Después de organizar las exequias de Wang Renmei y calmar a mis familiares, regresé al Ejército con mucha urgencia. Al cabo de un mes, recibí otro telefax que me informó de la noticia del fallecimiento de mi madre. Se lo enseñé a mi superior para pedirle permiso para ausentarme durante unos días y, al mismo tiempo, rellené otra solicitud para que me trasladaran a mi pueblo natal.
Justo la noche siguiente al entierro de mi madre, una luz purificada por la luna pintó todo el patio de color de plata. Mi hija dormía tranquilamente en una esterilla bajo el peral, mi padre agitaba levemente el abanico para espantar a los mosquitos. El saltamontes cantaba en la hoja de judía, el río avanzaba sin cesar.
—Busca a otra. —Mi padre respiró profundamente y prosiguió—: Hay que traer a una mujer a casa. Si no, esta casa solo es una casa.
—He entregado mi solicitud de traslado —dije—, ya lo hablaremos cuando vuelva.
—La vida estaba transcurriendo felizmente, ¿por qué ha cambiado de la noche a la mañana? —Mi padre suspiraba—. ¿De quién ha sido la culpa?
—No es culpa de mi tía —dije—. No ha hecho nada mal.
—No la acuso —dijo—, es el destino.
—Si no existieran personas tan fieles como mi tía —dije—, el Gobierno no podría aplicar ninguna Cláusula de la Política.
—Sí, tienes razón —dijo—, ¿pero por qué ella? Sentí mucho cuando vi que la hirieron con las tijeras y el suelo se cubrió de sangre. Al fin y al cabo, es mi tía.
—¿Qué podíamos hacer? —dije.
Según mi padre, cuando mi suegra hirió con unas tijeras a mi tía, se le infectó la herida y le entró mucha fiebre. Aunque estaba así de grave, insistía en dirigir a unos chicos para que capturaran a Wang Dan. Quizá capturar no era la palabra apropiada, pero todo estaba organizado para detener a Wang Dan.
La puerta de la casa de Wang Dan estaba bien candada, un puro silencio reinaba en su interior. Mi tía mandó a un chico para forzar la cerradura de hierro con un enorme martillo y se apresuraron a entrar en el patio. Dijo mi padre que posiblemente mi tía se hubiese enterado de algo. Entró cojeando en la habitación principal de la casa de Wang Dan, abrió la tapa del wok y vio que quedaba sopa, la tocó con una mano para probar que seguía estando templada. Tía emitió una risa irónica.
—Chen Bi, Wang Dan, ¿salís voluntariamente? —gritó—. ¿O preferís que os saquemos de la guarida en la que os escondéis como si fuerais ratones?
No hubo ninguna respuesta. Tía apuntó al armario que estaba en una esquina de la habitación. Lo abrieron, pero solo había ropa vieja. Tía mandó vaciarlo y cogió un rodillo para golpear el fondo del armario; dong, dong, dong, y descubrió la entrada de un túnel.
—Héroes de guerrilla, salid. ¿Hace falta que echemos agua dentro? —ordenó mi tía.
—La primera que se asomó era la hija de Wang Dan, Chen Er —comenzó a explicarme mi padre—. El rostro de la niña estaba lleno de polvo, parecía una muñeca mal pintada. No lloró sino que sonrió abiertamente y produjo un sonido ligero, je, je, je. El segundo que salió fue Chen Bi; tenía la barba bien poblada y el pelo rizado y alborotado. Llevaba puesta una camiseta rota y a través de los agujeros se le veían los pelos rubios del pecho. Se sintió avergonzado. Cuando acabó de salir, Chen Bi, un niño alto, se arrodilló frente a tu tía dando cabezazos en el suelo. Dong, dong, siguió dando cabezazos. Los llantos de Chen Bi hicieron temblar a todo el pueblo. Entonces dijo: «Tía, mi querida tía, soy el primer niño que ayudó a traer al mundo. Mire, Wang Dan casi es una minusválida, por favor, no la capture, déjenos en libertad… No olvidaremos su benevolencia nunca jamás…».
»Los que lo presenciaron —continuó mi padre— explican que los ojos de tu tía se desbordaron en lágrimas y dijo: “Chen Bi, pobre de mí, esto no es decisión mía, si por mí fuera podrías hacer lo que quisieras. Si me pidieses mis manos, ¡te las daría!”.
»“Tía, por favor, déjenos en libertad”, insistió él. La niña de Chen Bi era muy inteligente, aprendió de su padre y se arrodilló, dando cabezazos en el suelo mientras decía: “Por favor… por favor, déjenos…”.
»En ese momento —dijo mi padre—, entre los que vinieron ante tanto jaleo se encontraba Wu Guan, que empezó a cantar con ironía una canción de la película Guerra de túneles. “La batalla subterránea, ah, en la tierra donde se esconden los soldados grandiosos, en la vasta llanura donde se desencadena la guerra de los túneles, eliminaremos a todos los japoneses que siguen sus pasos de invasión”.
»Tu tía se limpió la cara con la mano y se puso muy seria. “Basta, Chen Bi, ¡dame a Wang Dan!”, dijo. Chen Bi avanzó de rodillas y se agarró a una pierna de tu tía. Chen Er le imitó y le cogió la otra pierna. Al ver esta situación, Wu Guan cantó otra vez en el patio: “En la vasta llanura donde se desencadena la guerra de los túneles… Si los invasores se atreven a venir…, los eliminamos por completo…, a todos les hacemos una vasectomía, todos utilizan métodos de anticoncepción”.
»Tu tía quería avanzar pero no la soltaban. De repente, percibió algo y gritó: “¡Bajad al agujero!”. Un miliciano se metió en el agujero con una linterna en la boca. Otro miliciano le siguió los pasos. Tu tía se sintió invadida por la furia, se mareó y se tumbó.
»Chen Bi era una persona astuta —continuó diciendo mi padre—. ¿Sabías que detrás de su casa había una huerta? Allí había un pozo y en la entrada del pozo había una polea que era la salida del túnel. Debió ser un trabajo bastante duro, nadie supo cómo lo había hecho, cómo había movido tanta tierra…, nadie sabía dónde la había llevado. Wang Dan aprovechó que su esposo y su hija tenían a tu tía retenida para salir del túnel y salir del pozo con la cuerda de la polea.
»Tu tía llegó al pozo, dio una patada en el suelo con fuerza y gritó: “¡Qué tonta soy! ¡Qué tonta soy! Cuando mi padre trabajaba en el Hospital Xihai, ¡cavaban túneles de este tipo!”. Entonces se desmayó y varias personas tuvieron que ayudarla a levantarse y la mandaron al hospital. Tenía la misma enfermedad que Bethune, por lo que casi perdió la vida. Pero es muy fiel al Partido Comunista, así que el Partido no la abandonó tampoco. Según decían, ¡utilizaron las mejores medicinas!
»Se quedó en el hospital medio mes y antes de recuperarse por completo —recordó mi padre—, hasta que decidió marcharse porque pensaba en Wang Dan. Decía que si no veía a Wang Dan abortar no podría dormir bien. Si su sentido de la responsabilidad había llegado a ese nivel, ¿seguía siendo un ser humano? No, se había convertido en un dios, o mejor dicho, ¡estaba poseída por un fantasma! —Mi padre suspiró emocionadamente antes de continuar—: A Chen Bi y Chen Er les encerraron en la comuna. Alguien dijo que les maltrataron, pero es mentira. Los jefes del pueblo les visitaron varias veces, dijeron que estaban encerrados en una habitación donde había camas, un termo y dos vasos. Había gente que les servía la comida y el agua. Gozaron del mismo servicio que los funcionarios de la comuna. Pan de trigo, sopa de mijo y platos variados. Y los dos engordaron. Por supuesto, no les servían gratis, les cobraban dinero porque Chen Bi tenía negocios y riquezas. La comuna y el banco llegaron a un acuerdo. Sacaron todo el dinero de Chen Bi, ¡en total había treinta y ocho mil yuanes! Cuando tu tía estaba en el hospital, un grupo especial de trabajo entró en el pueblo y reunió a todos para comunicar la noticia: “Todos los que puedan andar, deben salir a buscar a Wang Dan”.
»Cada día repartían cinco yuanes a los que ofrecieran su servicio, el subsidio provenía del dinero de Chen Bi. Había algunos que no querían ir porque pensaban que era un salario inmoral; sin embargo, no tenían más remedio que hacerlo porque si no formaban parte de este trabajo les quitarían cinco yuanes. De esta manera, convocaron a todos los habitantes del pueblo. La mitad de los setecientos habitantes se puso en marcha el primer día. Cuando volvieron por la noche, les repartieron el subsidio, que consistía en mil ochocientos yuanes. La comuna también dijo: “Al que la encuentre y la entregue, le premiarían con doscientos yuanes. Al que tenga alguna pista evaluable, le premiarán con cien yuanes”. De repente, todo el pueblo se volvió loco con este asunto. Algunos lo celebraban en su interior, algunos sufrían —dijo mi padre—. Sabía que algunos solo pensaban en ganar dinero, pero la mayoría no tenía intención de buscarla. Salían al campo y gritaban unas cuantas veces entre los campos de cereales: “Wang Dan, ¡dónde estás! Si no apareces, ¡el dinero de tu familia desaparecerá!”. Después de unos cuantos gritos, se dedicaban a trabajar su propio campo. Cuando acababan iban a cobrar, si no, les ponían una multa.
—¿No la encontraron? —pregunté.
—No sabían dónde podían buscar —dijo mi padre—. Supuestamente, se había alejado del pueblo.
—Una chiquilla como ella, que solo podía avanzar diez centímetros con cada paso y estando además embarazada, ¿a qué distancia podría llegar? —dije—. Probablemente, se escondió en el pueblo. A lo mejor, se escondió en casa de su madre.
—Era imposible que no lo hubieran pensado —dijo mi padre—. Los chicos de la comuna son unos zorros, casi destruyeron la casa de Wang Jiao, hasta se deshicieron del kang, diciendo que posiblemente Wang Dan se escondiera en su interior. Suponían que nadie se atrevería a ofrecerle un refugio porque si descubriesen que alguien la escondía y no la denunciaba a la autoridad, le sancionarían con tres mil yuanes.
—¿Es posible que hiciera alguna tontería? ¿Inspeccionaron los pozos o los ríos?
—¡Has subestimado a esta chiquilla! Ninguno de los habitantes de este pueblo puede compararse con su inteligencia. Su ambición es tan elevada como la de los hombres —dijo mi padre.
—Es verdad. —Recordé el hermoso y pequeñito rostro de Wang Dan. Era astuta y un poco tenaz, por lo que me preocupaba mucho—. Ya han pasado siete meses de embarazo, ¿verdad?
—¡Por eso tu tía ahora está muy preocupada! —añadió mi padre—. Dice que antes de salir de la vagina es solo un trozo de carne, se puede eliminar sin ningún problema; una vez salido de la vagina, será una persona. Aunque le faltara un brazo o una pierna, sería un ser humano, y será protegido por la ley del país.
Se me vino otra vez a la cabeza la imagen de Wang Dan: una chica de setenta centímetros con una barriga prominente y una diminuta cabeza… Avanzaba a toda prisa con sus finitas piernas por un camino escabroso con un saco grande en una mano. Cada pocos segundos giraba la cabeza para mirar hacia detrás hasta que se tropezó. Pero entonces se levantó para seguir huyendo… Era como si estuviera en un río agitado sentada en una palangana muy grande y utilizase el cucharón de mezclar la salsa de soja como remo. Gastó todas sus fuerzas, agitaba el cucharón con jadeos, de esta manera, flotaba…
Los tres días posteriores al fallecimiento de mi madre, según la tradición antigua, eran los días para dar vueltas a la tumba. Todos los amigos y familiares vinieron. Quemamos recortes de papel con forma de caballos y sirvientes y de una televisión. A diez metros de distancia de la tumba de mi madre estaba la tumba de Wang Renmei, en cuya bóveda habían brotado unas hierbas verdosas. Un señor mayor de la familia de mi madre me recalcó que tendría que coger un puñado de arroz en la mano izquierda y un puñado de cereales en la mano derecha y, al mismo tiempo, dar vueltas a la tumba de mi madre —tres veces de izquierda a derecha y tres veces al revés—. Cuando caminaba, tenía que echar poco a poco el arroz y los cereales por encima de la bóveda y recitar de memoria: «Un puñado de arroz y un puñado de cereales, llévalos al cielo, para hallar la felicidad perpetua». Mi hija me siguió y también echó arroz y cereales con sus dos manitas.
Mi tía dejó su trabajo a un lado y se acercó. Leoncita venía detrás, con un botiquín médico a la espalda. Mi tía seguía cojeando; llevaba unos meses sin verla y parecía que había envejecido demasiado. Se arrodilló frente a la tumba de mi madre y empezó a llorar desconsolada. Nunca había visto a mi tía llorar de esa manera; me conmovió mucho. Leoncita estaba a su lado con los ojos inundados de lágrimas. Varias señoras acudieron a consolar a mi tía, pero cada vez que le cogían los brazos y la levantaban, se lanzaba a la tumba a llorar desgarradamente. Los que dejaron de llorar, emocionados al ver a mi tía, se arrodillaron delante de la tumba y se pusieron a llorar de nuevo. Los llantos resonaban bajo el cielo.
Acudí para levantarla, pero Leoncita me dijo en voz baja:
—Déjala llorar. Su corazón ha aguantado demasiado.
Vi a Leoncita, vi su gesto de preocupación, y me sentí feliz y alegre.
Cuando mi tía se quedó sin fuerzas, se levantó, se secó las lágrimas y me preguntó:
—Xiao Pao, la directora Yang me ha llamado. ¿Quieres trasladarte al pueblo?
—Sí —dije—, he entregado la solicitud de traslado.
—La señora Yang quiere que te convenza para que sigas en tu actual trabajo —me dijo mi tía—. Ha llegado a un acuerdo con el Departamento de Administración para que te coloquen en la oficina de planificación familiar. Serías uno de los asistentes de la señora Yang y te ascenderán con antelación a teniente coronel. Te admira mucho.
—Eso no tiene sentido —dije—. Preferiría limpiar retretes antes que dedicarme a la planificación familiar.
—Es incorrecto pensar así —me criticó mi tía—. La planificación familiar también es un trabajo del Partido, es un trabajo muy importante.
—Puedes llamar a la señora Yang para darle las gracias —dije—. Prefiero volver. Si abandono a mi hija y a mi padre en casa, ¿cómo van a vivir?
—Todavía no tomes ninguna decisión —dijo mi tía—, piénsalo bien. Si tienes la oportunidad de quedarte en el Ejército, será mejor que no te retires. Los trabajos en las pequeñas localidades son muy complicados. Mira a Yang Xin y mírame a mí. Ambas somos funcionarías de planificación familiar, pero ella tiene tiempo de cuidarse la piel e hidratársela bien y no tiene nada de lo que preocuparse. Tampoco tiene mucho que hacer. En cuanto a mí, he recorrido todos los recovecos, tengo que ofrecer mi sangre y verter mis lágrimas, el trabajo puede conmigo.
Tengo que confesar que siempre he sido una persona ambiciosa con expectativas de ganar dinero y prestigio. Aunque siempre hablaba del traslado, cuando me comentaron lo del ascenso, me entraron dudas. Regresé a casa y discutí con mi padre sobre el asunto; él también era contrario a mi opinión de volver.
—Hace muchos años, tu abuelo mayor trajo el bien a la familia Yang porque le curó la pierna al comandante Yang, además de salvar a su esposa —dijo—. Ahora es jefa con un alto cargo, por lo que si te vinculas con ella, no tendrás que preocuparte del futuro.
Le llevé la contraria a mi padre con unas palabras débiles, aunque por dentro pensaba como él.
—Somos gente corriente, hombres humildes. Es natural que la gente como nosotros tenga la idea de querer juntarse con la gente privilegiada. No es nada malo.
Por tanto, cuando mi tía vino otra vez para hablarme del asunto, cambié de opinión. Naturalmente, cuando me propuso casarme con Leoncita, insistí en los sentimientos de Wang Gan, pero en realidad estaba de acuerdo con mi padre.
—No tengo niños —dijo mi tía—. Pero quiero de corazón a Leoncita como si fuera mi propia hija. Es una chica honrada, benevolente y fiel a mí. ¿Cómo puedo permitir que se case con Wang Gan?
—Tía —dije—, supongo que sabrás que desde 1970, cuando le escribió la primera carta de amor, hasta hoy han pasado doce años. En estos doce años, él le ha escrito más de quinientas cartas. Esta cifra dice mucho de él. Además, para demostrarle su fidelidad a Leoncita, traicionó a su propia hermana. Por supuesto, también traicionó a Yuan Sai, si no, ¿cómo pudisteis saber que fue él quien le quitó el anillo anticonceptivo de forma ilegal?, ¿cómo pudisteis saber que Wang Renmei y Wang Dan concibieron fuera de la planificación?
—A decir la verdad —dijo mi tía—, Leoncita no ha leído ninguna de sus cartas de amor porque las tengo yo. Persuadí al señor Ma, el jefe de la oficina de correos, para que cuando recibiese cartas de este chico me las entregara a mí primero.
—De todas formas, ha colaborado mucho con vosotros —dije—. Desde que su padre se hizo la operación de vasectomía hasta ahora. Siempre os ha ayudado mucho. Esta vez, ha sido fiel a la justicia y ha denunciado a su hermana.
—Este tipo de personas no merece casarse —dijo Tía enfadada—. De cara a cualquier mujer, ha traicionado a su amigo y a su hermana. Dime, ¿es una persona fiable?
—¡Pero fue él quien os ayudó!
—¡No es lo mismo! —dijo Tía exaltada—. Xiao Pao, tienes que aprenderte de memoria que cada persona es libre de hacer lo que quiera, pero no debe traicionar a los suyos. Ni aunque tuviese razones de peso. En la historia, tanto en el extranjero como en nuestro país, los traidores no tienen buena fama. Ni aquel Wang Xiaoti, pese a que cobró cinco kilos de oro. Te juro que no tiene buena fama. Si hoy te adhieres al Partido Kuomintang por cinco kilos de oro, algún día otro Partido te ofrecerá diez kilos. Entonces, ¿volverás a traicionar? Por tanto, cada vez que me hablas de él, le desprecio todavía más. Ahora, desde mi punto de vista, es un saco de mierda.
—Sin embargo —dije—, Tía, si no hubieses interceptado las cartas de Wang Gan, quizá a Leoncita le hubiese conquistado su talento literario y se hubiese casado con él, ¿no?
—De ninguna manera —dijo tía—. Eso es absolutamente imposible. Leoncita es una persona ambiciosa. En todos estos años, no solo Wang Gan ha estado loco por ella. Por lo menos una docena de chicos estaban detrás de Leoncita. Algunos eran funcionarios del Gobierno, otros eran obreros, no obstante, ninguno fue correspondido.
Asentí con la cabeza para expresar mi sospecha y dije:
—Pero ella es un poco fea…
—¡Jolín! —dijo mi tía—, ¿qué sentido de la belleza tienes? Hay muchas chicas que, a primera vista, parecen muy guapas, sin embargo, cuando las mires con atención, descubrirás muchos defectos. Respecto a Leoncita, a primera vista no es tan atractiva, pero merece la pena observarla con atención. Con el tiempo, cada vez te parece más guapa. Creo que nunca te has fijado en ella, ¿verdad? Mi trabajo consiste en tratar con mujeres, las conozco a la perfección, así que sé qué tipo de mujer es la más valiosa. Supongo que todavía recuerdas la primera vez que te ascendieron. Quería que te casaras con ella, sin embargo, estabas enamorado de Wang Renmei. Aunque no estaba de acuerdo, desde que entramos en esta nueva sociedad el matrimonio era libre, por lo que yo, tu tía, no podía impedirlo. Ahora, Wang Renmei, nos ha abandonado. A decir verdad, no quería que se muriese. Esperaba que tuviese una vida longeva. Todo ha sido cosa del destino: el cielo quiere que Leoncita y tú compartáis este periodo de vuestras vidas.
—Tía —dije—, en cualquier caso, Wang Gan es un amigo de la infancia. Todo el mundo sabe lo que siente por Leoncita. Si me casara con ella, la gente del pueblo me machacaría con sus críticas y recriminaciones.
—¡Qué estupideces dices! —exclamó mi tía—. Wang Gan amaba a Leoncita pero ella no estaba interesada en él. Leoncita se casará contigo, lo que significará que un lindo pájaro ha elegido su árbol. Por otro lado, el amor no tiene nada que ver con la amistad, debe ser una cosa egoísta. Si Leoncita fuese un caballo y Wang Gan lo quisiese podrías cedérselo, pero Leoncita es un ser humano. Cuando estás enamorado de alguien, tienes que conseguirla, conquistarla. Después de tantos años trabajando fuera de este pueblo y de ver tantas películas extranjeras, ¿por qué tu mente sigue siendo tan rígida?
—Aunque estoy de acuerdo —dije—, no sé qué dirá Leoncita…
—No te preocupes —me interrumpió mi Tía—. Trabajamos juntas desde hace muchos años, puedo adivinar lo que piensa. Te digo la verdad: es a ti a la persona que quiere. Si Wang Renmei siguiese viva, te esperaría el resto de su vida.
—Tía, dame unos días para reflexionar —le pedí—. La muerte de Wang Renmei está demasiado reciente.
—¿Para qué reflexionar? —dijo mi tía—. ¡A más demora, más complicaciones! Si el espíritu de Wang Renmei te pudiera ver desde el cielo, estaría contenta de que os casarais. ¿Por qué? Porque Leoncita es una persona bondadosa, tu hija tendrá una buena madrastra, tendrá mucha suerte. Además —dijo mi tía—, según las normas, puedes tener un hijo con Leoncita. Ojalá sean gemelos. Pao, estás cosechando tu felicidad después de sufrir una gran tragedia.
Fijamos la fecha de la boda.
Mi tía lo organizó todo. Me sentía como una madera podrida flotando en el agua, dejándose arrastrar por la corriente.
Cuando fuimos a la comuna para inscribirnos en el registro matrimonial, era la segunda vez que pasábamos tiempo a solas. La primera vez fue en el dormitorio que compartían Leoncita y mi tía una mañana de sábado. Tía me empujó a la habitación, cerró la puerta con llave y se fue. Había dos camas y, en medio, una mesa con tres cajones. En la mesa, el polvo envolvía unos libros de ginecología y varios periódicos, que estaban amontonados de manera desordenada. Por la ventana, se podía ver una docena de girasoles florecidos, cuyos pétalos atraían a las abejas. La habitación irradiaba un pungente aroma a jabón. La pila era de la marca Hongdeng y tenía una vasija en medio para el agua usada. La cama de mi tía estaba sin hacer, con el edredón ligeramente arrugado.
—Tía le dedica todo su tiempo al trabajo.
—Sí.
—Me parece que estoy en un sueño.
—A mí también.
—¿Sabes lo que ha hecho Wang Gan? Te ha escrito más de quinientas cartas.
—Me lo dijo tu tía.
—¿Qué piensas al respecto?
—Nada.
—Es mi segundo matrimonio y encima tengo una hija, ¿no te importa?
—No.
—¿No necesitas hablarles a tus familiares de mí?
—No tengo familia.
Cogí la bicicleta para llevar a Leoncita a la sede del Gobierno de la comuna. El camino en obras estaba cubierto de ladrillos rotos, por lo que la bicicleta se tambaleaba de un lado a otro, era muy difícil conducirla. Leoncita iba sentada en el trasportín trasero de la bicicleta, con los hombros apoyados a mi espalda. Sentía su peso. Algunas personas son fáciles de transportar, otras no. Wang Renmei era del primer tipo, Leoncita del segundo. Me esforcé en pedalear. De repente, se rompió la cadena. Una voz interna me dijo: «¡Señal de mala suerte!». ¿Nos acompañaría el resto de nuestras vidas?
La cadena cayó al suelo como una serpiente muerta. La levanté y miré alrededor sin saber qué hacer. A los dos lados del camino, en los campos de maíz, varias mujeres estaban echando pesticida. Llevaban un plástico al hombro, una máscara y un pañuelo en la cabeza. Era una labor muy dura, pero el continuo humo que se levantaba sobre los verdes campos le daba un toque poético a este trabajo tan cruel. Parecía que estaban volando entre las nubes. Esta imagen me recordó a Wang Renmei. Era una mujer valiente y cuando trabajaba en el campo no tenía miedo de capturar serpientes. Les agarraba la cola con firmeza, como yo con la cadena rota de mi bicicleta. Cuando anuló la propuesta matrimonial de Xiao Xiachun, la despidieron de la escuela donde trabajaba. Entonces, se puso a trabajar en el campo. Cada vez que terminaba su jornada, estaba envuelta en un fuerte olor a pesticida. Me sonreía y decía: «No hace falta que me lave el pelo, así no me molestarán ni los mosquitos ni las moscas». Cuando se lo lavaba, me ponía detrás de ella con un cuenco lleno de agua para aclarárselo. Se echaba hacia delante y se reía en voz baja. Le preguntaba que por qué se reía, pero no contestaba. Se seguía riendo hasta que se acababa el agua. Respecto a Leoncita, me sentía culpable. La miré detenidamente. Llevaba puesta una camiseta nueva de cuadritos rojos y un reloj electrónico en la muñeca. ¡Qué opulento era su cuerpo! Debía haberse puesto algún tipo de crema facial porque desprendía un dulce aroma a flores. Parecía que el acné de la cara había desaparecido.
Faltaba un kilómetro y medio para llegar a nuestro destino así que anduvimos empujando la bicicleta. Al pasar por la puerta del grupo de matanza de la comuna, nos encontramos con Chen Bi, que llevaba a Chen Er a cuestas. Cuando nos descubrió, se puso muy serio. Su mirada de odio me dolió. Llevaba a la niña a la espalda. Chen Bi miró hacia otro lado. Era evidente que no quería saber nada de nosotros.
—¡Chen Bi! —grité de todas formas.
—Vaya, ¡de dónde ha salido su Excelencia! —Sus palabras se clavaron en mi corazón. Le lanzó una mirada desafiante a Leoncita.
—¿Te han dejado libre? —le pregunté.
—Mi niña está enferma, tiene fiebre —dijo Chen Bi—. En principio no quería salir porque allí me dan de comer. Sería mejor que me encerraran para siempre.
Leoncita se preocupó por la niña y se acercó para tocarle la frente, pero Chen Bi se giró para alejarse de ella.
—Vete al hospital a que le pongan una inyección —dijo Leoncita—. Por lo menos tiene treinta y nueve de fiebre.
—¿A ese sitio lo llamas hospital? —dijo Chen Bi con rencor—. ¡Es un campo de matanza!
—Sé que nos odias —dijo Leoncita—, pero no teníamos más alternativa.
—¿Qué dices? —dijo Chen Bi—. Teníais muchas alternativas.
—Chen Bi —dije yo—. No es hora de ser rencoroso. Venga, vamos al hospital.
—Gracias, hombre —dijo Chen Bi con una sonrisa sarcástica—. ¡Idos con vuestra felicidad!
—Chen Bi… ¿qué puedo decirte?
—No me digas nada —contestó—. Te consideraba un verdadero hombre, pero ya veo que no lo eres.
—Puedes decir lo que quieras. —Metí en su bolsillo unos billetes y dije—: Venga, hombre, lleva a tu niña al hospital ahora mismo.
Chen Bi sacó el dinero con una mano y lo tiró al suelo.
—Tu dinero apesta a sangre —murmuró.
Entonces se marchó con su hija de manera orgullosa. Me quedé sorprendido, miré cómo se alejaba. Recogí los billetes del suelo y me los metí en el bolsillo. Miré a Leoncita y le dije:
—Te tiene un profundo rencor.
—Fue culpa suya. —Leoncita sentía que era injusto—. ¿A quién le podemos contar nosotros todo lo que sufrimos?
Para realizar los trámites del registro matrimonial, en teoría, hacía falta una carta de acreditación emitida por el Ejército, sin embargo, Lu Mazi, el encargado de asuntos civiles, me explicó sonriendo:
—En tu caso no hace falta, porque tu tía se ha pasado por aquí antes. Wan Xiao Pao, hace dos años mi hijo se enroló en el Ejército donde tú ofreces servicio. Es un chico inteligente, aprende muy rápido todo lo que le enseñen, no te olvides de él.
Cuando fui a poner mi huella dactilar en el libro del registro, vacilé unos segundos porque de nuevo me vinieron a la cabeza las imágenes de Wang Renmei y yo aquí. Fue en este mismo lugar, en esta misma oficina, con este mismo encargado de asuntos civiles, Lu Mazi. En aquel entonces, cuando dejé mi huella dactilar, Wang Renmei exclamó sorprendida:
—Uy, ¡es una huella con líneas entrecruzadas!
Lu Mazi me miró, luego miró a Leoncita y con una sonrisa falsa dijo:
—Wan Zu, ¡qué suerte tienes!, ¡la chica más bonita de nuestra comuna ahora es tu esposa! —Señaló al libro del registro y dijo—: ¡Pon aquí tu huella dactilar! ¿Acaso dudas? ¡Ja!, ¡ja!
Las palabras de Lu Mazi me sonaron muy falsas. Bueno, sea como sea, tenía que dejar la huella, ¡no lo dudé! Pensaba que en la vida muchos asuntos estaban predestinados. La mejor opción sería aceptar el pasado y dejar que ocurriese lo que tuviese que ocurrir. Por otro lado, no tenía más opción que aceptarlo. Si no ponía mi huella dactilar le haría un enorme daño a Leoncita. Ya había fallado a una mujer, no quería romperle el corazón a otra.
En aquel entonces, mi tía se dedicó en exclusiva a organizar todos los asuntos relacionados con nuestro matrimonio. Por fin se olvidó de Wang Dan. Pensé que el corazón de mi tía se había ablandado, que se había convertido en una persona benévola y que organizaba nuestra boda para darle tiempo a Wang Dan para parir. Pero al final, me enteré de que su fidelidad por la profesión había llegado a unos extremos de locura. Lo tenía todo premeditado, todo estaba bajo su control. Yo no tenía razones para sospechar otra cosa. Pensaba que el objetivo de mi tía era empujarme a casarme con Leoncita porque estaba convencida de que seríamos una perfecta pareja. Sin embargo, organizó la boda de una manera ostensible, liberó a Chen Bi y a su hija, anunció a todo el pueblo que no hacía falta buscar a Wang Dan porque, en realidad, lo que quería hacer era crear una atmosfera relajada para que bajasen la guardia. Así mataría dos pájaros de un tiro. Esperaba que su apreciada aprendiz, Leoncita, se casara con su sobrino para, por fin, darle un marido a la joven que consideraba su hija, y entretanto conseguir que detuvieran a Wang Dan. El feto ilegal sería eliminado antes de salir de la vagina. Sé que es muy inadecuado describir el trabajo de planificación familiar de mi tía con estas palabras, no obstante, no puedo encontrar otras más precisas.
Según la tradición antigua, la mañana anterior a la boda tenía que quemar unos billetes de papel Joss delante de las tumbas de mis familiares fallecidos como ofrenda para sus espíritus. Posiblemente, sería una manera de avisar al espíritu de mi madre de que me iba a casar y de invitarla a la boda. Nada más quemar el papel, se hizo un torbellino que levantó las ascuas al aire, y empezaron a girar con brusquedad. Por supuesto, sabía que era un fenómeno explicable por la física, pero me puso la piel de gallina. Entonces me vino a la cabeza la imagen de la figura envejecida de mi madre, sus palabras inteligentes, sencillas y significativas retumbaban en mi corazón; mis lágrimas manaban sin control. Si mi madre no hubiese muerto, no sé qué me hubiese dicho sobre este matrimonio.
Después de que el viento se arremolinase durante unos instantes delante de la tumba de mi madre, se dirigió a la tumba de Wang Renmei, donde habían crecido hermosas plantas silvestres. En ese momento, un oriólido produjo un grito agudo en lo alto de un melocotonero. Fue un grito horroroso, como si fuese el último de toda su vida. En los inmensos campos de melocotoneros, los frutos brillaban maduros. Las tumbas de mi madre y de Wang Renmei estaban en el campo de melocotoneros de nuestra casa. Cogí dos melocotones rojos bien maduros y puse uno en la tumba de mi madre. El otro lo coloqué en la tumba de Wang Renmei. Antes de irme mi padre me dijo:
—Cuando quemes el dinero para los espíritus, no olvides de quemar un poco para Wang Renmei.
En su tumba, le dije desde lo más profundo de mi corazón:
—Wang Renmei, lo siento mucho; no te olvidaré. No olvidaré todos tus méritos. Creo que Leoncita es buena persona, tratará bien a nuestra hija Yanyan. Si la trata mal, me divorciaré. —Quemé el dinero para su espíritu, subí a la bóveda de su tumba y dejé un papel y una piedra encima. Luego, deposité el melocotón como ofrenda—. Wang Renmei —susurré—, aunque sé que no estás contenta, te invito a que vengas. Espero que acompañes a nuestra madre a casa para asistir a mi boda. Prepararé unas ofrendas en la mesa de la habitación principal. Colocaré cuatro panecillos mantou, verduras y el chocolate relleno de licor que considerabas tu medicina y del que al final fuiste adicta. Los espíritus son los más respetados, venid a mi casa a disfrutar de nuestra boda.
Terminamos la ceremonia y nos separamos de las tumbas. Las hierbas silvestres nos llegaban a la altura de la rodilla y las acequias a los lados del camino estaban encharcadas. Las huertas y los campos frutales que se extendían a nuestro lado llegaban a la orilla del río Mo en dirección sur y a la orilla del río Jiao en dirección norte. Entre los melocotoneros se veía a unos campesinos recogiendo las frutas; en un camino lejano varios tractores avanzaban a toda prisa.
Wang Gan apareció de repente. Se puso delante de mí en medio del camino. Llevaba puesto un traje militar un tanto viejo. Después de echarle otro vistazo recordé inmediatamente que era el que le regalé el año anterior. Estaba bien peinado y llevaba la cara bien afeitada. Seguía siendo muy delgado, pero parecía lleno de energía; su aspecto lastimoso había desaparecido. Me consolaba su inestabilidad psíquica, pero seguía preocupándome por él.
—Wang Gan —dije—, en realidad…
Wang Gan hizo un gesto amistoso con la mano, me sonrió mostrando sus dientes amarillentos y dijo:
—Xiao Pao, no hace falta que me des ninguna explicación. Lo entiendo y os deseo que seáis muy felices.
—Hombre… —Me emocionaron sus palabras y traté de darle la mano, pero él dio un paso atrás.
—Ahora tengo la sensación de despertarme de un sueño —dijo—. El amor es un tipo de enfermedad. Pero me voy a recuperar.
—Bien —contesté—. Además, Leoncita no es adecuada para ti. Tienes que animarte; sé que tendrás mucho éxito en tu trabajo y entonces muchas chicas se fijarán en ti.
—Ahora me siento impotente —dijo Wang Gan—. Vengo a pedir perdón. ¿No te has fijado en las ascuas que están junto a la tumba de Wang Renmei? Las puse yo. Quemé el papel Joss para el espíritu de Wang Renmei. Les traicioné, y por eso Yuan Sai ha acabado en prisión y Wang Renmei y tu hijo murieron. Soy un asesino.
—¡No es tu culpa! —dije yo. Intenté consolarle y darle buenas razones—: Denunciar el embarazo ilegal es responsabilidad de todo ciudadano. Sacrificaste a tu familia por tu patria.
—Pero esas razones no me tranquilizan. No pensé en eso, lo hice por mi propio bienestar, porque quería conquistar a Leoncita. Por eso, ahora padezco de insomnio. Cada vez que cierro los ojos, puedo ver a Wang Renmei, que viene a sacarme el corazón con las manos llenas de sangre… Temo que no me queda mucho tiempo de vida.
—Wang Gan, piensas demasiado —dije—. No has hecho nada mal, no seas supersticioso. La muerte significa terminación. Pero si existen los espíritus o fantasmas, el de Wang Renmei no te molestará porque fue una persona de gran corazón.
—Es verdad que fue una persona bondadosa —dijo Wang Gan—, pero es justo por eso que no puedo descansar en paz. Xiao Pao, no seas compasivo, no me perdones. He venido aquí a esperarte para pedir un favor.
—Dime, hombre.
—Por favor, dile a Leoncita que avise a tu tía. El día que Wang Dan huyó por el pozo, vino directa a mi casa. A pesar de todo es mi hermana, por lo que me pidió socorro. Me suplicó que la ayudara a salvar a su hijo. Aunque mi corazón hubiese sido de hierro, se hubiese fundido de igual modo. La metí en una canasta, la tapé con unas pajas, la envolví con un saco, la puse en el trasportín de mi bicicleta y me la llevé fuera del pueblo. Al salir, me encontré con Qin He, que está aliado con tu tía. Tu tía nació en la época equivocada y tiene el trabajo equivocado. Debería haber formado parte del Ejército y haberse convertido en general para dirigir a los soldados en las batallas. Lo último que quería era encontrarme con Qin He. Es el perro guardián de tu tía, por ella haría lo que hice yo por Leoncita. Vendería a cualquier persona por ella. Me detuvo. Le había visto muchas veces a la puerta del hospital, pero nunca nos habíamos dirigido ni una palabra. Pero sabía que me considera su amigo, porque vivimos la misma tragedia.
»Cuando se peleó con Gao Men y Lu Huahua enfrente del restaurante de la cooperativa de la comuna —me explicó Wang Gan— le salvé. Decían que Gao, Lu, Qin, Wang —Qin hace referencia a Qin He y Wang a Wang Gan— éramos los cuatro idiotas de Dongbeixiang, pueblo del condado de Gaomi. Cuando los cuatro idiotas nos peleamos en la calle, mucha gente lo tomó como un espectáculo gracioso. Tío, no sabes lo injusto que es cuando una persona que no es un idiota obtiene tal calificación.
»Entonces me bajé de la bicicleta y miré fijamente a Qin He. “¿Vas a vender cerdos al mercado?”, me preguntó. “Efectivamente”, le contesté. “En realidad, yo no he visto nada”, me dijo, y me dejó en paz; los idiotas se entienden entre sí.
»Por favor, dile a Leoncita que llevé a mi hermana a Jiaozhou. Allí, la acompañé al autobús que va a Yantai para que comprase un billete de barco para ir a Dalian, donde cogería el tren a Haerbin. Como sabes, la madre de Chen Bi es de Haerbin, tiene muchos familiares allí. Wang Dan llevaba suficiente dinero consigo. Ya ves la inteligencia de Wang Dan y la sagacidad de Chen Bi; estaban bien preparados. Todo lo que te cuento pasó hace trece días, por lo que supuestamente Wang Dan ya debe haber llegado a su destino. Tu tía no es omnipotente. Puede hacer lo que quiera en nuestra comuna, pero fuera pierde su magia. Ahora Wang Dan está de más de siete meses de embarazo, por lo que cuando tu tía la encuentre el niño ya habrá nacido. Espero, entonces, que les deje en paz.
—Si es así, ¿por qué quieres que les avise sobre este asunto? —le pregunté.
—Es una manera de salvación eterna —dijo Wang Gan—, es la única cosa que te pido.
—De acuerdo —dije yo.
Soy un buen hombre, pero sin duda alguna soy una persona débil.
En principio tenía pensado sentarme hasta la madrugada delante de una vela roja la noche de bodas en conmemoración a Wang Renmei y como recriminación hacia mí. Sin embargo, cuando el reloj marcó las doce de la noche, no pude aguantar más y abracé a Leoncita.
Recuerdo que el día en que Wang Renmei y yo nos casamos fue lluvioso; no obstante, el día en que nos casamos Leoncita y yo hubo una fuerte tormenta. La mañana se despertó con unos rayos deslumbrantes azules y blancos, seguidos de unos ensordecedores truenos que acompañaron a la feroz tormenta. Los alaridos de la lluvia y el olor a tierra y a fruta podrida penetraron en la habitación nupcial a través de las ventanas. Las velas rojas se fueron consumiendo hasta que las llamas se agitaron y, por fin, se apagaron. Sentí miedo. Un relámpago lejano iluminó la habitación. En ese instante, vi dos ojos brillantes y un rostro de tez dorada. Entonces, un trueno que parecía encontrarse en nuestro propio patio expandió un olor a quemado, lo que hizo gritar a Leoncita. Nos abrazamos con fuerza.
Pensaba que Leoncita era como la madera, pero realmente era una papaya. Una papaya madura y muy jugosa. Tan jugosa que, cuando la tocara, saldría zumo. Tenía la misma ternura y el mismo aroma que esta fruta. Comparar a la nueva esposa con la antigua no era algo caballeroso, por lo que traté de apartar mis estúpidos pensamientos. Sin embargo, mi cabeza no podía parar. Cuando hicimos el amor nuestros corazones se unieron.
—Leoncita, creo que somos la perfecta pareja. Eres mejor esposa que Wang Renmei —dije con descaro.
—Algunas palabras es mejor no decirlas —me contestó tapándome la boca con la mano.
—Wang Gan quería decirte que hace trece días acompañó a Wang Dan a Jiaozhou, donde cogió un autobús a Yantai para finalmente llegar al noreste de China.
Leoncita se sentó en la cama y un relámpago la iluminó. Su cara exaltada se puso seria y tranquila. Me abrazó y nos tumbamos. Acercó la boca a mi oreja y me susurró:
—Te ha mentido, Wang Dan no tenía razón para irse.
—Pero… vosotras… —dije— le habéis cedido un camino.
—No soy la jefa, eso depende de tu tía.
—¿Sabes si mi tía va a dejarla en paz?
—Imposible —dijo—. Si alguien tiene esa idea desde luego que esa persona no es tu tía.
—¿Pero por qué no actuáis? ¿No sabéis que ya han pasado siete meses de embarazo?
—Tía tomó medidas en el asunto —dijo—. Ha organizado a unos inspectores secretos.
—¿Qué habéis conseguido por ahora?
—Pues… —Se quedó mucho rato pensativa, pegó la cara en mi pecho y dijo—: Contigo no tengo secretos. Está escondida en la casa de la abuela de Yanyan, en la cueva donde en su día se escondió Wang Renmei.
—¿Qué vais a hacer?
—Yo escucho a Tía.
—¿Qué quiere hacer mi tía? ¿La despacharéis como antes?
—Tía no es tan tonta.
—Entonces, ¿qué vais a hacer?
—Tía ha mandado a alguien a hablar con Chen Bi para decirle que estamos enterados de la ubicación de Wang Dan. Le dijo que fuera a casa de Wang para preguntar por su esposa. Si no le entregaba a su mujer, al día siguiente llevarían un tractor para derribar las viviendas de la familia Wang y las de sus vecinos.
—Pero el abuelo de Yanyan es muy obstinado, si insistiera en no entregar, ¿de veras destruiríais su casa?
—La intención de tu tía no es liberar a Wang Dan sino convencer a Chen Bi para que lleve voluntariamente a Wang Dan al hospital. Tía le ha prometido a Chen Bi que si su esposa aborta le devolverá todo su dinero. Treinta y nueve mil yuanes, estamos convencidas de que lo hará.
—¿Por qué queréis terminar con todos estos niños? —pregunté suspirando profundamente—. ¿No fue suficiente con matar a Wang Renmei?
—Fue su culpa —dijo Leoncita sin compasión.
La intensa lluvia provocó que cortaran la carretera que llevaba a nuestro pueblo. Los ríos estaban desbordados, ninguno de los camiones que venía de otras provincias para comprar los melocotones de nuestro pueblo pudo llegar.
Todas las familias tenían bastantes melocotones recién cosechados metidos en canastas. En el patio, todas esas canastas se amontonaban como una colina; algunas estaban tapadas con un plástico para protegerlas del agua, otras estaban ahí colocadas sin ningún cuidado ni protección, totalmente expuestas a la lluvia. Los melocotones no aguantan en el almacén. Cada año, los camiones que vienen a por los melocotones entran en el campo, los campesinos los cogen, los pesan y los meten directamente en los vehículos. Los conductores avanzan a toda prisa y así, a la madrugada del día siguiente, pueden llegar a las ciudades, que están a mil kilómetros de distancia. Sin embargo, ese año parecía que el cielo quisiese condenar a los que se enriquecían con los melocotones. Desde el primer momento en que empezaron a madurar, no tuvimos ni un día soleado. La tormenta y la lluvia venían intercaladas. Si no cogíamos los melocotones, se pudrirían en los árboles. Los escogimos y esperamos la única oportunidad: cuando saliese el sol, entrarían los camiones y los cargaríamos. No obstante, no hubo ninguna señal de que el sol fuera a aparecer.
Solo teníamos treinta melocotoneros y a causa de la avanzada edad de mi padre, los cuidaba poco y daban menos frutos. Sin embargo, aun así teníamos tres mil kilos. Tampoco teníamos suficientes canastas en mi casa, solo dieciséis. Todas estaban llenas de melocotones, colocadas en la habitación lateral. El resto permanecía en el patio tapado con un plástico. Mi padre salía frecuentemente a examinarlos. En cuanto levantaba el plástico, un olor a melocotón podrido invadía todo el espacio.
Como Leoncita y yo acabábamos de casarnos, mi hija se alojaba de momento en la casa de mi padre. Cuando él salía al patio, la chiquitita cogía un paraguas pequeñito que tenía pintadas muchas figuras de animales y le seguía.
Mi hija nos recibió con frialdad pero con suficiente cortesía. Leoncita le dio unos caramelos y ella escondió las manos detrás de la espalda mientras decía:
—Muchas gracias, tía.
—Llámala mamá —le dije.
Mi hija me miró sorprendida y con los ojos abiertos de par en par.
—Leoncita —le dijo mi mujer—. No me llames mamá, no tienes por qué. Todos me llaman Leoncita. —Apuntó con el dedo a una leona del paraguas—. Me puedes llamar doña Leona.
—¿Vas a comerte a los niños? —preguntó mi hija.
—No como a los niños —dijo Leoncita—, soy el ángel de la guarda de los niños.
Mi padre eligió unos melocotones medio podridos, los cortó en trozos y, mientras comía, suspiraba.
—Si tienes hambre, come algo que no esté podrido —dije.
—¡Estoy amortizando el dinero de los melocotones que hemos perdido! —dijo mi padre—. El cielo no cuida al pueblo.
—Padre —Leoncita acababa de cambiar la forma de tratamiento hacia mi padre, y lo hizo de manera exagerada, cualquier oyente lo percibiría—, el Gobierno va a intervenir sin duda. Supongo que están solucionando el problema.
—El Gobierno solo sabe de planificaciones familiares. ¡De qué otro asunto va a preocuparse! —contestó Padre con rencor.
Justo en ese momento, el altavoz del pueblo empezó a sonar. Padre temía perderse alguna noticia así que corrió al patio e inclinó la cabeza para escuchar atentamente.
Según el altavoz, la comuna había mandado camiones entre Qingdao y Yantai. Los camiones llegarían al puerto Wujiaqiao, a veinticinco kilómetros de distancia. Comprarían allí los melocotones. La comuna avisó de que se podían empezar a transportar los melocotones por carretera o por río a Wujiaqiao. Aunque el precio era la mitad que antes, era mejor que verlos pudrir bajo la lluvia.
Cuando terminó la noticia, el pueblo empezó a agitarse. Sabía que no solo nuestro pueblo, sino todos los del condado de Gaomi, empezaron a ponerse nerviosos.
Contábamos con un gran río pero con pocos barcos. En el pasado, cada Brigada de Producción tenía barcos pequeños, pero cuando comenzaron a aplicar la política de responsabilidad de producción doméstica, esos barcos desaparecieron.
El pueblo cuenta con una infinita capacidad de producción, esta frase tiene mucho de cierto. Mi padre corrió a la habitación lateral, bajó cuatro calabazas del techo, sacó cuatro barras de madera, unas cuerdas y empezó a hacer una canoa en el patio. Me quité la chaqueta para ayudarle. Leoncita sostenía el paraguas para taparme. Mi hija cogió el suyo y corrió al patio para divertirse. Le sugerí a Leoncita que tapara a mi padre, pero él dijo que no hacía falta. Llevaba un plástico al hombro; el sudor y la lluvia se fundieron en su cabeza y rodaron por su rostro. Un campesino con la experiencia de mi padre, cuando decidía trabajar, prestaba toda la atención posible. Se puso en marcha con una gran exactitud, sin ninguna demora. No tardó mucho tiempo en terminar la canoa.
Cuando la levantamos al salir a la orilla del río, la gente estaba nerviosa. Todos los barcos desaparecidos surgieron de nuevo, al mismo tiempo, y decenas de canoas entraron al agua. Las cosas flotantes atadas a las canoas eran calabazas, neumáticos, espumarajos blancos… No sé quién fue el que utilizó una cuba como canoa. Todos los barcos y canoas estaban atados a los sauces de la orilla. Desde cada callejón había gente saliendo con los melocotones. Los mulos, potros y burros cargaban las canastas, unos cuarenta animales estaban en fila a lo largo de la orilla.
Un funcionario de la comuna que acababa de llegar en un barquito, con un chubasquero puesto y los pantalones remangados, se puso a gritar en la orilla. Entonces vi una canoa al lado de la nuestra maravillosamente hecha. Cuatro palos gruesos de conífera estaban atados en forma de cuadrado. En los espacios que quedaban en medio colocaron unos palos finos y en la parte baja, cuatro neumáticos rojos. Aunque llevaba una docena de canastas llenas de melocotones, no se caló demasiado de agua. Parecía que tenía mucha capacidad de carga. Cinco palos bien erguidos sostenían un plástico de color celestial que servía tanto para la lluvia como para el sol. Esta canoa no era tan sencilla como para haberla hecho en medio día.
Wang Jiao llevaba una chaqueta y un sombrero de paja. Estaba en cuclillas en la proa y parecía un pescador esperando sus peces.
Solo pusimos seis canastas encima de nuestra canoa, pero obviamente se llenó de agua. Mi padre insistió en poner dos canastas más.
—Puedes poner dos canastas más —le dije—, pero no vienes conmigo, voy yo solo. —Sin embargo, mi padre consideró que era mi segundo día de matrimonio e insistió en ir por su cuenta—. No me discutas más —respondí—. Por favor, mira a la orilla, ¿quién de tu edad navega en una canoa?
—Ten cuidado —me pidió.
—No te preocupes, si fuese otro trabajo no lo haría bien, pero soy un experto en transporte fluvial —contesté en broma.
—Si se levantan olas peligrosas, abandona los melocotones —me dijo mi padre.
—No te preocupes —dije.
Me despedí con un gesto de Leoncita, que estaba cogiendo la mano de mi hija. Ella también me despidió agitando su mano al aire.
Mi padre soltó la cuerda que estaba atada al sauce y me la tiró. La guardé bien y levanté el palo largo para salir del puerto, apoyé el palo en la orilla, la pesada canoa empezó a avanzar.
—¡Ten cuidado!
—¡Ten mucho cuidado!
Conduje la canoa avanzando lentamente. Los burros y mulos de la orilla andaban con mucha prisa, pero debido al peso de las canastas avanzaban con dificultad. Algunos dueños les pusieron unas campanillas a los animales en el cuello, que producían muchos sonidos: ding, ding, dang, dang. Los niños y ancianos les siguieron hasta la salida del pueblo, pero no avanzaron más.
El río tenía un meandro pronunciado a la salida del pueblo. De repente, los barcos y las canoas se adentraron en una fuerte corriente. Wang Jiao, que avanzaba por delante de mí, se esforzó para dirigir su canoa a una parte menos agitada. En esa orilla habían crecido muchos arbustos, y entre las incontables hojas, las chicharras cantaban sin cesar. Desde el primer momento que vi la lujosa canoa de Wang Jiao, presentí que ocurriría algo. Efectivamente, Wang Jiao tiró sus canastas al río, que se quedaron flotando en el agua. Obviamente, no había melocotones dentro. Acercó la canoa al arbusto y de repente vi que Chen Bi saltaba a la canoa y levantaba con los dos brazos a Wang Dan, embarazada. Después, Wang Gan cogió a Chen Er y saltaron a la canoa.
Enseguida bajaron el plástico que servía de techo de la canoa, tratando de ocultarles. Wang Jiao cogió el timón con la misma fuerza con la que en el pasado cogía el látigo cuando conducía su carreta; su aspecto volvió a la normalidad. Irguió la espalda, así que mi tía tenía razón: su minusvalía era totalmente mentira. Y cuando había dicho que se había roto la relación entre padre e hijo, lo dijo sin pensar, poseído por la furia. Porque en los momentos decisivos, el padre y el hijo siempre se subirían al mismo barco. En cualquier caso les deseaba de todo corazón que pudiesen sacar a Wang Dan y escapar donde quisieran. Por otra parte, al pensar en los esfuerzos que había puesto mi tía en este asunto, lamenté un poco que no pudiera conseguir su objetivo.
Su canoa flotaba mucho y tenía poca carga, por lo que nos sobrepasó a todos con facilidad. A lo largo del viaje vi que muchos barquitos y canoas de los pueblos adyacentes entraban al río. Cuando llegué al pueblo Dongfeng, donde mi tía recibió una lección que acabó en una fuerte herida, una centena de canoas de madera y decenas de barcos se unieron al centro del río formando una larga serpiente que se movía curso abajo.
Fijé la mirada en la pequeña canoa de Wang Jiao, que no desaparecía de mi vista, aunque hacía mucho rato que me había sobrepasado. Esa canoa era sin duda alguna la mejor de todas; avanzaba orgullosa, como si fuera un Hammer revuelto en una corriente de vehículos normales. Aparte de orgullosa, también parecía enigmática. Si alguien hubiera presenciado lo mismo que yo, naturalmente habría descubierto el secreto que escondía aquel plástico. Los que no lo habían descubierto, también fijarían su mirada en una canoa tan rápida y sospecharían que lo que estaba debajo del plástico no eran melocotones.
Hoy día, cada vez que recuerdo como el bote que pertenecía a la oficina de planificación familiar me sobrepasó a toda velocidad para perseguir a esa canoa, una pasión desconocida se enciende en mi corazón. Ese bote no era el típico barco antiguo que se producía en las fábricas locales en la década de los 70 del siglo pasado, sino un bote blanco, de línea corriente y con una cabina semiabierta. A través del cristal, pude ver a Qin He, capitán del bote. Era el mismo Qin He de siempre, pero su pelo se había vuelto gris. Mi tía y mi nueva esposa se pusieron de pie en la parte trasera; vi que el viento movía sus ropas. En el momento en el que me fijé en los senos de Leoncita, que parecían dos bolas grandes de fuego, me acaloré. Detrás de ellas, había cuatro hombres sentados a los lados. La marejada que produjo el bote desestabilizó nuestras canoas. Estaba convencido de que Leoncita me vio cuando su bote sobrepasó mi canoa, pero no me hizo caso. Leoncita, mi nueva esposa, parecía en ese momento una persona desconocida. Lo que estaba sucediendo era tan irreal como un sueño. El desprecio que me hizo Leoncita me llevó a apoyar a la exiliada.
—Wang Dan, ¡vete rápido! Wang Jiao, ¡navega más rápido!
El bote de mi tía partió la parte trasera de algunas canoas y se lanzó hacia la de Wang Jiao. Sin embargo, en vez de sobrepasarle se colocaron en paralelo. Redujeron la velocidad y el ruido del motor cesó. El barco se acercó a la canoa y acortó la distancia a dos o tres metros. El bote empujó ligeramente la canoa. En teoría, querían forzar a Wang Jiao a parar en la orilla, pero él cogió el palo para separarse del borde del bote. Quería escapar de esta manera, no obstante, debido a la fuerza mecánica, se alejaron de la corriente más fuerte.
Un hombre del bote cogió un palo que tenía un gancho para quitarle el plástico a la canoa. De repente, se resquebrajó; pegó otro tirón y el interior quedó expuesto al sol.
Wang Jiao empezó a golpear al hombre del bote, que se defendió con su propio palo. En aquel momento, Wang Gan y Chen Bi cogieron dos remos, se sentaron a los lados de la canoa y remaron con todas sus fuerzas. En el centro estaba Wang Dan, la chica diminuta. Utilizó la mano izquierda para abrazar a Chen Er, que estaba escondiéndose tras el abrazo de su madre. Con la mano derecha se protegía la barriga, tan grande como una pelota. Entre los ruidos de los palos y de la corriente del río, se podían escuchar los chillidos de Wang Dan:
—Tía, déjenos en paz, por favor. ¡Denos espacio para escaparnos!
En el momento en que la canoa se apartó del bote, Leoncita saltó con todas sus fuerzas hacia ellos, pero se cayó al río. No sabía nadar, así que se sumergió en el agua. Tía gritó pidiendo auxilio. Chen Bi y Wang Gan aprovecharon esa oportunidad para remar con mucha fuerza y llevaron la canoa a la corriente más rápida del río.
Tardaron mucho tiempo en salvar a Leoncita. Un hombre le acercó un palo y la arrastró hacia el bote, pero al subir le agarró de la pierna y le tiró al agua. Era otra persona que tampoco sabía nadar. Los que estaban en el bote no tuvieron más remedio que saltar para salvarles. En este momento, Qin He perdió la calma y cometió muchos errores. Tía se enfadó mucho; les criticó y pataleó en el suelo del bote. Ninguno de los hombres de las canoas y de los barcos que estaban alrededor fue a ayudar. Como Leoncita era mi esposa, traté de girar el timón para acercarme a ellos, sin embargo, un barquito vino a toda velocidad detrás de mí, me embistió y casi me derribó. Cuando vi que Leoncita desapareció en el agua, no vacilé ni un segundo más y me lancé al río para salvar a mi esposa.
En el instante en que Leoncita se tiró al agua, me entraron muchas dudas, pero tiempo después mi esposa me dijo que empezó a oler la sangre, el característico olor de la sangre de una madre que da a luz. También vio sangre en la pierna de Wang Dan. Por eso se lanzó al agua —insospechadamente—, porque intentaba demorar la acción de mi tía. Leoncita se arriesgó a morir ahogada con tal de dar tiempo a la joven embarazada. Me dijo que rezó al dios del río: «Wang Dan, date prisa a parir, venga, ¡ánimo!».
Cuando el niño saliese de la vagina, sería una vida amparada por las leyes de la República Popular China. Sería una flor de la nación, sería el futuro de la patria. Por supuesto, estos pequeños trucos no pudieron engañar a mi tía, que se los conocía demasiado bien.
Cuando salvamos a Leoncita y al otro chico y subieron al bote, la canoa de la familia de Wang estaba por lo menos a un kilómetro y medio de distancia. Además, el bote se había quedado atascado. Qin He trató de arrancarlo de nuevo y su cabeza estaba llena de sudor. Mi tía se puso hecha una fiera; Leoncita y el otro funcionario de la oficina de planificación familiar empezaron a vomitar toda el agua.
Mi tía llevaba un ratito dando patadas al suelo con mucha fuerza hasta que, de repente, se tranquilizó. Mostró una sonrisa patética. Un rayo de sol rompió el cielo nublado, le iluminó el rostro y también alumbró el río sucio y revuelto. Mi tía parecía una heroína desdichada. Se sentó en el borde y le dijo a Qin He:
—No finjáis, dejad de fingid.
Qin He se asustó, pero por fin consiguió arrancar el bote. La embarcación salió disparada como una flecha apuntando a la canoa de Wang Jiao.
Le acaricié la espalda a Leoncita, mientras miraba a mi tía, que a veces fruncía el ceño y otras se ponía a reír. ¿Qué estaría pensando? De pronto caí en la cuenta de que mi tía tenía cuarenta y siete años, su juventud había terminado y se adentraba en la madurez de la vida. Pude descubrir el envejecimiento en su rostro, marcado por las huellas del tiempo y del devenir de una vida difícil. Recordé que mi madre solía decir: «¿Cuál es el destino de una mujer? La respuesta es traer al mundo a otra nueva generación. El puesto social de la mujer se vincula con sus descendientes, con sus hijos, que traen dignidad y honor, además de la gloria y la felicidad que acompañan al dolor cuando das a luz. Sin embargo, la verdadera pena de esta mujer es no tener un hijo, porque si te falta un hijo, tu vida no se completa. Si no tienes un hijo, envejeces muy rápido y tu corazón se endurece». Estas palabras estaban dirigidas a mi tía, pero nunca se las dijo a la cara. ¿Podía ser que el envejecimiento de mi tía estuviese relacionado con no tener hijos? Ya tenía cuarenta y siete años, ¿si se casase dentro de poco podría tener un hijo? ¿Pero dónde estaría la persona que quisiese ser mi futuro tío?
El bote de mi tía alcanzó la canoa de Wang Jiao en un minuto. Cuando se acercó a ella, Qin He redujo la velocidad y se aproximó con cuidado.
Wang Jiao se levantó en la popa de la canoa y nos lanzó miradas recriminatorias, parecía que estaba dispuesto a morirse con nosotros.
Wang Gan estaba abrazado a Chen Er, sentado en la proa.
Chen Bi estaba en el centro de la canoa, con Wang Dan en los brazos; reía, lloraba y gritaba:
—¡Wang Dan, date prisa a dar luz! ¡Rápido! ¡Cuando nazca, será una vida! ¡Cuando nazca, no se atreverán a matarlo! Wan Xin, Leoncita, ¡hemos ganado! Ja, ja, ja, ¡habéis perdido!
Dos hileras de lágrimas rodaron por su cara, que tenía una barba poblada. Mientras tanto, Wang Dan arrojaba unos horribles y lacerantes gritos.
Cuando el bote se pegó a la canoa, mi tía asomó la cabeza. Entonces la mano de Chen Bi la detuvo. La amenazó con una navaja y le ordenó con gestos demoniacos:
—¡Aparta tus diabólicas pezuñas!
—Esta no es una pezuña diabólica sino la mano de una ginecóloga —le dijo mi tía con tranquilidad.
Me sentía muy triste. De repente me di cuenta de la gravedad del asunto y les grité:
—Chen Bi, ¡deja a mi tía subir a la canoa! ¡Deja que atienda el parto!
Utilicé el palo con gancho para inmovilizar la canoa. El cuerpo grande de mi tía se movió con dificultad y saltó a la pequeña embarcación. Leoncita, con la caja de medicinas, la siguió.
Cuando le cortaron el pantalón empapado en sangre con unas tijeras a Wang Dan, me di la vuelta, pero mi mano no soltó en ningún momento la canoa para que no se alejara del bote.
En mi cabeza se reprodujo la imagen de aquella escena: Wang Dan estaba tumbada en la canoa, la sangre rodaba por sus piernas. Su pequeño cuerpo y su enorme barriga parecían un furioso y asustado delfín.
La corriente del río seguía embravecida, la luz del sol resquebrajó las nubes. Los barcos que transportaban los melocotones seguían avanzando; mi canoa flotaba vacía.
Esperé. Esperé entre los gritos y llantos de Wang Dan; esperé entre los ruidos de la corriente del río, esperé entre los rebuznos del burro que caminaba en la orilla.
El llanto ensordecedor de un niño salió de la canoa.
Giré la cabeza en ese instante y vi que mi tía tenía en la mano un bebé envuelto en sangre y prematuro. Leoncita le cubrió la tripa con una gasa.
—Otra niña —dijo mi tía.
Chen Bi bajó la cabeza abatido, como un neumático que ha perdido aire. Se dio un manotazo en la cabeza y dijo con tristeza:
—Qué vida tan injusta… Qué vida injusta… Mi parentela se va a terminar, se va a terminar con mi generación…
—¡Eres un cabrón! —dijo Tía.
Subieron a Wang Dan y a la niña al bote, que se dirigió a la canoa con mucha rapidez. Sin embargo, no pudieron salvar la vida de Wang Dan.
Según Leoncita, antes de morir, estuvo un rato espabilada. Había perdido demasiada sangre, tenía la cara dorada. Sonrió a mi tía y empezó a susurrar algo. Tía se acercó e inclinó su cuerpo para escucharla. Leoncita dijo que no pudo oír lo que dijo, pero mi tía sí que lo oyó con claridad. El color de la cara de Wang Dan se volvió gris. Sus ojos perdieron el brillo que tenían. Su cuerpo se retorció como un saco de cereales recién vaciado, como el capullo que deja una mariposa. Tía se sentó al lado del cadáver de Wang Dan, agachó la cabeza y se quedó mucho tiempo en esa postura. Luego, se levantó, suspiró profundamente y dijo unas palabras para sí misma mirando a Leoncita: «¿Qué está pasando?».
La prematura hija de Wang Dan, gracias a los cuidados intensivos de mi tía y de Leoncita, superó la fase de peligro y logró sobrevivir.