Las almas gemelas

Uno de los habituales del círculo de Irving y Stoker era el reputado crítico teatral Clement Scott, editor también de la revista Theatre. En octubre de 1886 encargó a Stoker un relato para el número de Navidad de su publicación. Por aquel entonces, el actor y su representante estaban absorbidos por su próximo montaje teatral, una adaptación de la novela de Alexandre Dumas «Los hermanos corsos» («Les Frères Corses», 1845). Su argumento —dos hermanos que nacen unidos, son separados mediante una intervención quirúrgica y mantienen un extraño lazo telepático— les fascinaba por sus elementos fantásticos y sobrenaturales. La obra fue un gran éxito en sus 190 representaciones e incluso el propio Stoker intervino como figurante en una escena de un baile de máscaras; pero también tuvo sus aspectos inquietantes: en la biografía del actor que escribió Stoker, «Personal Réminiscences of Henry Irving», se nos cuenta cómo el doble de Irving comenzó a obsesionarse con la idea de que también tenía un inexplicable vínculo psíquico con él; esto, unido al insistente rumor que corría por el mundillo teatral de que Irving hipnotizaba a sus partenaires en el escenario, rodeó a las representaciones de una extraña atmósfera que debió de condicionar poderosamente la escritura de este relato, precisamente la historia de dos gemelos y de dos niños unidos por una desasosegadora afinidad psicológica.

«Las almas gemelas» («The Dualists or The Death Doom of the Double Born») es la narración más estrafalaria y alucinada de toda la carrera de Stoker, y se aparta por completo de las formas de la narrativa victoriana: su feroz y macabro sentido del humor, su aséptica puesta en escena de una crueldad absurda e innecesaria, su constante tono de burla a través de los guiños literarios y su desapasionada narración de los detalles más truculentos solo es comparable a cierta tradición, muy francesa, de una literatura de la crueldad (de Jules Janin y Petrus Borel a las más salvajes e irreverentes obras de un Guillaume Apollinaire) o a piezas aisladas e inclasificables como «Mi crimen favorito» («My Favourite Murder», 1888), de Ambrose Bierce, o «La gallina degollada» (1909), de Horacio Quiroga. El relato fue publicado finalmente en el número de enero de 1887 de Theatre.