aprovisionamiento. Me dirigía a una reunión, ya que pensaba que todavía no iba a tener el niño pero…, pero…
Vimos una bicicleta tirada cerca de los arbustos y enseguida nos dimos cuenta del aprieto en el que se encontraba. Lan Lian caminó en círculos, frotándose las manos ansiosamente.
—¿Qué puedo hacer? —preguntó—. ¿Cómo puedo ayudarte?
—Llévame al hospital del condado, deprisa.
Mi amo descargó las bolsas de sal que yo llevaba, se quitó su abrigo acolchado, lo ató alrededor de mi lomo y ayudó a subir a la mujer.
—Aguanta, camarada —dijo.
La mujer se agarró de mi crin y gritó un poco más mientras mi amo cogía las riendas con una mano y sujetaba a la mujer con la otra.
—Muy bien, Negrito, vámonos.
Salí disparado, ya que era un burro muy excitado. Había llevado todo tipo de cosas sobre mis espaldas —sal, algodón, cereales, tejidos— pero nunca a una mujer, y eso hizo que danzara una pequeña jiga, lanzando a la mujer sobre los hombros de mi amo.
—¡Tranquilo, Negrito! —ordenó mi amo.
Tuve una idea, Negrito tuvo una idea. Así que comencé a trotar, con cuidado de mantener mi paso suave y uniforme, como el agua que fluye o las nubes que sobrevuelan el cielo, algo que los burros saben hacer mejor que nadie. Un caballo sólo puede ir con paso suave y uniforme cuando galopa, pero si un burro galopa en lugar de trotar, el jinete va rebotando con el paso. Tuve la sensación de que aquella era una misión solemne, incluso sagrada. También resultaba estimulante y en aquel momento sentí que me encontraba entre los reinos del hombre y de la bestia. Sentí cómo un líquido cálido empapaba la chaqueta que se extendía bajo la mujer y caía sobre mis lomos y también sentí cómo el sudor de su cabello resbalaba por mi cuello. Nos encontrábamos a unos pocos kilómetros de la ciudad, en la carretera que conduce directamente hasta ella. Las hierbas que crecían a ambos lados del camino llegaban a la altura de las rodillas. Un conejo asustado salió corriendo de las hierbas y se dirigió directo a mi pata. Por fin llegamos a la ciudad y fuimos sin demora al Hospital del Pueblo. En aquellos días, el personal del hospital era gente afectuosa. Mi amo se plantó en la entrada de la enfermería y gritó:
—¡Qué alguien venga a ayudar a esta mujer!
Yo rebuzné para ayudarle. Un puñado de hombres y mujeres vestidos con batas blancas salió corriendo e introdujo a la mujer en el interior del edificio, pero no sin antes oír los sonidos de waa-waa que salían de entre sus piernas mientras la desmontaban de mis lomos. En nuestro camino de regreso a casa, mi amo estaba visiblemente alicaído, protestando al ver cómo su abrigo acolchado estaba sucio y húmedo. Yo sabía que era una persona supersticiosa y que pensaba que los excrementos de una mujer durante el parto no sólo eran sucios, sino que también traían infortunios. Por tanto, cuando alcanzamos el lugar en el que encontramos a la mujer, frunció el ceño, su rostro se oscureció y dijo:
—¿Qué significa todo esto, Negrito? Era un abrigo nuevo. ¿Qué le voy a decir a mi esposa?
—Hii-haa, hii-haa —rebuzné, feliz de verle enfrentarse a un dilema.
—¿Eso es una sonrisa, Negrito?
Desató la cuerda y, utilizando tres dedos, despegó el abrigo de mis lomos. Estaba…, bueno, ya sabes. Ladeó la cabeza, contuvo la respiración y arrojó al suelo la prenda, que estaba empapada en agua y era enormemente pesada, como estuviera hecha de piel de perro, y observó cómo se hundía entre las hierbas igual que si fuera un enorme y extraño pájaro. La cuerda también tenía manchas de sangre, pero como la necesitaba para atar los sacos de sal, no pudo tirarla, así que la dejó en el suelo y la rebozó entre el polvo con el píe hasta que cambió de color. En ese momento, lo único que llevaba era una chaqueta fina con varios botones perdidos; su pecho se tiñó de color púrpura como consecuencia del frío y, como su rostro era azul, parecía uno de los pequeños sirvientes del señor Yama. Se agachó, recogió dos puñados de polvo y los frotó contra mi espalda, luego la cepilló con algunas hierbas que cogió junto a la carretera.
—Negrito —dijo—. Tú y yo hemos realizado un acto de caridad, ¿no es cierto?
—Hii-haa, hii-haa.
Amontonó los sacos de sal sobre mi espalda y los ató para que no se cayeran. A continuación, miró hacia la bicicleta que estaba entre las hierbas.
—Negrito —dijo—, desde mi punto de vista, esta bicicleta ahora debería pertenecerme a mí. Me ha costado un abrigo y gran cantidad de tiempo. Pero si codicio algún bien como este, perderé todos los méritos que he contraído realizando el acto de caridad, ¿no es cierto?
—Hii-haa, hii-haa.
—Muy bien, entonces, llevemos este acto de caridad hasta las últimas consecuencias, como acompañar a un invitado durante todo el camino que conduce hasta su casa.
Dicho esto, empujó la bicicleta y me guio —en realidad, no había necesidad de hacer eso— durante todo el camino de vuelta hasta la ciudad y hasta la entrada del hospital, donde se detuvo y gritó:
—¡Eh!, los de ahí dentro, la mujer que está de parto, le dejo su bicicleta aquí, en la entrada.
—Hii-haa, hii-haa.
Salió más gente.
—Muy bien, Negrito, salgamos de aquí —dijo, dándome una palmada en la grupa con mis riendas—. Vámonos, Negrito.
Las manos de Yingchun estaban cubiertas de harina cuando salió a nuestro encuentro. Sus ojos se iluminaron cuando vio a la hermosa niñita en los brazos de Wang Leyun, y estiró los suyos para cogerla.
—Qué bebé más hermoso —mascullo—. Un bebé hermoso, tan bonito, tan gordito…
Wang Leyun entregó el bebé a Yingchun, que lo acunó entre sus brazos, bajó la cabeza y lo olió y le besó el rostro.
—Huele maravillosamente —dijo—, huele maravillosamente…
Waa-waa. El bebé no estaba acostumbrado a todo ese alboroto.
—Devuélveselo a la camarada —ordenó Lan Lian—. Mírate, eres más un lobo que un ser humano. ¿Qué bebé no estaría muerto de miedo?
—No pasa nada, no le ha hecho ningún daño —dijo Wang Leyun mientras recogía al bebé y conseguía que dejara de llorar.
Yingchun trató de quitarse la harina de las manos.
—Lo siento muchísimo —se disculpó—. Mira cómo he ensuciado su sopa.
—Todos somos campesinos —dijo Pang Hu—. No hay por qué preocuparse. Hoy hemos venido especialmente a daros las gracias. No quiero pensar qué habría pasado si no hubiera sido por ti.
—No sólo me llevaste al hospital, sino que también hiciste un segundo viaje para devolverme la bicicleta —dijo Wang Leyun con tono emocionado—. Los médicos y las enfermeras dijeron que no podría encontrar un hombre más honesto que Lan Lian aunque lo buscara con un farol.
—Tengo un buen burro —dijo Lan Lian para ocultar su rubor—. Es rápido y constante.
—Sí, tienes razón, es un buen burro —dijo Pang Hu dejando escapar una pequeña risa—. Y además es famoso. ¡Es un burro famoso!
—Hii-haa, hii-haa.
—Dice que nos entiende —dijo Wang Leyun.
—Viejo Lan —dijo Pang Hu mientras metía la mano en una bolsa que llevaba—. Si quisiera tratar de recompensarte, te estaría degradando y echaría por tierra una amistad en ciernes.
Sacó un encendedor y prendió un cigarrillo.
—Esto lo cogí de uno de esos demonios americanos. Me gustaría que te lo quedaras a modo de pequeño recuerdo. A continuación, sacó una pequeña campanilla de latón.
—Y esto se lo encargué a alguien que me lo trajera de un mercado de segunda mano. Es para tu burro.
El héroe de guerra se acercó a mí y pasó la campanilla alrededor de mi cuello.
—Tú también eres un héroe —dijo mientras me daba unos golpecitos en la cabeza—. Esta es tu medalla.
Sacudí la cabeza tan conmovido que me entraron ganas de llorar.
—Hii-haa, hii-haa. —El cencerro sonó con fuerza.
Wang Leyun sacó una bolsa de dulces y los repartió entre los niños, incluyendo a los gemelos Huang.
—¿Ya vas al colegio? —preguntó Pang Hu a Jinlong.
Jiefang metió baza antes de que Jinlong pudiera contestar.
—No.
—Tienes que ir al colegio, es algo que debes hacer. Los jóvenes son los futuros líderes rojos de nuestra nueva sociedad, de nuestra nueva nación y no pueden ser unos incultos.
—Nuestra familia no se ha afiliado a la cooperativa, somos campesinos independientes. Mi padre no nos deja ir a la escuela.
—¿Qué? ¿Un campesino independiente? ¿Cómo un hombre iluminado como tú puede ser independiente? ¿Es eso cierto? Lan Lian, ¿lo es?
—¡Es cierto! —La respuesta atronadora llegó de la puerta de entrada.
Nos giramos para ver de quién se trataba: era Hong Taiyue, el jefe de la aldea, secretario del Partido y jefe de la cooperativa local. Vestido con la misma ropa de siempre, parecía más astuto que nunca y también más alerta de lo que estuvo jamás. Avanzó dando zancadas hacia el interior del recinto, hecho un saco de piel y de huesos, ofreció su mano al héroe de guerra y dijo:
—¡Director Pang, Camarada Wang, feliz año nuevo!
—¡Sí, feliz año nuevo!
La multitud se congregó, repartiendo felicitaciones de año nuevo, pero sin adoptar ninguna de las viejas formas. No, todas eran frases nuevas para ajustarse a los importantes cambios que se estaban experimentando. Ofreceré algunos ejemplos:
—Director Pang, estamos aquí para hablar de la fundación de una cooperativa avanzada, combinando las pequeñas cooperativas de las aldeas vecinas en una sola grande —dijo Hong Taiyue—. Eres un héroe de guerra, ¿te gustaría decirles unas palabras?
—No he preparado nada —dijo Pang—. He venido específicamente a dar las gracias al camarada Lan por salvar la vida a mi esposa y a mi bebé.
—No es necesario que prepares nada, sólo tienes que hablarnos. Cuéntanos tus actos cargados de heroísmo, nos encantaría oír hablar de ellos.
Hong Taiyue comenzó a aplaudir y en un abrir y cerrar de ojos el aplauso se extendió por todo el recinto.
—Muy bien —dijo Pang mientras era conducido por la multitud hacia la sombra del albaricoquero, donde alguien colocó una silla—. Sólo una conversación informal.
Decidió no sentarse y prefirió quedarse de pie ante la multitud y hablar en voz alta.
—¡Camaradas de la aldea de Ximen, feliz año nuevo! El año nuevo de este año es muy bueno, pero el año que viene será todavía mejor y eso se debe, bajo el liderazgo del Partido Comunista y del camarada Mao Zedong, a que nuestros campesinos liberados han tomado el camino de las cooperativas agrícolas. Es una extraordinaria autopista de oro que se ensancha a cada paso que damos.
—Pero hay algunas personas que de forma obstinada toman el camino de la agricultura independiente, que prefieren competir con nuestras cooperativas —interrumpió Hong Taiyue— y que se niegan a admitir su derrota.
Todos los ojos se depositaron en mi amo, que bajó la mirada al suelo y jugueteó con el encendedor que el héroe de guerra le había entregado. Clic, llama, clic, llama, clic, llama.
Su esposa le dio un codazo para que se estuviera quieto. Lan Lian la miró.
—¡Entra en casa!
—Lan Lian es un camarada iluminado —dijo Pang Hu, alzando la voz—. Condujo a su burro para que acabara valerosamente con los lobos y lo volvió a conducir para que fuera al rescate de mi esposa y de mi hija. Su negativa a afiliarse a la cooperativa es consecuencia de su momentánea falta de entendimiento y vosotros no debéis obligarle a que se afilie. Creo firmemente que el camarada Lan Lian algún día se unirá a la cooperativa y viajará con nosotros a lo largo de la gran autopista dorada.
—Lan Lian —dijo Hong Taiyue—, si te niegas a afiliarte a la cooperativa avanzada, me postraré de rodillas ante ti.
Mi amo me soltó las riendas y me condujo por la puerta, mientras la campanilla que colgaba de mi cuello, el regalo que me había hecho el héroe de guerra, sonaba fuertemente.
—Lan Lian, ¿te vas a afiliar o no? —gritó Hong a su espalda.
Mi amo se detuvo justo fuera de la puerta de entrada.
—¡No, ni aunque te pongas de rodillas!
Su voz sonó apagada.