Los cuentos de Bram Stoker

Publicar relatos en periódicos o revistas había sido una aspiración de Stoker desde su juventud, sobre todo en una época —los años setenta— en la que proliferaban las revistas literarias y había demanda de cuentos de nuevos escritores. Aunque sus reseñas teatrales y editoriales eran habituales en diarios como Irish Echo, Halfpenny Press y Dublín Mail, no fue hasta 1872 cuando consiguió vender a London Society su primera historia de ficción, «The Crystal Cup», una narración más bien críptica y engolada, influida por un simbolismo a lo Edgar Allan Poe. Animado por ello, envió originales a algunas de las más vendidas publicaciones de la época, como Macmillan’s, The Cornhill, Temple Bar y la célebre Blackwood’s Magazine, pero todas los rechazaron.

Stoker tuvo que esperar hasta 1875 para ver otra vez sus cuentos en letra impresa: The Shamrock publicó tres historias suyas en entregas, «The Primrose Path», «Buried Treasures» y «La cadena del destino» («The Chain of Destiny»). Esta última interesa por ser la primera incursión del autor en los terrenos de la literatura gótica y por adelantar muchos de los temas que recorrerán el resto de su obra. Al año siguiente comenzó una serie de relatos infantiles para Warder que luego recopilaría en el volumen «Under the Sunset»: desde entonces escribir cuentos para revistas será una actividad muy habitual para él.

Sus obligaciones hacia Irving, que podían suponer hasta dieciocho horas de trabajo diarias, no le impedían los devaneos literarios: muchas veces, los relatos eran escritos entre bastidores, durante las representaciones o en los breves descansos de que disponía, redactados a toda prisa en pequeñas hojas que guardaba en sus bolsillos. Las escapadas al retiro vacacional de Cruden Bay, en Escocia, también eran momentos idóneos para la escritura. La época en que Stoker produjo más y mejores cuentos fue en el prolífico período que va de 1890 a 1897, precisamente los siete años en los que vivió obsesionado por la composición de «Drácula» y en los que parecía más interesado por la literatura de horror y los temas macabros. Sus más famosas narraciones cortas, las siempre reproducidas en antologías de terror, pertenecen a esta etapa: «La casa del juez» («Judge’s House»), «El entierro de las ratas» («Burial of the Rats») y «La mujer india» («The Squaw»). A principios de siglo Stoker continuó vendiendo historias a revistas, aunque se acabó decantando por argumentos más sentimentales y realistas, alejados de su vena gótica y de la alucinada locura de sus últimas novelas. Cuando lo sorprendió la muerte, en 1912, preparaba una antología de sus mejores relatos. Dos años más tarde, su viuda, Florence, retomó la tarea y publicó «Dracula’s Guest and Other Weird Stories», una compilación muy limitada que solo reunía ocho relatos y «El invitado de Drácula» («Dracula’s Guest»), un capítulo de «Drácula» que el propio Stoker había suprimido de la versión definitiva. Aún está por hacerse un repertorio de toda la ficción breve que Stoker vendió a las revistas, ya que muchos de esos relatos no son localizables con facilidad.

La obra de Stoker viene ineludiblemente marcada por su experiencia como lector y por la honesta conciencia de ser más un entusiasta de la literatura que un profesional dedicado a ella. De hecho, esas lecturas son rastreables en muchos de sus relatos, pero Stoker no era un mero imitador de los estilos o géneros que le interesaban: en todos sus cuentos se filtra una personalidad indiscutible, una mano firme, a veces obsesiva y monotemática, que condiciona y modifica los límites en los que se inscribe o de los que parte esa narrativa. La tradición gótica es moldeada por Stoker, forzada incluso, según unos diseños característicos que acaban por delatar a ese hombretón pelirrojo oculto en la tramoya. Esto convierte los relatos de horror del escritor en piezas más bien inclasificables, bastante alejadas de narraciones más perfectas y menos arriesgadas, distanciadas de los esquemas habituales en la época y empapadas de la peculiar (y muchas veces ingenua) concepción que él mismo tenía de la sociedad, el amor y las relaciones humanas.