CERCA ya de las siete y media Martha oyó el ruido que había estado esperando, el chirrido de las ruedas de un cochecito en el camino de entrada. Jimmy gimoteaba suavemente y era obvio que sólo lo persuadía de no llorar a gritos el movimiento sedante del cochecito y las suaves y tranquilizadoras palabras de su madre. Pronto vio pasar la cabeza de Sally por la ventana de la cocina, el cochecito entró al fregadero y, casi de inmediato, madre e hijo aparecieron en la cocina. La madre tenía un aire de emoción reprimida. Parecía a la vez nerviosa y satisfecha de sí misma. A Martha no le pareció que una tarde de pasear a Jimmy por el bosque podía dar cuenta de ese aspecto de placer reservado y triunfal.
—Llegas tarde —dijo—. Diría que el niño está muerto de hambre, pobrecito.
—Bueno, no tendrá que esperar mucho más, ¿no es cierto mi amor? Supongo que no habrá leche hervida, ¿o sí?
—No estoy aquí para atenderte, Sally, por favor recuérdalo. Si quieres leche debes hervirla tú misma. Sabes muy bien a qué hora había que alimentar al niño.
No volvieron a hablar mientras Sally hervía la leche y trataba, sin mucho éxito, de enfriarla rápidamente mientras sostenía a Jimmy con un brazo. Sólo cuando Sally estuvo lista para llevarse arriba a la criatura le habló Martha.
—Sally —dijo—, ¿sacaste algo de la cama del señor cuando la hiciste esta mañana? ¿Algo que le pertenece? ¡Quiero la verdad ahora!
—Por su tono es evidente que sabe que sí. ¿Me quiere decir que usted sabía que tenía escondidos esos comprimidos? ¿Y no dijo nada?
—Claro que lo sabía. Me he ocupado de él durante años, ¿no es cierto? ¿Quién más sabría lo que hace, lo que siente? Me imagino que pensaste que él los tomaría. Bueno, no tienes por qué preocuparte por eso. ¿Es cosa tuya a fin de cuentas? Si tuvieras que estar ahí acostada, año tras año, quizá quisieras saber que tienes algo, unos pocos comprimidos tal vez, que acabarían con todo el dolor y el cansancio. Algo de lo que nadie más estaba enterado hasta que una putita estúpida, de la que no se podía esperar nada mejor, huroneando, los encontró. Fuiste muy astuta, ¿no? ¡Pero no los hubiera tomado! Es un caballero. Eso tampoco lo podrías entender. Pero puedes devolverme esos comprimidos. Y si mencionas una sola palabra de esto a alguien o pones la mano sobre cualquier otra cosa del señor, haré que te echen. A ti y a ese mocoso. ¡Ya encontraré una manera, no te preocupes!
Alargó la mano hacia Sally. En ningún momento había alzado la voz pero su tranquila autoridad era más temible que la ira, y había un toque de histeria en la voz de la chica cuando respondió.
—Me temo que no tiene suerte. No tengo los comprimidos. Se los llevé a Stephen esta tarde. ¡Sí, a Stephen! Y ahora que he escuchado sus tonterías me alegro de haberlo hecho. ¡Me gustaría verle la cara a Stephen si le dijera que usted lo supo todo el tiempo! ¡La querida y fiel vieja Martha! ¡Tan consagrada a la familia! ¡No le importa un pito ninguno de ellos, vieja hipócrita, excepto su querido amo! ¡Lástima que no pueda verse! Lavándolo, acariciándole la cara, arrullándole como si fuera su bebé. A veces me reiría si no fuera tan penoso. ¡Es indecente! ¡Suerte para él que está medio gagá! Ser manoseado por usted haría vomitar a cualquier hombre normal.
Se echó el chico sobre la cadera y Martha oyó cerrarse la puerta detrás de ella.
Martha se tambaleó hasta el fregadero y lo aferró con manos temblorosas. Sintió una revulsión física que le provocó arcadas, pero su cuerpo no encontró alivio en el vómito. Se llevó una mano a la frente en un gesto estereotipado de desesperación. Al mirarse los dedos, vio que estaban mojados de sudor. Mientras luchaba por controlarse, le golpeaba en el cerebro el eco de esa voz aguda e infantil. «Ser manoseado por usted haría vomitar a cualquier hombre normal… ser manoseado por usted… manoseado». Cuando su cuerpo dejó de temblar, la náusea cedió su lugar al odio. La mente dio solaz a su sufrimiento con dulces imágenes de venganza. Se abandonó a fantasías de Sally desacreditada, Sally y su hijo desterrados de Martingale, Sally desenmascarada como lo que era, mentirosa, malvada y perversa. Y como todo es posible, Sally muerta.