Cuatro pezuñas avanzan con dificultad por la nieve mientras el burro es herrado
EL 1 de octubre de 1954, Día Nacional de China, también era la fecha en la que se fundó la primera cooperativa agrícola del concejo de Gaomi del Noreste. Y Mo Yan, del que apenas hemos hablado, también nació ese día.
A primera hora de la mañana, el padre de Mo Yan corrió nervioso hacia la casa y, cuando vio a mi amo, comenzó a frotarse los ojos lagrimosos con la manga, sin decir una sola palabra. En ese momento, mi maestro y su esposa se encontraban desayunando, pero depositaron sus cuencos sobre la mesa al ver que les llamaban y preguntaron:
—¿Qué ocurre, buen tío?
Entre sollozos, el padre de Mo Yan apenas pudo decir:
—Un bebé, ha tenido el bebé, un chico.
—¿Quieres decir que la tía ha tenido un bebé varón? —preguntó la esposa de mi amo.
—Sí —dijo el padre de Mo Yan.
—Entonces, ¿por qué estás llorando? —preguntó mi amo—. Deberías sentirte feliz.
El padre de Mo Yan se limitó a mirar a mi maestro.
—¿Y quién dice que no es así? Si no me sintiera feliz, ¿por qué iba a estar llorando?
Mi amo se echó a reír.
—Sí, por supuesto. Estás llorando porque eres feliz. ¿Por qué otra razón ibas a llorar? —dijo, y luego se dirigió a su esposa—: Saca el licor. Vamos a celebrarlo.
—Para mí no —suplicó el padre de Mo Yan—. Tengo que contar la buena noticia a muchas personas. Podemos celebrarlo otro día, Yingchun.
Y, tras decir esas palabras, hizo una amplia reverencia a la esposa de mi amo.
—Tengo que daros las gracias a ti y al ungüento de placenta de ciervo. La madre del niño dice que te lo llevará para que lo veas cuando haya cumplido un mes. Los dos te debemos nuestros respetos. Mi esposa ha dicho que nos has traído tanta buena fortuna que quiere que te consideres su madre y si dices que no, me pondré de rodillas y te suplicaré.
La esposa de mi amo dijo:
—Menudo par de jactanciosos estáis hechos. Estaré encantada de serlo. No hace falta que os pongáis de rodillas.
Y, por tanto, Mo Yan no sólo es vuestro amigo, sino que también es vuestro hermano.
En cuanto el padre de vuestro hermano Mo Yan abandonó la casa, las cosas comenzaron a ponerse interesantes en el recinto de la finca Ximen (o tal vez debería decir en el recinto de la oficina gubernamental). En primer lugar, Hong Taiyue y Huang Tong pegaron un par de eslóganes en la puerta principal. A continuación, los músicos entraron en fila, abarrotaron el patio y esperaron. Estaba seguro de que conocía a estos hombres de algo. Tenía la sensación de que estaba recobrando la memoria de Ximen Nao pero, por suerte, mi amo entró con la comida y puso punto final a mis recuerdos. Afortunadamente, como dejó abierta la puerta de mi cobertizo, pude ver lo que estaba pasando en el exterior mientras comía. Hacia media mañana, un adolescente entró corriendo en el patio con una pequeña bandera hecha con papel rojo.
—¡Ya viene! —gritó—. ¡El jefe de la aldea quiere que empecéis!
Los músicos se pusieron de pie y, en un abrir y cerrar de ojos, los tambores retumbaron y los gongs repicaron, seguidos por el estruendo y el bocinazo de los instrumentos de viento, que daban la bienvenida al invitado con todos los honores. Observé cómo Huang Tong comenzó a correr, gritando:
—¡Apartaos, haced sitio, el jefe del distrito está aquí!
Conducido por Hong Taiyue, cabeza de la cooperativa, el jefe del distrito Chen y algunos de sus guardaespaldas armados atravesaron la puerta. El enjuto jefe del distrito, con sus profundos ojos hundidos, se balanceaba a un lado y a otro mientras caminaba, vestido con un viejo uniforme del ejército. Los campesinos que se acababan de unir a la cooperativa se agolparon detrás de él, con su ganado, decorado con guirnaldas, y sus herramientas de cultivo al hombro. En unos minutos, el patio se encontraba lleno de animales de granja y de las cabezas rapadas de sus propietarios, de forma que aquel lugar cobró vida. El jefe del distrito se subió a un taburete que habían colocado debajo del albaricoquero y saludó con la mano a la multitud reunida. Sus gestos se recibieron con estruendosos saludos y hasta los animales se contagiaron de la celebración: los caballos relincharon, los burros rebuznaron y las vacas mugieron, aumentando el feliz clamor y añadiendo más leña al fuego de la algarabía. En mitad de todo ese ruido y de tanta actividad, pero antes de que el jefe del distrito comenzara a lanzar su discurso, mi amo me condujo —o debería decir, Lan Lian condujo a su joven burro— a través de la multitud, bajo la mirada de la gente y de sus animales, hacia la puerta de salida.
Una vez fuera del recinto, nos dirigimos hacia el sur y, mientras pasamos el patio de la escuela elemental, cerca de la bahía del Loto, vimos a todos los considerados elementos nocivos de la sociedad removiendo las piedras y la suciedad bajo la supervisión de dos milicianos armados con rifles y adornados con borlas rojas. Estaban construyendo una plataforma de tierra al norte del patio, el lugar donde se habían representado las óperas y celebrado las asambleas críticas en masa, y al que me condujeron a mí, Ximen Nao, cuando fui acusado. En lo más profundo de la memoria de Ximen Nao se encuentra el reconocimiento de todos esos hombres. Míralos allí, ese anciano escuálido cuyas rodillas están a punto de ceder por el peso de la enorme piedra que arrastra, ese es Yu Wufu, que durante tres meses llegó a ser jefe de seguridad. Y mira allí, ese camarada que transporta dos cestas de tierra en un palo, ese es Zhang Dazhuang, que luchó contra el enemigo, con un rifle, cuando los Cuerpos de Restitución de los Terratenientes lanzaron un ataque para ajustar cuentas. Durante cinco años trabajó como carretero de mi familia. Mi esposa, Ximen Bai, arregló su matrimonio con Bai Susu, su sobrina. Cuando me acusaron, ellos dijeron que yo había dormido con Bai Susu la noche anterior a que se casara con Zhang Dazhuang, lo cual era una completa mentira, un maldito rumor; pero cuando la llamaron como testigo, ella se cubrió el rostro con su chaqueta, se echó a llorar amargamente y no dijo nada, convirtiendo así una mentira en verdad y enviando a Ximen Nao directo a los Manantiales Amarillos de la Muerte. Mira allí a aquel joven con el rostro ovalado y las cejas inclinadas, el que acarrea un tronco verde de acacia; ese es Wu Yuan, uno de nuestros campesinos ricos y un gran amigo mío. Es un gran músico, y sabe tocar tanto el erhu de dos cuerdas como la suona. Durante las temporadas de descanso en la granja, tocaba con la banda local mientras desfilábamos por la ciudad, no por dinero, sino por el simple placer de hacerlo. Y luego allí está ese camarada que se ha dejado unos cuantos pelos desaliñados en la barbilla, el que tiene la azada gastada sobre sus hombros y se encuentra sobre la plataforma holgazaneando y haciendo creer que está muy ocupado. Es Tian Gui, el que antes fuera director de un próspero negocio de licores, un miserable que guarda diez hectolitros de trigo en los depósitos de grano pero que obliga a su esposa, a sus hijos a comer paja y verduras podridas. Mira, mira, mira a esa mujer con los pies heridos que transporta media cesta de escombros y se tiene que detener a descansar cada cuatro o cinco pasos, esa es mi esposa formal, Ximen Bai. Y mira allí, detrás de ella, está Yang Qi, el jefe de seguridad pública de la aldea, con un cigarrillo sujeto entre los labios y una vara de sauce en la mano. «Deja de holgazanear y ponte a trabajar, Ximen Bai», le grita. Ella estaba tan alarmada que casi se cayó y la pesada cesta de escombros aterrizó en sus pequeños pies. Mi esposa dejó escapar un grito, luego gimió suavemente de dolor y comenzó a sollozar, como si fuera una niña pequeña. Yang Qi levantó su vara y la dejó caer con fuerza —en ese momento, le quité la cuerda a Lan Lian de las manos y corrí hacia Yang Qi—, pero la vara se detuvo en el aire a unos pocos centímetros de la nariz de Ximen Bai sin llegar a tocarla, demostrando la pericia de aquel hombre. Aquel ladrón depravado y cabrón —un hombre glotón, gran bebedor, putero, fumador empedernido y jugador— malgastó todo lo que su padre le había dejado, hizo que la vida de su madre se convirtiera en un infierno hasta el punto de colgarse de una viga del tejado y, sin embargo, ahí estaba, convertido en un campesino pobre más rojo que un rojo, en un revolucionario de primera línea. Estaba a punto de lanzar un puño contra su rostro aunque, en realidad, no tenía puños, así que habría tenido que cocearle o morderle con mis enormes dientes de burro. Yang Qi, maldito cabrón, con sus desaseados pelos en la barbilla, el cigarrillo colgando de los labios y una vara de sauce, un día de estos yo, Ximen Nao, voy a darte un enorme mordisco.
Mi amo me obligó a dar marcha atrás con la cuerda, impidiendo que ese canalla de Yang Qi tuviera un final desgraciado. Así pues, me di la vuelta y lancé una coz con mis patas traseras, golpeando algo blando: la barriga de Yang Qi. Como me había convertido en un burro, podía captar más cosas con mis ojos de lo que hubiera podido Ximen Nao: soy capaz de ver lo que está sucediendo detrás de mí. Vi cómo ese cabrón de Yang Qi golpeó el suelo con fuerza y vi cómo su rostro se tiñó de un tono cetrino. Tardó mucho tiempo en recuperar el aliento y, cuando lo hizo, lanzó una exclamación mentando a su madre. ¡Maldito cabrón, tu madre se ahorcó por tu culpa! ¡Recordarla no va a servirte de nada!
Mi amo arrojó la cuerda y corrió para ayudar a Yang Qi a levantarse. Una vez de pie, Tang cogió la vara para golpearme en la cabeza, pero mi amo le agarró la muñeca.
—Yo soy la única persona que puede hacer eso, Yang Qi —dijo mi maestro.
—¡Qué te jodan, Lan Lian! —maldijo Yang Qi—. Tú, con tu estrecha relación con Ximen Nao, eres un elemento nocivo que está tratando de abrirse paso entre las clases sociales. Pienso utilizar esta vara también sobre ti.
Pero mi amo agarró aún con más fuerza la muñeca de aquel hombre, haciendo gritar de dolor a una persona que había abusado de su propio cuerpo acostándose con todas las mujerzuelas de la ciudad. Finalmente, dejó que la vara cayera al suelo. Con un empujón que hizo que Yang se trastabillara de espaldas, mi amo dijo:
—Considérate afortunado de que mi burro todavía no tenga herraduras.
Dicho eso, Lan Lian se dio la vuelta y me condujo a través de la puerta del sur, donde las briznas de hierba amarillentas que crecían por encima del muro se mecían con el viento. Aquel fue el día en el que se inauguró la cooperativa local y en el que alcancé mi madurez como burro adulto.
—Burro —dijo mi amo—, hoy voy a hacer que te pongan unas herraduras para protegerte de las piedras del camino y para que los objetos afilados no te corten las pezuñas. Eso te convierte en un burro adulto y, por tanto, ya puedo ponerte a trabajar.
Es el destino de todos los burros, supuse. Así que levanté la cabeza y rebuzné. Hii-haa, hii-haa. Era la primera vez que realmente había conseguido emitir ese sonido en voz alta, tan alta y aguda que mi sorprendido amo sonrió encantado.
El herrero local era un maestro en la elaboración de herraduras para caballos y burros. Tenía el rostro oscuro, la nariz roja y las cejas rapadas sin un solo pelo en ellas, no había pestañas encima de sus ojos rojos e hinchados, pero lucía tres profundas arrugas de preocupación en su frente, donde se depositaban algunas cenizas de carbón. El rostro de su aprendiz, por lo que podía ver, estaba pálido bajo una masa de líneas marcadas por los regueros de sudor. Corría tanto sudor por el cuerpo del muchacho que temía que estuviera a punto de deshidratarse. Por lo que se refiere al propio herrero, su piel se encontraba tan parcheada que parecía que los años de intenso calor habían evaporado por completo el agua que había en ella. El chico estaba manejando un fuelle con la mano izquierda y sujetaba un par de lenguas de fuego con la derecha. Sacaba el acero de la forja cuando estaba al rojo vivo y luego él y el herrero lo martilleaban hasta que alcanzaba la forma deseada, primero con un mazo y después con un martillo de acabado. El bang-bang, clang-clang sonaba rebotando por las paredes, y las chispas que revoloteaban por el aire me tenían embelesado.
El pálido y atractivo muchacho debería haber sido un actor de teatro que cautivara a las muchachas más guapas con un dulce discurso y tiernas palabras de amor en lugar de estar martilleando el acero en una herrería. Pero me impresionó su fuerza mientras observaba cómo utilizaba un mazo de cuatro kilos que pensaba que sólo el herrero, con su aspecto hercúleo, era capaz de manejar con tanta soltura. Era como una extensión del cuerpo del joven muchacho. El acero caliente parecía un terrón de arcilla esperando a ser convertido en lo que el herrero y su aprendiz desearan. Después de golpear un pedazo de acero del tamaño de una almohada hasta convertirlo en una guadaña, una de las herramientas de mano más grandes de los campesinos, se detuvieron a descansar.
—Maestro Jin —dijo mi amo al herrero—. Me gustaría contratar tus servicios para que hagas un par de herraduras a mi burro.
El herrero dio una profunda calada a su cigarrillo y expulsó el humo a través de la nariz y de las orejas. Su aprendiz estaba bebiendo agua de un enorme y tosco cuenco de porcelana. El agua, al parecer, se convirtió inmediatamente en sudor, desprendiendo un olor peculiar que no era más que el hedor esencial del atractivo, inocente y trabajador muchacho.
—Es una especie de burro de pezuñas albinas —dijo el herrero lanzando un suspiro.
Desde la posición en la que me encontraba, justo fuera del establecimiento y no lejos de la carretera que conducía a la ciudad, miré hacia abajo y por primera vez vi mis pezuñas del color de la nieve.
El muchacho soltó el cuenco.
—Me he enterado de que en la granja administrada por el estado tienen dos nuevos tractores de cien caballos de vapor modelo El este es Rojo, cada uno de ellos tan potente como cien jamelgos. Ataron un cable de acero a un álamo tan robusto que se necesitaban dos personas para abarcarlo con los brazos, lo engancharon a uno de esos tractores y arrancaron el árbol del suelo, con raíces y todo. Esas raíces tenían la longitud de medio edificio.
—Te crees que lo sabes todo, ¿no es cierto? —regañó el herrero al muchacho. Luego se dirigió a mi amo—: Viejo Lan, es cierto que no es más que un burro, pero parece que te ha salido bueno. Quién sabe, puede que algún día un alto oficial se canse de cabalgar a lomos de un elegante caballo y decida que es hora de montar en burro. Cuando llegue ese día, Lan Lian, tendrás la suerte de que te pida prestado el tuyo.
El muchacho sonrió burlonamente ante ese comentario y luego se echó a reír. Dejó de hacerlo de forma tan abrupta como había empezado, como si la risa y la expresión que se asomaba en su rostro, y que se desvaneció rápidamente, fueran un asunto privado. El viejo herrero estaba claramente impresionado por la extraña risa del muchacho.
—Jin Bian —dijo después de unos segundos—. ¿Nos quedan herraduras?
Como si estuviera esperando que le hicieran esa pregunta, Jin Bian respondió:
—Nos quedan muchas, pero sólo para caballos. Podemos meterlas en la forja, calentarlas y convertirlas en herraduras de burro.
Y eso es lo que hicieron. En el tiempo que se tarda en fumar una pipa, habían convertido cuatro herraduras de caballo en cuatro herraduras para burro. A continuación, el muchacho sacó un taburete y lo colocó en el suelo detrás de mí, de tal manera que el herrero pudiera levantarme las patas y agarrar las pezuñas con una cizalla. Cuando acabó, retrocedió un par de pasos para observarme. Volvió a suspirar, esta vez denotando una profunda emoción.
—La verdad es que es un burro extraordinario —dijo el herrero—. Es el mejor que he visto en toda mi vida.
—Pero, por muy atractivo que sea, no le llega a la suela de los zapatos a una de esas máquinas. La granja estatal importó una de color rojo brillante de la Unión Soviética que puede recolectar una hilera de trigo en un abrir y cerrar de ojos. Engulle las espigas de trigo por la parte delantera y suelta los granos por la parte trasera. En cinco minutos ya has llenado una talega.
El muchacho dijo todo esto con la voz cargada de admiración. El viejo herrero suspiró:
—Jin Bian —dijo— me da la sensación de que voy a ser capaz de retenerte aquí durante mucho tiempo. Pero, aunque te fueras mañana mismo, no debes olvidar que hoy todavía tenemos que herrar a este burro.
Jin Bian se colocó a mi lado y levantó una de mis patas, martillo en mano y con la boca llena de clavos. Encajó una herradura en mi pezuña con una mano y la martilleó con la otra, aplicando dos golpes por clavo, sin fallar nunca un martillazo. Una pata abajo. Tardó menos de veinte minutos en colocar las cuatro herraduras. Cuando acabó, arrojó al suelo el martillo y regresó al interior de la herrería.
—Lan Lian —dijo el herrero—, haz que camine un poco para ver si cojea.
Así pues, mi amo se puso a mi lado y comenzamos a pasear, desde la Cooperativa de Comercio y Aprovisionamiento hasta la carnicería, donde acababan de despedazar un cerdo negro. El cuchillo entró limpio y salió rojo, en un espectáculo horripilante. El carnicero llevaba una chaqueta de estilo antiguo color verde esmeralda y el contraste que producía con el rojo resultaba impactante para la vista. Dejamos la carnicería y nos dirigimos a la Oficina del Gobierno del Distrito, donde nos encontramos con el jefe del distrito Chen y su guardaespaldas. La ceremonia del día de la inauguración de la Cooperativa Agraria de la aldea de Ximen debía de haber concluido. La bicicleta del jefe del distrito estaba rota y su guardaespaldas la cargaba sobre los hombros. El jefe del distrito Chen rae lanzó una mirada y ya no pudo quitarme el ojo de encima. ¡Tenía que presentar un aspecto muy atractivo y poderoso para atraer su atención de esa manera! Sabía que era un burro intimidatorio entre los burros; a lo mejor el señor Yama me había proporcionado las patas de burro más elegantes y la mejor cabeza de burro del mundo porque se sentía en deuda con Ximen Nao.
—Es un burro magnífico —escuché decir al jefe Chen—. Da la sensación de que sus pezuñas han estado caminando sobre la nieve. Sería perfecto como semental en la estación de trabajo del ganado.
Escuché cómo el guardaespaldas que cargaba con la bicicleta preguntaba a mi amo:
—¿Eres Lan Lian, de la aldea de Ximen?
—Sí —respondió mi maestro mientras me daba unas palmadas en la grupa para que avanzara más rápido.
Pero el jefe Chen nos detuvo y me dio unos golpecitos en la espalda. Yo me encabrité.
—Vaya, el animal tiene carácter —dijo—. Tendrás que pulirle ese defecto. No puedes trabajar con un burro que se asusta fácilmente. Es difícil adiestrar a un animal así.
Y, a continuación, empleando el tono de un veterano, dijo:
—Antes de unirme a la revolución, era adiestrador de burros. He visto a miles de ellos, los conozco como la palma de mi mano, especialmente su temperamento.
Luego se echó a reír ruidosamente y mi amo se rio con él tontamente.
—Lan Lian —dijo el jefe—. Hong Taiyue me contó lo que había sucedido y no estoy contento con su actitud. Le he dicho que Lan Lian es un burro difícil al que no hay que acariciar a contra pelo. Le he pedido que no sea impaciente contigo, ya que, de lo contrario, le puedes morder o cocear. Lan Lian, no tienes que afiliarte a la cooperativa de manera inmediata. Si lo deseas, primero asegúrate de que puedes competir con ella. Sé que te entregaron ocho acres de tierra, así que debes comprobar cuánto grano vas a cosechar por acre durante el próximo otoño. Después, observa cuánto saca la cooperativa. Si lo haces mejor que ellos, puedes seguir trabajando la tierra por tu cuenta. Pero si la cooperativa te supera, tú y yo tendremos que volver a hablar.
—Tú lo has dicho —exclamó mi amo con voz excitada—. No lo olvides.
—Sí, lo he dicho, tienes testigos —confirmó el jefe del distrito, señalando a su guardaespaldas y a las personas que se habían congregado a nuestro alrededor.
Mi amo me condujo de nuevo hasta la herrería, donde dijo:
—No cojea lo más mínimo. Cada paso era perfecto. Nunca habría creído que alguien tan joven como tu aprendiz pudiera hacer un trabajo tan excelente.
Con una sonrisa irónica, el herrero sacudió la cabeza, como si estuviera atormentado por las preocupaciones. Entonces, observé que el joven herrero Jin Bian, que llevaba un petate encima del hombro —las esquinas de una manta gris asomaban por debajo de un envoltorio de piel de perro—, salía de la herrería.
—Bueno, me marcho, maestro —dijo.
—Adelante —respondió el viejo herrero con tristeza—. ¡Ve en busca de tu glorioso futuro!