III. Hong Taiyue ataca a un anciano testarudo

Ximen Lu se expone a sufrir una desgracia y rumia la corteza

POR mucho que odiara ser un animal, estaba metido en el cuerpo de un burro. El alma agraviada de Ximen Nao era como lava incandescente que corría sin freno por el interior del cuerpo de un burro. No había manera de detener el impulso de las costumbres y las preferencias de un burro, así que me pasaba el día oscilando entre el reino animal y el de los seres humanos. La conciencia de ser un burro y el recuerdo de haber sido una persona se mezclaron y, aunque con frecuencia me esforzaba por despojarme de ellos, esas intenciones inevitablemente acababan por engranarse todavía más. Acababa de sufrir mucho por mis recuerdos como ser humano y ahora disfrutaba de mi vida como burro. Hii-haa, hii-haa, Lan Jiefang, hijo de Lan Lian, ¿entiendes lo que te digo? Lo que digo es que, cuando, por ejemplo, vi a tu padre, Lan Lian, y a tu madre, Yingchun, inmersos en la dicha del matrimonio, yo, Ximen Nao, era testigo del encuentro sexual entre mi propio peón de labranza y mi concubina, y eso me hacía padecer una agonía tan intensa que me golpeaba la cabeza contra la puerta del corral, sufriendo un tormento tan grande que tenía que morder el borde de mi bolsa de alimento de mimbre, pero entonces alguna alubia negra frita o una brizna de hierba de mi bolsa conseguía encontrar el camino hacia mi boca y no podía evitar masticarla y engullirla, y ese acto me imbuía de una sensación completamente pura del deleite propio de un burro.

Al parecer, en un abrir y cerrar de ojos, me encontré a medio camino de convertirme en un adulto, lo cual puso punto final a mis días en los que era libre de rondar por los confines de la finca Ximen. Me colocaron un ronzal por encima de la cabeza y me ataron a un abrevadero. Al mismo tiempo, Jinlong y Baofeng, que recibieron el apellido Lan, habían crecido cinco centímetros cada uno y tú, Lan Jiefang, nacido el mismo día del mismo mes del mismo año que yo, todavía estabas empezando a andar. Caminabas como un pato por el jardín. Por aquella época, en un día de tormenta, la familia que vivía en la parte oriental del recinto fue bendecida con el nacimiento de dos niñas gemelas. Eso demuestra que el poder que tenía la residencia donde vivía cuando era Ximen Nao no se había mermado, ya que daba la sensación de que todo el mundo allí era capaz de tener gemelos. A la primera gemela que salió del vientre de la madre la llamaron Huzhu (Cooperación) y a su hermana la llamaron Hezuo (Colaboración). Eran la estirpe de Huang Tong, nacida de su unión con Qiuxiang, la segunda concubina de Ximen Nao. Como consecuencia de la reforma agraria, las habitaciones del recinto que daban al lado oeste se las habían entregado a mi amo, tu padre: originalmente, habían sido los aposentos de mi primera concubina, Yingchun. Cuando entregaron a Huang Tong las habitaciones que daban al este, su propietaria original, Qiuxiang, al parecer las aceptó y acabó por convertirse en su esposa. El edificio principal de la finca Ximen, que consta de cinco grandes habitaciones, albergaba entonces la sede principal de las oficinas del gobierno de la aldea de Ximen. Allí era donde a diario se celebraban las reuniones y se dirigían los asuntos oficiales.

Aquel día, mientras me encontraba royendo un imponente albaricoquero, su áspera corteza hizo que sintiera como si mis tiernos labios estuvieran ardiendo. Pero no tenía la menor intención de detenerme. Quería ver qué era lo que había debajo de ella. Al verme, el jefe de la aldea y secretario del Partido, Hong Taiyue, me lanzó un grito y me arrojó una piedra afilada, que me golpeó en la pata e hizo que me irritara y enfadara. ¿Era dolor lo que había sentido? Tuve una sensación de calor acompañada de un reguero de sangre. Hii-haa, hii-haa. Por un momento pensé que este pobre y huérfano burro se iba a morir. Me eché a temblar cuando vi la sangre y comencé a andar cojeando desde el extremo oriental del recinto, lo más lejos del melocotonero que me fue posible, hacia el extremo opuesto. Justo al lado de la pared meridional, delante de la puerta del edificio principal, se había levantado un cobertizo hecho con una esterilla de juncos sobre un par de postes para mantenerme al abrigo de los elementos. Estaba orientado hacia el sol de la mañana y era un lugar hacia donde podía correr cuando estuviera asustado. Pero ahora no podía llegar hasta allí, porque mi amo se encontraba justo en ese momento barriendo los excrementos que había dejado la noche anterior. Me acerqué a él cojeando. Lan Lian observó que me sangraba una pata y creo que probablemente también vio cómo Hong Taiyue me había tirado la piedra. Cuando se encontraba en vuelo, cortó el aire descolorido, emitiendo un sonido como si estuviera atravesando una delicada seda o un pedazo de satén, y aterrizó llenando de pavor el corazón de este desdichado burro. Mi amo se encontraba delante del cobertizo, un hombre del tamaño de una pequeña pagoda, bañado por la luz del sol, con la mitad del rostro teñida de azul y la otra mitad de rojo, en el que la nariz ejercía de línea divisoria, como si fuera una especie de separación entre el territorio enemigo y la zona liberada. En la actualidad, este tipo de discurso suena extraño, pero en su época resultaba algo fresco y novedoso.

—¡Mi pobre burrito! —gritó mi amo presa de una evidente angustia. Entonces, su voz se tornó airada—: ¡Viejo Hong, cómo te atreves a herir a mi burro!

Se inclinó sobre mí y, con la agilidad de una pantera, se plantó delante del rostro de Hong Taiyue.

Hong era el oficial de mayor graduación de la aldea de Ximen. Gracias a un pasado glorioso, después de que todos los demás dirigentes del Partido entregaran sus armas, él todavía llevaba una pistola en la cintura. La luz del sol y el aire de la revolución se reflejaban en su elegante cartuchera de cuero marrón, que enviaba una advertencia a todas las malas personas que habitaban en la aldea: no cometáis ninguna imprudencia, no alberguéis malos pensamientos y no os resistáis. Siempre llevaba puesto un sombrero gris de ala ancha del ejército, una chaqueta blanca abotonada, ceñida por la cintura con un cinturón de cuero de al menos diez centímetros de ancho, y una chaqueta de hilo gris echada sobre los hombros. Sus pantalones se abombaban sobre un par de zapatos de lona de suela gruesa, sin calcetines. Tenía el aspecto de ser miembro de un equipo de trabajo armado durante la guerra. En aquel entonces, yo era Ximen Nao y no un burro. Corrían unos tiempos en los que yo era el hombre más rico de la aldea de Ximen, una época en la que Ximen Nao era miembro de la alta aristocracia, alguien que ayudó a la resistencia a luchar contra los invasores y que apoyó a las fuerzas progresistas. Tenía una esposa y dos concubinas, doscientos acres de tierra fértil, un establo lleno de caballos y burros. Pero Hong Taiyue, me dirijo a ti, Hong Taiyue, ¿dónde estabas entonces? Eras la típica persona despreciable, la escoria de la sociedad, un mendigo que iba de acá para allá, haciendo sonar el hueso de la cadera de un buey. Había una especie de caucho amarillo resplandeciente, con nueve anillos de cobre colgando del borde, de tal modo que lo único que tenías que hacer era agitarlo suavemente para producir un sonido, huahua langlang. Sujetándolo por el asa, merodeabas por el mercado los días que acababan en cinco y en cero, y te colocabas en el suelo de adoquines que se extendía delante del restaurante Yingbinlou, con el rostro salpicado de hollín, desnudo de cintura para arriba, con una bolsa de tela colgando del cuello y tu prominente barriga, los pies desnudos, la cabeza afeitada, los ojos oscuros mirando hacia todas partes mientras cantabas melodías y hacías trucos. Ningún alma en la tierra podía emitir tantos sonidos distintos a partir del hueso de la cadera de un buey como hacías tú: Hua langlang, hua langlang, huahua langlang, hualang, huahua, langlang, hualanghualang… Danzaba en tu mano, con su brillante blancura refulgiendo, y era el centro de atención de todo el mercado. Atraías a las multitudes, rápidamente la plaza se transformaba en un lugar de entretenimiento: el mendigo Hong Taiyue estaba cantando y golpeando el hueso de la cadera de su buey. En realidad sonaba como si se tratara de una bandada de pollos y patos chillando, pero la cadencia tenía un ritmo reconocible y siempre iba acompañada con algún tipo de cántico:

El sol asoma e ilumina la muralla occidental.

el extremo oeste de la muralla oriental es gélido como el clima invernal.

Las llamas procedentes del horno calientan el lecho y el salón principal.

si se duerme boca arriba se mantiene recta la columna vertebral.

si se soplan las gachas calientes no se empaña el ventanal.

si quieres llevar la cabeza alta, haz el bien y evita el mal.

Si todo lo que digo te suena fatal.

ve a preguntar a tu madre, que te dirá que soy genial.

Pero entonces, se hizo pública la verdadera identidad de esta alhaja de hombre y los aldeanos descubrieron para su sorpresa que durante todo ese tiempo había trabajado como miembro infiltrado del Partido Comunista del concejo de Gaomi del Noreste y que enviaba informes secretos al Ejército de la Octava Ruta. Después de que me viera obligado a entregar todas mis riquezas, me miró a los ojos y, con una mirada afilada como una daga, del color del hierro frío, Hong Taiyue anunció solemnemente:

—Ximen Nao, durante la primera fase de la reforma agraria, te las arreglaste para salir adelante con tus embaucadores pequeños favores y tu falsa caridad, pero esta vez eres un cangrejo cocido que ya no podrá avanzar más, una tortuga en un frasco que no tiene salida. Has saqueado las propiedades del pueblo, has sido un maestro de la explotación, has llenado de sufrimiento la vida de los hombres y has hecho lo que has querido con las mujeres, has oprimido a todo el pueblo, eres la encarnación del mal y sólo tu muerte podrá sofocar la ira del pueblo. Si no te sacamos de la carretera, a ti que eres una roca negra que lo único que haces es obstaculizar el paso, si no te cortamos, a ti que eres un árbol descollante, la reforma agraria en el concejo de Gaomi del Noreste entrará en un punto muerto y los campesinos pobres y oprimidos de la aldea de Ximen nunca podrán salir adelante por sí mismos. ¡El Gobierno Regional ha aprobado y remitido al Gobierno Municipal la orden de que el terrateniente tirano Ximen Nao sea conducido hasta el puente de piedra que se encuentra en las afueras y sea fusilado!

Una explosión, un fogonazo de luz y los sesos de Ximen Nao fueron esparcidos por las piedras del tamaño de una calabaza que se encuentran debajo del puente, contaminando el aire que las rodea con un desagradable olor. Todos esos recuerdos resultaban muy dolorosos. No podía decir nada en mi defensa; se negaron a soltarme. Hay que luchar contra los terratenientes, machacar sus cabezas de perro, cortar las malas hierbas, arrancar los cabellos más gruesos. Si quieres acusar a alguien, siempre te daremos la oportunidad de hablar. Nosotros nos aseguraremos de que mueras convencido de tus crímenes. Es lo que dijo Hong Taiyue, pero no me dieron la menor oportunidad de esgrimir nada en mi defensa. Hong Taiyue, tus palabras no significan nada para mí, no has cumplido tu promesa.

Hong Taiyue se detuvo en la entrada, con las manos en las caderas, cara a cara con Lan Lian, en ademán intimidatorio. Aunque hacía sólo unos instantes yo era capaz de formarme una imagen de él inclinándose obsequiosamente delante de mí, con un hueso de buey en la mano, consiguió meter el miedo en el cuerpo de este burro herido. Entre mi amo y Hong Taiyue había unos veinticinco metros de separación. Mi amo nació pobre, siendo un miembro del proletariado, y no podía ser más rojo. Pero cambió en cuanto comenzó a disfrutar de una relación de acogida —de padre e hijo— conmigo, Ximen Nao, una relación delicada, por decirlo finamente, y aunque más tarde aumentó su conciencia de clase y se mantuvo en la vanguardia de la lucha contra mi persona, recuperando así su buen nombre como campesino pobre y adquiriendo una residencia donde vivir, tierra y una esposa, las autoridades lo seguían mirando con recelo, debido a la relación tan especial que había mantenido con Ximen Nao.

Los dos hombres se encararon durante un largo rato. Mi amo fue el primero en hablar:

—¿Quién te ha dado derecho a herir a mi burro?

—Si vuelve a morder la corteza de mi árbol, le pego un tiro —le contestó rotundamente Hong Taiyue, golpeando con énfasis la funda de la pistola que llevaba en la cintura.

—No es necesario que seas tan miserable con un animal.

—En mi opinión, las personas que beben de un pozo sin tener en cuenta su origen o se olvidan de dónde proceden cuando están en lo más alto son peores que un animal.

—¿Qué has querido decir con eso?

—Lan Lian, escucha atentamente lo que te voy a decir. —Hong Taiyue se acercó un paso y apuntó al pecho de Lan Lian como si su dedo fuera el cañón de una pistola—. Después de que la reforma agraria saliera adelante, te aconsejé que no te casaras con Yingchun. Me hago cargo de que ella no tenía la menor oportunidad por haber estado con Ximen Nao y personalmente apoyo la postura del gobierno sobre la conveniencia de que una viuda vuelva a casarse. Pero como miembro de la clase menos favorecida, deberías haberte casado con alguien como la viuda Su, de la Aldea Occidental. Después de que su marido muriera, se quedó sin un lugar para vivir y sin un pedazo de tierra que labrar, por lo que se vio obligada a mendigar para sobrevivir. Es cierto que su rostro está salpicado de marcas de la viruela, pero es una mujer que pertenece al proletariado, una de las nuestras, y podía haberte ayudado a mantener tu integridad como revolucionario comprometido. Pero no hiciste caso a mi consejo y decidiste casarte con Yingchun. Como nuestra política de matrimonios pone mucho énfasis en la libertad de elección, no me interpuse en tu camino. Tal y como había predicho, pasados tres años todos tus impulsos revolucionarios se han evaporado. Eres una persona egoísta, tu pensamiento es retrógrado y quieres llevar un estilo de vida más disipado del que llevaba tu anterior terrateniente, Ximen Nao. Te has convertido en un degenerado y si no abres los ojos pronto, te colgarán la etiqueta de enemigo del pueblo.

Mi amo miró a Hong Taiyue sin el menor asomo de expresión, sin hacer el menor movimiento; al fin, después de contener la respiración, dijo afablemente:

—Viejo Hong, si la viuda Su tiene todas esas grandes cualidades, ¿por qué no te casas con ella?

Hong reaccionó a esta, en apariencia, inofensiva pregunta como si hubiera perdido la facultad de hablar. Parecía sentirse gravemente aturdido e incapaz de recuperar el habla. Sin responder a la cuestión, dijo empleando un tono autoritario:

—No te hagas el gracioso conmigo, Lan Lian. Soy un representante del Partido, del gobierno y de los residentes menos favorecidos de la aldea de Ximen. Esta es tu última oportunidad de recobrar el juicio. Espero que eches las riendas al caballo antes de que te despeñes por el acantilado, que encuentres el camino de vuelta a nuestro campamento. Estamos preparados para perdonar tu falta de determinación y tu ignominioso pasado en el que te convertiste en un esclavo de Ximen Nao y no modificaremos tu situación social de trabajador agrícola sólo porque te hayas casado con Yingchun. Ser trabajador del campo es una etiqueta decorada con un ribete de oro y será mejor que no permitas que se oxide o que acumule polvo. Te estoy diciendo a la cara que espero que te unas a nuestra comunidad, que traigas contigo a ese pícaro burro, la carretilla, el arado y las herramientas de labranza que recibiste durante la reforma agraria, así como a tu esposa y a tus hijos, incluyendo, por supuesto, a esos dos mocosos del terrateniente, Ximen Jinlong y Ximen Baofeng. Únete a la comunidad y deja de trabajar para ti mismo, pon fin a tu búsqueda de la independencia. Deja de comportarte de forma tan testaruda, de ser un obstruccionista. Hemos convertido a miles de personas con más talento que tú. Yo, Hong Taiyue, prefiero permitir que un gato duerma en la entrepierna de mis pantalones antes que dejarte ser un campesino independiente bajo mi vigilancia. Espero que hayas escuchado hasta la última palabra que te he dicho.

La voz profunda de Hong Taiyue se había modelado durante el tiempo que pasó mendigando, cuando iba de aquí para allá golpeando el hueso de la cadera de un buey. Que una persona con ese tipo de voz y esa elocuencia no se convierta en un oficial es una afrenta a la naturaleza humana. Hasta yo me quedé absorto escuchando su monólogo mientras le veía recriminar a mi amo. Parecía ser más alto que Lan Lian, aunque en realidad este le sacaba media cabeza. El hecho de que mencionara a Ximen Jinlong y a Ximen Baofeng hizo que me diera un vuelco el corazón, ya que el Ximen Nao que vivía dentro de mi cuerpo de burro estaba en vilo por lo que respecta a los hijos que engendró y que luego dejó desamparados en mitad de un mundo tan turbulento. Tenía miedo por su futuro ya que, aunque Lan Lian podría ser su protector, también podía ser el motivo de su condena. Justo en ese momento, mi dama, Yingchun —traté desesperadamente de quitarme de la cabeza su imagen compartiendo mi lecho y aceptando la semilla que produjo los dos niños— llegó desde la habitación que daba al ala oeste. Antes de salir, se detuvo a contemplarse en los restos de un espejo roto que colgaba de la pared para comprobar su aspecto, de eso estoy seguro. Llevaba una chaqueta de color azul índigo y unos pantalones negros sueltos; un delantal azul con flores blancas atado a la cintura y un pañuelo azul y blanco, que hacía juego con el estampado del mandil y le cubría la cabeza. Todo su vestuario estaba perfectamente combinado.

Su rostro demacrado estaba bañado por la luz del sol; sus mejillas, sus ojos, su boca y sus orejas se combinaban para sacar a flote multitud de recuerdos. Era una mujer extraordinaria, un tesoro por cuyo amor habría matado. Lan Lian, maldito cabrón, has tenido buen ojo. Si te hubieras casado con la viuda Su de la Aldea Occidental, cuya cara está marcada por las cicatrices de la viruela, aunque te hubieras transformado en el Supremo Emperador de Jade Taoísta, no habrías salido ganando. Yingchun avanzó hasta Hong Taiyue, hizo una amplia reverencia y dijo:

—Hermano Hong, eres demasiado importante como para preocuparte de los problemas de las personas insignificantes como nosotros. No debes rebajarte al nivel de este rudo campesino.

Observé que en el rostro de Hong Taiyue se disipó la tensión. Como un hombre que descabalga de un burro para ascender la colina a pie, en otras palabras, utilizando la llegada de aquella mujer como una manera de atacar, dijo:

—Yingchun, no tengo que remover la historia de la familia por ti. Los dos podéis comportaros de forma imprudente si pensáis que vuestra propia situación es desesperada, pero tienes que pensar en tus hijos, que tienen toda la vida por delante. Dentro de ocho o diez años, cuando mires hacia atrás, Lan Lian, te darás cuenta de que todo lo que te he dicho hoy era por tu propio bien; por el tuyo, por el de tu esposa y por el de tus hijos. Es el mejor consejo que nadie te puede dar.

—Lo comprendo, Hermano Hong —dijo Yingchun mientras tiraba del brazo de Lan Lian—. Di al Hermano Hong que lo sientes. Iremos a casa y hablaremos de la posibilidad de unirnos a la comunidad.

—¿De qué tenemos que hablar? —preguntó Lan Lian—. Hasta los hermanos están dividiendo la propiedad de la familia. ¿Qué sentido tiene reunir a extraños para que coman de la misma olla?

—Pero qué cabezota eres —dijo Hong Taiyue indignado—. Muy bien, Lan Lian, adelante, saca adelante todo esto por ti mismo. Ya veremos quién es más poderoso, tú o la comunidad. A partir de ahora no voy a pedirte más que te unas a la comunidad pero un día, Lan lian, te pondrás de rodillas y me suplicarás que te deje ingresar en ella y ese día no está muy lejos, acuérdate de lo que digo.

—¡No pienso afiliarme a la comuna! ¡Y nunca me pondré de rodillas delante de ti! —exclamó bajando los ojos, y prosiguió—: Las normas de tu Partido dicen: «Unirse a una comunidad es un acto voluntario y está permitido abandonarla». ¡No me puedes obligar a afiliarme!

—¡Eres una apestosa mierda de perro! —dijo Hong Taiyue en un arranque de furia.

—Hermano Hong, por favor, no…

—Ya puedes dejar de decir Hermano esto, Hermano lo otro —dijo Hong con desprecio. Y luego se dirigió a Yingchun con una mirada de desagrado—. Soy el secretario del Partido y el jefe de la aldea, por no hablar de que pertenezco a la fuerza de seguridad de la aldea.

—Secretario del Partido, jefe de la aldea, oficial de seguridad —repitió Yingchun tímidamente—. Nos iremos a casa y hablaremos de ello.

A continuación, empujó a Lan Lian y gimoteó:

—Maldito idiota testarudo, tienes la cabeza llena de serrín, entra en casa conmigo inmediatamente…

—No voy a ninguna parte hasta que acabe con lo que tengo que decir. Jefe de la aldea, has herido a mi burro, así que tienes que pagarme para que cure su pata.

—Muy bien, te pagaré, con una bala —dijo Hong Taiyue dando golpecitos a su cartuchera y echándose a reír—. Lan Lian, dios mío, Lan Lian, eres todo un personaje.

A continuación, elevando la voz exclamó:

—Dime a quién pertenece este albaricoquero.

—Me pertenece a mí —dijo una voz a sus espaldas.

Huang Tong, comandante de la milicia local, estaba de pie junto a su puerta, observando cómo se desarrollaba la discusión. Se acercó a Hong Taiyue y dijo:

—Secretario del Partido, jefe de la aldea, oficial de seguridad, este árbol me lo dieron a mí durante la reforma agraria, pero no ha producido un solo albaricoque y había pensado en la posibilidad de arrancarlo un día de estos. Al igual que Ximen Nao, tiene algunas cuentas pendientes con nosotros, los pobres campesinos.

—¡Todo eso no es más que un montón de mierda! —dijo fríamente Hong Taiyue—. No sabes de qué hablas. Si quieres estar de mi parte, entonces no te inventes historias. Este árbol no produce frutos porque no te has ocupado de él. No tiene nada que ver con Ximen Nao. Es posible que el árbol ahora te pertenezca, pero tarde o temprano va a ser propiedad de la comunidad. El camino hacia la colectivización requiere la completa eliminación de la propiedad privada. Acabar con la explotación es una tendencia universal. Y por esa razón sería mejor que empieces a ocuparte de este árbol. ¡Si vuelves a dejar que ese burro mordisquee su corteza te voy a arrancar la piel de la espalda!

Huang Tong asintió con la cabeza y dibujó una sonrisa forzada en su rostro. Sus ojos miraron de soslayo, dejando escapar destellos dorados. Su boca estaba abierta lo suficiente como para revelar sus dientes amarillos y su encías púrpuras. Entonces apareció la esposa de Huang Tong, Qiuxiang, la segunda concubina de Ximen Nao. Acarreaba una vara de transporte sobre su hombro, con sus gemelos, Huzhu y Hezuo, sentados en cada una de las cestas situadas en los extremos. Se había cepillado su cabello, echándolo hacia atrás con aceite de osmanthus, y se había empolvado el rostro. Llevaba un vestido con ribetes florales y zapatos de satén verdes adornados con flores de color púrpura. Qiuxiang, que era una mujer audaz, estaba vestida tal y como solía cuando era mi concubina, tenía las mejillas sonrosadas y los ojos sonrientes. Lucía una figura encantadora, con curvas por todas partes, nada parecido a lo que suelen ser las mujeres que trabajan en el campo. Yo conocía muy bien a aquella mujer. No gozaba de un corazón bondadoso. Tenía la lengua afilada y una mente diabólica, y su única virtud estaba en la cama, por lo que no era una mujer de la que conviniera estar cerca o en la que se pudiera confiar. Albergaba aspiraciones elevadas y si no la hubiera mantenido a raya, mi esposa y mi primera concubina habrían muerto en sus manos. Incluso antes de que me convirtiera en un sucio perro, esta moza vio lo que había escrito en la pared y fue a por mí, afirmando que la había violado, que me había abalanzado sobre ella, que Ximen Bai la maltrataba a diario. Incluso se abrió la blusa delante de un grupo de hombres en el juicio principal y señaló las cicatrices de sus pechos, gimiendo y escupiendo ruidosamente: «Aquí es donde la mujer del terrateniente me quemó con el cazo al rojo vivo de una pipa, aquí es donde ese tirano de Ximen Nao me pinchó con un punzón». Como había estudiado para ser actriz de teatro, sabía con exactitud cómo llegar hasta el corazón de la gente. Yo, Ximen Nao, la metí en mi casa por pura compasión. Por entonces ella no era más que una adolescente cuyo cabello todavía estaba recogido en trenzas mientras seguía a su padre ciego de un lugar a otro y cantaba para ganar dinero. Por desgracia, un día su padre murió en la calle y ella tuvo que vender su cuerpo para poder enterrarlo. Yo la acogí como doncella. Tú, maldita zorra desagradecida, si Ximen Nao no hubiera acudido a tu rescate, habrías muerto bajo la inclemencia de los elementos o te habrías visto obligada a ganarte la vida como prostituta. La muy puta hizo unas acusaciones terribles, escupiendo mentiras que sonaban tan reales que las mujeres que se encontraban a pie del escenario sollozaban abiertamente, empapando sus relucientes mangas con un torrente de lágrimas. Se lanzaron proclamas, la ira se extendió entre la multitud y quedó sellada mi condena. Sabía que al final acabaría muriendo a manos de esa puta. Ella lloraba, gemía, pero unos instantes después me miró de soslayo con esos ojos largos y estrechos. Si no hubiera sido por los dos milicianos que me tenían cogido por los brazos, me habría abalanzado sobre ella, sin importarme lo más mínimo qué me hubiera sucedido después, y la habría abofeteado en el rostro; una, dos, tres veces. No me da miedo decir la verdad: en casa, como escarmiento por todas las mentiras que había dicho, lo hice. La abofeteé tres veces y ella se cayó de rodillas, envolvió mis piernas con sus brazos, con las lágrimas nublando sus ojos, y vi esa mirada, tan encantadora, tan lastimera, tan llena de afecto, que mi corazón se suavizó y mi miembro viril se endureció. ¿Qué se puede hacer con una mujer que es incapaz de parar de decir mentiras, que es una perezosa y una mimada? Pero les das tres bofetadas fuertes y se meten contigo en la cama como si estuvieran borrachas. Créeme, una mujer coqueta como aquella era mi castigo. Viejo Amo, viejo Amo, querido Hermano Mayor, adelante, mátame, llévame a la muerte, córtame en pedazos, pero mi alma seguirá envuelta en ti… Sacó unas tijeras de su corpiño y trató de apuñalarme, pero la detuvieron los milicianos y la sacaron del estrado. Hasta ese momento me había aferrado a la idea de que estaba representando una farsa para protegerse. No podía creer que ninguna mujer pudiera albergar un odio tan profundo por alguien con quien había yacido en el lecho…

Qiuxiang cogió a Huzhu y a Hezuo en sus cestas. Daba la sensación de que se dirigía hacia el mercado, y lanzó a Hong Taiyue una mirada seductora. Su pequeño rostro oscuro era como una peonía negra.

—Huang Tong —dijo Hong—, no la pierdas de vista, porque necesita un recauchutado. Asegúrate de que deja de actuar como la señora de un terrateniente. Envíala a trabajar a los campos e impide que siga yendo de un mercado a otro.

—¿Estás escuchando? —Huang Tong se colocó delante de Qiuxiang—. ¡El secretario del Partido está hablando de ti!

—¿De mí? ¿Y yo qué he hecho? Si no puedo ir al mercado, ¿por qué no lo cierran? Si tienes miedo de que resulte demasiado atractiva para los hombres, compra una botella de ácido sulfúrico y desfigúrame el rostro.

Todo ese discurso que salía de su pequeña boca produjo una vergüenza enorme en Hong Taiyue.

—¡Tú, zorra, me estás desafiando para que te pegue! —refunfuñó Huang Tong.

—¿Quién me va a pegar, tú? Si me tocas donde no debes tocarme, voy a pelear contigo hasta que nuestros pechos comiencen a derramar sangre.

Huang Tong le dio una bofetada antes de que nadie pudiera reaccionar. Todo el mundo se quedó petrificado y yo esperaba que Qiuxiang protagonizara una escena bochornosa, que rodaran por el suelo, que amenazara con suicidarse, ese tipo de cosas que siempre hacía. Pero esperé en vano. No presentó la menor resistencia. Se limitó a soltar el palo, a cubrirse el rostro y a ponerse a llorar, y asustó a Huzhu y a Hezuo, que también se echaron a llorar. Desde la lejanía, sus resplandecientes y pequeñas gorras de pelo parecían cabezas de monos.

Hong Taiyue, que fue el que empezó la disputa, se convirtió en pacificador, tratando de suavizar las cosas entre Huang Tong y su esposa. A continuación, sin mirar siquiera de soslayo, entró en lo que anteriormente había sido la vivienda principal de la finca Ximen, que ahora tenía un cartel de madera escrito de cualquier manera y colgado sobre la pared de ladrillos en el que se proclamaba: Comité del Partido de la aldea de Ximen.

Mi amo pasó los brazos alrededor de mi cabeza y me masajeó las orejas con sus ásperas manos, mientras que su esposa, Yingchun, me limpiaba la pata herida con agua salada y la envolvía en un pedazo de paño blanco. En ese momento tan doloroso y al mismo tiempo tan cálido, yo no era Ximen Nao, era un burro, un asno que estaba a punto de convertirse en adulto y en el acompañante de su amo para lo bueno y para lo malo. Como dice la canción que escribió Mo Yan para su nueva obra, «El burro negro»:

El alma de un hombre encerrada en el cuerpo de un burro.

Los acontecimientos del pasado flotan como las nubes.

Todos los seres renacen entre los seis caminos, plagados de amargura.

La llama del deseo no se puede apagar, los sueños afectuosos persisten.

¿Cómo es posible que no recuerde su vida pasada y pase los días como un burro satisfecho?