Naonao demuestra sus progresos mordiendo a un cazador
AQUELLA noche copulamos seis veces, algo que aparentemente es una imposibilidad fisiológica para los burros. Pero juro por el Emperador de Jade que habita en el Cielo que no estoy mintiendo. Prometo ante el reflejo de la luna sobre el río que estoy diciendo la verdad. Yo no era un burro como los demás, ni ella tampoco. En una vida anterior, aquella burra había sido una mujer que murió por amor. Cuando dio rienda suelta a la pasión que había contenido durante varias décadas, ya no pudo parar. Por fin, nos sobrevino el agotamiento cuando el rojo sol de la mañana hizo su aparición por el horizonte. Era un agotamiento vacío y transparente. Nuestros espíritus parecieron elevarse a un estado de sublimación por causa de nuestro amor tan íntimo, que fue mucho más hermoso de lo que podíamos imaginar. Nos peinamos uno a otro el pelo de la crin, que estaba hecho un desastre, y nos limpiamos el barro de la cola, todo ello empleando los labios y los dientes. La suave luz de la devoción emanaba libremente de sus ojos. Los seres humanos son criaturas arrogantes, ya que piensan que han llevado el sentimiento del amor a las cotas más altas cuando, en realidad, no hay nada que pueda remover más las pasiones de un hombre que una burra. En este caso, por supuesto, me refiero a mi burra, a la burra Han, la que pertenece a Han Huahua. Después de permanecer en mitad del río para beber agua limpia, paseamos hasta la orilla para mordisquear algunos juncos que ya se habían vuelto amarillos, pero que para nosotros conservaban la suficiente humedad, y algunas bayas rojas y jugosas. Asustamos a los pájaros mientras comíamos y echamos a una gruesa serpiente que se arrastraba entre la hierba. Seguramente estaba buscando un lugar donde pasar el invierno. Así que no nos molestó. Después de que nos dijéramos el uno al otro todo lo que había que decir, llegó el momento de elegir nuestros nombres de mascota. Ella me llamó Naonao y yo la llamé Huahua.
Naonao y Huahua.
—Estaremos juntos para siempre. Ni el Cielo ni la Tierra podrán separarnos. ¿Qué te parece, Naonao?
—Me parece maravilloso, Huahua. Convirtámonos en burros salvajes y vivamos entre las serpenteantes dunas de arena, entre los frondosos arbustos de tamarisco, junto al agua clara de este río libre de peligros. Cuando tengamos hambre, comeremos deliciosa hierba verde; cuando tengamos sed, beberemos agua del río y nos tumbaremos juntos a dormir, copulando con frecuencia, amándonos y cuidando siempre el uno del otro. Yo te juraré que nunca voy a mirar a otra burra y tú me jurarás que nunca permitirás que otro burro macho te monte.
—Te lo juro, mi amado Naonao.
—Querida Huahua, yo también te lo juro.
—No sólo debes ignorar a otras burras, sino que tampoco debes mirar a las yeguas, Naonao —dijo Huahua mientras me mordisqueaba el pellejo—. Los seres humanos no tienen el menor recato a la hora de unir burros machos con yeguas para producir animales extraños a los que llaman mulas.
—No te preocupes, Huahua. Aunque me vendaran los ojos, nunca sería capaz de montar a una yegua. Pero tienes que prometerme que nunca dejarás que te monten, porque los caballos y las burras también engendran mulas.
—No te preocupes, Naonao. Aunque me aten a una estaca, seguiré metiendo la cola con fuerza entre las patas. Lo que tengo aquí sólo te pertenece a ti…
Nos tumbamos en nuestro nido de amor, cuello con cuello, como un par de cisnes que retozan en el agua. No se puede contar con palabras la intensidad de nuestro afecto mutuo. Nuestro sentimiento de amor era indescriptible. Nos quedamos hombro con hombro en la orilla del río, contemplando nuestro reflejo sobre el agua. Las luces centelleaban en nuestros ojos, nuestros labios estaban hinchados, nuestra belleza procedía del amor. Eramos una pareja hecha en el cielo.
Mientras estábamos allí perdidos en el amor, en mitad de la exuberante naturaleza, un clamor se elevó a nuestras espaldas. Levantamos la cabeza y salimos al instante de nuestra ensoñación; un grupo de unas veinte personas avanzaba hacia nosotros.
—¡Corre, Huahua!
—No tengas miedo, Naonao. No te preocupes, conozco a estas personas.
La actitud de Huahua hizo que mi corazón se enfriara. Por supuesto, yo también sabía quiénes eran, de eso me di cuenta al instante. Entre la multitud se encontraba mi amo, Lan Lian, su esposa, Yingchun, y dos amigos de Lan Lian que vivían en la aldea, los hermanos Fang Tianbao y Fang Tianyou (maestros de artes marciales en una vieja historia escrita por Mo Yan). El ronzal que me había quitado estaba atado a la cintura de Lan Lian, que sujetaba un palo largo que tenía un nudo corredizo en el extremo, mientras que Yingchun llevaba un candil forrado con papel rojo a través del que se proyectaba la luz, pero estaba tan mal colocado que quedaba a la vista el marco de metal que se encontraba debajo de él. Uno de los hermanos Fang llevaba una cuerda en la mano y el otro tenía un palo sujeto a su espalda. Entre los demás miembros de la multitud se encontraba Han, el picapedrero jorobado, y su hermanastro, Han Qun, además de otros hombres que había visto anteriormente pero cuyos nombres desconocía. Parecían cansados y sucios, lo cual significaba que habían estado buscándonos durante toda la noche.
—¡Corre, Huahua!
—No puedo, Naonao.
—Entonces, agárrate a mi cola con los dientes y yo tiraré de ti.
—¿Dónde podemos ir, Naonao? Tarde o temprano nos van a atrapar —dijo Huahua dócilmente—. Además, probablemente volverán con sus rifles y, por muy rápido que corramos, nunca podremos superar la velocidad de una bala.
—Huahua —respondí, decepcionado—, ya has olvidado los votos que hicimos, ¿verdad? Juraste que te quedarías conmigo durante toda la eternidad. Juraste que seríamos burros silvestres, que viviríamos en libertad, sin ninguna restricción, amándonos mutuamente en plena naturaleza.
Ella dejó caer la cabeza mientras las lágrimas inundaban sus ojos.
—Naonao —dijo—. Eres un burro macho. Te sentías totalmente liberado después de salir de mi cuerpo y no te importaba el mundo. Pero ahora creo que te estoy llevando por el camino de la desgracia. Lo más probable es que lleve gemelos en mi interior y mi vientre no tardará en dilatarse. Voy a necesitar ingerir la mayor cantidad posible de alimentos nutritivos. Quiero comer alubias negras fritas, salvado recién molido y sorgo triturado, todo ello finamente machacado y pasado tres veces por un tamiz para estar seguros de que no contiene piedras, plumas de pollo o arena. Ya estamos en octubre y el tiempo es cada vez más frío. ¿Cómo voy a comer mientras arrastro mi abultado vientre cuando el suelo se endurezca, caiga la nieve, el río se congele y la hierba esté cubierta por un manto de hielo? O, por la misma razón, ¿dónde voy a encontrar algo para beber? Y dentro de unos meses, cuando nazcan los bebés, ¿dónde dormiremos? Aunque yo me obligue a quedarme contigo sobre una duna arenosa, ¿cómo van a soportar los bebés el crudo frío? Si se mueren congelados en la nieve y el hielo, con sus cuerpos tumbados en el frío como troncos o rocas, ¿acaso a ti, a su padre, no se te rompería el corazón? Tal vez los burros que son padres sean capaces de abandonar cruelmente a su progenie, Naonao, pero sus madres jamás harían eso. O tal vez algunas madres puedan hacerlo, pero no tu Huahua. Las mujeres pueden abandonar a sus hijos y a sus hijas influidos por sus creencias, pero no las burras. Piensa en ello, Naonao, ¿eres capaz de comprender lo que siente una burra preñada?
Ante el ataque al que me estaba sometiendo Huahua con la batería de preguntas yo, Naonao, un burro macho, no tenía una réplica adecuada.
—Huahua —dije débilmente—, ¿estás segura de que estás preñada?
—Vaya una pregunta más estúpida —dijo Huahua con enfado—. Seis veces en una noche, Naonao, llenándome con tu semilla. Estaría preñada aunque fuera un borrico, o una piedra, o un tronco.
—Ah —murmuré alicaído, mientras la observaba caminar obediente para encontrarse con su dueña.
Las lágrimas resbalaban desde mis ojos y se secaban en el calor blanco de una ira que no era capaz de identificar. Quería echar a correr, escapar saltando. No podía soportar esta especie de traición, si bien estaba justificada, y no podía seguir viviendo la humillante vida de un burro en la finca Ximen. Me di la vuelta y corrí hacia la superficie resplandeciente del río con la intención de alcanzar la elevada duna de arena, donde el tamarisco crecía con una neblinosa profusión y lucía unas ramas rojas y flexibles que servían de cobijo a los zorros rojos, a los tejones rayados y a los urogallos. Muy bien, Huahua, corre a disfrutar de tu vida de esplendor, pero yo no echaré de menos el calor de mi cobertizo para burros. Debo responder a la llamada de mi hábitat natural y tratar de encontrar la libertad. Pero ni siquiera había llegado a la orilla del río cuando descubrí que había algunas personas esperando en el tamarisco, con las cabezas camufladas con hojas y ramas y sus cuerpos cubiertos con capas de junco del color de la hierba seca. Estaban armadas con carabinas como las que hicieron volar por los aires los sesos de Ximen Nao. Invadido por el terror, me giré y me dirigí hacia el este siguiendo la orilla del río en dirección al sol de la mañana. El pelo de mi pellejo estaba teñido de rojo fuego; era una bola de fuego galopante, un burro cuya cabeza era como una antorcha ardiendo. La muerte no me daba miedo. Me había enfrentado a aquellos feroces lobos sin el menor asomo de temor, pero los agujeros negros de esas carabinas apuntando hacia mi cabeza me producían pánico. No las armas en sí, sino la horrible imagen de sesos salpicados que se había formado en mi mente. Mi amo debió prever cuál iba a ser el camino de huida que iba a tomar, ya que cruzó el río por delante de mí, sin ni siquiera quitarse antes los zapatos ni los calcetines. El agua fluía en todas las direcciones mientras avanzaba pesadamente por el río hacia mi posición. Cambié de dirección, aunque no con la suficiente rapidez como para evitar el bastón que agitaba, y la soga cayó alrededor de mi cuello. Pero no estaba dispuesto a rendirme, no iba a conceder una derrota fácil. Haciendo acopio de toda mi fuerza, levanté la cabeza y saqué pecho, tensando el lazo y luchando por cada gramo de aliento. Mi amo tiró de la vara con todas sus fuerzas inclinado hacia atrás hasta que su cuerpo quedó casi paralelo al agua. Clavó los talones en el suelo y yo lo arrastré; sus pies formaban surcos en la arena como si fueran arados.
Al final, como toda mi fuerza se desvaneció y apenas podía respirar, dejé de correr y enseguida me vi rodeado, aunque la gente se refrenaba porque no se atrevía a acercarse a mí. En ese momento, me acordé de la reputación que tenía de ser un burro siempre dispuesto a morder a la gente. En la aldea, donde la vida era tranquila y pacífica, un burro había sido noticia por causar heridas con sus dientes, y ese incidente se extendió por toda la aldea como un reguero de pólvora. Pero ¿quiénes de aquellos hombres y mujeres sabían por qué me estaba comportando así? ¿Quién iba a adivinar que la herida que se abrió en la cabeza de Ximen Bai era la consecuencia de un beso dado por su marido reencarnado, que se había olvidado de que ahora era un burro y no un hombre?
Yingchun, haciendo gala de un notable valor, se acercó a mí con un puñado de hierba verde y fresca.
—Mi pequeño Negrito —murmuró—, no tengas miedo. No voy a hacerte daño. Ven conmigo…
Avanzó hasta quedarse a mi lado, apoyó la mano izquierda en mi cuello y acercó la hierba que tenía en la mano derecha junto a mi boca, acariciándome suavemente mientras me tapaba los ojos con sus senos. La sensación de sus pechos blandos y cálidos era todo el estímulo que necesitaban los recuerdos de Ximen Nao para empezar a rondar por mi cabeza, y los ojos se me llenaron de lágrimas. Yingchun me susurró al oído y el aliento cálido de esa mujer de sangre caliente hizo que me sintiera mareado. Mis piernas temblaban y caí de rodillas.
—Pequeño burrito negro —escuché que decía—, mi pequeño burrito negro, ya sé que eres adulto y que quieres encontrar a una compañera. Un hombre piensa en el matrimonio, una mujer quiere un compañero y un burro desea ser el padre de sus hijos. No te culpo por eso, es algo perfectamente normal. Bien, ya has encontrado a tu compañera y has plantado tu semilla, así que ya puedes volver a casa conmigo…
Las demás personas se abalanzaron rápidamente sobre mí, me pusieron el ronzal y fijaron las riendas, añadiendo una cadena que olía a oxidado y que metieron en mi boca. Alguien tensó la cadena alrededor de mi labio inferior. El dolor era tan intenso que tuve que abrir mis orificios nasales para tratar de coger aire. Pero Yingchun alargó el brazo y golpeó a la mano que estaba tensando la cadena.
—Suéltalo —dijo—. ¿Es que no ves que está herido?
Trataron de ponerme en pie. Eso era exactamente lo que quería. Las vacas, las ovejas y los cerdos pueden tumbarse, pero no los burros, a menos que estén moribundos. Traté con todas mis fuerzas de levantarme, pero mi cuerpo tiraba hacia abajo. ¿Acaso iba a morir a la tierna edad de tres años? Para un burro, esta no era una buena noticia bajo ninguna circunstancia, pero la idea de morir de aquella manera invadió mi mente. Allí, delante de mí, había una carretera amplia, dividida en muchos caminos pequeños, cada uno de los cuales conducía a un escenario que era digno de observación. Movido por una intensa curiosidad, sentí que tenía que seguir viviendo. Mientras me levantaba sobre mis patas temblorosas, Lan Lian dijo a los hermanos Fang que pasaran el largo palo que llevaban por debajo de mi vientre, uno a cada lado, mientras él se colocaba detrás de mí para alzarme la cola. Con Yingchun sujetándome por el cuello, los hermanos Fang agarraron los extremos de la vara y gritaron: «¡Arriba!». Con su ayuda, conseguí ponerme de pie, todavía tambaleante, mientras mi cabeza se desplomaba de forma pesada. Pero me las arreglé para permanecer erguido. No podía volver a caer. Y así fue, conseguí no volver al suelo.
La gente giró a mi alrededor, sorprendida y desconcertada por las heridas sangrientas que tenía en las patas traseras y en el pecho. ¿Cómo pudo el acto de apareamiento producir unas lesiones como esas?, se preguntaban. También escuché a los miembros de la familia Han contar que su burra tenía unas heridas parecidas.
—¿Es posible —oí preguntar al hermano mayor Fang— que los dos animales pasaran toda la noche luchando entre sí?
Su hermano sacudió la cabeza.
—Imposible.
Un hombre que había venido a ayudar a la familia Han sacó a su burro del agua, señaló algo que había en el río y gritó:
—¡Venid aquí y decidme qué es esto!
Uno de los lobos muertos rodaba lentamente en el agua. El otro estaba sujeto bajo el agua por una roca.
La multitud se precipitó para mirar hacia dónde estaba señalando y me di cuenta de que había encontrado piel de lobo asomándose a la superficie del agua y sangre sobre las rocas —sangre de lobo y sangre de burro—, que todavía llenaba con su hedor el aire que flotaba en torno a aquel lugar. Los indicios de que se había librado una feroz batalla quedaban patentes en las marcas de las rocas producidas por las garras de los lobos y por las pezuñas del burro, así como en las heridas bañadas en sangre que lucían tanto mi cuerpo como el de Huahua.
Dos hombres se remangaron las perneras de los pantalones, se quitaron los zapatos y los calcetines y se metieron en el agua para sacar a la orilla los cadáveres de los dos lobos. Sentí cómo la gente se giraba hacia mí y me dirigía miradas cargadas de respeto y me di cuenta de que a Huahua le dedicaban las mismas miradas. Yingchun pasó los brazos alrededor de mi cuello y me acarició el rostro con afecto. Sentí cómo las perlas húmedas caían de sus ojos y se depositaban en mis orejas.
—¡Maldita sea! —dijo orgulloso Lan Lian—. ¡La próxima persona que diga algo malo de mi burro tendrá que vérselas conmigo! Todo el mundo afirma que los burros son cobardes, que echan a correr en cuanto ven a un lobo. Pero mi burro no hace eso. ¡Él ha matado a dos lobos feroces él solo!
—No lo ha hecho él solo —le corrigió indignado el picapedrero—. Nuestra burra también merece reconocimiento.
—Sí, tienes razón —dijo Lan Lian mostrando una sonrisa—. Se lo merece.
Y es la pareja de mi burro.
—Con unas heridas tan graves como esas, dudo mucho que este matrimonio se hubiera podido llegar a consumar —gritó alguien con alegría.
Fang Tíanbao se agachó para examinar mis genitales y luego corrió a comprobar los bajos de la hembra de la familia Han. Le levantó la cola y echó un buen vistazo.
—Sí, claro que se ha consumado —anunció con autoridad—. Te doy mi palabra. Los Han van a tener un nuevo burro.
—Viejo Lian, será mejor que traigas un par de raciones de alubias negras para que ayuden a recuperar las fuerzas a nuestro burro negro —dijo Lan Lian con tono sombrío.
—¡Cómo el rayo! —fue la respuesta de Han.
En ese momento, los hombres armados con carabinas que estaban escondidos en los arbustos de tamarisco se unieron a los demás. Ligeros de pies, se movieron de manera furtiva. Sin lugar a dudas, no eran granjeros. Su líder era un hombre encorvado que tenía unos ojos penetrantes. Se dirigió a los lobos muertos y se agachó para girar la cabeza de uno de ellos con el cañón de su arma, y después hizo lo mismo con el abdomen del otro. Empleando un tono de voz que mezclaba la sorpresa con el arrepentimiento, dijo:
—¡Esta es la mortífera pareja que tanto estábamos buscando!
Uno de sus hombres, que también iba armado con una carabina, se giró hacia la multitud y anunció a gritos:
—Se acabó. Ya podemos volver e informar a nuestros superiores.
—Dudo mucho que hayáis visto alguna vez a estos dos —dijo uno de los hombres a Lan Lian y a los demás—. No son una pareja de perros salvajes. Son lobos grises, un tipo de lobos que apenas se ve en las llanuras. Sabemos que huyeron del interior de Mongolia, dejando tras ellos un rastro de sangre. Los dos eran astutos y malvados. En sólo un mes mataron a una docena o más de cabezas de ganado, incluyendo caballos, vacas e, incluso, un camello. Creemos que los seres humanos eran el siguiente menú de su dieta. Si se hubiera corrido la voz, a la gente le habría invadido el pánico, así que organizamos en secreto seis equipos de caza, buscando y esperando tumbados día y noche para encontrarnos con estos dos. Y ahora, todo ha acabado.
Otro cazador, un hombre que era evidente que se daba mucha importancia a sí mismo, lanzó una patada a uno de los cadáveres:
—¡Nunca pensaste que este día iba a llegar, cabrón! —maldijo.
El líder del equipo apuntó a la cabeza a uno de los lobos y disparó. Las llamas que salieron del cañón de su carabina y el humo que las siguió destrozaron al animal, que ahora tenía la cabeza desfigurada, como la de Ximen Nao, e hizo que las rocas aparecieran salpicadas de color gris y rojo.
Otro cazador tomó nota y, luciendo una sonrisa en el rostro, disparó al otro lobo en el abdomen. En su vientre se abrió un agujero del tamaño de un puño, del que salió un amasijo sucio de vísceras.
Mudos de asombro por lo que acababan de contemplar, Lan Lian y los demás sólo pudieron mirarse entre sí boquiabiertos. Una vez que se disipó el olor a pólvora, el sonido melodioso del agua al correr invadió los oídos de todos y una bandada de golondrinas, que se contaban a cientos, surcó el aire, ascendiendo y cayendo como una nube negra. Pasaron emitiendo un sonido agudo al agitar las alas sobre los arbustos de tamarisco, doblando las flexibles ramas como si fueran árboles cargados de frutos.
Las oleadas de trinos de pájaros dieron vida a las arenosas dunas. A ellas se añadió la voz tenue de Yingchun:
—¿Para qué habéis hecho eso? ¿Por qué habéis disparado a los lobos?
—¿Es ese vuestro maldito intento de llevaros todos los méritos? —vociferó Lan Lian—. Vosotros no habéis matado a esos lobos. Lo hizo mi burro.
El líder del equipo de caza sacó dos billetes relucientes y metió uno por debajo de mis riendas y el otro debajo de las riendas de Huahua.
—¿De verdad crees que puedes cerrarme el pico con dinero? —dijo Lan Lian, cada vez más enfadado—. ¡Eso no va a suceder!
—¡Toma tu dinero! —dijo el picapedrero Han—. Nuestros burros mataron a esos lobos y nos los llevamos con nosotros.
El cazador sonrió burlonamente.
—Buenos hermanos —dijo—, si dejáis un ojo abierto y el otro cerrado, todos salimos ganando. Podéis proclamar vuestra verdad hasta que vuestros labios estén agrietados y nadie creería que vuestros burros fueron capaces de hacer eso. Especialmente ahora que a uno le han volado los sesos y el otro tiene una bala en el vientre.
—Nuestros burros fueron arañados y mordidos por esos lobos —gritó Lan Lian.
—Estoy de acuerdo, tienen heridas por todo el cuerpo y nadie podría decir que no las causaron los lobos. Así que… —el cazador volvió a sonreír—, esta es la conclusión: los dos salvajes atacaron a vuestros burros, provocándoles heridas sangrantes, pero en el momento de mayor peligro los tres miembros del equipo de caza Número Seis llegaron a la escena y, sin dudar en arriesgar su propia vida, emprendieron con los lobos una batalla a muerte. El jefe del equipo, Qiao Feipeng, se quedó cara a cara con el lobo macho, apuntó y disparó, volándole los sesos. Un segundo miembro del equipo, Liu Yong, apuntó al segundo lobo y apretó el gatillo. Pero la carabina falló. Después de pasar la noche entera oculto entre los arbustos de tamarisco, la pólvora se había humedecido. El lobo abrió la boca, que parecía extenderse hasta las orejas, enseñó sus blancas y relucientes fauces, lanzó un espantoso y terrorífico aullido y fue directamente hacia Liu Yong, que consiguió rodar por el suelo y así esquivar su primera acometida. Pero se le quedó el talón atrapado entre dos rocas y permaneció boca arriba sobre el suelo de arena. De un salto, con la cola estirada, la loba volvió al ataque levantando una polvareda amarilla. En ese momento de desesperación, en menos tiempo de lo que se tarda en contar, Lü Xiaopo, el miembro más joven del equipo de caza, apuntó y disparó al animal en la cabeza. Pero como era un objetivo móvil, el disparo le alcanzó en el abdomen. Cuando la loba cayó, rodó por el suelo y derramó sus vísceras por toda la arena en un espectáculo aterrador. Aunque era un depredador vil, fue terrible verla. Por entonces, Liu Yong había vuelto a cargar su carabina y disparó al lobo, que todavía se retorcía de agonía. Pero como había mucha distancia entre ellos, los perdigones se dispersaron por toda la zona y salpicaron al moribundo animal en muchos puntos. La loba estiró las patas y murió.
Mientras Qiao relataba su historia, Liu Yong dio un paso hacia atrás, apuntó y disparó a bocajarro al cuerpo del lobo, abriéndole multitud de agujeros con bordes quemados.
—Así pues, ¿qué opináis? —preguntó Qiao, sonriendo orgulloso—. ¿Qué historia pensáis que va a creer la gente, la vuestra o la mía?
Metió más pólvora en el cañón de su carabina y dijo:
—Nos ganáis en número, pero no penséis ni por un momento que os vais a llevar los lobos. Nosotros, los cazadores, tenemos una regla no escrita: cada vez que se produce una disputa por una matanza, el cazador que tenga más cantidad de perdigones en la pieza se la lleva. Y hay otra regla. Un cazador tiene derecho a disparar a cualquier persona que quiera marcharse con su pieza. Es una cuestión de conservación de la autoestima.
—¡Sois unos putos ladrones! —dijo Lan Lian—. Después de esto, vais a tener pesadillas todas las noches. Lo pagaréis caro por llevaros lo que no es vuestro.
El cazador se echó a reír:
—La reencarnación y la retribución son tonterías que utiliza la gente para engañar a las viejas. No creo ni una palabra de todo eso. Pero a lo mejor hay algo que podemos hacer juntos. Si nos ayudáis a llevar esos cadáveres a la ciudad sobre los lomos de vuestros burros, el jefe del condado recompensará vuestra amabilidad y yo os daré a cada uno una botella del más exquisito licor.
No podía seguir escuchando por más tiempo. Abriendo la boca para mostrar mis dientes superiores, apunté a aquella cabeza plana. Pero estaba demasiado lejos para mí. El cazador apartó la cabeza justo a tiempo, aunque conseguí alcanzarle en el hombro. ¡Ahora verás lo que puede hacer un burro, maldito ladrón! Los seres humanos pensáis que los felinos o los caninos, con sus garras y sus dientes afilados, son los únicos que pueden ser depredadores y que nosotros, los burros, con nuestras pezuñas, sólo sabemos comer hierba y cáscaras de grano. No sois más que unos formalistas, unos dogmáticos, unos adoradores de los libros y unos empiristas. Pues bien, hoy voy a enseñaros que cuando un burro está irritado, también sabe morder.
Después de atrapar el hombro del cazador entre mis dientes, levanté la cabeza y la sacudí hacia delante y hacia atrás. La boca se me llenó de un sabor amargo, desagradable y muy pegajoso. Y el compañero astuto de voz suave, se cayó al suelo, sangrando por el hombro e inconsciente.
Siempre podría decir al jefe del condado que uno de los lobos le había mordido en el hombro durante el combate. O podría contar que cuando el lobo le hundió las fauces en el hombro, él reaccionó mordiendo al animal en la nuca. Y respecto al modo en el que había acabado con el lobo, bueno, podía decir lo que quisiera.
Mientras tanto, nuestra gente veía que las cosas se habían puesto feas, así que nos condujeron rápidamente por la carretera, de vuelta a casa, dejando los cadáveres de los lobos y a los cazadores en la arena.