9
Pedaleó con su vieja bicicleta montaña abajo, aturdido, sin usar los frenos, como si la muerte fuera la única solución. El viento del Noreste le impactaba de lleno, hinchando su abrigo y helando su tripa, silbándole en los oídos. Era como si condujera entre las nubes, volando a través de la niebla. La bolsa de basura que llevaba en el transportín se había abierto, expandiendo papeles sucios y bolsas de plástico por el aire con un sonoro zumbido. No vio al famoso enfermo de cáncer cuando bordeó el lago. Una bandada de cisnes grises giraba en el cielo, como si tratara de buscar donde aterrizar en el lago helado, sobre el hielo cubierto de polvo y suciedad. Se dirigió hacia la ciudad entumecido del frío. Ya habían encendido las farolas; una explosión constante de vasos rotos le provocó un nudo en la garganta. Le adelantó un coche de policía, con las luces girando y la sirena puesta; casi se cae de la bicicleta del susto.
A pesar de estar atontado consiguió llegar hasta la puerta de su aprendiz, Lü Xiaohu, y ya había levantado su mano para llamar cuando vio un dibujo pegado a la puerta; era un dibujo de un niño enfadado. El Viejo Ding se giró para marcharse de ahí cuando justo vio a su aprendiz subiendo hacia el vestíbulo con un pollo desplumado en las manos. La imagen de la piel granulosa del pollo bajo esa luz turbia provocó que le recorriera un escalofrío. Las piernas se le doblaron y sintió una punzada de dolor en la pierna recién curada, y se sentó con dificultad en los escalones. Lü Xiaohu se paró en seco.
—Shifu —preguntó nervioso— ¿qué estás haciendo aquí?
Como un niño pequeño con el que se acaban de meter y de pronto ve a su padre, el Viejo Ding sintió cómo sus labios comenzaban a temblar y las lágrimas asomaban en sus ojos.
—¿Qué sucede Shifu? —preguntó su aprendiz mientras corría a toda prisa para ayudar a ponerse de pie al Viejo Ding—. ¿Ha pasado algo?
Sus piernas flaquearon de nuevo y se puso de rodillas ante los pies de su discípulo.
—Joven Hu —dijo entre sollozos—, algo terrible…
Abriendo rápidamente la puerta de su apartamento, el Joven Hu le metió dentro y le sentó en el sofá.
—Shifu, ¿qué ha pasado? No habrá muerto tu mujer, ¿no?
—No —contestó débilmente—, es mucho peor que eso…
—Dime, ¿de qué se trata? —dijo cada momento más preocupado—. Shifu, háblame o me da un ataque al corazón.
—Joven Hu —dijo entre sollozos, secándose las lágrimas—, estoy metido en un problema muy grave…
—¿El qué? ¡Habla!
—Hoy vino una pareja hacia el mediodía a la cabaña y todavía no han salido…
—¿Y qué? Simplemente pídeles más dinero —dijo el Joven Hu suspirando de alivio—. Eso son buenas noticias…
—¿Qué quieres decir con buenas noticias? Han muerto ahí dentro…
—¿Muerto? —contestó el Joven Hu estupefacto, a punto de dejar caer el termo que tenía en la mano—. ¿Cómo ha ocurrido algo así?
—No estoy seguro…
—¿Has visto sus cuerpos?
—No…
—¿Entonces cómo sabes que están muertos?
—Tienen que estarlo… entraron hace unas tres horas, y al principio escuché a la mujer sollozar. Después ya no se escuchó nada —contestó, mostrándole a su aprendiz la mano llena de sangre—. Traté de tirar la puerta abajo, di golpes en las ventanas y grité hasta hacerme daño en la voz, pero no se oye ni un sonido, ni siquiera un susurro…
El Joven Hu dejó el termo y se sentó en un taburete frente al sofá. Sacó su paquete de cigarrillos, se puso uno en la boca y se lo encendió. Con la cabeza gacha, le dio una calada y entonces levantó la cabeza.
—Shifu, vamos a tranquilizarnos —dijo mientras cogía otro cigarrillo, se lo alcanzaba al Viejo Ding y se lo encendía—. Quizá se quedaron dormidos. Ese tipo de actividad agota a una persona.
El Viejo Ding se frotó nervioso las rodillas con las manos mientras permanecía sentado mirando con esperanza a los ojos de su aprendiz.
—Mi querido y joven aprendiz, no es necesario que trates de calmarme —dijo afligido—. Llamé hasta que me sangraron los nudillos y grité hasta quedarme ronco. Hice ruido suficiente como para despertar a un muerto. Y sin embargo no se escucha nada dentro, nada…
—¿No pueden haberse escabullido mientras no mirabas? Eso me parece bastante posible. Shifu, deberías saber que hay gente que haría cualquier cosa para no tener que pagar lo que debe.
Ding negó con la cabeza.
—Eso es imposible, totalmente imposible. En primer lugar porque la puerta está cerrada con pestillo desde dentro. Además, no quité la vista de encima. Habría visto escabullirse a un par de ratas, no digamos a una pareja de humanos.
—Con que ratas eh… ¿qué te parece? —dijo el joven Hu—. Tal vez cavaron un túnel para salir.
—Mi querido aprendiz —dijo con la voz quebrada por el llanto—, olvídate de esas ideas descabelladas y ayúdame a pensar qué hacer, ¡te lo ruego!
El Joven Hu bajó la cabeza y echó una bocanada de humo. Tenía el ceño arrugado. El Viejo Ding se quedó mirando sin pestañear a su aprendiz, esperando a escuchar sus ideas. El Joven Hu alzó la cabeza.
—Shifu —dijo—, creo que debemos mandar esto al infierno. Has ganado una buena cantidad de dinero este año. Ahora esperemos a que llegue la primavera y ya se nos ocurrirá otra forma de ganar dinero.
—Joven Hu, estamos hablando de la muerte de dos seres humanos…
—¿Y qué? No es culpa nuestra —contestó enfadado—. Una vez que deciden matarse no hay nada que podamos hacer al respecto. ¿Qué clase de tipos eran?
—A mí me parecían personas muy educadas, quizá cargos oficiales del Partido.
—Más razón si cabe para mantenernos alejados de ellos. Sabes que ese tipo de gente suele tener relaciones extramatrimoniales. Nadie derramará una lágrima por sus muertes.
—Pero ¿y si me relacionan con esto? —dijo tartamudeando—. Como reza el refrán, no se puede enterrar un cuerpo en la nieve. La policía sabrá enseguida que fui yo.
—¿A dónde quieres llegar? ¿No querrás decir que estás pensando en presentarte tú solito ante la policía?
—Joven Hu, lo he pensado mucho. Ya sabes cómo dice el refrán: la novia fea tiene que enfrentarse a sus allegados tarde o temprano.
—¿De verdad estás pensando en ir a la policía?
—Tal vez, puede que sean capaces de salvarles.
—Shifu, ¡esto es prácticamente lo mismo que prenderte fuego!
—Mi querido aprendiz, ¿no me dijiste que tienes un primo que trabaja en el Departamento de Seguridad Nacional? ¿Me llevarías a verle?
—¡Shifu!
—Te lo ruego, necesito la ayuda de tu primo. Si he hecho algo malo no creo que pueda dormir en paz el resto de mi vida.
—Shifu —dijo el Joven Hu con un tono de voz apagado—, ¿te has parado a pensar en las posibles consecuencias? A la gente le parecerá algo turbio lo que te has estado trayendo entre manos y no les costará mucho trabajo rebuscar hasta encontrar una ley con la que meterte en la cárcel un par de años. E incluso si tal cosa no pasara, puedes ganarte una buena multa. Y cuando esa gente te multa, te multa de verdad. No me sorprendería si todo el dinero que has ganado durante el verano y el otoño no fuera suficiente para pagar la multa.
—Tengo que vivir con eso —admitió el Viejo Ding muy a su pesar—. No quiero ese dinero. Desde ahora en adelante, mendigaré antes que hacer lo mismo.
—¿Y si acaban encerrándote en la cárcel? —le preguntó su aprendiz.
—Esa es la razón por la que quiero que hables con tu primo —dijo con la voz apagada y la cabeza agachada—. Si tengo que afrontar una pena de cárcel, me haré con un matarratas y pondré fin a todo.
—¡Shifu, Shifu! —dijo el Joven Hu—. Te dije todo eso del primo policía para darte confianza.
El Viejo Ding se quedó inmóvil un instante, y entonces suspiró y se puso de pie temblando. Tras apagar con mucho cuidado su cigarrillo en el cenicero, miró a su antiguo aprendiz, que tenía la mirada absorta en la pared y la cabeza inclinada hacia un lado. Entonces dijo:
—Voy a dejar de ser una molestia.
—Shifu, ¿qué estás haciendo?
Miró hacia atrás por encima de su hombro.
—Joven Hu —contestó—, tú y yo hemos trabajado juntos este tiempo. Cuando muera, si no es mucha molestia, ¿podrías ir de tanto en tanto a ver si mi mujer está bien? Si es mucho pedir, no te preocupes…
Abrió la puerta. Un viento gélido entró desde el vestíbulo golpéandole de lleno en la cara. Se estremeció mientras estiraba la mano para sujetarse en la barandilla y caminó entre la oscuridad.
—Espera, Shifu.
Se giró y vio a su aprendiz parado en la puerta. La luz procedente del apartamento hacía que su cara pareciera estar dibujada con polvos de oro.
—Te llevaré a ver a mi primo —le escuchó decir.