La ciencia-ficción va mal, se oye decir por todas partes, excepto en la U.R.S.S.
Efectivamente, hubo un tiempo en que sólo en los Estados Unidos se publicaban treinta y cinco revistas de ciencia-ficción. En cierta ocasión preguntaron a Arthur C. Clarke si había lectores que compraban esas treinta y cinco revistas todos los meses. Y Clarke contestó: «Suponiendo que los haya, cabe preguntarse cómo se las arreglan para ocultarse unos paquetes tan voluminosos a la vigilancia de los guardas del asilo donde sin duda están encerrados».
Tenía razón: de nada se halla tan necesitado el género como de un poco de sangre nueva. Necesitado de autores que no sean, también ellos, fanáticos de la ciencia-ficción, y que no consagren todos sus esfuerzos a la imitación de Bradbury, Clarke o Poul Anderson. George Langelaan es el representante perfecto de este nuevo tipo de escritor. Lee mucho, pero casi nunca ciencia-ficción. Y extrae sus temas tanto de una rica experiencia vital como de unos sueños y pesadillas que nada tienen de ordinario.
La historia más célebre del presente volumen es «La mosca», que muchos críticos han considerado con justicia, «el cuento más terrorífico escrito en el siglo XX», y en la cual se ha inspirado una película que no consigue hacer olvidar la versión literaria del tema, pero que a pesar de ello sobrecoge y espanta al espectador.
Los otros relatos del libro están a la altura de «La mosca». En todos ellos existe un motivo común: el tiempo y sus misterios. Ya H. P. Lovecraft había dicho que la lucha contra el tiempo es el único tema digno de un novelista.
Tal lucha se plantea, bajo formas diversas, en la mayor parte de las narraciones que constituyen el presente volumen.
Apenas sabemos nada sobre el tiempo. Éste no corre igual para un objeto en movimiento que para un objeto inmóvil. El tiempo fisiológico, por tanto, no coincide con el de los relojes. La nueva relatividad de Milne y Haldane establece una sutil distinción entre el tiempo cinemático y el dinámico.
No faltan, dentro de la ciencia-ficción, los relatos sobre el tiempo, pero éstos de George Langelaan son particularmente originales, tal vez porque nacen de una experiencia interior. «Hay mucho que enseñar a través de la auténtica ficción», se ha escrito más de una vez. La afirmación resulta especialmente válida aplicada a las páginas que siguen.
JACQUES BERGIER