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EN el caso de Catherine Bowers, Dalgliesh se encontró con un testigo ideal para cualquier policía, serena, meticulosa y segura. Había entrado con gran aplomo, sin mostrar signo alguno de nerviosismo ni de dolor. A Dalgliesh no le gustó. Sabía que era propenso a estas antipatías personales y hacía tiempo que había aprendido tanto a ocultarlas como a evaluarlas. Pero tenía razón al suponer que era una observadora precisa. Había sido rápida para observar las reacciones de la gente así como para registrar la secuencia de los acontecimientos. Fue por Catherine Bowers que Dalgliesh se enteró de lo conmocionados que habían quedado los Maxie por el anuncio de Sally, lo triunfalmente que la chica había dado la noticia entre carcajadas, y qué efecto inusitado le habían producido a la señorita Liddell las observaciones que le había dirigido. Además, la señorita Bowers estaba perfectamente dispuesta a hablar de sus propios sentimientos.

—Naturalmente fue un golpe terrible cuando Sally nos dio sus nuevas, pero puedo ver muy bien cómo ocurrió. No hay persona más buena que el doctor Maxie. Tiene demasiada conciencia social, como siempre le digo, y la chica simplemente se aprovechó de eso. Yo sé que no puede haberla amado realmente. Nunca me lo mencionó y me lo hubiera dicho a mí antes que a nadie. Si realmente se hubieran querido el uno al otro podría haber estado seguro de que lo comprendería y le dejaría en libertad.

—¿Quiere decir que estaban comprometidos para casarse?

A Dalgliesh le resultó difícil que su voz no trasluciera sorpresa. Sólo hacía falta una prometida más para que el caso se volviera increíble.

—No se trataba exactamente de un compromiso, inspector. Ni anillos ni nada por el estilo. Pero hemos sido amigos íntimos por tanto tiempo que se daba más bien por supuesto… supongo que se podría decir que había un entendimiento. Pero no había planes definidos. El doctor Maxie tiene un camino largo que recorrer antes de poder pensar en casarse. Y hay que tener en cuenta la enfermedad de su padre.

—¿De modo que, en realidad, no estaba comprometida para casarse con él?

Enfrentada con una pregunta tan tajante, Catherine admitió que era así, pero con una ligera sonrisa de complacencia que daba a entender que sólo era cuestión de tiempo.

—¿Cuando llegó a Martingale este fin de semana, notó algo que le resultara extraño?

—Bueno, el viernes por la noche se me hizo bastante tarde. No llegué hasta justo antes de la cena. El doctor Maxie llegó entrada la noche y el señor Hearne llego el sábado por la mañana, de modo que sólo estábamos para cenar la señora Maxie, Deborah y yo. Pensé que parecían preocupadas. No me gusta tener que decirlo, pero me temo que Sally Jupp era una chiquilla intrigante. Servía la mesa y su actitud no me gustó en absoluto.

Dalgliesh siguió preguntándole pero, hasta donde pudo llegar a juzgar, esa «actitud» no consistía más que en una ligera sacudida de cabeza cuando Deborah le dirigió la palabra y el descuido de no llamar a la señora Maxie «Señora». Pero no desechó el testimonio de Catherine como carente de valor. Era probable que ni la señora Maxie ni su hija hubieran estado enteramente ignorantes del peligro existente entre de ellas.

Cambió de rumbo y la hizo repasar cuidadosamente los acontecimientos del domingo por la mañana. Describió cómo se había despertado con dolor de cabeza después de pasar una mala noche y había ido en busca de una aspirina. La señora Maxie le había dicho que cogiera una. Fue entonces cuando se fijó en el frasco de Sommeil. Al principio había confundido los comprimidos con aspirinas, pero inmediatamente se dio cuenta de que eran demasiado pequeños y de otro color. Además, el frasco tenía etiqueta. No había reparado en cuántos comprimidos de Sommeil había en el frasco, pero estaba absolutamente segura de que el frasco estaba en el botiquín a las siete de esa mañana e igualmente segura de que ya no estaba allí cuando ella y Stephen Maxie lo habían buscado después del hallazgo del cuerpo de Sally Jupp. El único Sommeil que había entonces en el botiquín era un paquete sin abrir y sellado. Dalgliesh le pidió que describiera el hallazgo del cuerpo y se sorprendió de la imagen vívida que logró dar.

—Cuando Martha vino a decirle a la señora Maxie que Sally no se había levantado al principio pensamos que simplemente se había quedado dormida otra vez. Luego Martha volvió para decir que su puerta estaba cerrada y que Jimmy lloraba, de modo que fuimos a ver qué pasaba. No hay duda alguna de que la puerta estaba cerrada con cerrojo. Como usted sabe, el doctor Maxie y el señor Hearne entraron por la ventana y escuché a uno de ellos descorrer el cerrojo. Creo que debe haber sido el señor Hearne porque él abrió la puerta. Stephen estaba parado cerca de la cama mirando a Sally. El señor Hearne dijo: «Me temo que está muerta». Alguien gritó. Era Martha, creo, pero no me di la vuelta para fijarme. Dije: «¡No puede ser! ¡Anoche estaba perfectamente bien!» Para entonces nos habíamos acercado a la cama y Stephen le había bajado la sábana del rostro. Antes de eso le llegaba hasta el mentón y estaba cuidadosamente doblada. Pensé que parecía como si alguien la hubiera arropado para que pasara la noche confortablemente. En cuanto vimos las marcas en su cuello supimos lo que había ocurrido. La señora Maxie cerró los ojos por un momento. Pensé que iba a desmayarse de modo que me acerqué a ella. Pero consiguió mantenerse erguida y se quedó al pie de la cama aferrada a la barandilla. Temblaba violentamente, tanto que toda la cama se sacudía. Como habrá visto, no es más que una cama liviana de una sola plaza y el movimiento hacía que el cuerpo saltara muy suavemente hacia arriba y abajo. Stephen dijo muy fuerte: «Cubridle el rostro», pero el señor Hearne le recordó que era mejor que no tocáramos nada más hasta que llegara la policía. El señor Hearne era el más sereno de todos nosotros, pensé, pero supongo que está habituado a la muerte violenta. Parecía más interesado que conmocionado. Se inclinó sobre Sally y levantó uno de sus párpados. Stephen dijo con aspereza: «Yo no me preocuparía, Hearne. Está bien muerta». El señor Hearne contestó: «No se trata de eso. Estoy pensando en por qué no ofreció resistencia». Entonces mojó el meñique en la taza de chocolate sobre la mesilla de noche. Estaba llena hasta un poco más de la mitad y se había formado una película en la parte de arriba. Ésta se le pegó al dedo y se lo limpió con el borde de la taza antes de llevarse el dedo a la boca. Todos estábamos mirándolo como si fuera a mostrarnos algo maravilloso. Pensé que la señora Maxie parecía… bueno, algo esperanzada. Casi como un niño en una fiesta. Stephen dijo «Bueno, ¿de qué se trata?» El señor Hearne se encogió de hombros: «Eso lo tendrá que decir el analista. Pienso que ha sido narcotizada». En ese instante Deborah dio una especie de grito ahogado y se tambaleó hacia la puerta. Estaba tremendamente pálida y obviamente iba a vomitar. Traté de llegar a ella pero el señor Hearne dijo muy bruscamente: «Está bien. Yo me encargo de ella». La guió fuera de la habitación y creo que fueron al cuarto de baño del servicio que está al lado. No me sorprendí. Podría haber supuesto que a Deborah le fallaría el ánimo así. Eso dejó a la señora Maxie y a Stephen en la habitación conmigo. Sugerí que la señora Maxie buscara una llave para poder dejar cerrada la habitación y ella contestó: «Claro. Creo que es lo que suele hacerse en estos casos. ¿Y no deberíamos llamar a la policía? El teléfono del vestidor sería lo más conveniente». Supongo que quería decir que sería lo más privado. Recuerdo que pensé: «Si hablamos desde el vestidor las criadas no podrán oír», olvidándome de que «las criadas» significaba Sally y que Sally no volvería a oír nunca nada.

—¿Quiere decir que la señorita Jupp tenía la costumbre de escuchar las conversaciones de los demás? —interrumpió el inspector.

—Ciertamente siempre tuve esa impresión, inspector. Pero siempre pensé que era astuta. Nunca pareció sentir el menor agradecimiento por todo lo que la familia había hecho por ella. Naturalmente, odiaba a la señora Riscoe. Cualquiera se daba cuenta. ¿Me imagino que le habrán contado el asunto del vestido copiado?

Dalgliesh se manifestó interesado por este título intrigante y se vio recompensado con una descripción gráfica del incidente y de las reacciones que había provocado.

—Así que puede ver la clase de chica que era. La señora Riscoe aparentó tomarlo con calma, pero me di cuenta de lo que sentía. Hubiera matado a Sally.

Catherine tiró de la falda para cubrir sus rodillas con una complaciente falsa modestia. O era una muy buena actriz o no era consciente de su error. Dalgliesh prosiguió el interrogatorio con la impresión de que quizá tenía enfrente a una personalidad más compleja de lo que había creído al principio.

—¿Quiere, por favor, decirme qué ocurrió cuando la señora Maxie, su hijo y usted llegaron al vestidor?

—Ya llegaba a eso, inspector. Yo había levantado a Jimmy de su cuna y todavía lo tenía en mis brazos. Me parecía horrible que hubiese estado solo en esa habitación con su madre muerta. Cuando irrumpimos todos dejó de llorar y pienso que por un momento ninguno de nosotros se acordó de él. Entonces, súbitamente, me fijé en él. Había conseguido erguirse agarrándose de los barrotes de la cuna y ahí estaba balanceándose con el pañal mojado por los tobillos y una mirada de interés en el rostro. Por supuesto, y gracias a Dios, es demasiado pequeño para comprender, y supongo que simplemente se preguntaba qué estábamos haciendo todos nosotros alrededor de la cama de su madre. Se había tranquilizado del todo y vino a mí encantado. Lo llevé conmigo al vestidor. Cuando llegamos, el doctor Maxie fue directamente al botiquín. Dijo: «¡No está!». Le pregunté a qué se refería y me habló del Sommeil que faltaba. Fue la primera vez que escuché hablar del asunto. Pude decirle que el frasco había estado allí cuando fui a buscar la aspirina esa mañana. Mientras hablábamos, la señora Maxie fue hasta el cuarto de su marido. Estuvo allí sólo un minuto y cuando volvió dijo: «Está bien. Duerme. ¿Ya llamasteis a la policía?». Stephen fue hasta el teléfono y yo dije que me llevaría a Jimmy conmigo mientras me vestía y luego le daría su desayuno. Nadie respondió de modo que me dirigí a la puerta. Justo antes de salir me volví. Stephen tenía la mano sobre el auricular y de repente su madre colocó la mano sobre la suya y le escuché decir: «Espera. Hay algo que debo saber». Stephen contestó: «No necesitas preguntar. No sé nada de todo esto. Lo juro». La señora Maxie dio un pequeño suspiro y se llevó la mano a los ojos. Luego Stephen levantó el auricular y yo dejé la habitación.

Hizo una pausa y levantó la vista hacia Dalgliesh como esperando o solicitando alguna observación.

—Gracias —dijo él gravemente—. Por favor, prosiga.

—Realmente no hay mucho más para decir, inspector. Llevé a Jimmy a mi habitación, y en el camino cogí un pañal limpio del baño pequeño. La señora Riscoe y el señor Hearne todavía estaban allí. Se había descompuesto y él estaba ayudándola a lavarse la cara. Me pareció que no les agradó mucho verme. Dije: «Cuando te sientas mejor me imagino que a tu madre le vendría bien algo de compañía. Yo me estoy ocupando de Jimmy». Ninguno de los dos contestó. Encontré los pañales en el armario de la caldera, fui a mi cuarto y cambié a Jimmy. Después lo dejé jugar sobre mi cama mientras me vestía. Eso no llevó más que unos diez minutos. Lo llevé a la cocina y le di un huevo pasado por agua con pan y bizcochos y algo de leche tibia. Se portó muy bien todo el tiempo. Martha estaba en la cocina preparando el desayuno, pero no nos hablamos. Me sorprendió encontrar también allí al señor Hearne. Estaba haciendo café. Supongo que la señora Riscoe acompañaba a su madre. El señor Hearne tampoco parecía tener ganas de conversar. Creo que estaba molesto conmigo por lo que le dije a la señora Riscoe. Como usted probablemente ya se haya dado cuenta, para él ella no puede hacer nada malo. Bueno, como no parecían tener interés en hablar sobre lo que debía hacerse, decidí hacerme cargo y fui al vestíbulo con Jimmy y llamé por teléfono a la señorita Liddell. Le conté lo que había ocurrido y le pedí que viniera a buscar al bebé hasta que las cosas se arreglaran. Llegó en taxi en quince minutos aproximadamente y, para entonces, el doctor Epps y la policía ya se habían presentado. Lo demás usted ya lo conoce.

—Ha sido una narración muy clara y útil, señorita Bowers. Tiene usted la ventaja de ser una observadora experta, pero no todos los observadores expertos pueden presentar sus hechos en una secuencia lógica. No la retendré mucho más. Sólo quiero volver atrás a la primera parte de la noche. Hasta ahora me ha descrito muy claramente los acontecimientos de la tarde-noche de ayer y de esta mañana. Lo que quería dejar sentado ahora es la secuencia de los hechos a partir de las diez. Según creo, a esa hora todavía estaba en el despacho con la señora Maxie, el doctor Epps y la señorita Liddell. Por favor, ¿podría retomar a partir de ese momento?

Por primera vez Dalgliesh percibió una cierta vacilación en la respuesta de su sospechosa. Hasta ahora había respondido a su interrogatorio con una fluidez natural que lo había impresionado como demasiado espontánea para estar ocultando algo. Podía creer que, hasta ese momento, a Catherine Bowers la entrevista no le había resultado desagradable. Resultaba difícil conciliar un discurso tan desinhibido con una conciencia culpable. Ahora, sin embargo, sintió la repentina retirada de la confianza, la ligera tensión para enfrentar un inoportuno cambio de énfasis. Confirmó que la señorita Liddell y el doctor Epps habían dejado el despacho para volver a sus casas alrededor de las diez y media. La señora Maxie los había acompañado hasta la puerta y luego había vuelto adonde estaba Catherine. Juntas habían ordenado los papeles y guardado el dinero en la caja fuerte. La señora Maxie no mencionó haber visto a Sally. Ninguna de las dos habló acerca de ella. Después de guardar el dinero bajo llave fueron a la cocina. Martha se había ido a acostar, pero había dejado sobre la cocina una cacerola con leche y una bandeja de plata con tazas sobre la mesa de la cocina. Catherine recordó haber notado que faltaba la taza de Wedgwood de la señora Riscoe y le resultó extraño que el señor Hearne y la señora Riscoe pudiesen haber entrado del jardín sin que nadie lo supiera. Ni se le ocurrió que Sally pudiese haber cogido la taza aunque, por supuesto, uno podía darse cuenta de que era justo el tipo de cosa que podría hacer. La taza del doctor Maxie estaba allí, junto con una de vidrio con su soporte que pertenecía a la señora Maxie y dos tazas grandes con platillos para los huéspedes. Sobre la mesa había una azucarera y dos latas de bebidas para preparar con leche. No había chocolate. La señora Maxie y Catherine habían recogido sus bebidas y habían subido con ellas hasta el vestidor del señor Maxie, donde su esposa pasaría la noche. Catherine la ayudó a hacer la cama del inválido y luego se detuvo frente al fuego del vestidor a beber su Ovaltine. Se había ofrecido a quedarse en vela por un tiempo con la señora Maxie, pero la oferta no fue aceptada. Después de una hora aproximadamente se había retirado para ir a su propio dormitorio. Dormía en el lado de la casa opuesto al del dormitorio de Sally. No había visto a nadie en el trayecto a su habitación. Después de desvestirse había ido al cuarto de baño en bata y estuvo de vuelta en su cuarto alrededor de las once y cuarto. Mientras cerraba la puerta le pareció haber escuchado a la señora Riscoe y al señor Hearne subiendo las escaleras, pero no podía asegurarlo. Hasta ese momento no había viso u oído nada de Sally.

En este punto, Catherine se detuvo y Dalgliesh esperó pacientemente, pero su interés se avivó. En el rincón, el sargento Martín dio la vuelta a una página de su libreta con un silencio experimentado y echó una rápida mirada de reojo a su jefe. A menos que estuviese muy equivocado, al viejo le cosquilleaban los dedos.

—Sí, señorita Bowers —la apremió Dalgliesh inexorablemente.

Su testigo prosiguió valientemente.

—Me temo que esta parte le pueda resultar bastante extraña, pero en ese momento todo parecía perfectamente natural. Como puede comprender, la escena anterior a la cena había sido un gran golpe para mí. No podía creer que Stephen y esta chica estuviesen comprometidos. Después de todo, no fue él quien dio la noticia, y no pienso ni por un momento que realmente se le hubiera declarado. La cena había sido una comida espantosa como puede imaginarse, y después todos se habían seguido comportando como si nada hubiera pasado. Naturalmente, los Maxie nunca dejan traslucir sus sentimientos, pero la señora Riscoe se fue con el señor Hearne y no me cabe ninguna duda de que hablaron largo y tendido sobre el asunto y sobre qué podía hacerse. Pero a mí nadie me dijo nada pese a que, en cierto sentido, yo era la persona más afectada. Pensé que la señora Maxie podría haberlo discutido conmigo después de que los otros dos invitados hubiesen partido, pero comprendí que no tenía intención de hacerlo. Cuando llegué a mi habitación me di cuenta de que si yo no hacía nada, ningún otro lo haría. No podía soportar pasar toda la noche allí acostada con esa incertidumbre. Sentía que no tenía más remedio que averiguar la verdad. Lo más natural parecía ser preguntarle a Sally. Pensé que si pudiéramos tener una conversación privada, ella y yo, podría poner en claro todo el asunto. Sabía que era tarde pero me parecía que era la única oportunidad. Había estado acostada allí en la oscuridad por algún tiempo, pero cuando me decidí, encendí la lámpara de la mesilla de noche y miré mi reloj. Indicaba que faltaban tres minutos para la medianoche. En el estado de ánimo en que estaba no me pareció tan tarde. Me puse la bata, tomé mi linterna de bolsillo y me dirigí a la habitación de Sally. Su puerta estaba cerrada con llave pero podía ver que la luz estaba encendida porque se la percibía por el ojo de la cerradura. Golpeé la puerta y la llamé suavemente. Como habrá visto, la puerta es muy gruesa, pero debió haberme oído porque lo primero que escuché fue el sonido del cerrojo que se cerraba y la luz del ojo de la cerradura se oscureció súbitamente cuando se paró frente a ella. Golpeé y llamé una vez más, pero era evidente que no me iba a dejar entrar, de modo que me di la vuelta y retorné hacia mi habitación. Estaba de camino cuando de repente pensé que debía ver a Stephen. No podía afrontar el volverme a la cama con la misma incertidumbre. Pensé que tal vez podía querer confiarse a mí, pero no le agradaba la idea de venir a verme. Así que me volví de la puerta de mi dormitorio y fui hasta el suyo. La luz no estaba encendida, por lo tanto llamé suavemente y entré. Sentía que si al menos podía verlo todo estaría bien.

—¿Y lo estuvo? —preguntó Dalgliesh.

Esta vez el aire de competencia jovial había desaparecido. El dolor repentino en esos ojos poco atractivos era inconfundible.

—No estaba allí, inspector. La cama estaba abierta, lista para que se acostase, pero él no estaba allí —hizo un repentino esfuerzo por volver a su actitud anterior y le dirigió una sonrisa tan artificial que fue patética—. Por supuesto ahora sé que Stephen había ido a ver a Bocock, pero en el momento resultó muy decepcionante.

—Debe haberlo sido —asintió gravemente Dalgliesh.