Estimado Sr. Sugitani Gijin,
Por fin he terminado la obra de teatro.
Muchos acontecimientos de mi vida se han mezclado con mi imaginación mientras escribía. No podía distinguir entre la realidad y la creación artística. Solo he tardado cinco días en elaborar la obra. Era como un niño que acaba de aprender a hablar y tiene la cabeza llena de montones de cosas y quiere transmitir todo lo que ve y lo que piensa. Un cincuentón que se compara a sí mismo con un niño puede resultar curioso, pero así es como me siento.
Esta obra debe considerarse una parte imprescindible de la vida de mi tía. Unas historias trasladadas al teatro, que aunque no han ocurrido en la vida real, han tenido un lugar en mi corazón. Así que las considero como una parte de la realidad.
Señor, al principio pensaba que la narración podría ser una manera de expiación. Sin embargo, cuando terminé la obra, la sensación de culpabilidad no desapareció sino que empeoró. La muerte de Wang Renmei y su bebé —por supuesto, mi hijo— podía considerarla por muchas razones culpa de mi tía, de mi Ejército, de Yuan Sai o de la propia Wang Renmei. En esos años lo creía así, sin embargo, ahora soy consciente de que el único criminal soy yo. Era yo quien quería de una manera ardiente ascender en mi profesión, pero sacrifiqué a Wang Renmei y al bebé, los empujé al infierno. La razón por la que consideré al niño que había parido Chen Mei como una reencarnación de mi niño muerto fue tan solo una manera de consolarme. Es igual que cuando mi tío piensa en hacer muñecos de barro. Cada bebé es único e imposible de sustituir. ¿Es posible limpiar la sangre que ha manchado nuestras manos? ¿Se puede liberar el espíritu que se siente culpable?
Señor, espero su respuesta.
Renacuajo
3 de junio de 2009.