Señor, el 7 de julio de 1979 fue el día de mi boda. La chica con la que me casé se llamaba Wang Renmei. Era una chica de mi clase. Wang Renmei y yo teníamos el mismo aspecto: las piernas largas y finitas, como las patas de la grulla china. En cuanto le vi las piernas, se me aceleró el corazón. Un día del año en el que cumplí los dieciocho fui al pozo a recoger agua y me encontré con ella. Se le había caído el cubo; estaba muy preocupada y daba vueltas alrededor del pozo. Me arrodillé junto al borde para sacarlo y tuve mucha suerte: lo saqué a la primera.
—Oh, Xiao Pao, ¡eres un hacha! —me elogió.
Wang Renmei trabajaba como profesora sustituta de Gimnasia en el colegio. Era alta y delgada. Tenía el cuello muy fino y largo, la cabeza pequeña y llevaba dos coletas.
—Wang Renmei —tartamudeé—, quería decirte una cosa.
—¿Qué? —dijo ella.
—Wang Dan y Chen Bi ahora salen juntos. ¿Lo sabías? —contesté.
Se quedó sorprendida durante un ratito y, de repente, rompió en carcajadas. Me sonrió y dijo:
—Xiao Pao, lo que has dicho es una pura tontería. Wang Dan es una chiquilla diminuta y Chen Bi es un chico tan alto como un caballo extranjero, ¿cómo se van a enamorar?
Luego, se quedó pensativa unos segundos, su rostro se enrojeció y se dobló de la risa.
—No te engaño —le dije muy seriamente—, si es mentira lo que digo ¡me convertiré en un perro! Lo he visto con mis propios ojos.
—¿Qué has visto? —preguntó Wang Renmei.
—Lo que te voy a decir ahora no se lo puedes contar a nadie —le expliqué en voz baja—. Anoche, cuando volvía de la casa del ingeniero Ji, oí unos murmullos al pasar por delante de los montones de paja. Me acerqué sigilosamente, escuché con atención y descubrí que eran Chen Bi y Wang Dan, que estaban hablando de cosas muy íntimas.
»Oí a Wang Dan decir: “Chen Bi, cariño, aunque soy muy pequeñita, no me falta nada en el cuerpo. Te juro que puedo darte un hijo sano”. —Wang Renmei empezó a reírse con todas sus fuerzas—. ¿Quieres saber más? —le pregunté.
—Claro, dime, ¿qué pasó luego? —contestó.
—Se besaron —dije.
—Imposible —afirmó Wang Renmei—. ¿Cómo se van a besar?
—¿Por qué no me crees? ¿Cómo que cómo se van a besar? ¡Por supuesto que tienen su manera de besarse! Chen Bi abrazó a Wang Dan como si fuese una niña pequeña. ¡Podía besarla todo lo que quería! —contesté.
La cara de Wang Renmei se enrojeció otra vez y dijo:
—Xiao Pao, ¡eres como un viejo verde! ¡Chen Bi también lo es!
—Wang Renmei, si Chen Bi y Wang Dan salen juntos, ¿podemos tú y yo hacer lo mismo? —le pregunté.
Se sorprendió mucho. Luego, empezó a reírse y me preguntó:
—¿Por qué quieres salir conmigo?
—Porque tienes las piernas igual de largas que las mías. Me dijo mi tía que si nos casábamos tendríamos un niño con las piernas largas. Le podríamos entrenar y nuestro hijo de piernas largas se convertirá en un campeón mundial —contesté.
—¡Es muy polifacética tu tía! Así que no solo se encarga de hacer vasectomías sino que ¡también se dedica a hacer de celestina! —dijo con una sonrisa en la cara.
Wang Renmei cogió su cubo y se marchó dando grandes zancadas. La palanca vibraba en su hombro, y los cubos se balanceaban a los lados como si fuesen a salir volando.
Entonces me enrolé en el Ejército y me alejé de mi pueblo natal. Al cabo de varios años me enteré de que Wang Renmei había aceptado la propuesta matrimonial de Xiao Xiachun. Xiao Xiachun era el profesor sustituto de Literatura China en el Instituto de Agricultura. Escribió un ensayo, Oda al carbón, que se publicó en el suplemento del periódico Diario del Pueblo y tuvo mucha repercusión en nuestro pueblo, en Dongbeixiang. Me sorprendió mucho esta noticia. Los chicos como nosotros, que habíamos comido carbón, no habíamos sido capaces de escribir una Oda al carbón. Sin embargo, Xiao Xiachun, que no lo había vivido en primera persona, había conseguido escribirla. Parecía que Wang Renmei elegía a la persona correcta.
Cuando Xiao Xiachun aprobó el examen de acceso a la universidad, su padre, Xiao Shangchun encendió tres mil petardos en la calle y pagó mucho dinero para que la Brigada Cinematográfica proyectase películas en el patio de la escuela durante tres noches consecutivas. Eran muy arrogantes e insolentes.
En aquel año, se puso fin a la guerra de Vietnam y conseguí un mérito militar de tercer nivel. Me nombraron subteniente. Mucha gente vino a mi casa para intentar buscarme una futura esposa.
—Xiao Pao, quería presentarte a una chica muy buena. Estoy segura de que te encantará —dijo mi tía.
—¿Quién es? —preguntó mi madre.
—Mi ayudante, ¡Leoncita!
—Ya tiene treinta años, ¿verdad? —quiso saber.
—Acaba de cumplir treinta —contestó mi tía.
—Pero Xiao Pao solo tiene veintiséis —dijo mi madre.
—Está bien que la chica sea un poquito mayor, así sabrá cuidar de él —respondió.
—Leoncita no está mal —dije—, pero Wang Gan lleva enamorado de ella muchos años. No puedo robarle a mi amigo el amor de su vida.
—¿Wang Gan? —intervino mi tía—. ¡Ese sapo asqueroso quiere la carne de un cisne! ¡Leoncita no se va a casar con él! ¿Cuántos años han pasado? Pues aun así cada vez que su padre, Wang Jiao, va a la feria, continúa caminando con el cuerpo encorvado, apoyándose en un bastón, y sigue viniendo al hospital a decir tonterías para manchar mi reputación. El dinero que le he dado para que comprara comida para recuperarse asciende a ochocientos yuanes en total.
—Este Wang Jiao es un gran actor —dijo mi madre.
—No es un actor, es un completo mentiroso —contestó mi tía con mucha furia—. Después de darle el dinero se fue a comprar licor y embutido. Una vez borracho vagaba por todas las calles con el cuerpo completamente erguido. ¿Por qué me he topado con tantos sinvergüenzas en mi vida? El cabrón de Xiao Shangchun, casi me mata en la Revolución Cultural y ahora descansa en su casa como un terrateniente agitando su abanico. Según dicen, su hijo se ha incorporado a la universidad. Una antiguo dicho reza que el honrado recibirá su premio y el malvado tendrá su merecido, pero ¿ahora? ¡El honrado tiene su merecido y el malvado goza de una vida tranquila y relajada!
—Ya recogerás los frutos, todavía no te ha llegado el momento —dijo mi madre.
—¿Cuándo llegará ese momento? ¡Mi cabello se ha puesto blanco! —contestó mi tía.
Cuando se marchó, mi madre suspiró y me dijo:
—Toda la vida de tu tía ha sido una tragedia.
—He oído que Yang Lin ha venido otra vez a buscarla, ¿es verdad? —pregunté.
—Según ella, sí que ha venido otra vez. Al parecer ahora es diputado del distrito. Ha venido en coche. Le ha pedido perdón a tu tía y le ha dicho que quiere casarse con ella para compensarle por todo lo que pasó durante la Revolución Cultural. Pero tu tía le ha rechazado rotundamente —respondió mi madre.
Justo en el momento en el que estábamos hablando de mi tía, Wang Renmei entró por la puerta a toda prisa.
—Tía, he oído que Xiao Pao está buscando a su futura esposa. ¿Qué opinas de mí? —le dijo a mi madre.
—Hija, tú tienes novio, ¿verdad? —le preguntó.
—Hemos roto. Acaba de incorporarse a la universidad.
—Pues si abandona a su novia, ¡qué imbécil es! —dijo mi madre enojada.
—Tía, no me ha abandonado, le he dejado yo —explicó Wang Renmei—. Después de ir a la universidad todos se vuelven otra persona. Ponen petardos, proyectan películas, se convierten en unos arrogantes… Pero Xiao Pao es diferente, le acaban de ascender, pero no presume de nada. Nada más volver a casa, bajó al campo a trabajar.
—Hija, nuestro Xiao Pao no te merece —dijo mi madre.
—Mi querida tía, no tiene derecho a decidir por él. Tenemos que preguntarle a Xiao Pao. Xiao Pao, quiero ser tu esposa y voy a darte a un campeón mundial, ¿qué te parece?
—¡Perfecto! —clavé la mirada en sus largas piernas y asentí.
La mañana de mi boda hizo un tiempo horroroso; el cielo estaba nublado y no paraba de llover. Cuando terminó la tormenta, empezó una manga de agua.
—El maldito Yuang Sai dijo que haría un día maravilloso —se quejó mi madre—, y mira ahora, está todo empapado.
A las diez de la mañana entraron en mi casa Wang Renmei y sus dos primas, que habían venido caminando bajo la lluvia. Llevaban puestos unos chubasqueros y parecía que iban a patrullar a la presa. Hicimos una especie de tienda de campaña en el patio de nuestra casa con un plástico y colocamos dentro el fogón. Me puse en cuclillas, me coloqué delante del fogón y tiré del agarradero del fuelle para avivar el fuego y hervir agua. Mi primo Wu Guan dijo sin pensar:
—Eh, tú, héroe de guerra, tu esposa está aquí, ¿por qué te pones en cuclillas para hervir agua?
—Eres tú quien va a hervir el agua —dije.
—Tu madre me ha asignado prender los petardos. ¿Sabes?, prender petardos en un día lluvioso requiere una tecnología muy avanzada —contestó.
—Wu Guan, deja de gastar bromas y préndelos ahora mismo —le gritó mi madre.
Wu Guan sacó un juego de petardos envueltos en un plástico. Los cogió con una mano y se puso debajo de la lluvia sujetando un paraguas con la otra. Se inclinó para prenderlos, pero debido a la lluvia no salía humo, así que se agachó más. Los niños que habían venido a la boda estaban empapados, como pollos en remojo, pero aplaudían y gritaban:
—Wu Guan, Wu Guan, cuidado con tanta humareda.
—Estos malditos niños, ¡qué cosas dicen! —exclamó mi madre.
Según la tradición, la novia no debía hablar desde que entraba en el patio de la casa hasta que cruzaba la habitación principal, llegaba a la habitación nupcial y se sentaba en el lecho. Este ritual se llamaba «afianzamiento del lecho». Sin embargo, cuando Wang Renmei entró en el patio, se detuvo en la puerta al ver a Wu Guan. El humo le había ensuciado la cara y parecía que acabase de salir de un incendio. Wang Renmei rompió a reír. Sus primas, que eran sus damas de honor, tiraron de su manga para recordarle la tradición, pero no les hizo caso. Llevaba puestos unos zapatos de plástico con un tacón muy pronunciado y parecía más alta que un árbol. Wu Guan la examinó de arriba abajo y dijo:
—Cuñada, si mi primo quiere darte un beso, ¡va a tener que buscar una escalera primero!
—Wu Guan, ¡cállate! —chilló mi madre.
—Wu Guan, ¡qué tonto eres! Cuando Wang Dan y Chen Bi se besan, no necesitan la escalera —dijo Wang Renmei.
Al oír las bromas de la novia y de mi primo, las señoras mayores de la familia se juntaron para criticarla. Entonces salí de la tienda de campaña con una pala pequeña para el carbón en la mano. Los chicos aplaudieron y dieron saltos en el suelo con mucha fuerza.
—¡Ahora sale el héroe! ¡Ahora sale el héroe! —gritaban.
Llevaba puesto un traje militar nuevo y la insignia de tercer nivel. Mi cara estaba cubierta de carbón y tenía un aspecto un tanto cómico con la pala en la mano. Wang Renmei se dobló de la risa. Me sentí muy nervioso, no sabía si tenía que llorar o reír. Wang Renmei parecía una loca.
—¡Llevadla a mi habitación! —gritó mi madre.
—¡Mi querida esposa, vaya a la habitación, por favor! —le dije con suavidad.
—Hace mucho calor en la habitación y es muy sofocante, aquí hace fresquito —contestó Wang Renmei.
—¡Au! ¡Au! ¡Au! —gritaban los chicos.
Saqué una bolsa de caramelos, me acerqué a la puerta del patio y los tiré al otro lado de la calle. Los niños se abalanzaron al unísono a por los caramelos y empezaron a forcejear en el agua embarrada. Agarré a Wang Renmei de la muñeca y la llevé a rastras a la habitación, pero como la puerta era muy baja se dio con el dintel en la frente. Dong, sonó un ruido fuerte y a continuación se oyeron sus gritos:
—Ay, madre mía, ¡creo que me he roto la cabeza!
Las señoras de edad avanzada soltaron unas carcajadas.
La habitación era muy pequeña y había venido tanta gente que no había sitio para sentarse. Cuando las chicas se quitaron los chubasqueros no había sitio para colgarlos; solo los podían dejar en la puerta. El suelo estaba mojado y los invitados seguían llegando. El barro y el agua se estaban fundiendo en el suelo, que cada vez estaba más sucio. Como la habitación era muy pequeña, la cama apenas medía dos metros de largo. Encima estaban amontonados los cuatro edredones, los dos juegos de sábanas, las dos alfombras y las dos almohadas nuevas. Todas estas cosas casi llegaban al techo.
—Ay, madre mía, ¡qué calor desprende este kang! ¡Es una sartén en llamas! —comenzó a gritar Wang Renmei cuando se sentó en el lecho.
Mi madre se molestó por el comentario y golpeó el suelo con su bastón:
—Aunque fuese una sartén en llamas te tendrías que sentar en ella. ¡Vamos a ver si te quema el culo!
Wang Renmei rompió a reír de nuevo y me dijo en voz baja:
—Xiao Pao, ¡qué graciosa es tu madre! Si me quemase el culo, ¿cómo podría dar a luz a un campeón mundial?
Me mareé de la rabia que me entró al oír las palabras de Wang Renmei, pero en un día tan importante no podía decir nada. Toqué el kang para medir la temperatura y realmente estaba muy caliente. Como había venido mucha gente a felicitarnos: las tías de mi madre, las cuñadas de mi padre… tuvimos que prepararles la comida y los dos fogones de la habitación principal no descansaron ni un segundo[9]. Hubo que cocinar los panes chinos al vapor, sofreír diferentes platos, cocer los tallarines… y todo ello casi acabó con el pobre kang. Entonces saqué una sábana, la doblé, la puse en un rincón en la pared y le dije:
—Mi querida esposa, siéntate ahí.
—Xiao Pao, qué gracioso eres —dijo Wang Renmei volviéndose a reír—. ¿Por qué me llamas «mi querida esposa»? No me acostumbro a ese nombre. Llámame «mi mujer», o como antes, Renmei.
No supe qué decir; así era de tonta la mujer con la que me casé. No sabía distinguir entre cuándo hablaba en broma y cuándo no. Con ayuda de sus dos primas le quité los zapatos y los calcetines de nailon, que estaban completamente mojados, y la coloqué sobre el kang. Nada más subir se puso de pie y su cabeza casi tocó el techo. En un lugar tan pequeño como ese parecía más alta y sus dos piernas de grulla eran tan flacas que casi no se le veían las pantorrillas. Sus pies no eran nada pequeños; de hecho se podían comparar con los míos. Anduvo por el pequeño kang, que medía menos de dos metros cuadrados, y se dio la vuelta. En teoría, las dos damas de honor también tenían que sentarse en el lecho, pero Wang Renmei había acaparado todo el kang, por lo que sus dos primas se tuvieron que sentar en el borde. Entonces quiso presumir de altura, por lo que se puso de puntillas para que su cabeza tocase el techo. Le pareció un juego divertido, así que siguió dando vueltas al kang mientras saltaba, lo que hacía mucho ruido: peng, peng, peng. Mi madre asomó la cabeza para ver qué estaba pasando.
—Querida esposa de mi hijo, si rompes el kang, ¿dónde vamos a dormir esta noche? —preguntó.
—Si se rompiera dormiríamos en el suelo —respondió con una sonrisa.
Al anochecer, mi tía vino a cenar.
—¡Vuestra Excelentísima tía ha venido! —empezó a gritar mientras entraba—. ¿Por qué no ha venido nadie a recibirme?
Al oírla, salimos con mucha prisa para darle la bienvenida.
—Como llovía tanto, pensaba que no podrías venir —dijo mi madre.
Entró con un paraguas, se remangó el pantalón, se descalzó y cogió los zapatos con la mano.
—Si en vez de llover, cayesen cuchillos del cielo, ¡también hubiese venido! —dijo—. Mi sobrino es un héroe. ¿Cómo no iba a venir a la boda de un héroe?
—Mira, Tía, qué tipo de héroe soy. Soy un héroe en la cocina, un buen cocinero, pero de momento no ha venido ningún comensal —contesté.
—El héroe en la cocina también es muy importante. Si el hombre es el motor, la comida es su combustible. Si los soldados no comen, ¿cómo van a tener energía para luchar? —dijo mi tía—. Venga, dadme algo de comer que después tengo que volver al hospital. Si no, cuando el río se desborde el puente desaparecerá y no podré regresar.
—Si no puedes volver, puedes quedarte aquí un par de días para descansar —dijo mi madre—. Llevamos mucho tiempo sin charlar. Esta noche podemos hablar todo lo que queramos.
—Imposible. Mañana tengo que asistir a una reunión del Comité Consultivo —contestó mi tía.
—Pao, también han ascendido a tu tía, ¿sabes? —dijo mi madre—. Ahora es miembro permanente del Comité Consultivo de la política.
—¿Qué tipo de ascenso es ese?
—Otra responsabilidad más que me han encasquetado —respondió mi tía.
Tía entró en la habitación de la parte Oeste; todos mis familiares estaban allí apelotonados. Los que estaban sentados en el kang se levantaron para hacerle sitio.
—Quedaos en vuestros asientos —dijo ella—. Como algo y me voy.
Madre ordenó a mi hermana que le ofreciese algo de comida a la tía, que abrió la tapa de un wok y cogió un panecillo. Como quemaba se lo cambió a la otra mano mientras gritaba. Ay. Abrió el pan, cogió unos trozos de carne con arroz y los metió dentro. Lo apretó todo un poco y le pegó un gran mordisco.
—Me encanta comer así —dijo con la boca llena—, sin ensuciar la vajilla ni los palillos. Comer así es más sabroso. Desde el primer día que empecé a dedicarme a esta profesión jamás he vuelto a tener tiempo de comer sentada tranquilamente. Déjame echar un vistazo a la habitación nupcial —me pidió mientras aún comía.
Wang Renmei no se acostumbraba a la alta temperatura del kang, por lo que se sentó en el alféizar de la ventana y aprovechó la luz que entraba para leer un cómic. Mientras tanto, sonreía de vez en cuando.
—¡Ha venido nuestra tía! —dije yo.
Wang Renmei bajó al suelo de un salto, le dio la mano y dijo:
—Tía, quería pedirle un favor, qué bien que ha venido.
—¿Qué quieres? —preguntó mi tía.
Wang Renmei bajó la voz.
—Según dicen, tiene una medicina mágica que si te la tomas tienes gemelos.
Tía puso mala cara.
—¿Quién te ha dicho eso? —le preguntó.
—Ha sido Wang Dan.
—¡Es una absoluta mentira! —Tía se atragantó; tosió con fuerza y se le puso la cara muy roja. Mi hermana le pasó un vaso de agua. Después de bebérselo se dio unos golpes ligeros en el pecho y dijo muy seriamente—: La verdad es que no tengo ese tipo de medicina, aunque la tuviera, no te la daría.
—Wang Dan me dijo que una mujer del pueblo Chenjiazhuang se tomó esa medicina y dio a luz gemelos. ¡Un niño y una niña! —insistió Wang Renmei.
—¡Me estás enfadando! —le advirtió mi tía mientras le daba la mitad del panecillo que tenía en la mano a mi hermana—. La zorra de Wang Dan me ha costado mucho trabajo. No sabes lo difícil que fue sacar el feto fuera de su cuerpo y ahora va difundiendo rumores sobre mí. Cuando la vea, le voy a romper la maldita boca.
—Tía, no se enfade —dije tratando de tranquilizarla. Le pegué disimuladamente un puntapié a Wang Renmei en la pierna derecha y le dije en voz baja—: ¡Cállate!
—Ay, madre mía, ¡me vas a romper la pierna! —exclamó Wang Renmei de manera exagerada.
—¡Una pata no se rompe tan fácilmente! —le replicó enfadada mi madre.
—Madre —gritó Wang Renmei—, ¡se equivoca! El perro grande y cobrizo de mi tío se rompió una pata con una trampa de hierro de Xiao Shangchun.
Cuando Xiao Shangchun se jubiló, empezó a dedicarse a hacer daño a los animales. Se compró una escopeta para cazar pájaros. Daba igual el tipo de ave que fuese, cazaba todo lo que encontraba. Ni la urraca, que los habitantes del pueblo consideraban el pájaro de la felicidad y de la buena suerte, pudo librarse de su escopeta. También preparó una red con muy poco espacio entre los hilos. Cuando pescaba en el río, ni los alevines de diez centímetros podían escapar. Hizo un «gato de hierro» —una trampa gigante de hierro de resorte— que solía enterrar en el bosque o en el cementerio para cazar tejones y comadrejas siberianas. Un día, el perro del tío de Wang Renmei pisó por accidente el gato de hierro y se cortó una pata. Cuando mi tía oyó el nombre de Xiao Shangchun se puso muy seria.
—Ese cabrón debería morirse de un castigo divino —dijo chirriando los dientes—. Sin embargo, sigue viviendo tranquilamente y cada día goza de alimentos exquisitos. ¡Es tan fuerte como un toro, por lo que dios tiene miedo de los malvados!
—Tía —dijo Wang Renmei—, aunque dios le tema, a mí no me da miedo. ¡Si le odia, puedo castigarle por usted!
Tía rompió a reír a carcajadas y a continuación dijo:
—Esposa de mi sobrino, te voy a decir la verdad: al principio, cuando me enteré de que mi sobrino iba a casarse contigo, no estaba de acuerdo. Sin embargo, cuando oí que habías dejado al hijo de Xiao Shangchun, no dije nada más en contra de vuestro matrimonio. Al contrario, pensé: «Bien, es una mujer impasible. ¿Por qué es un orgullo poder ir a la universidad?». En el futuro, nuestros descendientes no solo podrán estudiar en la universidad, sino que podrán estudiar en universidades famosas como la de Beida, Tsinghua, Oxford o Cambridge. ¡No solo se graduarán sino que podrán estudiar un posgrado o incluso un doctorado! Podrán ser profesores universitarios o catedráticos. ¡Además, podrán ser campeones mundiales!
—Tía, ¿puede darme la medicina para concebir gemelos? Así pariré dos hijos buenos para nuestra familia y Xiao Shangchun se morirá de envidia —dijo Wang Renmei.
—¡Oh, dios mío! ¡Qué tonta es esta chica! ¿Por qué vuelves con lo mismo? —preguntó mi tía muy seriamente—. Vosotros, los jóvenes, tenéis que escuchar las palabras del Partido y seguir los mandatos del Gobierno. No podéis pensar cosas incorrectas, cosas contrarias a sus directrices. La planificación familiar es la base de la política nacional, lo más importante. El Secretario General del Partido se encarga de esto personalmente y todos los miembros del Partido participan en esta actividad que consiste en mejorar y aumentar los métodos anticonceptivos. Lo más importante para este movimiento popular es conseguir resultados a largo plazo. Cada matrimonio puede tener solo un hijo, esta política no se va a cambiar en cincuenta años por lo que tenemos que cumplirla sin vacilación. Si no controlamos la población, no tendremos ningún futuro, y nuestra patria tampoco. Xiao Pao, eres miembro del Partido, un soldado revolucionario, debes ser un modelo a seguir.
—Tía, puedes dármela a escondidas. Me la tomaré de un trago y nadie se enterará —dijo Wang Renmei.
—Mira, esta chica, es una pura idiota —gritó mi tía—. Te lo repito otra vez: ¡no existe ese tipo de medicina! ¡Y si existiera, no te la daría! Tu tía, es decir, yo, soy miembro del Partido, miembro del Comité Consultivo, Vicedirectora del grupo de trabajo de planificación familiar, ¿cómo iba a cometer un error tan tonto? Te voy a decir la verdad, aunque he sufrido mucho, este corazoncito rojo nunca perderá su rojez. Soy carne del Partido y cuando muera seré espíritu del Partido. ¡Sea donde sea que me asignen, ahí me iré!
»Xiao Pao, tu esposa es tan tonta que no es capaz de distinguir entre lo que es correcto y lo incorrecto. Hay que tener la capacidad de distinguirlo. ¡Ahora me han puesto un nuevo apodo, la Satana Viva, y me siento orgullosa de él! Estoy a disposición de las personas que obedecen la política de planificación familiar, siempre lista. Sin embargo, a las personas que se han quedado embarazadas fuera de las medidas de planificación, ¡no las dejaré escapar! —dijo Tía levantando la mano.
Dos años después, el 23 de diciembre del calendario lunar, día de Despedida del Santo Culinario, nació mi hija. Mi primo Wu Guan, que tenía un motocultor, nos recogió en el hospital de la comuna. Antes de marcharnos Tía me dijo:
—Le he puesto un anillo anticonceptivo a tu esposa.
Wang Renmei se levantó la bufanda que le envolvía la cabeza.
—¿Por qué no me preguntaste antes de ponerme el anillo? —le recriminó enfadada.
Mi tía le bajó la bufanda y le explicó:
—Querida esposa de mi sobrino, tápate bien, no te vayas a resfriar. Poner el anillo anticonceptivo después de parir es una orden estricta del Comité de Planificación Familiar del distrito. Si te hubieses casado con un campesino y hubieses tenido una niña, podrías haber esperado ocho años y luego te podría haber quitado el anillo para tener un segundo hijo. Pero como te has casado con mi sobrino, que es oficial, no puede ser.
Wang Renmei empezó a llorar con mucha tristeza. Cogí a la niña, que estaba bien envuelta en un abrigo, subí de un salto al motocultor y le dije a Wu Guan:
—¡Vamos!
El motocultor expulsaba un humo negro e iba a toda prisa por un camino escabroso. Wang Renmei estaba tumbada en la cabina, cubierta por un edredón. La incesante vibración del vehículo había difuminado sus llantos.
—¿Por qué no me preguntó primero antes de ponerme el anillo?… ¿Por qué no puedo tener otro hijo?… ¿Por qué?
Sus llantos acabaron con mi paciencia.
—¡Basta! ¡Es la política nacional! —grité.
Empezó a llorar con más fuerza y asomó la cabeza por debajo del edredón. Tenía la cara pálida, los labios morados y montones de paja pegados en el pelo.
—¿Qué política nacional es esa? No es más que una política local que se ha inventado tu tía. En el pueblo Jiaoxian no la aplican con tanta rigidez. Tu tía quiere que la asciendan a toda costa, por eso todo el mundo habla tan mal de ella…
—Cállate —dije—, si quieres quejarte, espérate a llegar a casa. ¿No te da vergüenza hacer tanto ruido? Vas a ser el hazmerreír.
De repente, Wang Renmei apartó el edredón a un lado, se puso de pie y me miró enfadada:
—¿Quién se atreve a reírse de mí? ¿Quién se atreve a reírse de mí?
Mucha gente iba en bicicleta y pasaba a nuestro lado. El viento soplaba con fuerza y la tierra estaba cubierta de nieve. El sol rojo fue apareciendo poco a poco. El vaho caliente que salía de nuestras bocas se congelaba de nuevo en nuestras cejas y pestañas. Miré a mi mujer, que tenía los labios secos y pálidos, el cabello muy alborotado y los ojos sin brillo alguno, y me sentí culpable, así que traté de consolarla.
—Vale, nadie se atreverá a reírse de ti. Túmbate bien y cúbrete. Si te pones mala nada más parir, será algo serio.
—¡No tengo miedo! Soy un pino en la cumbre de la montaña Tai, con un corazón apasionado, capaz de luchar contra el frío.
—Sé que puedes resistir el frío —dije sonriendo con lástima—, ¡eres una heroína! Quieres tener otro hijo, ¿verdad? Pero si te pones mala, ¿cómo vas a tenerlo?
De repente, vi una luz intensa en sus ojos.
—¿Quieres que tengamos otro hijo? —me preguntó exaltada—. ¡Lo has dicho! ¿Wu Guan lo has oído? ¡Eres mi testigo!
—Sí, ¡lo testifico! —afirmó Wu Guan en voz baja.
Wang Renmei se tumbó de forma obediente y se cubrió la cabeza. Entonces se oyeron unas palabras que salían de debajo del edredón:
—Xiao Pao, me tienes que dar tu palabra. Si no lo haces, te mataré.
Cuando el motocultor llegó al pequeño puente situado en la entrada del pueblo, vimos que dos personas se estaban peleando en el medio, así que no pudimos pasar. Eran Yuan Sai y Hao Dashou. El primero fue compañero de clase y el segundo era el famoso artesano de muñecos de barro.
Hao Dashou estaba agarrando a Yuan Sai de la muñeca.
Yuan Sai gritaba mientras intentaba liberarse.
—¡Suéltame! ¡Déjame en paz! —Los esfuerzos que hizo para escaparse fueron en vano.
Wu Guan saltó al suelo y se acercó a ellos.
—Hombres, ¿qué os pasa? —preguntó—. ¿Por qué os peleáis ahora?
—Qué bien que estés aquí, Wu Guan, puedes hacer justicia —dijo Yuan Sai—. Hao estaba empujando el carrito y yo iba en bicicleta. Entonces quise adelantarle. Como caminaba por la izquierda traté de hacerlo por la derecha. Pero justo en el momento en el que le estaba pasando se giró de repente hacia mi lado. Menos mal que reaccioné rápido y salté de la bici. Si no, me hubiese caído con ella puente abajo. Además, como ahora hace tanto frío, si me hubiese caído, me hubiese muerto o, por lo menos, me hubiese hecho mucho daño. Pero tío Hao me acusa de chocarme contra él y tirarle el carrito debajo del puente.
Hao Dashou no dijo nada; tan solo agarraba con firmeza a Yuan Sai por la muñeca.
Salté con mi hija del vehículo. Cuando mis pies tocaron el suelo, un dolor incomparable me recorrió todo el cuerpo. Aquella madrugada era verdaderamente fría. Cojeé hasta el centro del puente y vi unos muñecos coloridos que estaban extendidos en el suelo. Algunos se habían roto, otros seguían intactos. Debajo del puente había una bicicleta rota sobre la capa de hielo. Una bandera amarilla se encontraba a su lado. Debía ser la bandera de Yuan así que miré si tenía escritos los tres caracteres chinos que significan «semidiós». Ese hombre, desde pequeño, fue una persona extraña y un poco loca. Era capaz de sacarle a una vaca los clavos de hierro del estómago con un imán. Sabía castrar a los perros y a los cerdos. También podía prever el futuro y sabía Feng Shui, los ocho diagramas. Una vez, alguien le dijo en broma que era un semidiós. Desde entonces, empezó a usar ese sobrenombre e hizo una bandera amarilla en la que bordó esa palabra con los tres caracteres chinos. La ató a su bicicleta y cada vez que salía montado en ella, la bandera se agitaba en el aire y hacía mucho ruido. Hao tenía un puesto en el mercado local y su negocio era bastante próspero.
Al otro lado del puente vi el carrito, inclinado sobre la capa de hielo. Un mango estaba roto. Las dos canastas de mimbre se habían estropeado y una docena de muñecos yacía en el hielo. La mayoría estaban hechos añicos; solo había unos cuantos que parecían intactos. Hao Dashou era una persona rara, pero también tenía mucho talento. Si le dabas un trozo de barro, después de observarte un ratito, era capaz de hacerte una figurita maravillosa. Durante la Revolución Cultural, no dejó de trabajar con el barro. Su abuelo también fue un artesano que hacía muñecos de barro. Y su padre también. Respecto a él, elevó el arte de los muñecos de barro a otro nivel. Era un artesano que dedicaba su vida a producir y vender muñecos de barro en exclusiva. Pero no todos los artesanos eran como él. También hacían perritos, monos o tigres, porque no eran difíciles de hacer y además tenían mucha demanda, ya que a los niños les gustaban mucho esas figuritas. El arte de trabajar el barro era en realidad el arte de producir juguetes. Si a los niños les gustaban, sus padres se los comprarían encantados. Sin embargo, Hao Dashou solo hacía muñecos de barro. Su casa tenía cinco habitaciones rectas[10] y cuatro habitaciones laterales, y en el patio había puesto una tienda de campaña muy grande. Todos esos lugares estaban llenos de muñecos de barro. Algunos estaban a medio hacer; otros, finalizados y pintados. Hasta su cama estaba llena de muñecos, solo había un huequito para dormir. Hao tenía cuarenta y pico años, el rostro cobrizo y el pelo completamente blanco, recogido en una trenza. Su barba era gris.
En los distritos cercanos también había artesanos que hacían muñecos de barro, pero utilizaban moldes, así que todos eran iguales. No obstante, los de Hao Dashou estaban hechos a mano, ninguno estaba repetido. Todo el mundo decía que se inspiró en los niños de Dongbeixiang y que, si observabas los muñecos con atención, podrías encontrar uno con tus mismos rasgos. Todos decían que Hao no vendía sus muñecos a no ser que apenas tuviese dinero para comida. Cuando los vendía, se le llenaban los ojos de lágrimas, como si estuviese vendiendo a sus propios hijos. Al ver tantos muñecos rotos, se le rompió el corazón, por lo que era comprensible que no quisiera soltar a Yuan Sai.
Me acerqué a ellos con mi hija entre los brazos. Como llevaba trabajando tantos años en el Ejército, no me sentía cómodo con ropa de calle, así que cuando acompañé a Wang Renmei al hospital me puse el uniforme militar. La imagen de un joven oficial dando órdenes con un bebé en los brazos era elocuente.
—Tío Hao, suelta a Yuan Sai, por favor —le dije—. No lo hizo a propósito.
—Sí, sí, sí, tío, no lo hice a propósito —le suplicó Yuan Sai con tristeza—. Suélteme, por favor. Buscaré a profesionales para que le repararen el carrito y las canastas rotas. Y también le pagaré los muñecos.
—Le ruego que le deje en paz —insistí—. Hasta mi niña y mi esposa se lo piden. Por favor, suéltele para que podamos pasar.
Wang Renmei asomó la mitad del cuerpo y gritó:
—Tío Hao, ¿puede hacerme un favor? Quiero dos muñecos. Un niño y una niña, a ser posible que sean parecidos.
Todos decían que si comprabas un muñeco de Hao Dashou, le ponías un hilo rojo en el cuello y lo atabas a la cabecera de la cama, cuando más tarde tuvieras un hijo se parecería mucho a él. Pero Hao Dashou no te permitía elegir los muñecos. El resto de artesanos, en cambio, los colocaban en el suelo para que la gente los pudiera elegir. Los muñecos de Hao Dashou estaban dentro de unas canastas de mimbre con tapa. Cuando alguien se acercaba para comprar un muñeco, tío Hao le observaba primero y luego metía la mano en la canasta. Sacaba el primero que tocaba. Si alguien le decía que no le gustaba ese muñeco y le pedía que se lo cambiara por otro la respuesta siempre era «no». No lo haría en absoluto, tan solo esbozaba una sonrisa llena de tristeza. No te decía nada, pero era como si una voz te dijese: «¿Acaso los padres pueden elegir a sus hijos?». Entonces, si observabas más de cerca al muñeco te parecería más bonito. Era como si sus muñecos tuviesen alma, como si estuvieran vivos. Tío Hao no discutía el precio. Si no le pagabas, no te reclamaría nada; si le pagabas de más, no te daría las gracias. Poco a poco se fue extendiendo el rumor de que si comprabas un muñeco suyo vendría un niño a la familia, y pronto se convirtió en una leyenda. Decían que si le comprabas una muñeca, tendrías una hija, y si le comprabas un muñeco, tendrías un hijo. Si te sacaba dos muñecos de la canasta, tendrías gemelos. Era algo misterioso, y si se lo contabas a alguien no surtiría efecto. Mi esposa Wang Renmei era una mujer muy supersticiosa. Por eso le pidió dos muñecos. Sin embargo, cuando nos enteramos por primera vez de esta enigmática leyenda, Wang Renmei ya estaba embarazada. Al parecer solo surtía efecto si se realizaba antes de quedarse encinta.
Hao Dashou hizo caso a mis palabras y soltó a Yuan Sai, que se tocó la muñeca dolorida y puso cara triste.
—Qué mala suerte tengo hoy. Cuando salí de casa, vi a una perra orinar hacia mí y supe que mi buena suerte se había acabado.
Hao Dashou recogió los muñecos rotos y los envolvió en su chaqueta. Entonces se echó a un lado del puente para cedernos el paso. Tenía la barba congelada y la mirada igual de gélida.
—¿Qué habéis tenido? —me preguntó Yuan Sai.
—Una niña.
—No pasa nada, el siguiente será un niño.
—No habrá siguiente.
—No te preocupes —me dijo misteriosamente guiñando sus ojos pequeños, cuando llegue el momento, te solucionaré el problema.
El 1 de enero del año del perro del calendario lunar, mi hija cumplió nueve días. Según la tradición, teníamos que invitar a comer a todos nuestros amigos y familiares. Un día antes del banquete les pedimos a Wu Guan y a Yuan Sai que nos ayudasen a mover las sillas, las mesas y las vajillas. Habíamos hecho un cálculo general de unos cincuenta invitados. Colocaríamos cuatro mesas para poner la comida y bebida de los invitados en las dos habitaciones laterales y en el kang de la habitación de mi madre pondríamos otra mesa para las invitadas. Elaboré un menú para cada mesa que estaba compuesto de cuatro entrantes, cuatro platos calientes y una sopa. Yuan Sai le echó un vistazo, sonrió y me dijo:
—Pero hombre, este menú no es el adecuado. Las personas a las que has invitado son campesinos, sacos sin fondo. Esos platos no les llenarán. Escúchame, no prepares tanta variedad de comida. Con grandes trozos de carne y grandes botellas de licor será más que suficiente. A la gente que trabaja en el campo le gustan las cosas sencillas. Las cosas tan finas que quieres hacer les van a saber a poco. Cuando se lo terminen todo en un pispás, ¿qué harán? Esperar más comida, y será en vano. Será muy vergonzoso.
Tenía que confesar que Yuan Sai tenía toda la razón. Por tanto, le pedí a Wu Guan que comprara veinticinco kilos de carne de cerdo y diez pollos asados, los más grandes y los que más grasa tuvieran. Yo, personalmente, fui a la tienda de Wang Huan para comprar veinte kilos de tofu. Yuan Sai fue a comprar diez coles chinas, cinco kilos de tallarines de patata y diez litros de licor. La madre de Wang Renmei nos regaló doscientos huevos. Su padre, es decir, mi suegro, vino a darle el visto bueno a lo que había preparado y me dijo con una gran satisfacción:
—Bien, eres muy inteligente, esposo de mi hija. ¡Así está muy bien! Tu familia suele ser muy tacaña pero esta vez es diferente. Los invitados podrán volver a sus casas bien saciados. Las grandes personas son muy generosas.
Cuando ya había llegado la mitad de los invitados, me di cuenta de que no teníamos cigarrillos. Mandé a Wu Guan a comprarlos a la tienda comunal. Justo en el momento que salía por la puerta, entraron Chen Bi y Wang Dan con su hija. Wu Guan apuntó al regalo que Chen Bi traía en la mano y me dijo muy contento:
—Ya no hace falta ir a comprar cigarrillos.
En esos años, Chen Bi se había enriquecido mucho. Había sido un famoso comerciante de nuestro pueblo. Primero viajó a Shenzhen para comprar relojes electrónicos y vendérselos a los jóvenes que querían estar a la moda. Luego fue a Jinan y compró cigarrillos a muy bajo coste porque un amigo suyo trabajaba en una fábrica de cigarrillos. Wang Dan se dedicaba a venderlos en el mercado del pueblo.
Alguna vez vi a Wang Dan vender los cigarrillos en el mercado. Llevaba colgada al cuello una caja que se podía abrir y cerrar fácilmente, donde exhibía las diferentes marcas de cigarrillos. Siempre llevaba puesta una chaqueta azul y cargaba a su enorme bebé a la espalda envuelto en una capa. Toda la gente del pueblo sabía que la chica diminuta era la madre de aquel bebé enorme; sin embargo, los forasteros pensaban que era una chica hermosa que llevaba a su hermana pequeña a la espalda para vender cigarrillos en el mercado. Qué pena daba, y qué guapa era la niña. Básicamente, la gente le compraba cigarrillos porque le inspiraba mucha lástima.
Chen Bi lucía una chaqueta de piel y un jersey de cuello alto. Tenía la cara roja y la barbilla negruzca tras varios días sin afeitarse. Su nariz era grande y su cara flaca. Sus pupilas eran grises y su pelo rizado.
—Ha venido el millonario —dijo Wu Guan.
—No soy millonario —respondió Chen Bi—, solo soy un mero comerciante.
—Qué bien hablas —intervino Yuan Sai.
Chen Bi levantó el paquete que tenía en la mano y dijo:
—¡Qué cabrón eres!
—¿Son cigarrillos? —preguntó Yuan Sai—. Los invitados están preguntando por los cigarrillos.
Chen Bi le pasó el paquete a Yuan Sai. Yuan Sai lo abrió y vio cuatro cartones de cigarrillos de la marca Daji.
—Eres un comerciante que hace grandes negocios, por lo que se ve. ¡Mirad qué generosidad! —dijo.
—¡Ohyoyo!, la mágica boca de Yuan Sai puede resucitar a los muertos —dijo Wang Dan con un hilito de voz.
—Ay, mi querida cuñada, qué mal educado soy, no te había visto —dijo Yuan Sai—. ¿Cómo es que Chen Bi no te lleva hoy entre sus brazos?
—¡Voy a romperte la maldita boca! —dijo Wang Dan enfurecida mientras agitaba su mano diminuta en el aire.
—Mami, cógeme… —murmuró Chen Er, la niña que antes iba pegada a la espalda de su madre y que ya era de su misma altura.
—¡Chen Er! —dije mientras me agachaba para levantarla en brazos—: ¡Yo te cogeré!
De repente, Chen Er se puso a llorar. Chen Bi la cogió, le dio una palmadita en el culo y dijo:
—Er, no llores, este es el señor militar a quien tantas ganas tenías de conocer.
Chen Er extendió los brazos en busca de su madre.
—Esta niña tiene miedo de los desconocidos —Chen Bi le pasó la niña a su esposa y me explicó—: Hace unos minutos estaba muy apasionada porque iba a conocer a su tío el militar.
En ese momento, Wang Renmei golpeó la ventana.
—¡Wang Dan! ¡Wang Dan! ¡Ven aquí! —gritó.
Wang Dan tenía a Chen Er entre los brazos y parecía un cachorro con su juguete. Era una imagen graciosa pero también muy tierna. Wang Dan movió sus piernecitas, como un dibujo animado, y empezó a caminar a toda prisa.
—Qué pequeña más bonita tenéis —dije—. ¡Es como una muñeca!
—¿Cómo va a ser fea una niña de ascendencia rusa? —dijo Yuan Sai haciendo gestos graciosos—. Oye, he oído que eres muy cruel, que no la dejas en paz ni una noche.
—¡Cállate! —dijo Chen Bi.
—¡Tienes que cuidarla y dejarla descansar para que pueda dar a luz otro hijo! —dijo Yuan Sai.
Chen Bi le pegó un puntapié.
—¡¿Por qué no te callas?! —le dijo.
Yuan Sai sonrió.
—Vale, vale, ya cierro la boca, pero que sepas que envidiamos de veras que después de tantos años de casados sigáis besándoos y abrazándoos como una parejita de enamorados. Está claro que el amor libre y el matrimonio organizado son diferentes[11]…
—No sabes nada de los problemas que tenemos —contestó Chen Bi.
Entonces le toqué la barriga, bastante pronunciada, y le dije:
—Mira, también te has enriquecido aquí.
—¡Mi vida ha mejorado mucho! —dijo Chen Bi—. Nunca imaginé que podría tener una vida tan buena.
—Tenemos que agradecérselo al Presidente Mao —dijo Yuan Sai.
—Sí, se lo tenemos que agradecer —dijo Chen Bi—, porque si no nos hubiese dejado, todo seguiría como antes.
En ese momento se acercaron otros invitados para unirse a nuestra conversación. Los que estaban sentados en las habitaciones laterales oyeron un bullicio y también se sumaron. Jin Xiu, un primo mío de la familia del hermano de mi madre, se sentó al lado de Chen Bi.
—Chen, eres una leyenda en nuestro pueblo —le dijo levantando la cabeza.
Chen Bi sacó un paquete de cigarrillos, se puso uno en la boca y le dio otro a mi primo. Luego se metió las manos en los bolsillos de la chaqueta y dijo como si fuese el capo de la mafia:
—Dime, ¿qué dicen de mí?
—Dicen que cuando fuiste al aeropuerto solo tenías diez yuanes. —Mi primo se rascó el cuello y siguió contando—: Pero entonces viste a una delegación rusa y te hiciste pasar por uno de sus miembros. Las señoritas del mostrador pensaron que ibas con ellos, te dieron el billete de avión y te saludaron con mucho respeto. Tú les contestaste: «Muy bien, camaradas». Cuando aterrizasteis en Shenzhen os alojasteis en un lujoso hotel durante tres días consecutivos y comiste todo lo que quisiste gratis. Te regalaron un montón de cosas, que más tarde vendiste en la calle. Con ese dinero compraste veinte relojes electrónicos y volviste a nuestro pueblo para venderlos. Poco a poco fuiste ganando dinero, por lo que fuiste varias veces a Shenzhen, y te enriqueciste enseguida.
Chen Bi se tocó su enorme nariz.
—Bien, ¡sigue inventando! —dijo.
—Dijeron que cuando estabas en Jinan, te encontraste en la calle a un anciano que estaba llorando. Te acercaste a él y le preguntaste: «Señor, ¿por qué llora?». El hombre te contestó: «Salí a dar una vuelta y ahora estoy perdido. No sé cómo volver a mi casa». Acompañaste al señor a su hogar. El hijo de ese anciano era el jefe del Departamento de Compraventa de la fábrica de cigarrillos de Jinan. Consideró que eras una persona con un gran corazón y desde entonces te trata como a un hermano. Por eso, puedes conseguir los cigarrillos a un precio tan… tan bajo —concluyó mi primo.
Chen Bi rompió a reír:
—Muchacho, te has inventando toda la historia. Te voy a decir la verdad: he montado varias veces en avión, pero siempre he pagado los billetes. Es verdad que en la fábrica de cigarrillos de Jinan trabajan unos amigos, pero tan solo me los venden un poco más baratos. El beneficio que saco con los cigarrillos es de tres céntimos.
—Pero, de todas maneras, eres un hombre con mucho talento. —Mi primo le expresó así respeto—. Mi padre me ha dicho que le pida si quiere ser mi maestro.
—El verdadero hombre con talento está aquí delante —Chen Bi apuntó a Yuan Sai—. Este hombre sabe de Astronomía y Geografía, conoce todos los acontecimientos históricos y puede prever el futuro. Tienes que pedirle a él si quiere ser tu maestro.
—Sí, Yuan también es mi ídolo —dijo mi primo—. Tiene un puesto en el mercado de Xia y le llaman «semidiós». Cuando la gallina de mi abuela desapareció, movió los dedos y nos dio la clave. Dijo: «El pato anda por el agua y la gallina pasea por la hierba. Buscadla ahí». Al final, la encontramos entre las hierbas silvestres.
—No solo sabe prever el futuro. También sabe hacer magia. Si te enseña, te será de gran ayuda para el resto de tu vida —dijo Chen Bi.
—Venga, ¡llama a tu nuevo maestro! —dijo Wu Guan.
—No, no, no —dijo Yuan Sai—. Lo que he hecho son cosas ilícitas, nada bueno. Tienes que aprender de tu primo e ir al Ejército, que te asciendan como a él, o ir a la universidad y estudiar. Así tendrás un futuro brillante y podrás ser un hombre destacado. —Yuan Sai apuntó a su propia nariz; luego apuntó a la de Chen Bi y dijo—: Ni Chen ni yo tenemos profesiones dignas de orgullo. A nosotros no nos quedó más remedio que hacer esas cosas, pero tú eres muy joven y puedes elegir. No aprendas de nosotros.
Pero mi primo insistió con cabezonería:
—Lo que hacéis vosotros exige talento. Ir al Ejército o estudiar en la universidad no es lo mismo. Cualquiera puede hacerlo.
—Muy bien, muchacho, veo que tienes buenas ideas. ¡En el futuro trabajaremos juntos! —dijo Chen Bi.
—¿Por qué no ha venido Wang Gan? —le pregunté a Wu Guan.
—Debe estar en el hospital —respondió Wu Guan.
—Ese hombre está perdido y chalado —dijo Chen Bi—. Nadie puede ayudarle.
—Es por la ubicación de su casa —dijo Yuan Sai misteriosamente—. La puerta principal y el aseo están mal colocados. Hace unos diez años le dije a tu suegro que hacía falta cambiarlos de sitio porque, de lo contrario, ¡alguien se volvería loco! Tu suegro pensó que le estaba maldiciendo y sacó el látigo para pegarme. Mira ahora, se ha hecho realidad. Siempre camina con su bastón, con el cuerpo encorvado, y cuando tiene tiempo va al hospital para comportarse como un sinvergüenza. Si no está loco, ¿qué es? Wang Gan es lo peor, un campesino con cabeza capitalista. Ahora está loco por Leoncita que tiene la cara llena de acné.
—Bueno, amigos e invitados, dejemos a un lado las tonterías de Yuan Sai y empecemos a comer —dije.
—El Feng Shui de la sede de la comuna no es bueno. De siempre es sabido que la puerta debe dar al Sur —dijo Yuan Sai—. Pero la de nuestra comuna da al Norte y está enfrente del grupo de matanza. De tanta matanza, la comuna se ha embrujado por la sangre de los animales. Fui en persona a avisarles, pero me dijeron que solo eran cosas supersticiosas y feudales. Casi me detuvieron. ¿Pero qué ha pasado? ¿Tenía o no razón? El exsecretario general Qin Shan padeció una hemiplejía y su hermano pertenece a la primera generación de los locos. Cuando el nuevo Secretario General Qiu mandó a unos diez hombres a visitar el sur de China tuvieron un accidente de tráfico y casi todos murieron. El Feng Shui es muy importante. Nuestra vida no es tan resistente como la de los antiguos emperadores y sin embargo ellos sí que prestaron mucha atención al Feng Shui…
—¡Venga, vamos! —grité. Le di una palmadita a Yuan Sai y le dije—: Maestro, el Feng Shui es importante, pero comer y beber también lo son.
—Si la puerta principal de la comuna no se cambia de lugar, habrá más locos y ocurrirán más desgracias mortales —dijo Yuan Sai—. Y si no me creéis, tiempo al tiempo.
Wang Gan estaba enamorado de Leoncita y, como no era correspondido, había hecho muchas cosas extrañas que eran las anécdotas que recordaron mis invitados después de cenar para divertirse un rato. Todo el mundo se reía de Wang Gan. Sin embargo, yo nunca me he reído de él. Al contrario, siempre le he respetado. Para mí era una persona muy ingeniosa que nació en el lugar y el año equivocados. Era un chico muy fiel a su amor y estaba seguro de que si encontraba a su media naranja sería capaz de ser el protagonista de una leyenda amorosa milenaria.
Cuando éramos niños y no sabíamos la definición de amor, Wang Gan fue el primero que dijo que estaba enamorado de Leoncita. Todavía recuerdo la frase que dijo hace muchos años nada más verla: «¡Leoncita es guapísima!». Sin embargo, la realidad era que Leoncita no era guapa ni elegante. Mi tía quiso que fuera mi esposa, pero dado que era el amor platónico de Wang Gan, con mucho tacto le dije que no podía hacerle eso a mi amigo. La verdad era que no solo era por esta razón, sino que no me atraía en absoluto. Pero a los ojos de Wang Gan, era la chica más hermosa del mundo. Literariamente se dice que la belleza es subjetiva, pero vulgarmente se dice que a quien feo ama, hermoso le parece.
Wang Gan se puso muy nervioso después de dejar en el buzón de Leoncita su primera carta de amor. Recuerdo que Wang Gan me llevó a la presa que estaba junto al río y me confesó lo que sentía.
Era el verano de 1970, año en el que nos acabábamos de graduar en la Escuela Secundaria de Agricultura. Ese año, el río se desbordó y se llenó de paja y de cadáveres de animales. En el cielo, solo volaba una gaviota. Desde la presa vimos al padre de Wang Renmei pescando en la orilla del río. Nuestro compañero, Li Shou, estaba observándole en cuclillas.
—¿Llamamos a Li Shou?
—Es un niño, no sabe nada de la vida.
Subimos al viejo árbol que estaba en medio de la presa. Nos sentamos en la rama más larga, la que llegaba al río. De hecho era tan larga que se sumergía ligeramente en el agua y generaba ondas.
—¿Qué quieres decirme? —le pregunté a Wang Gan.
—Primero me tienes que jurar que no le vas a contar a nadie mi secreto.
—Vale, lo juro. Si digo una palabra del secreto de Wang Gan, me caeré al río y me ahogaré.
—Hoy, yo… le he dejado una carta en el buzón… —La cara de Wang Gan se volvió pálida y sus labios temblaron ligeramente.
—¿Pero para quién es la carta? ¿Has escrito al Presidente Mao?
—¡Qué va! —dijo Wang Gan—, ¿qué relación tiene el Presidente Mao conmigo? Le he escrito una carta a ella, ¡a ella!
—¿Quién es ella? —le pregunté con curiosidad.
—Ya has hecho el juramento, no puedes revelar este secreto nunca jamás…
—Nunca.
—Es una chica que todos conocemos.
—Venga, hombre, dime quién es.
—Es ella, ella… —En los ojos de Wang Gan brillaba una luz extraña. Entonces, como si estuviese soñando, me expresó sus sentimientos—: Es mi Leoncita…
—¿Por qué le escribiste? ¿Te quieres casar con ella?
—¡Realista, eres demasiado realista! —me dijo con la voz compungida—. «Leoncita, mi cariño, quiero encender mi vida con la llama del amor… Mi cielo, mi princesa, perdóname por haber besado tu nombre más de cien veces…».
Sentí escalofríos y se me pusieron los pelos de punta. Wang Gan estaba recitando su carta de memoria, agarrado al tronco, con la cara pegada a la rama y los ojos llenos de lágrimas.
—«… Cuando te vi por primera vez en casa de Xiao Pao, me fascinaste profundamente. Desde aquel momento hasta hoy, hasta siempre, mi corazón te pertenece. Si quieres devorarlo, no dudes en pedírmelo, que me lo sacaré para ti… Me encanta tu cara rojita, tu nariz respingona; me he enamorado de tus labios tiernos, de tu cabello alborotado, de tus ojos brillantes, de tu voz, de tu aroma y de tu sonrisa. Me vas a matar con tu hermosura. Cada vez que veo tu rostro, me mareo. Quiero arrodillarme para rodear tus piernas y mirarte a la cara desde la tierra…».
El señor Wang sacó la caña de pescar, que estaba bañada en miles de gotas de agua. Bajo la luz del sol, parecían perlas. Del anzuelo pendía una tortuga amarillenta con el caparazón blando y del tamaño de un melón. De repente cayó en la presa. Probablemente se habría mareado, porque aterrizó panza arriba. Movió ligeramente las cuatro patas; era muy mona y daba mucha lástima.
—¡La tortuga! —gritó Li Shou.
—«… Leoncita, cariño, soy hijo de campesinos, mi familia es gente humilde… Tú, en cambio, eres ginecóloga, puedes consumir los cereales del almacén nacional; pertenecemos a diferentes clases sociales. Supongo que para ti no merezco ni un segundo de tu tiempo y puede que después de leer mi carta la rompas en trocitos pequeños y que tu preciosa boca sonría satisfecha. También puede ser que no tengas ganas de leerla y que la tires directamente a la papelera. Sin embargo, necesito decirte, cariño mío, mi cielo, que si aceptas mi amor, me convertiré en un tigre con alas, seré un corcel con fuerza infinita. Tendré mucha energía, como si hubiese bebido un excitante. Al pan, pan y al vino, vino, estoy convencido de que con tu ayuda mejoraré mi posición social. Podré ser una persona que coma los cereales del almacén nacional, como tú, podré alcanzar tu estatus…».
Li Shou nos descubrió y nos preguntó en voz alta:
—¿Qué estáis haciendo en el árbol? ¿Estáis leyendo una novela?
—«… Si no me correspondes, cariño mío, no me rendiré, no me retiraré. Seguiré andando detrás de ti sigilosamente; te seguiré allá donde vayas y me arrodillaré para besar las huellas de tus pies en la tierra. Me pondré al lado de la ventana de tu casa para mirar la luz de tu habitación, desde que se encienda hasta que se apague. Quiero convertirme en una vela y encenderme para ti hasta el último día de mi vida. Cariño mío, si muero y vienes a ver mi tumba me sentiré satisfecho. Con que deposites una lágrima en mi tumba, no lamentaré haber muerto. Tus lágrimas, mi princesa, serán la medicina mágica que me haga resucitar…».
No me disgustaron sus palabras horrorosas. Al contrario, sus palabras amorosas me conmovieron, me tocaron el corazón. No podía imaginar que estuviese tan profundamente enamorado de Leoncita y tampoco podía imaginar que tuviese tanto ingenio a la hora de escribir. Cualquiera que leyese su carta se pondría a llorar. Fue justo en aquel momento cuando sentí que las puertas de mi pubertad se abrieron. Wang Gan era el pionero, mi referente y mi guía. Aunque todavía no sabía qué era el amor, su esencia me atraía. Me invadió una gran valentía y me sentí capaz de lanzarme al peligroso fuego del amor, como una mariposa nocturna que se lanza a una llama destructora.
—Si la amas tanto, ella también te amará —dije.
—¿De verdad? —Me agarró las manos y me preguntó con los ojos brillantes—: ¿Me va a querer?
—Sí, por supuesto que sí. —Le di un apretón de manos—. Si no funcionan tus cartas, le hablaré bien de ti a mi tía para que te ayude.
—No, por favor —dijo—. No quiero conseguir su corazón con la ayuda de nadie. Tengo que esforzarme y conquistarla por mí mismo. Yo solo.
Li Shou levantó la cabeza y nos volvió a preguntar:
—¿Qué demonios estáis haciendo ahí arriba?
El señor Wang cogió un trozo de barro y lo tiró hacia nosotros:
—¿No podéis estar en silencio? ¡Habéis asustado a los peces!
A lo lejos, en el río, vimos un barco de hierro pintado de azul y rojo. El motor hacía mucho ruido, lo que producía miedo y angustia. Circulaba a contracorriente con mucha rapidez. La proa cortaba el agua con fiereza y levantaba unas olas blancas. Las ondas diminutas que surgieron a los lados del barco se fueron moviendo hasta alcanzar la popa. Un humo azulado dominó el río y un fuerte olor a gasolina llegó hasta nosotros. Unas diez gaviotas plateadas siguieron al barquito con el vuelo muy bajo.
Ese barco pertenecía al grupo de planificación familiar de la comuna, que estaba bajo el mando de mi tía, por supuesto. Leoncita iba en ese barco. Se utilizaba en época de inundaciones en caso de que no se pudiese acceder al otro lado de la orilla si el puente había quedado sumergido con la crecida del río. Además, se utilizaba con el propósito de frenar las concepciones ilegales y de seguir izando la bandera roja del buen trabajo que planificación familiar estaba llevando a cabo. Fue por eso por lo que el Gobierno de nuestro distrito asignó ese barco a mi tía. Contaba con una pequeña cabina con dos filas de sillas con asientos de piel. En la popa, había un motor diésel de doce caballos de potencia. A los lados de la proa había dos megáfonos desde los que se escuchaba una canción del Presidente Mao. Era una canción folclórica de la provincia de Hunan con una melodía muy suave y bonita. El barco se acercó a nuestro pueblo. La música cesó de inmediato. En el instante en el que se hizo el silencio, los ruidos del motor parecían todavía más atronadores. Enseguida se oyó la voz ensordecedora de mi tía:
—El grandioso Presidente Mao nos ha enseñado que el ser humano debe controlarse a sí mismo y hacer caso de la planificación familiar…
Cuando el barco de mi tía apareció ante nuestra vista, Wang Gan no pudo decir una palabra más. Le vi temblando. Abrió la boca y fijó la mirada en la embarcación. Cuando el barco atravesó la fuerte corriente y se desequilibró un poco, Wang Gan soltó un grito de preocupación y se puso muy nervioso, listo para lanzarse al río y rescatar a Leoncita. El barco cambió de rumbo y se acercó hacia nosotros rápidamente. Los rugidos del motor eran continuados. Entonces vimos a mi tía. También vimos a Leoncita.
El conductor del barco era una persona que todos conocíamos, el señor Qin He. En las postrimerías de la época de la Revolución Cultural, su hermano recuperó el cargo de Secretario General de la comuna. Tener un hermano que estaba pidiendo limosna en el mercado, a pesar de sus buenas maneras, era algo vergonzoso. Según decían, los dos hermanos tuvieron una discusión y Qin He hizo una petición extraña:
—Colócame en el Departamento de Ginecología del hospital de la comuna.
—Eres un hombre, ¿cómo vas a trabajar en el Departamento de Ginecología? —le respondió su hermano.
—Hay muchos doctores famosos que son hombres —se defendió Qin.
—No tienes ni idea de medicina —le respondió su hermano.
—¿Por qué iba a tener idea de medicina? —concluyó.
Así, se convirtió en el conductor del barco del grupo de planificación familiar. A partir de entonces, los días laborales llevaba en barco a mi tía y a su equipo, y los festivos se quedaba en el barco abobado.
Su peinado no cambió nunca, llevaba la raya en medio, como los personajes de las películas revolucionarias. En pleno verano, seguía poniéndose la misma gabardina azul con la pluma y el bolígrafo de dos colores en el bolsillo. Ahora tenía la cara un poco más morenita que la última vez que le vimos. Giró el volante y dirigió el barco lentamente hacia la orilla, justo hacia el viejo sauce inclinado. El motor redujo la velocidad de rotación y la música de los megáfonos era tan aguda que nos pitaron los oídos.
Bajo las órdenes de la comuna, se estableció un muelle temporal al Oeste del sauce inclinado, que podía ser utilizado únicamente por el barco del grupo de planificación familiar. Clavaron cuatro palos gruesos en el río y los ataron a unas barras de madera con unos alambres. Entre las barras, colocaron tablas de madera. Qin He amarró el barco al palo del muelle y se puso de pie en la proa. Entonces cesó el ruido del motor y la música también. El sonido del río revuelto y los chillidos de las gaviotas volvieron a penetrar en nuestros oídos.
Tía fue la primera que salió de la cabina. Como el barco se movía mucho, su cuerpo se tambaleó. Qin He le extendió una mano para que se apoyara, pero ella se negó. Tía bajó al muelle de un salto. Aunque había engordado un poco, tenía una gran movilidad. Vi que tenía la cabeza envuelta en unos vendajes tan blancos que irradiaban una luz deslumbrante.
Leoncita fue la segunda que salió de la cabina. No era muy alta y estaba un poco gordita. En comparación con la caja gigante de medicinas que llevaba cargada a la espalda, parecía todavía más bajita. Aunque era mucho más joven que mi tía, sus movimientos eran más lentos y torpes. En cuanto Wang Gan la vio, se abrazó al tronco del árbol, su cara se volvió pálida y sus ojos se inundaron de lágrimas.
La tercera persona que salió de la cabina fue Huang Qiuya. Hacía años que no la veía y su cuerpo se había encorvado mucho desde entonces; tenía la cabeza y el cuello echados hacia delante y las piernas torcidas, y sus movimientos eran muy lentos. Se puso en el borde del barco y empezó a temblar, movía los brazos con nerviosismo y parecía que se iba a caer al río en cualquier momento. Supuse que quería desembarcar, pero para ella era muy difícil dar un paso hacia delante y saltar al muelle. Qin He la miró sin inmutarse; no tenía intención de ayudarla. Huang Qiuya se echó hacia delante y alargó las dos manos para agarrarse al borde del muelle, parecía un orangután. En ese momento mi tía dijo en voz alta:
—Lao Huang, quédate en el barco. —Mi tía no giró siquiera la cabeza, sino que siguió dando órdenes—: Vigiladla bien y no la dejéis escapar.
Esa orden iba dirigida a Qin He y Huang Qiuya, porque vi que inmediatamente Qin He se dio la vuelta y bajó la cabeza para echar un vistazo dentro del barco. En este momento, oí un sollozo de una mujer; procedía del interior de la cabina.
Tía dio grandes zancadas para dirigirse al Este de la presa. Leoncita corrió junto a ella. Vi que los vendajes que envolvían la cabeza de mi tía estaban manchados de sangre. Tenía la mirada fría y sus ojos arrojaban una luz de inteligencia; irradiaban firmeza o, mejor dicho, fiereza. Por supuesto, Wang Gan no vio a mi tía porque su mirada estaba fija en el cuerpo de Leoncita. Sus labios se movían con rapidez, estaba recitando algo en voz baja. Me dio mucha pena, y sentí mucha emoción. En aquella época no podía entender que un hombre enamorado de una mujer pudiese estar tan chalado como él.
Tía me contó lo que le había pasado. Un hombre de Dongfeng la hirió en la cabeza. Ese lugar era el punto de unión de los bandidos y de las mafias antes de la Liberación. El hombre que la atacó se llamaba Zhang Quan y tenía los ojos grandes como los de un toro. Su esposa estaba embarazada de su cuarto hijo; ya habían tenido tres niñas. Zhang Quan era un hombre fuerte e imprudente con antepasados revolucionarios. Por eso nadie se atrevía a enfrentarse a él. En el pueblo Dongfeng, a casi todos los esposos de las mujeres que habían tenido dos hijos les habían realizado la vasectomía. Tía me dijo, considerando la situación de su pueblo, que en las familias que no tenían un hijo varón no forzó a los hombres a hacerse la vasectomía, pero que las mujeres debían llevar el anillo anticonceptivo. En las familias que habían tenido tres hijos o hijas, el marido no tenía más remedio que someterse a la vasectomía. De todas las mujeres de los cincuenta pueblos de la comuna, solo la esposa de Zhang Quan se negó a ponerse el anillo anticonceptivo y le prohibió a su esposo que se hiciera la vasectomía. Por lo tanto se volvió a quedar embarazada. Tía y sus colegas cogieron el barco en un día llovioso y se dirigieron a Dongfeng para convencerla de que fuese al hospital a abortar. Cuando el barco de mi tía estaba de camino, el Secretario General de la comuna, Qin Shan, llamó a Zhang Jinya, el Secretario General de la célula del pueblo Dongfeng, y le ordenó que utilizara todos los recursos y aplicara cualquier medida con tal de llevar a la esposa de Zhang Quan al hospital de la comuna para abortar. Tía dijo que aquel Zhang Quan cogió una maza, se asomó a la puerta de su casa y empezó a gritar con los ojos enrojecidos. Zhang Jinya y los milicianos del pueblo rodearon la casa, pero manteniendo una cierta distancia porque nadie se atrevía a acercarse a él. Sus tres hijas se arrodillaron junto a la puerta —parecía que habían estado practicando—, y mientras lloraban recitaban en voz alta al unísono:
Tíos y tías, hermanos y hermanas
sois personas con un gran corazón
dejad a nuestra madre en paz
padece una cardiopatía muy grave
si la operáis
moriría.
Si nuestra madre muere, seremos tres niñas sin madre.
—Este numerito de Zhang Quan ha sido todo un éxito —me dijo mi tía—. Hasta algunas mujeres se pusieron a llorar. Pero también había muchas otras que creían que lo que estaban haciendo era injusto. Los hombres que tenían dos o tres hijos y que habían tenido que hacerse la vasectomía estaban enfadados. Tenía que ser justa. ¡Si dejaba a la esposa de Zhang Quan parir a su cuarto hijo, las esposas de esos hombres me matarían! Si la familia de Zhang Quan se saliese con la suya, la bandera roja[12] no se izaría victoriosa. Además, la mala fama que da el trabajo de planificación familiar es inigualable.
Entonces les hice un gesto con la mano a Leoncita y a Huang Qiuya para que me acompañaran a por Zhang Quan. Leoncita es tan fiel a mí, tan valiente y con tanta educación, que quería exponerse a Zhang Quan, pero se lo impedí. Huang Qiuya, en cambio, es una capitalista, solo puede hacer el trabajo técnico, pero en los momentos peligrosos sus huesos se encogen del miedo. —Tía miró a Zhang Quan y se acercó a él con grandes zancadas—. No quiero repetir las palabras con las que me insultó, fueron demasiado hirientes. No quiero que ensucien vuestros oídos ni mi boca. En aquel momento, mi corazón se volvió una coraza y me olvidé del peligro.
»“Zhang Quan, venga, insúltame. Llámame puta, perra o diablo”, le dije. “Lo acepto todo. Eso sí, tu esposa se viene conmigo. ¿Dónde? Al hospital de la comuna”.
Tía siguió mirando la cara diabólica de Zhang Quan y se acercó a él paso a paso. Las tres hijas se abalanzaron sobre ella mientras la insultaban. Las dos más pequeñas se agarraron a sus piernas; la mayor le dio un cabezazo en el estómago. Tía trató de echarlas a un lado, pero las tres niñas se pegaron a su cuerpo como tres sanguijuelas. De repente, sintió un dolor agudo en la rodilla. Entonces se dio cuenta de que una de las niñas la había mordido. La mayor le dio otro cabezazo en la barriga y mi tía se cayó al suelo. Leoncita cogió a la hija mayor por el cuello y la arrastró a un lado, pero en cuanto la soltó, volvió a dar cabezazos. La hebilla de metal del cinturón de Leoncita dio sin querer en la nariz de la niña y empezó a sangrar. Cuando la niña se limpió la sangre con la mano, Leoncita sintió una tristeza enorme. Zhang Quan se volvió loco y acudió a toda prisa a pegar a Leoncita, pero Tía se interpuso entre ellos. Fue la frente de mi tía la que recibió el tremendo golpe, en lugar de la de Leoncita. Tía se cayó al suelo otra vez.
—Estáis dormidos, ¿o qué? —gritó Leoncita.
Zhang Jinya y los milicianos se acercaron para frenar a Zhang Quan. Las tres niñas siguieron sin poner de su parte, hasta que vinieron unas funcionarías y las detuvieron. Leoncita y Huang Qiuya abrieron la caja de medicinas y sacaron las vendas para envolverle la cabeza a mi tía. Se la cubrieron una y otra vez pero la sangre se filtraba. Siguieron envolviéndole la cabeza. Entonces Tía oyó un ruido raro en sus oídos, vio estrellas y todo se volvió de color rojo. Todas las caras estaban rojas, como las gallinas, y hasta los árboles parecían que estaban en llamas. Cuando Qin He supo la noticia, vino desde el barco amarrado en la orilla. Cuando vio que Tía estaba herida, se quedó paralizado como un tronco de madera. De repente, bua, vomitó sangre. Mucha gente se acercó a él para echarle una mano, pero se separó de todos con pasos de borracho. Entonces cogió del suelo un palo manchado de sangre y lo levantó en el aire para dar con todas sus fuerzas a Zhang Quan en la cabeza.
—¡Para! —gritó mi tía, que se puso de pie como pudo y frenó a Qin He—. ¿Por qué no te quedas en la orilla?, ¿para qué vienes aquí? ¡Vete!
Turbado y avergonzado, Qin He tiró el palo al suelo y anduvo hacia la orilla.
Tía se separó de Leoncita, que trataba de ayudarla, y se dirigió a Zhang Quan. En ese instante, Qin He empezó a llorar escandalosamente mientras caminaba hacia la orilla. Tía no giró la cabeza, su mirada seguía clavada en la cara de Zhang Quan. Este hombre continuaba insultándola en voz baja, pero se podía percibir temor en su mirada. Los milicianos lo tenían agarrado.
—¡Soltadle! —les dijo Tía. Los milicianos se quedaron dubitativos—. ¡Soltadle! ¡Dadle el palo! —dijo mi tía.
Un miliciano cogió el palo y se lo tiró a Zhang Quan.
—¡Cógelo! —dijo Tía con una sonrisa provocadora.
—¡Mataré a quien quiera acabar con mi descendencia! —murmuró Zhang Quan.
—¡Bien! —dijo mi tía—, eres muy valiente. —Tía apuntó a su propia cabeza y dijo—: ¡Pégame aquí! ¡Pégame! —Dio dos pasos más y gritó—: ¡Soy Wan Xin y hoy quiero sacrificar mi vida! Hace unos años, los japoneses me amenazaron con un cuchillo y no me asusté. ¿Me vas a asustar tú hoy?
Zhang Jinya se acercó, empujó a Zhang Quan y dijo:
—¡Pídele perdón a la directora Wan!
—¡No hace falta! —dijo mi tía—, la planificación familiar es lo más importante para mi patria. Si no controlamos el número de la población no tendremos suficiente comida, no tendremos suficiente ropa, la educación empeorará y todo el país será pobre y débil. Si hoy sacrifico mi vida al trabajo de planificación familiar, será un honor y un placer.
—¡Zhang Jinya, ve a llamar a la policía! —le ordenó Leoncita.
Zhang Jinya le pegó un puntapié a Zhang Quan.
—¡Arrodíllate, pide perdón a la directora Wan! —le dijo.
—¡No es necesario! —dijo mi tía—. Zhang Quan, por el golpe que me has dado te pueden condenar a una pena de tres años, pero si haces lo que te diga no te denunciaré, te dejaré en paz. Tienes dos opciones: la primera es dejar que llevemos a tu esposa al hospital. Yo misma le realizaré el aborto para asegurar que todo sale bien; la segunda opción es llevarte a comisaría y meterte en prisión. Si tu esposa quiere venir con nosotros, perfecto, si no, vosotros —apuntó a Zhang Jinya y a los milicianos— os encargaréis de llevarla personalmente.
Zhang Quan se puso en cuclillas en el suelo, se agarró la cabeza y empezó a llorar:
—Yo soy el único hijo varón de las tres últimas generaciones. La sangre de mi familia desaparecerá… Dios mío, piedad…
En ese momento, la esposa de Zhang Quan salió del patio. Tenía la cabeza llena de trocitos de paja. Obviamente, estaba escondida entre las montañas de heno.
—Directora Wan, por favor, suéltele. Iré con vosotros… —dijo la mujer.
Tía y Leoncita rodearon la presa, que se situaba en la parte trasera de nuestro pueblo, probablemente, para interrogar a los jefes de la brigada. Justo en el momento en que acababan de pasar la presa y entrar en un callejón, la mujer —la esposa de Zhang Quan— saltó al río. Qin He saltó también, pero no sabía nadar, por lo que se hundió inmediatamente. Trató de subir a la superficie pero enseguida se volvió a hundir.
—Socorro… —chilló Huang Qiuya—. Socorro…
Desde el árbol vimos que mi tía y Leoncita se dieron la vuelta y corrieron hacia el muelle. Wang Gan saltó del árbol y se tiró al agua como un pez. Como crecimos junto al río, aprendimos a caminar y a nadar al mismo tiempo. Ese árbol inclinado parecía estar diseñado especialmente para nosotros, para que saltaráramos al río. Li Shou también se tiró al agua. Debíamos salvar primero a la mujer, sin embargo, desapareció de nuestra vista. El pobre Qin He sí que apareció ante nuestros ojos; movía el cuerpo con tanta fuerza que parecía una porra en aceite.
—¡Agarradle del pelo! —nos recordó el señor Wang en voz alta—. ¡Tened cuidado con sus manos!
Wang Gan nadó de espaldas y le agarró el pelo. Era de una suavidad inigualable. Wang Gan me dijo después de que todo este asunto finalizara que parecía la crin de un caballo. Él era el mejor nadador del pueblo. Podía atravesar el río con la ropa encima de la cabeza y no le caía ni una gota de agua. ¡Lucirse ahora delante de su amor platónico era una oportunidad fantástica! Li Shou y yo nadamos a su lado mientras llevaba a Qin He a la orilla. Tía y Leoncita llegaron corriendo.
—¿Por qué ha saltado este idiota al agua? —preguntó Tía muy enfadada.
Qin He se agachó en la orilla y vomitó agua.
—La esposa de Zhang Quan se ha tirado al río y él ha ido a salvarla —explicó Huang Qiuya entre lágrimas.
Tía se quedó sorprendida. Entonces echó una mirada hacia el río y preguntó:
—¿Dónde está? ¿Dónde está?
—Después de caerse al río, desapareció de la vista… —dijo Huang Qiuya.
—¿No te dije claramente que la vigilaras bien? —Tía saltó al barco y le dijo a Huang Qiuya—: ¡Estás muerta! ¡Tienes que asumir la responsabilidad! ¡Arrancad el barco, arrancad el barco!
Leoncita trató de encender el motor, pero fue incapaz.
—¡Qin He! ¡Ven a arrancar el barco! —gritó Tía.
Qin He se fue a levantar, pero estaba muy débil y de repente, se echó hacia delante, empezó a vomitar agua otra vez y se quedó de rodillas en el suelo.
—¡Xiao Pao!, ¡Wang Gan! ¡Venid a ayudarnos! —nos gritó mi tía—. Os premiaré con lo que queráis.
Lanzamos nuestra mirada al río y buscamos a la mujer muy concentrados. El río era muy ancho y había mucha corriente. En la superficie se veían muchos espumarajos y pajitas. En ese momento, Li Shou apuntó a una sandía que estaba flotando lentamente y dijo:
—Mirad allí.
Aquella sandía avanzaba con la corriente, pero como se sumergía y subía a superficie de vez en cuando, pudimos ver el cuello y el pelo de la mujer.
Tía se sentó en el borde del barco y suspiró profundamente. Luego, se rio a carcajadas.
Cuando estábamos a punto de saltar al río para salvar a la mujer, mi tía gritó:
—¡Esperad!
Entonces le preguntó a Leoncita:
—¿Sabes nadar?
Leoncita negó con la cabeza.
—Una oficial del grupo de planificación familiar no solo tiene que saber pelear, sino también nadar. —Tía apuntó a la sandía y dijo sonriendo—: Mirad, qué buena técnica de nado tiene, como en la guerra contra los japoneses.
Qin He subió al barco con mucha dificultad. Tenía toda la ropa empapada y sus mechones alborotados parecían hierbas silvestres. Se le puso la cara pálida y los labios morados.
—¡Arranca! —Tía dio la orden.
Qin He apretó con todas sus fuerzas y por fin consiguió arrancar el motor. Pero entonces se volvió a marear, así que le entraron temblores y empezó a vomitar espumarajos.
Soltamos la cuerda que estaba amarrada al muelle.
—¡Subid al barco! —dijo Tía.
Me podía imaginar lo que estaba sintiendo Wang Gan porque se sentó junto a Leoncita. Vi que movía los dedos de la mano sobre la rodilla, no podía controlar los nervios. Percibí cómo se le aceleraba el corazón debajo de la camisa, parecía un conejo encerrado en una jaula dando cabezazos. Su cuerpo se quedó paralizado, no era capaz de hacer ni un movimiento. Sin embargo, Leoncita, esa chica gordita, no se dio cuenta de nada de lo que estaba pasando; tan solo fijaba la mirada en aquella sandía.
Qin He dirigió el barco hacia el otro lado del muelle y se adentró en una corriente lenta, cerca de la presa. El rugido del motor se volvió más sutil. Li Shou estaba al lado de Qin He, observando sus movimientos, como si fuese su aprendiz.
—Reduce la velocidad… Sí, más despacio —dijo Tía.
Cuando nuestra proa estuvo a unos cinco metros de la sandía, la velocidad de rotación del barco se redujo al mínimo; el motor estaba casi apagado. En ese momento, pudimos ver claramente la cabeza de la mujer debajo de aquella sandía.
—Qué buena técnica —dijo tía—. Me sorprende que una mujer embarazada de cinco meses todavía pueda nadar con tanta habilidad.
Tía le ordenó a Leoncita encender los altavoces y conectar el micrófono. Leoncita se levantó y entró en la cabina. Wang Gan miró el asiento vacío y su cara mostró una tristeza y una decepción sin igual. ¿Qué pensaría Leoncita? ¿Habría recibido su ingeniosa carta de amor?
Cuando estaba pensando en esas cosas estúpidas, los megáfonos empezaron a sonar. Aunque sabía que iba a pasar, el ruido me asustó.
—El gran Presidente Mao nos ha enseñado: «Es necesario controlar la densidad de la población…».
Cuando los megáfonos empezaron a sonar, aquella mujer se quitó la sandía y asomó la cabeza. Miró hacia atrás con mucha ansiedad y luego se sumergió en el agua. Tía sonrió y le hizo un gesto a Qin He para que redujera todavía más la velocidad.
—¡Vamos a ver qué otras estrategias tiene esta mujer del pueblo Dongfeng! —dijo en voz baja.
Leoncita salió de la cabina y fue a la proa, mientras observaba la situación muy preocupada. El cielo le otorgó otra oportunidad a Wang Gan, ya que el opulento cuerpo de Leoncita se sentó junto al suyo. Sentí un poco de envidia de Wang Gan. Su cuerpo, tan delgado como un palillo, se apoyaba en el cuerpo de Leoncita. «¡Qué cuerpo tan rellenito y carnoso!». Estaba adivinando los pensamientos de Wang Gan. Sin duda alguna pudo sentir la ternura y el calor que desprendía el cuerpo de Leoncita, por supuesto que pudo… Solo de pensarlo mi corazón latió con fuerza. Me sentí avergonzado por tener pensamientos eróticos, así que me precipité a mirar a otro lado y me metí la mano en el bolsillo del pantalón para pellizcarme la entrepierna.
—¡Ha salido a la superficie! ¡Ha salido a la superficie! —gritó Leoncita.
La mujer asomó la cabeza a cincuenta metros de distancia de la proa. Echó un vistazo hacia atrás y empezó a nadar muy rápido porque había entrado en una fuerte corriente. Tía le hizo otro gesto a Qin He; el motor empezó a rugir y el barco aceleró y llegó junto a la mujer.
Tía sacó un paquete de cigarrillos que estaba un poco roto. Lo abrió, cogió un cigarrillo y se lo puso en la boca. Sacó un mechero. Empezó a hacer girar la piedra, clac, clac, clac. Por fin, se encendió el cigarrillo. Cerró un poco los ojos y soltó una bocanada de humo. Se levantó un fuerte viento en el río, las olas competían con nosotros.
—No creo que puedas ser más rápida que un barco con un motor de doce caballos.
Desde los megáfonos salió otra vez la canción folclórica del Presidente Mao: «Río Liu Yanghe, de nueve meandros, a noventa kilómetros del río Xiang». Tía tiró la colilla al agua. Entonces una gaviota la cogió y volvió a levantar el vuelo con ella en el pico.
Los megáfonos se quedaron mudos porque la canción había llegado a su fin. Leoncita miró a mi tía, que le dijo que no hacía falta ponerla otra vez.
—Geng Xiulian, ¿puedes nadar hasta el mar del Este? —le gritó a la mujer.
La mujer no contestó. Siguió nadando, pero cada vez iba más despacio.
—Espero que comprendas —dijo mi tía— que si subes al barco te haremos la operación. ¡La cabezonería va a acabar contigo!
—Si llegas al mar del Este, nosotros iremos detrás —añadió Leoncita con un tono firme.
La mujer empezó a llorar desconsolada. Sus movimientos eran cada vez más lentos.
—No tienes más energía, ¿verdad? —dijo Leoncita sonriendo—. Sigue nadando si quieres, como si fueses un pez o una rana…
En ese momento, el cuerpo de la mujer empezó a hundirse y al mismo tiempo un olor a sangre invadió el ambiente. Tía se asomó para observar la superficie del agua.
—¡Fatal! ¡Rápido, tráela! —le ordenó a Qin He. Pero entonces cambió de idea y nos pidió a nosotros que saltáramos y la subiésemos al barco.
Wang Gan, Li Shou y yo nos tiramos al río a la vez.
Qin He pasó de largo con el barco.
Wang Gan y yo nos acercamos a ella. Alargué la mano para cogerla del brazo izquierdo, sin embargo, me dio un manotazo y, como si su mano fuese el tentáculo de un pulpo, me empujó hacia el fondo. Grité y, de repente, tragué mucha agua. Wang Gan me agarró del pelo y tiró de mí hacia arriba. Li Shou me cogió del hombro y me subió a superficie con toda su fuerza, así conseguí salvarme. De repente, no podía ver nada y tenía mucha tos. El barco iba por delante de nosotros. Qin He redujo la velocidad; mi hombro golpeó el barco y el cuerpo de la mujer también. Tía la alcanzó; unos la tiraban del pelo, otros del brazo y nosotros nos pusimos debajo de ella para empujar sus piernas y su culo hacia arriba. Entre todos reunimos fuerzas y por fin conseguimos que subiera al barco. Todos habíamos visto la sangre que recorría sus piernas.
—Idos. Nadad hasta la orilla. —Cuando mi tía acabó de darnos aquella orden se dirigió a Qin He—: ¡Rápido, gira la proa!, ¡ahora mismo!
A pesar de todas las medicinas que se utilizaron y los esfuerzos de mi tía, Geng Xiulian falleció aquel día.
Mi jefe me mandó un fax urgente para darme la noticia de que mi esposa estaba embarazada por segunda vez. Me recordó muy seriamente que yo era miembro del Partido Comunista y un funcionario de alto nivel con el certificado de hijo único. Gracias a ese documento, cada mes recibía un subsidio.
—¿Por qué concebisteis otro hijo? —Me quedé allí sin saber qué hacer. El jefe me ordenó—: Vete a casa y deshazte de él.
Mi llegada imprevista sorprendió a todos los miembros de mi familia. Mi hija de dos años se escondió detrás de su abuela y me miró con miedo.
—¿Cómo es que vuelves sin avisar? —La mirada de mi madre revelaba que estaba preocupada por mí.
—Cosas de trabajo, estoy de paso.
—Yanyan, este es tu padre, venga, llámale «papá». —Mi madre empujó a la chiquita hacia mí y dijo—: Esta niñita maravillosa me pregunta por su padre todos los días. Pero ahora que te ve se asusta.
Extendí los brazos para cogerla. Sin embargo, bua, se puso a llorar.
Mi madre suspiró profundamente y dijo:
—Todos los días escondemos a Wang Renmei y somos precavidos, pero la han descubierto.
—¿Qué ha pasado? —le pregunté furioso—. Lleva el anillo anticonceptivo, ¿cómo es posible…?
—Pues —dijo mi madre—, cuando le vi la barriga me lo confesó todo. Antes de que volvieras la última vez le pidió a Yuan Sai que le quitara el anillo.
—Yuan Sai, ¡ese cabrón! —empecé a maldecirle—. ¿No sabe que ha cometido un delito?
—No le acuses —dijo mi madre—. Ha sido Renmei la que se lo pidió muchas veces. También le pidió a Wang Dan que le convenciera por todos los medios.
—¡Pero es muy peligroso! —dije—. Yuan Sai solo sabe castrar cerdos. ¿Cómo se atreve a quitarle el anillo anticonceptivo a un ser humano? Si le hubiese pasado algo, ¿qué hubiera hecho?
—Mucha gente le ha pedido este favor. —Mi madre bajó la voz—. Según dice tu mujer, su técnica es impecable. Utilizó un gancho de hierro y no tardó ni un minuto en sacarlo.
—¡Qué vergüenza! —dije.
—No lo pienses demasiado. —Madre me observó atentamente—. Wang Dan la acompañó. Al parecer Yuan Sai se puso una mascarilla, unas gafas de sol y guantes de goma. Limpió el gancho con alcohol y lo quemó para asegurarse de que estaba desinfectado. Me contó que no le hizo falta ni quitarse los pantalones. Yuan Sai hizo un agujero en el pantalón con las tijeras a la altura de la entrepierna…
—No estaba pensando eso.
—Mi querido Pao —Madre me miró con cara compungida—, todos tus hermanos tienen hijos varones, excepto tú. Es lo único que me preocupa. Anda, deja que dé a luz a este niño.
—Yo tampoco quiero que aborte, ¿pero quién nos puede asegurar que será un niño?
—Claro que sí —dijo mi madre—. Le pregunté a Yanyan: «¿Qué hay en la tripa de tu mamá, un hermanito o una hermanita?». Dijo: «¡Hermanito!». El habla infantil no falla. Por otro lado, si fuese otra niña, así podría jugar con Yanyan. Solo tienes una hija. Si le pasara algo, ¿qué vas a hacer? Yo ya soy muy mayor. Cuando me muera no sabré nada de vosotros. Me preocupo por ti.
—Mamá —dije—, en el Ejército tenemos nuestros requisitos y normas. Si tengo otro hijo me expulsarán del Partido y me despedirán. Entonces tendré que volver a casa a cultivar el campo. Me he esforzado durante muchos años para poder prosperar. ¿Voy a echarlo todo a perder por un niño? ¿Me merece la pena?
—¿Acaso es más valioso ser miembro del Partido o tener un alto puesto militar que tener un hijo? —me preguntó mi madre—. En este país solo se permite tener un hijo, aunque seas el Presidente del país como Mao. ¿De qué sirve tener tanto poder?
—El Presidente Mao murió hace mucho.
—Ya sé que el Presidente Mao murió —dijo mi madre—. Es una metáfora.
En este momento, oímos que se abría la puerta principal.
—Mamá, papá ha vuelto —gritó Yanyan.
Mi hija movió sus piernecitas para lanzarse hacia su madre. Wang Renmei llevaba puesta la chaqueta de color gris que solía ponerme yo antes de enrolarme en el Ejército. Su barriga era bastante pronunciada. Llevaba un saco en el brazo, con unas cosas verdes muy coloridas. Se agachó para coger a nuestra hija y me preguntó con tono exagerado y sonriendo:
—Ulala, Xiao Pao, ¿cómo es que has vuelto?
—¿Cómo no iba a volver? —contesté furiosamente—. ¡Mira lo que has hecho!
Su cara llena de erupciones se quedó pálida. De repente, se enrojeció de nuevo y me gritó:
—¿Qué he hecho? Por el día trabajo y por la noche cuido de nuestra hija. No he hecho nada malo.
—¡No me engañes más! —dije—. ¿Por qué no me dijiste que fuiste a ver a Yuan Sai? ¿Por qué no me lo dijiste?
—¡Traidor, cotilla! —Wang Renmei dejó a la niña en el patio y entró en la habitación enfadada. Al caminar se tropezó con una silla. Furiosa, le pegó una patada y gritó—: ¿Quién es el cabrón que te lo ha contado?
Mi hija se puso a llorar en el patio.
Mi madre sollozó junto al fogón.
—No grites, ni insultes a nadie —dije—. Ven conmigo al hospital para abortar y te dejaré en paz.
—Ni pensarlo. —Wang Renmei tiró un espejo al suelo y chilló—: Este niño es mío, está en mi barriga. Si alguien se atreve a tocarlo, me ahorcaré en la puerta de su casa. Pao, deja de ser miembro del Partido; vuelve a casa, no trabajes como funcionario. ¿No será mejor? Ya hemos pasado la época de la comuna popular. Ahora tenemos nuestra tierra para cultivar; los cereales son abundantes y hay de sobra. Tenemos más libertad… Vuelve a casa…
—¡No!, ¡de ninguna manera!
Wang Renmei canalizó toda su rabia en los armarios. Se puso a ordenarlo todo enfurecida.
—Mira, no es una cosa personal —dije—. Se trata del honor y la fidelidad al Ejército.
Wang Renmei salió de la habitación con el saco en la mano. La detuve:
—¿A dónde vas?
—¡Suéltame!
Cogí el saco y no la dejé salir. Sacó unas tijeras del saco, apuntó a su barriga y me chilló con los ojos enrojecidos:
—¡Suéltame!
—¡Pao! —gritó mi madre.
Conocía al cien por cien de lo que era capaz Wang Renmei, así que me calmé.
—Vale —dije—, escápate hoy si quieres, pero mañana te pillarán y de todos modos tendrás que deshacerte de ese niño.
Wang Renmei cogió el saco y salió a toda prisa. Mi hija abrió los brazos y la siguió para que la cogiera pero se tropezó y se cayó al suelo. Mi esposa no le hizo caso.
Salí a coger a mi hija, pero ella se negó y empezó a forcejear. Preguntó llorando por su madre. Yo, en ese momento, no sabía qué pensar, y las lágrimas manaban de mis ojos sin darme cuenta.
Madre también salió apoyándose en su bastón. Empezó a temblar mientras me decía:
—Hijo, déjala parir… Si no, la vida no podrá continuar…
Después de anochecer, mi hija preguntó llorando por su madre. No tuve más remedio que tranquilizarla.
—Llévala a casa de sus abuelos —me aconsejó mi madre.
Por tanto fuimos a visitar a mis suegros. Mi suegro abrió ligeramente la puerta y me dijo:
—Wan Xiao Pao, desde que mi hija se casó contigo es parte de tu familia. ¿Qué vienes a buscar aquí? Si le ocurre algo a mi hija, no te dejaré en paz.
Fui a casa de Chen Bi pero el cerrojo de su puerta estaba bien echado y un silencio sombrío reinaba en el patio de su casa. Acudí a casa de Wang Gan; después de llamar de manera insistente, un perro empezó a ladrar enloquecido al otro lado de la puerta. De repente se encendió una luz. Wang Jiao abrió la puerta con un palo de madera en la mano. Entonces me preguntó furioso:
—¿A quién buscas?
—Tío, soy yo.
—Ya sé quién eres, ¿a quién buscas?
—¿Está Wang Gan?
—No, ¡ha muerto! —Antes de terminar la frase cerró de un portazo.
Por supuesto, Wang Gan estaba vivo. Recordé que la última vez que volví a casa, mi madre me dijo varias veces que Wang Jiao había echado a su hijo y que ahora estaba dando vueltas por el mundo. De vez en cuando, aparecía por el pueblo, pero nadie sabía dónde estaba viviendo.
Mi hija se cansó de llorar y se quedó dormida. La llevaba en brazos mientras paseábamos por la calle. Me sentí muy fracasado y no tenía manera de consolarme. Hacía dos años que habían instalado por primera vez el poste de la luz en el pueblo. Ahora también habían puesto unos altavoces y una farola nueva. Para mi sorpresa había una mesa de billar forrada de paño azul y unos jóvenes la rodeaban y jugaban apasionadamente. Un niño de unos cinco años estaba sentado en una silla diminuta cerca de la mesa y se entretenía con su juguete, un piano electrónico que solo emitía los sonidos básicos. Por los rasgos de su cara pude reconocerle; era el hijo de Yuan Sai.
Enfrente se erguía la puerta recién renovada de la casa de Yuan Sai. Tras unos minutos de vacilación, decidí visitarle. Cada vez que me acordaba de que había sido él quien le había quitado el anillo anticonceptivo a Wang Renmei, me sentía avergonzado y muy extraño. Si fuese un verdadero médico, no le acusaría. Pero él… era un cabrón.
Mi visita le sorprendió mucho. A principio, se colocó en su kang y disfrutó de su copa de licor. En la mesilla había un bol con cacahuetes, una lata de sardinas y un plato con un huevo frito. Saltó de su kang sin calzarse y me insistió para que bebiera con él. Mandó a su esposa a preparar más aperitivos. Ella también fue compañera de mi clase. Tenía la cara llena de pecas blancas y por esta razón, en nuestra niñez, la llamábamos Mahua, Flor de las pecas.
—¡Qué vida tan cómoda llevas! —Me senté en la silla al lado del kang. Mahua cogió a mi hija y la puso en el kang para que durmiera mejor. Al principio dije que no por cortesía hasta que finalmente acepté y le pasé a mi hija.
Mahua limpió el wok y lo puso al fuego. Quería freír un pez sable para nosotros. Traté de impedírselo, pero el aceite ya estaba caliente y chisporroteaba, piri, piri; un olor maravilloso invadió la habitación.
Yuan Sai me obligó a subir a su kang, pero le puse la excusa de que era un gran inconveniente tener que quitarme los zapatos. Trató de convencerme, pero no lo consiguió. Al final no tuve más remedio que sentarme al borde del kang.
Me sirvió un chupito de licor y lo puso delante de mis ojos.
—Hombre, es un honor tenerte como invitado —dijo—. ¿Qué cargo has alcanzado ya? ¿El de teniente o coronel?
—Qué va —dije—, soy un mero capitán. —Cogí el chupito y me lo bebí de un trago. Continué—: Pero voy a perder el trabajo dentro de poco. ¡Pronto volveré a casa a cultivar la tierra!
—No me digas. —Se terminó el chupito y añadió—: De todos los compañeros de clase eres el que tiene mejor futuro, aunque Xiao Xiachun y Li Shou han ido a la universidad. Xiao Shangchun, ese maldito abuelete, alardea todos los días de que su hijo está trabajando en el Consejo de Estado. Pero no pueden compararse contigo. Xiao Xiachun tiene la frente estrecha, las mejillas gordas y las orejas puntiagudas. Su aspecto es terrible para ser funcionario. Li Shou es muy guapo pero, en su cara, no hay ni rastro de felicidad. Tú, en cambio, tienes piernas de grulla, los brazos fuertes, los ojos brillantes como los de un dragón. Si pudieses quitarte la verruga de debajo de tu ojo derecho, parecerías un emperador. Te lo puedes quitar con láser. Además, si no llegas a ser general, por lo menos puedes conseguir ser coronel. Eso seguro.
—Basta —dije—, puedes alabar a cualquier persona de la calle, ¿pero por qué a mí?
—Son cosas del destino; herencia de nuestros antepasados —dijo Yuan Sai.
—¡Qué tontería! —contesté—. Vengo a vengarme, hijo de puta. Me has metido en un buen lío.
—¿Qué dices? —preguntó Yuan Sai—. No he hecho nada malo.
—¿Por qué le quitaste el anillo anticonceptivo a Wang Renmei? —Bajé la voz—. Alguien lo ha descubierto y ha mandado un telefax al Ejército. Mi jefe me ha ordenado llevar a Wang Renmei al hospital para que aborte, si no, me despedirá y me echará del Partido. Además Wang Renmei se ha escapado. Dime, ¿qué puedo hacer?
—¿De qué estás hablando? —Yuan Sai abrió los ojos de par en par—. ¿Cómo le voy a quitar yo el anillo a Wang Renmei? Leo el horóscopo, puedo predecir el futuro, conocer el yin y el yang, prever la mala suerte o la buena, estudiar el Feng Shui… A eso me dedico. ¿Cómo un hombre como yo le va a quitar los anillos anticonceptivos a las mujeres? ¿No te da vergüenza? Me siento ofendido.
—¡No finjas más! —dije—. Todo el mundo sabe que tú, Semidiós, eres omnipotente. Predecir el futuro es tu especialidad, pero esterilizar a los perros, castrar a los cerdos y quitar anillos vaginales son tus trabajos también. No te acusaré, pero te voy a maldecir. ¡Antes de quitarle el anillo anticonceptivo tenías que haberme avisado!
—¡Menuda injusticia! ¡Esto es vergonzoso! —dijo Yuan Sai—. Vete y tráeme a Wang Renmei. Lo discutiremos cara a cara.
—Wang Renmei se ha escapado, no sé dónde ir a buscarla. De todas maneras, si estuviese aquí tampoco lo reconocería. ¿Cómo es posible que te hayas dejado comprar así?
—Xiao Pao, ¡qué cabrón eres! —dijo Yuan Sai—. No eres un cualquiera, eres capitán del Ejército. Tienes que asumir responsabilidades y ser consecuente con tus palabras. Insistes en que yo le he quitado el anillo a tu esposa. ¿Quién puede probar eso? Me estás faltando a mi honor; si insistes más te voy a tener que denunciar.
—Vale —dije—, de todas formas, esto no es culpa tuya. Mi objetivo es otro. Vengo a pedirte el favor de que me des alguna solución. Ya sabes la situación, dime qué puedo hacer.
Yuan Sai cerró los ojos, se pellizcó la mano, dijo algo en voz baja y de repente abrió los ojos y exclamó:
—Mi querido hermano, ¡felicidades!
—¿Por qué me felicitas?
—El bebé que tiene tu apreciada esposa en su vientre será la encarnación de un noble de la dinastía anterior. Como es confidencial, no te puedo decir su nombre, pero te regalo cuatro frases que deberás aprenderte de memoria: «El destino de este bebé está escrito, su gran inteligencia le ayudará en los estudios. Conseguirá el primer puesto en el examen nacional y su honorable trabajo será de un prestigio incomparable».
—¡Qué mentira! —Aunque le había dicho eso, un extraño sentimiento de alegría me consoló de repente. Bueno, si pudiese tener un hijo así… Obviamente, Yuan Sai había adivinado mis pensamientos. Me estaba mirando con una sonrisa falsa cuando giré la cabeza y le dije—: Pero si permito que Wang Renmei dé a luz a ese niño lo perderé todo.
—Hay un antiguo dicho: «El cielo siempre le dará una última oportunidad al ser humano».
—Dime qué puedo hacer.
—Puedes mandar un telefax a tu jefe diciéndole que Wang Renmei no está embarazada.
—¿Es ese el maravilloso consejo que me das? —Sonreí irónicamente y pregunté—: ¿Cómo se va a ocultar algo tan evidente? Cuando el niño venga a este mundo, tendremos que registrarle en el libro de familia, tendremos que mandarle a la escuela para que estudie.
—Hombre, ¿por qué piensas tanto? Si nace, la victoria es vuestra. En nuestro pueblo el control es muy estricto pero sabes que en otros pueblos hay muchos niños ilegales, o sea, «niños negros». Hay cereales de sobra. Los criaremos igual, y no importa si están o no inscritos en el registro familiar. Serán habitantes de la República Popular China y no creo que el Gobierno les quite la nacionalidad.
—Pero cuando lo descubran mi futuro se arruinará.
—Pues no tengo otra solución —dijo Yuan Sai—. Las cañas de azúcar solo tienen una parte dulce.
—Joder, esta maldita mujer… ¡Merece la pena castigarla! —Terminé el licor de mi vaso, bajé del kang y dije enfadado—: Esta mujer me ha arruinado la vida.
—Tío, no digas eso, te lo avisé. Wang Renmei tiene una vida favorable junto a su esposo. Tu éxito depende de ella.
—¿Qué? —Sonreí con desdén—. Es mi destructora.
—Piénsalo bien —dijo Yuan Sai—. Lo peor que te puede pasar es que te despidan, que vuelvas a casa a cultivar la tierra. ¿Y qué más da? Después de veinte años tu hijo lo tendrá todo en la vida y tú serás el padre de un triunfador. Entonces también tendrás una vida tranquila y confortable. ¿No es lo mismo?
—Si me lo hubiese dicho primero, no hubiera pasado nada —le dije—, pero no puedo tolerar que me haya mentido.
—Xiao Pao, sea como sea, lo que tiene en la tripa es tu hijo. Es cosa tuya si te deshaces de él o le dejas vivir.
—Sí, es verdad —dije—, pero amigo, también tengo que recordarte que no existen los secretos eternos. Debes tener cuidado.
Mahua me dio a mi hija, que estaba profundamente dormida, y salí por la puerta lujosa de Yuan Sai. Cuando me di la vuelta para despedirme de su esposa, me dijo en voz baja:
—Hombre, déjalo nacer. Puedes llevarla fuera del pueblo. Conozco un sitio.
En ese momento, un todoterreno se paró delante de la puerta de la casa de Yuan Sai. Dos policías saltaron del coche y se apresuraron a entrar. Mahua trató de impedirles el paso con las dos manos, pero la empujaron a un lado y entraron en la casa. Se oyó un gran ruido y muchos gritos de Yuan Sai. Al cabo de unos minutos, Yuan Sai salió de la habitación principal esposado y con los cordones de los zapatos desatados, acompañado por varios policías.
—¿Por qué me detenéis? ¿Por qué? —les preguntó Yuan Sai.
—Cállate —le ordenó uno—. ¿Que por qué te detenemos?, ¿es que no sabes el porqué?
—Xiao Pao, tienes que venir y pagarme la fianza para que me dejen en libertad provisional —me pidió Yuan Sai—. No he hecho nada malo.
En aquel instante, una señora bajó del coche.
—¡¿Tía?!
Ella se quitó la mascarilla y me dijo con un tono muy frío:
—¡Mañana ven a mi oficina!
—Tía, deja que nazca. —Le hice esta petición a mi tía muy afectado—. No quiero seguir siendo miembro del Partido. No quiero mi puesto de trabajo…
Tía dio un golpe en la mesa con tanta fuerza que el agua del vaso que estaba delante de mí salpicó por todos lados.
—¡¿Pero qué has hecho?! ¡Xiao Pao! —dijo mi tía—. ¡Esto no es solo asunto tuyo! En nuestra comuna, durante tres años consecutivos, no se ha dado ningún caso de nacimiento fuera de las normas de planificación. ¿Es que quieres romper este récord o qué?
—Pero ella amenaza con suicidarse —dije asustado—. Si pasa algo, ¿qué vamos a hacer?
—Sabes cómo tratamos a las mujeres como ella en este pueblo —dijo Tía sin ninguna compasión—. Si quieren beber veneno, no les quitaría la botella, y si se quisiesen ahorcar, les ofrecería una cuerda.
—¡Qué cruel eres!
—¿Crees que me gusta ser cruel? En el Ejército, no hace falta la crueldad; en las municipalidades, no hace falta la crueldad; a los extranjeros, tampoco les hace falta la crueldad. Las mujeres extranjeras solo piensan en disfrutar la vida sin problemas, y en sus países, aunque el Gobierno premia a las que tienen niños, son ellas las que no quieren. Pero aquí, en China, entre el campesinado, a pesar de todos los esfuerzos que dediqué en explicar las medidas, la nueva política, la teoría…, nadie me hizo caso. Cuánto tiempo, cuánto trabajo me ha costado, pero, al final, ¿quién te escucha? ¿Dime entonces qué hacemos? Hay que controlar la densidad de la población, hay que seguir las órdenes del Gobierno, hay que concluir las tareas de los superiores. ¿Dime entonces qué hacemos? A todos los que trabajamos en la planificación familiar nos insultan constantemente y por la noche tememos que nos tiren ladrillos en la oscuridad. Hasta un niño de cinco años me pinchó la pierna con una lezna. —Tía se remangó el pantalón; una herida morada abarcaba casi toda su pantorrilla—. ¿La ves? Fue el regalo de un niño con los ojos torcidos que vive en el pueblo Dongfeng.
»¿Todavía te acuerdas del caso de la mujer de Zhang Quan? —Asentí con la cabeza, y me acordé de todo lo que había ocurrido hacía diez años en el río—. Fue ella la que se lanzó al río, nosotros la queríamos salvar. Pero Zhang Quan y sus conterráneos dicen que fuimos nosotros quienes la tiramos al río para matarla. Se unieron y le escribieron una carta al Consejo de Estado para contarles su versión y la firmaron con sus huellas dactilares mojadas en sangre. Vino un grupo de trabajo de rango superior, y no tuvieron más remedio que acusar a Huang Yaqiu, justos por pecadores. —Mi tía se encendió un cigarrillo, lo chupaba con mucha fuerza y el humo ocultaba su cara llena de tristeza. Había envejecido mucho. Las arrugas pronunciadas de las comisuras de sus labios llegaban hasta las mejillas; unas enormes ojeras rodeaban sus ojos, que transmitían una mirada incierta.
»Cuando tratamos de salvar a Geng Xiulian, hicimos todo lo posible. Hasta le hice una transfusión de 500 centilitros de mi sangre, pero ella tenía cardiopatía congénita. No tuvimos más remedio que compensar a Zhang Quan con mil yuanes. En aquella época era una cantidad notable. Aunque Zhang Quan recibió el dinero, no permitió que el asunto se acabara tan fácilmente. Cogió un carro y le ató una tabla. Entonces puso el cadáver de su esposa encima y llevó el carro al patio del Gobierno de la comuna para armar un escándalo. De casualidad, se encontró con los jefes de planificación familiar de la provincia, que estaban haciendo una inspección de trabajo en el distrito. Unos policías vinieron al hospital en un todoterreno y nos llevaron a Huang Yaqiu, Leoncita y a mí al albergue[13] del Gobierno del distrito. Aquellos policías nos empujaron y nos insultaron porque nos consideraban unos delincuentes. Los líderes del distrito quisieron hablar conmigo. Levanté la cabeza bien alta y dije: “No voy a hablar con vosotros. Llamad a los jefes de la provincia”. Me metí en la habitación del líder de la provincia, que estaba leyendo el periódico en el sofá. Eché un vistazo alrededor y descubrí que era el vicepresidente Yang Lin. Ese hombre se había conservado muy bien desde que le nombraron Vicepresidente.
»Me invadió un gran enfado, empecé a hablar como una metralleta, disparaba palabras sin control: “Elaboráis una política del Gobierno y nosotros tenemos que implantarla y hacer frente a todas las dificultades. Nos morimos de cansancio. Nos exigís que expliquemos la política educadamente para que el pueblo la entienda por completo… Os ponéis en un lugar tan elevado que no sabéis las dificultades y amarguras que padecemos, igual que las jóvenes mujeres que no saben lo que duele parir un niño. Podéis venir a probar. Trabajamos con todo nuestro esfuerzo, entregamos nuestra vida, pero la gente nos maldice, nos dan palizas, nos pegan, nos hacen heridas, sangramos, tenemos dolores físicos y psíquicos y, cuando ocurre algún accidente, los superiores no nos apoyan sino que se ponen del lado de las malditas mujeres. ¡Nos habéis herido en el corazón!”. —Tía siguió hablando orgullosa, recordando lo que le había dicho al vicepresidente Yang Lin—: “En general, nadie se atreve a decirles la verdad a los superiores, pero a mí no me importa si eres jefe o un ser corriente. Delante de los jefes, soy más elocuente, y no es que tenga elocuencia, es debido a la amargura acumulada en mi corazón”.
»Mientras hablaba y lloraba al mismo tiempo le mostré al Vicepresidente la cicatriz que tenía en la cabeza —continuó explicándome mi tía—. Zhang Quan me pegó con un palo y me hizo una brecha en la cabeza ¿acaso no es eso digno de un criminal? Nos tiramos al río para salvar a su mujer y le ofrecí 500 centilitros de mi sangre. ¿No es esto moral?
»Entonces mi llanto se hizo más fuerte —recordó mi tía—. “Ponedme en el grupo de Reeducación en el Trabajo”, le dije al Vicepresidente. “Méteme en prisión, no puedo hacer más”. A Yang Lin le emocionaron mis palabras. Se levantó para servirme un vaso de agua, fue al servicio a coger una toalla y me dijo: “Los trabajos sociales son difíciles. El Presidente Mao decía: ‘La cuestión clave consiste en educar a los campesinos’. Camarada Wan, siento mucho lo que pasó. Te conozco, los jefes del distrito también te conocen, te tenemos una alta estima”. Entonces vino a sentarse a mi lado y me preguntó: “Camarada Wan, no sé si te interesaría venir conmigo a trabajar a la provincia”.
»Sabía qué objetivo tenía, pero una vez recordé los disparates que dijo el cobarde de Yang Lin en la Conferencia de Crítica[14] de la Revolución Cultural, mi corazón se quedó congelado. “No, no quiero, soy imprescindible aquí”, contesté sin vacilación. Él se lamentó. “Pues puedes ir al hospital del distrito”, dijo entonces. “No, no voy a ningún sitio”, le contesté, y seguí diciéndole: “Probablemente, lo mejor sería irme con usted. Si me alejase de todos estos escándalos, si no me enterase de ellos, no me afectaría. Los que quisieran tener más hijos podrían parir como quisieran. Somos dos mil o tres mil millones de personas, ¿por qué los humildes tenemos que preocuparnos del futuro? ¿Por qué me preocupo de este asunto? En toda mi vida he perdido demasiado porque soy la más obediente, la más revolucionaria, la más fiel y la más inocente”».
—Si tiene conciencia de trabajo, no es tarde —dije.
—¡Joder! —exclamó Tía furiosa—. ¿Qué sandez estás diciendo? ¡De qué tonta conciencia hablas! Sobrino, te estoy contando algo que no me parece justo, mis quejas. Soy un miembro fiel del Partido Comunista. Si con todo lo que sufrí durante la Revolución Cultural nada me hizo vacilar, ¿por qué iba a cambiar ahora? No podemos abandonar las medidas de planificación familiar. Si abandonamos esta política, cada año la población aumentará en treinta millones de habitantes. En diez años, serán trescientos millones. En cincuenta años la tierra se hundirá por el peso de la población china. Así que tenemos que controlar la natalidad y tomar todas las medidas posibles. ¡Esto también es una contribución para todos los seres humanos!
—Tía —dije—, entiendo todas estas grandiosas teorías, pero el problema actual es que Wang Renmei ha huido…
—¡Cuándo huyen los monjes, se queda el templo! —dijo mi tía—. ¿Dónde ha podido escapar? ¡A la casa de tu suegro!, ¡allí estará!
—Wang Renmei es muy cabezota. Si la presionamos demasiado, temo que le pase algo…
—No te preocupes —dijo Tía con mucha seguridad en sí misma—. He tratado con muchas mujeres en todos estos años. Las conozco muy bien. Las mujeres como tu esposa, que se alborotan tanto, que dicen querer suicidarse, no harán nada porque no quieren morir en realidad. Las que no dicen ni una palabra probablemente sean las que se tiren al pozo o beban veneno. Durante estos diez años y pico, todas las que han dicho que se iban a suicidar murieron por otros motivos. No te preocupes tanto.
—¿Qué podemos hacer? —pregunté sin saber cómo actuar—. No la podemos atar al hospital como si atáramos a un cerdo.
—Si no accede por las buenas, tendremos que actuar con mano dura, sobre todo con tu mujer —dijo Tía—. Eres mi sobrino, por lo que si la dejo libre, ¿cómo me van a hacer caso las demás? Cuando vuelva al trabajo, tendré que callarme por este asunto.
—Ahora no puedo hacer nada más que escucharte —dije—. ¿Necesitas que venga alguien de mi Ejército a ayudarte?
—Ya he mandado un fax a tu unidad.
—¿El primer fax también lo mandaste tú?
—Sí, fui yo —dijo Tía.
—¿Cómo te enteraste del embarazo de Wang Renmei?, ¿por qué no tomaste alguna medida?
—Fui al distrito a una conferencia, y dos meses después, cuando volví al pueblo, me enteré de la situación. —Tía se enfadó y dijo—: Yuan Sai, ese cabrón, siempre me complica la vida. Si no me lo hubiesen contado, el problema sería más grave.
—¿Le van a condenar?
—¡Si decidiera yo, le mataría con una pistola! —comentó Tía furiosa.
—Creo que no solo le quitó el anillo a Wang Renmei sino que también se lo hizo a otras mujeres.
—Hemos reunido toda la información. Les quitó el anillo a tu mujer, a la esposa de Wang Qi, del pueblo Wang Jiatun, a la mujer de Xiao Jinniu, de Sunjiazhuang, y a la esposa de Chen Bi, Wang Dan, que está de muchos meses de embarazo. Una docena de mujeres de otros distritos también tendrán que abortar. Pero no me encargo ahora de las otras mujeres, tu mujer es la primera. Después las tendré que convencer una por una, nadie puede librarse.
—¿Y si se escapan a otro lugar?
Mi tía sonrió irónicamente y dijo:
—El rey de los monos, Sun Wukong, puede hacer mucha magia, pero no puede huir de la palma de Shakia Muni.
—Tía, soy capitán del Ejército, por lo que Wang Renmei debe abortar, pero Wang Dan y Chen Bi son campesinos y su primer bebé fue una niña. Según la política pueden tener otro hijo. A la pobrecita de Wang Dan le ha costado mucho quedarse embarazada…
Mi tía me interrumpió y me dijo con ironía:
—No has solucionado tu propio problema y ya estás tratando de ayudar a los demás. Sí, según la teoría, pueden tener un segundo hijo, pero tienen que esperar ocho años. Dime cuántos años tiene su hija Chen Er.
—Solo se ha adelantado un par de años. ¿Qué más da? —contesté.
—¡No es tan fácil! Unos años de adelanto cuentan. ¿Qué pasaría si todos los padres se adelantaran unos años? No podemos hacer excepciones, si no, la situación será caótica —dijo muy seriamente—. No te preocupes por los demás y piensa en tu situación.
Bajo la dirección de mi tía, una brigada de trabajo de planificación familiar llegó a nuestro pueblo. Mi tía era la directora y el vicedirector del grupo era el vicedirector del Departamento de las Fuerzas Armadas del Pueblo de la comuna. Los miembros de este grupo eran Leoncita y seis milicianos fuertes. Esta brigada contaba con una furgoneta en la que habían instalado unos altavoces y un tractor enorme muy potente.
Antes de que este grupo de trabajo entrara en el pueblo, volví a llamar a la puerta de la casa de mi suegro. Esta vez, tuvo la amabilidad de dejarme entrar.
—Dado que usted también ofreció sus servicios al Ejército —le dije a mi suegro—, sabe que las órdenes militares son irreversibles, no se pueden discutir.
Él se estaba fumando un cigarrillo y mantuvo el silencio durante mucho tiempo.
—Si sabías que no permiten tener a más hijos —dijo entonces—, ¿por qué la hiciste concebir un niño? Después de tantos meses de embarazo, ¿cómo va abortar? ¿Qué vamos a hacer si se muere? Solo tengo una hija.
—No es culpa mía —le traté de explicar.
—Si no es culpa tuya, ¿de quién es la culpa?
—Es culpa de Yuan Sai, de aquel cabrón —dije—. La policía lo ha detenido.
—Si a mi hija le pasara algo, no querría vivir más y te mataría.
—Mi tía dijo que no tenemos de qué preocuparnos —contesté—. Me ha dicho que han llegado a practicarle el aborto incluso a una mujer que estaba de siete meses de embarazo.
—Tu tía no es como nosotros, ¡es un demonio!
Mi suegra apareció de repente.
—En estos años, ¿cuántas vidas habrá despojado? —preguntó—. Sus manos están manchadas de sangre. Cuando se muera, irá al infierno a recibir el juicio de Satán.
—¿Qué estás diciendo? —le dijo mi suegro—. Esto es asunto de hombres.
—¡¿Qué va a ser asunto de hombres?! —Mi suegra chilló con todas sus fuerzas—. Obviamente, la estáis mandando a las puertas de la muerte, ¿cómo podéis clasificarlo como asunto de hombres?
—Mamá, no quiero discutir con usted, déjeme hablar con Wang Renmei, déjeme echarle un vistazo —dije.
—¿Por qué vienes aquí a buscar a Wang Renmei? —preguntó mi suegra—. Ella es tu esposa y vive en tu casa. ¿Qué le has hecho? ¡Devuélveme a mi hija!
—Renmei, escucha —dije en voz alta—, ayer fui a visitar a mi tía. Le dije que ya no quería ser miembro del Partido, que no quiero mi puesto trabajo, quiero volver a casa a cultivar la tierra, quiero que des a luz a nuestro hijo. Pero Tía me dijo que eso no sería posible. El asunto de Yuan Sai ha llegado a oídos de la provincia, los jefes del distrito le han dado la orden irreversible a nuestra tía de que las mujeres que conciben ilegalmente deben abortar…
—¡No lo hará de ninguna manera! ¡Qué sociedad es esta! —Mi suegra cogió una vasija con agua sucia y me la tiró a la cara. Entonces empezó a insultarme—: Dile a la zorra de tu tía que venga y nos mate a todos. Ella no puede parir, por lo que cuando ve a una mujer embarazada, la envidia, y le hierve la sangre.
Me fui empapado de agua sucia, completamente humillado.
El coche del grupo de trabajo aparcó en la puerta de la casa de mis suegros. Casi todos los habitantes del pueblo se asomaron a ver lo que ocurría. Hasta el enfermo de parálisis, Xiao Shangchun, vino con su bastón. Desde los altavoces, se oía: «La planificación familiar es principal en nuestras vidas, es el futuro de nuestro país, el futuro de nuestra nación… Para construir un país potente en las cuatro modernidades es imprescindible tomar todas las medidas necesarias para controlar la densidad de la población y mejorar la calidad de la especie… Las que concebís ilegalmente no intentéis escaparos… Los ojos del pueblo son brillantes, dondequiera que os escondáis, podremos descubrir vuestras huellas, hasta en el bosque, en las cuevas… Los que se peleen o peguen palizas a los oficiales de trabajo de planificación familiar serán considerados delincuentes antirrevolucionarios… Los que intenten destruir el trabajo de planificación familiar recibirán un estricto castigo bajo las leyes de nuestro país…».
Mi tía fue la primera en acercarse, seguida de Leoncita y del vicedirector del Departamento de las Fuerzas Armadas del Pueblo. La puerta de la casa de mi suegro estaba bien cerrada. A ambos lados había pegadas dos coplas con los siguientes dos versos: «La hermosura de las montañas perpetuará, la primavera de la patria será eterna». Tía se giró y le dijo al público:
—Si no aplicamos las medidas de planificación familiar, la hermosura de las montañas se perderá y la patria primaveral se hundirá. ¿Dónde buscaremos la hermosura eterna? ¿Cómo recibiremos la primavera inmutable? —Tía llamó a la puerta y utilizó una voz ensordecedora para gritar—: ¡Wang Renmei!, ahora estás escondida en el almacén de boniatos subterráneo junto a la pocilga, ¿verdad?, ¿piensas que no lo sé? Tu asunto ha llegado a oídos del Gobierno del distrito. Se ha informado al Ejército, eres un mal ejemplo. Ahora, tienes dos opciones, la primera es salir obedientemente para ir al hospital del pueblo a hacerte la operación. Dado que estás de muchos meses de embarazo, para asegurar que la intervención sea un éxito, te acompañaremos al hospital del distrito y te pondremos en manos del mejor ginecólogo. La segunda es, si sigues negándote a venir, utilizar el tractor para derribar las viviendas de los vecinos, luego destruiremos la vivienda de tu familia. Todas las pérdidas correrán a cargo de tu padre. En cualquier caso, también tendrías que abortar. Con otros, puedo ser algo más flexible, pero a ti no puedo consentirte nada. Wang Renmei, ¿lo tienes claro? Wang Jinshan, Wu Xiuzhi, ¿lo tenéis claro? —gritó Tía dirigiéndose a mis suegros.
Durante mucho tiempo, la casa de mi suegra se quedó muda. De repente, un chillido de gallina rompió el silencio. Entonces, mi suegra dijo mientras lloraba y gritaba:
—Wan Xin, tienes el corazón podrido, eres un diablo carnívoro… No morirás en paz… Después de morir, te caerás al infierno, te quemarán, te quitarán los ojos…
Tía sonrió con malevolencia y se giró hacia el vicedirector del Departamento de las Fuerzas Armadas del Pueblo.
—¡Empecemos! —ordenó.
El vicedirector y los milicianos arrastraron un cable de hierro muy largo para rodear la vieja acacia blanca que estaba a la derecha de la puerta principal. Xiao Shangchun salió de entre la multitud, apoyándose en su bastón, y emitió un ruido borroso:
—Basta…, mi árbol…
Trató de golpear a mi tía con el bastón, pero cuando lo levantó en el aire perdió el equilibrio.
—¿Este árbol es tuyo? —le preguntó Tía en un tono gélido—. Lo siento, es tu culpa por no haber encontrado a un buen vecino.
—Sois unos bandidos… Sois los perros policías del Partido del Kuomintang…
—Los del Kuomintang nos insultaron y nos llamaron «bandidos comunistas». —Tía sonrió con maldad y dijo—: Tú nos insultas con la palabra «bandido», bien, eso significa que eres igual o peor que los del Kuomintang.
—Voy a denunciaros… Mi hijo trabaja en el Consejo del Estado…
—Bien, vete a denunciarnos. Denúncianos al cargo de mayor rango. Será genial.
Xiao Shangchun tiró el bastón al suelo y abarcó el árbol con sus dos brazos.
—No podéis derribar mi árbol… —suplicó llorando—. Yuan Sai había dicho que este árbol está conectado con la raíz de la vida de nuestra familia… Si este árbol tiene vida, mi familia también.
—¿Yuan Sai no previo cuándo le meterían en la cárcel? —le preguntó mi tía riendo.
—Si queréis me tendréis que matar primero… —dijo Xiao Shangchun llorando.
—¡Xiao Shangchun! —gritó Tía muy seriamente—, ¿dónde está la crueldad que nos mostraste durante la Revolución Cultural cuando pegabas a la gente o te burlabas de todo el mundo? ¡¿Por qué ahora lloras como una niña?!
—Sé que… aprovechas esta oportunidad para vengarte… La esposa de tu sobrino concibió un hijo a escondidas. ¿Por qué quieres derribar mi árbol?
—No solo quiero derribar tu árbol —dijo mi tía—, sino que también derribaré la torre de tu patio y la puerta principal. Más tarde, la balconada de tu casa. No me importa si lloras o no, puedes ir a buscar a Wang Jinshan. —Leoncita le dio a mi tía un altavoz y gritó a la multitud—: ¡Los vecinos de Wang Jinshan, escuchad bien! Según la resolución especial del Comité de Planificación Familiar de la comuna, dado que Wang Jinshan ofrece refugio a su hija, embarazada ilegalmente, opone resistencia al Gobierno e insulta a los funcionarios, decidimos destruir las viviendas de sus vecinos. Todas las pérdidas correrán a cargo de Wang Jinshan. Si no queréis que os destruyan vuestros hogares, por favor, convenced a Wang Jinshan para que entregue a su hija.
Los vecinos de mi suegro se alborotaron caóticamente.
—¡Derribad el árbol! —ordenó Tía a los miembros del Departamento de las Fuerzas Armadas.
El tractor empezó a rugir; sentí que la tierra de debajo de mis pies empezaba a temblar. Ese monstruo de hierro avanzó hacia delante, y el cable se tensó y produjo unos ruidos atronadores. Las ramas de la vieja encina blanca se estaban agitando fuertemente.
Xiao Shangchun corrió a la puerta de la casa de mi suegro y la golpeó poseído por la locura:
—¡Wang Jinshan!, ¿qué carajo haces? Traes mala suerte a tus vecinos, ¡no dará resultado!
Ante esa situación límite, su tartamudeo desapareció.
La puerta de la casa de mi suegro seguía bien cerrada. Al otro lado, solo se oía el llanto melancólico de mi suegra. Tía le hizo un gesto al vicedirector, que levantó la mano y la bajó con mucha rapidez.
—¡Dale más fuerza! —le gritó el vicedirector al conductor del tractor.
El motor del tractor emitió otro ruido atronador; el cable se tensó, lo que produjo pequeños ruidos. Se tensó más y más, hasta que el cable punzante se hundió en el tronco del árbol; un líquido manó de la corteza. El tractor avanzó poco a poco, centímetro a centímetro. De la barra de tiro del tractor, se levantaron unos círculos de humo plateado. El conductor llevaba puesta una chaqueta azul vaquera y en el cuello tenía atada una toalla blanca y limpia. Lucía una gorra de deporte, se mordía el labio inferior y tenía un bigote negro; era un chico inteligente y trabajador… El árbol se inclinó, produjo un ruido agudo, clic, clic, clic, como si padeciese mucho dolor. El cable se clavó profundamente en el tronco del árbol, luego le arrancó una parte de la corteza y apareció la capa interior de color blanquecino.
—Wang Jinshan, tú, hijo de puta, sal.
Xiao Shangchun golpeó la puerta con sus puños, pegó un puntapié y dio un cabezazo, pero el patio de mi suegro seguía en silencio. Hasta el llanto de mi suegra desapareció.
El árbol se inclinó más y más; las hojas de la copa tocaron el suelo.
—Mi árbol… El árbol del destino… —decía mientras daba vueltas a su alrededor.
Las raíces se empezaron a mover, la tierra se abrió.
Xiao Shangchun volvió a la puerta de mi suegro:
—¡Wang Jinshan, eres un cabrón! Somos vecinos desde hace más de diez años, tenemos buenas relaciones, casi nos convertimos en familia, ¿por qué ahora me quieres hacer tanto daño?
Las raíces del árbol estaban llenas de renuevos amarillentos. Las habían arrancado y algunas se habían partido. La copa cayó al suelo como una escoba. Las ramas finitas se rompieron y levantaron mucho polvo. Todo el mundo sintió un picor en la nariz; se propagó el olor de la tierra, y también la fragancia de la savia del árbol.
—Wang Jinshan, ahora voy a dar cabezazos en tu puerta. —Xiao Shangchun se abalanzó contra la puerta de cabeza; el ruido no se pudo oír debido al rugido del tractor.
Los miembros de las Fuerzas Armadas arrastraron la vieja acacia blanca a un lugar a decenas de metros de distancia y la metieron en un hoyo grande. Tenía casi todas las raíces rotas y muchos niños se acercaban a ella para buscar crías de chicharra.
—¡El siguiente paso será la torre de la casa de Xiao Shangchun! —dijo mi tía por el altavoz.
Entre varias personas levantaron a Xiao Shangchun, que se había mareado y caído al suelo. Lo llevaron a un lado y le apretaron el surco nasolabial, algunos le midieron el pulso.
—Todos los vecinos de Wang Jinshan, tened cuidado —dijo Tía con frialdad—. Volved a casa a recoger las cosas valiosas porque después de derribar esta torre destruiremos vuestros hogares. Sé que es injusto, pero la justicia se constituye de principios. ¿Cuál es el principio primordial? La planificación familiar, el control de la natalidad es el principio primordial. No tengo miedo de ser una mala persona, siempre debe existir una mala persona. No tengo miedo de vuestras maldiciones y comentarios diciendo que acabaré en el infierno. Somos comunistas, no creemos en esas cosas, el materialista no tiene ningún miedo. ¡Si existiera el infierno, tampoco tendría miedo! ¡Alguien tiene que ir al infierno! Soltad el cable, rodead la torre.
Todos los vecinos se reagruparon en la puerta de mi suegro, la golpearon y tiraron ladrillos en su patio. Algunos cogieron paja, la metieron en el techo de su casa y gritaron:
—¡Wang Jinshan, si no sales, vamos a incendiar tu casa!
La puerta se abrió por fin, y la persona que la abrió no era ni mi suegro ni mi suegra, sino mi esposa. Su pelo estaba alborotado, todo su cuerpo estaba lleno de polvo. Llevaba un zapato en el pie izquierdo, pero no en el derecho. Parecía que acabase de salir del sótano.
—Tía, voy a abortar. —Mi esposa se acercó a ella para decirle esta frase a la cara.
—Sabía que la esposa de mi sobrino era una persona inteligente —dijo Tía sonriendo.
—Tía, ¡la estimo desde lo más profundo del corazón! —dijo mi esposa—. Si fueses un hombre, podrías dirigir a miles de soldados.
—Tú también —dijo mi tía—, como aquel año en el que decidiste cancelar la propuesta matrimonial de la familia de Xiao Xiachun. Entonces supe que debías ser una gran mujer.
—Renmei —dije—, lo siento.
—Xiao Pao, déjame verte la mano.
Le mostré la mano, no sabía qué quería hacer. Me la cogió y me mordió con mucha fuerza en la muñeca. No la forcé a soltarme. Se me quedaron grabadas dos heridas paralelas con la marca de sus dientes. Empezó a manar sangre de color negro. Wang Renmei escupió sangre y saliva y me dijo cruelmente:
—Me obligas a sangrar, por lo que yo a ti también.
Le di la otra muñeca. La rechazó y dijo:
—¡No quiero más! Sabes a perro asqueroso.
Xiao Shangchun, que acababa de recuperar la conciencia, lloró histérico como un loco y dio golpes en el suelo:
—Wang Renmei, Wan Xiao Pao, dadme el dinero de mi árbol… ¡Pagadme mi árbol!
—¡A tomar por culo! —dijo mi esposa—. Tu hijo me besó en los labios, me tocó las tetas. Este árbol compensa la pérdida de mi niñez.
¡Ou!, ¡ou!, ¡ou! Muchos niños de diez años y pico rodearon a mi mujer, la aplaudieron y la aclamaron por las palabras ingeniosas que acababa de decir.
—¡Renmei! —la llamé furioso.
—¿Por qué te alborotas? —Mi mujer se metió en el coche de mi tía, asomó la cabeza y me confesó con sinceridad—: ¡Me tocó por fuera de la ropa!
La Presidenta del Comité de Planificación Familiar de mi trabajo, la señora Yang, vino a visitarme. Esta mujer era hija de un alto jefe del Ejército, del general de una división militar. La conocía de oídas desde hacía mucho tiempo, pero era la primera vez que la veía.
Los jefes de la comuna la invitaron a un banquete, y ella nos invitó a Wang Renmei y a mí.
Mi tía le dejó unos zapatos de piel a Wang Renmei.
El banquete se celebró en una cabina[15] del comedor de la comuna.
—Xiao Pao, no quiero ir, nunca he visto a un jefe de un rango tan alto, tengo miedo —dijo Wang Renmei—. Por otro lado, no va a ser nada idílico, habrá mucho ruido y estará abarrotado de gente.
—¿Por qué tienes miedo? Sea el funcionario que sea, tendrá nariz y ojos —le dijo con una sonrisa mi tía.
Entramos en una pequeña sala y la señora Yang nos colocó a su lado. Le cogió la mano a Wang Renmei y le dijo con amabilidad:
—Camarada Wang, tengo que darle las gracias en nombre del Ejército.
—Estimada directora, el error que cometí les ha causado muchas molestias —contestó Wang Renmei emocionada.
Me preocupaba que Wang Renmei se expresara mal, sin embargo, sus gestos educados alejaron mis preocupaciones.
—La esposa de mi sobrino tiene mucha conciencia política. Cuando se embarazó por accidente vino personalmente a solicitar el aborto inducido, pero dada su condición física no podemos realizar dicha operación hasta dentro de unos días.
—Camarada Wang, tengo que llamarte la atención —dijo la señora Yang—. Los camaradas como vosotros sois muy descuidados, siempre os estáis arriesgando.
Yo cabeceaba para afirmar.
El Presidente de la comuna se levantó con una copa llena de licor en la mano y dijo:
—Quería agradecerle a la directora Yang que haya venido hasta aquí para inspeccionar nuestro trabajo.
—Conozco muy bien este sitio —dijo la señora Yang—. Mi padre era un miliciano de este grupo. En la batalla del río Jiao, el centro directivo se instaló aquí, por eso me es muy familiar este pueblo.
—Es un gran honor para nosotros —dijo el Presidente de la comuna—. Quería pedirle el favor de que le transmitiera un mensaje nuestro a su padre: esperamos que su Excelencia pueda volver a pasarse por aquí pronto.
Mi tía también se levantó con el licor en la mano.
—Señora Yang, quería brindar en su honor —dijo.
—La señora Wan es hija de un mártir. Cuando era pequeña, acompañaba a su padre y le ayudaba en la revolución —dijo el Presidente.
—Señora Yang, supongo que estábamos predestinadas. Mi padre fue el director del Hospital Xihai de la Octava Ruta, alumno de Bethuen y quien le curó la herida de la pierna al vicecomandante Yang —dijo mi tía.
—¿De verdad? —La señora Yang se levantó con mucha energía y dijo—: El vejezuelo está escribiendo sus memorias y menciona a un doctor que se llama Wan Liufu.
—Es mi padre —dijo mi tía—. Después de que falleciera, mi madre y yo vivimos dos años en el distrito militar del Este de Shandong. Entonces solía jugar con una niña que se llamaba Yang Xin.
La señora Yang cogió las manos de mi tía, emocionada y con los ojos inundados de lágrimas dijo:
—¿Wan Xin?, ¿eres Wan Xin?
—«Wan Xin y Yang Xin, dos corazoncillos rojos», lo decía el director Zhong, ¿no? —preguntó mi tía.
—Sí, lo dijo él. —La señora Yang se secó las lágrimas y exclamó—: He soñado contigo muchas veces, pero no me podía imaginar que te encontraría aquí.
—Era por eso que me parecías tan familiar a primera vista —dijo mi tía.
—Venga, brindemos por el reencuentro de la señora Yang y la señora Wan —dijo el Presidente de la comuna.
Mi tía me hizo un gesto, que entendí enseguida. Entonces llevé a Wang Renmei al lado de la señora Yang y le dije:
—Señora Yang, sentimos mucho que haya venido desde tan lejos por nuestro asunto.
—Lo siento, señora Yang. —Wang Renmei le hizo una reverencia y dijo—: No es culpa de Xiao Pao, todo es mi culpa. Pinché el preservativo, le engañé.
La señora Yang se quedó sorprendida, pero de repente rompió a reír a carcajadas.
Me sentí muy avergonzado; le di un toquecito a Wang Renmei y le pedí en voz baja:
—No digas tonterías.
La señora Yang le cogió la mano a Wang Renmei, la miró de arriba abajo y dijo:
—Camarada Wang, me gusta tu recto carácter. En este sentido te pareces a tu tía.
—No puedo compararme con mi tía —dijo Wang Renmei—. Mi tía es una «perra» fiel del Partido Comunista, donde apunta el Partido, ahí muerde ella…
—¡Basta!
—¿Por qué? —dijo Wang Renmei—, ¿no es verdad? Si le ordenaran morir, no dudaría en hacerlo; si le mandaran a las puertas de la muerte, lo haría en un segundo…
—Bien, bien —dijo mi tía—. No hablemos más de mí, solo he hecho lo que he podido, tengo que esforzarme más en el futuro.
—Camarada Wang —dijo la señora Yang—, nosotras, las mujeres, todas amamos a los niños. Uno, dos, tres, hasta diez nunca son suficientes. La patria y el Partido también aman a los niños. Mira, el Presidente Mao y el Primer Ministro Zhou, cuando veían a los niños, esbozaban sus más sinceras sonrisas. Es un amor desde lo más profundo del corazón. ¿Para qué nos dedicamos a la revolución? En resumidas cuentas es para que todos nuestros niños puedan tener una vida feliz. Los niños son el futuro del país, son los bebés de nuestra nación. Sin embargo, ahora, si no aplicamos la política de planificación familiar, lo más seguro es que en el futuro los niños no tengan suficiente comida, ni suficiente ropa, ni suficientes aulas en los colegios. Por tanto, la planificación familiar consiste en conseguir la moralidad en términos generales a través de la inmoralidad en términos específicos. Aguantamos un poco de dolor, nos sacrificamos un poco, lo que significa que contribuimos a nuestra patria.
—Señora Yang, tiene razón —dijo Wang Renmei—. Lo haré esta tarde. —Giró la cabeza hacía mi tía—: Tía, ¿puede quitarme el útero también?
La señora Yang se quedó sorprendida, pero enseguida volvió a reír. Todos rompieron a reír en ese momento.
—Wan Xiao Pao —la señora Yang me apuntó y me dijo—: ¡Qué graciosa es tu esposa! Qué graciosa es. ¡No podemos quitarle el útero sino todo lo contrario! ¿Es correcto, señora Wan?
—La esposa de mi sobrino es una mujer con muchas capacidades —dijo mi tía—. Me ha dicho que después de la operación, una vez recuperada, quiere trasladarse a mi grupo de planificación familiar. Presidente Wu, le quería consultar este asunto, ¿está de acuerdo?
—No hay problema —dijo el Presidente de la comuna—, tenemos que reclutar a gente sobresaliente en nuestro grupo de planificación familiar. Camarada Wang Renmei, es un buen ejemplo, estoy convencido de que va a dar muy buen resultado.
—Wan Xiao Pao, ¿en qué trabajas ahora? —me preguntó la señora Yang.
—Soy el Consejero de Arte y Gimnasia del pelotón.
—¿Cuántos años llevas en ese puesto?
—Tres años y medio.
—Entonces, dentro de poco podrás ascender del pelotón a la compañía —dijo la señora Yang—. Cuando consigas el puesto de Vicecapitán de la compañía, la camarada Wang podrá acompañarte a Beijing.
—¿Podrá venir mi hija? —preguntó mi esposa con tiento.
—¡Por supuesto! —dijo la señora Yang.
—No obstante, he oído que es muy difícil obtener la plaza de acompañante en el Ejército, hay que esperar mucho… —dije.
—Tú presta atención a tu trabajo —contestó la señora Yang—. Yo me encargo de todo eso.
—¡Qué alegría! —Wang Renmei agitó las manos y dijo—: Mi hija podrá ir a Beijing a estudiar. Mi hija se convertirá en una ciudadana de Beijing.
La directora Yang examinó otra vez a Wang Renmei y le dijo a mi tía:
—Antes de la operación tomen precauciones para garantizar la salud de esta joven.
—¡No se preocupe! —dijo mi tía.
Antes de entrar en la sala de operaciones, Wang Renmei me cogió la mano de repente, miró las marcas de mis dientes y me dijo con tristeza:
—Xiao Pao, siento muchísimo haberte mordido…
—No pasa nada.
—¿Te duele todavía?
—No me duele —dije—. Fue como una picadura de mosquito.
—Anda, ¿me muerdes una vez?
—Basta —dije—, ¿por qué te comportas como una niña?
—Xiao Pao —dijo mientras me agarraba la muñeca—: ¿Dónde está Yanyan?
—Está en casa con sus abuelos.
—¿Tiene algo para comer?
—Sí, he comprado dos bolsas de leche en polvo, un kilo de galletas, una caja de carne picada y una caja de sopa de loto en polvo. No te preocupes.
—Yanyan se parece mucho a ti. Ella tiene doble párpado y yo no. Bueno, si se parece a ti, será más guapa.
—Todos dicen que la hija se parece al padre y el hijo se parece a la madre.
—A lo mejor.
—Esta vez he concebido un hijo, lo sé, no te engaño…
—Los tiempos han cambiado, una niña es igual que un niño —le dije fingiendo que estaba relajado—. Dentro de unos años, vendréis a Beijing para acompañarme en el Ejército y le buscaremos juntos la mejor escuela a nuestra hija, para que se forme bien, para que se convierta en una persona célebre. ¡Una buena hija es mucho mejor que un hijo perezoso!
—Xiao Pao…
—¿Qué pasa?
—La vez que Xiao Xiachun me tocó, de verdad, me tocó por fuera de la ropa.
—Qué graciosa eres —le dije sonriendo—, lo había olvidado.
—Me tocó por fuera de la chaqueta, dentro llevaba un jersey, dentro del jersey una blusa, dentro de la blusa el sujetador. Bueno, como había lavado el sujetador, aquel día no lo llevaba, pero debajo de la blusa llevaba una camiseta interior.
—Bueno, no digas más tonterías.
—El beso que me dio fue un accidente.
—Bueno, un beso no es nada importante. Entonces quería salir contigo.
—Pero no le dejé besarme tan fácilmente. Después del beso, le pegué una patada en el estómago. Se llevó las manos a la tripa y se puso en cuclillas.
—Dios mío, pobrecito Xiao Xiachun —dije sonriendo—. Y cuando te besé yo, ¿por qué no me pegaste una patada?
—Su aliento era asqueroso, pero tu aliento es dulce.
—Eso significa que estabas predestinada a ser mi esposa.
—Xiao Pao, te quiero dar las gracias desde lo más profundo de mi corazón.
—¿Por qué?
—No sé.
—Bien, cariño, tenemos que posponer las palabras amorosas. Cuando salgas, seguiremos hablando.
Tía asomó la cabeza desde la sala de operaciones y le hizo un gesto con la mano a Wang Renmei.
—Ven aquí —le dijo.
—Xiao Pao… —Me agarró la mano.
—No tengas miedo —dije—. Tía me ha dicho que será una pequeña operación. Te haré un caldo de gallina para que te lo tomes en casa después.
—Vale, cuece dos gallinas.
Wang Renmei, antes de entrar a la sala de operaciones, se me quedó mirando. Llevaba puesta una chaqueta mía; le faltaba un botón y en su lugar había unos hilos. Llevaba unos pantalones azules, y los bajos estaban manchados del barro amarillento. Lucía los zapatos marrones de piel que le regaló mi tía.
Me sentí muy triste y mi corazón parecía haberse vaciado. Me senté en el banco polvoriento que estaba en el pasillo; oí los ruidos que producían las piezas de metal al chocar. Imaginé las formas del material médico, el brillo del acero, la frescura de esos aparatos. En el patio trasero del hospital se oyeron las risas de un niño. Me levanté y miré alrededor. Vi a una criatura de unos tres años jugando con dos balones hechos de preservativos. El niño estaba corriendo y dos niñas de la misma edad le perseguían…
Entonces Tía salió de la sala de operaciones y me preguntó con mucha urgencia:
—¿De qué grupo sanguíneo eres?
—Del A.
—¿Y ella?
—¿Quién?
—¿Cómo que quién? —contestó Tía furiosa—. ¿Tu esposa?
—Creo que es O… No, no lo sé…
—¡Carajo!
—¿Qué le ha pasado?
Vi que la bata blanca de mi tía estaba manchada de sangre; mi mente se quedó en blanco. Tía volvió a la sala de operaciones y cerró de un portazo. Pegué la cara a la puerta pero no pude ver nada. No pude oír ningún sonido de Wang Renmei, solo los gritos de Leoncita. Estaba llamando al hospital del distrito para que viniese una ambulancia.
Empujé la puerta con fuerza y cuando se abrió vi a Wang Renmei. Vi que mi tía se remangaba la bata, vi que Leoncita estaba sacando sangre con un tubo muy grueso del brazo de mi tía. La palidez de la cara de Wang Renmei semejaba la blancura del papel.
—Renmei, tienes que ser fuerte…
Una enfermera me empujó hacia fuera.
—Déjame entrar, tú, joder, déjame entrar.
Unos médicos llegaron corriendo. Un doctor de mediana edad que desprendía un aroma a cigarrillo y perfume me llevó a un banco. Me pasó un cigarrillo, me lo encendió y me consoló:
—No te preocupes, la ambulancia del hospital del distrito llegará dentro de poco. Tu tía le hecho una transfusión de 600 centilitros de sangre… No pasará nada grave.
La sirena de la ambulancia llegó. Su ruido era una serpiente gigante que me penetraba en el cuerpo. Entonces llegó un hombre con una bata blanca que llevaba en la mano un maletín médico. Llegó otro hombre con bata blanca y gafas que traía un estetoscopio. Y llegó otro hombre con bata blanca. Y otra mujer con bata blanca. Otro hombre con bata blanca traía una camilla plegable.
Otros hombres con bata blanca entraron en la sala de operaciones; algunos se quedaron en el pasillo. Se movían con rapidez pero parecían muy tranquilos. Nadie me hizo caso, nadie me echó ni un vistazo. Percibí un olor a sangre…
Después, los hombres con bata blanca salieron con parsimonia de la sala. Entraron en la ambulancia uno por uno y el último cogió la camilla plegable.
Me precipité hacia la sala de operaciones. Vi que una tela blanca cubría a Wang Renmei, el cuerpo y la cara. Todo el rostro de mi tía estaba manchado de sangre. Estaba sentada en una silla con mucha tristeza. Leoncita y los demás se quedaron allí paralizados, como troncos de madera. Al principio, no podía oír nada, de repente, parecía que dos abejas hubiesen entrado en mi cabeza.
—Tía, me dijo que no correría ningún peligro, ¿no? —pregunté.
Tía levantó la cabeza, miró de un lado a otro y movió la nariz, su rostro era horroroso. Entonces estornudó de manera escandalosa.
—Querida cuñada, hermano —mi tía se puso en el patio y nos habló sin ninguna expresión en la cara—, vengo a pedir perdón.
La caja de cenizas de Wang Renmei estaba colocada en una mesa en el centro de la habitación principal. Al lado, colocaron un bol lleno de harina blanca de trigo, donde estaban puestos tres inciensos. El humo se extendió por toda la habitación. Me puse el traje militar y un brazalete negro. Abracé a mi hija y nos sentamos en una silla al lado de la mesa. Mi hija llevaba puesto un vestido de luto y de vez en cuando levantaba la cabeza para preguntarme:
—Papá, ¿qué hay en esa caja?
No sabía qué contestar, las lágrimas mojaron mi barba completamente descuidada.
—Papá, ¿dónde está mi mamá? ¿Dónde se ha ido?
—Tu mamá se ha ido a Beijing —dije—. En un par de días iremos a buscarla…
—¿También vendrán los abuelos?
—Sí, iremos todos.
Mis padres estaban serrando una tabla de madera de sauce en el patio. La tabla estaba inclinada, atada a un banco. Mi padre estaba a un lado de pie y mi madre al otro lado sentada. La sierra subía y bajaba, producía continuos ruidos: clic, clic, clic, el polvo de madera bajo el sol volaba sin dirección.
Supe que lo que estaban haciendo era preparar un ataúd para Wang Renmei. Aunque se practicaba la incineración de cadáveres, teníamos que dar sepultura a las cenizas. Sin embargo, no contábamos con un cementerio público. Los que tenían dinero suficiente preparaban un ataúd, metían las cenizas dentro y rompían la caja; los que no tenían dinero enterraban la caja sin más.
Vi que mi tía se puso de pie, pero con la cabeza baja. Vi los tristes rostros de mis padres, vi sus repetidos y mecánicos movimientos. Leoncita, los tres funcionarios de la comuna y mi tía pusieron unos recipientes colorados con pastelitos al lado del pozo. Junto a ellos, había un paquete húmedo que emitía un olor asqueroso, sabía que dentro había pescaditos salados.
—No podíamos imaginar que fuera a pasar esto —dijo el Secretario General de la comuna—. El grupo de expertos del hospital del distrito ha comprobado que las medidas que tomó la señora Wan fueron totalmente correctas, no hubo ningún error. Los métodos de primeros auxilios fueron apropiados. La doctora Wan ofreció 600 centilitros de su propia sangre… Por tanto, lamentamos mucho lo ocurrido, lo sentimos mucho…
—¿No tienes ojos? —Mi padre se enfureció de repente, estaba criticando a mi madre—. ¿No has visto la línea de ahí? La sierra se ha desviado cinco centímetros, ¿no lo has visto? Es que no sabes hacer nada…
Mi madre se levantó afectada; corrió a la habitación llorando con todas sus fuerzas. Mi padre tiró la sierra al suelo, se dobló hacia delante, cogió la tinaja, levantó la cabeza y volcó el agua en su boca. El líquido refrescante se deslizó desde sus labios a su cuello. Cuando llegó a la altura del pecho se mezcló con el polvo dorado de la madera. Terminó de beber, volvió a su sitio, cogió la sierra y empezó a cortar la madera con mucha fuerza.
El Secretario General de la comuna y otros tres funcionarios entraron en la habitación principal le hicieron tres reverencias a la caja de cenizas de Wang Renmei, mostrando un sincero respeto. Uno de los tres funcionarios dejó un sobre amarillo en el fogón.
—Camarada Wan —dijo el Secretario General—, sabemos que la gran pérdida de su mujer es imposible de recuperar con ninguna cantidad de dinero, sin embargo, estos cinco mil yuanes son una insignificante compensación.
—La comuna ha ofrecido tres mil —dijo un chico parecido al Secretario—, los otros dos mil los han puesto el Secretario General Wu y otros jefes de la comuna.
—Cogedlo —dije—. Cogedlo, por favor, no lo necesitamos.
—Entendemos cómo se siente —contestó el Secretario General con tristeza—, no se puede resucitar a los muertos, pero los vivos tenemos que continuar nuestra revolución. La señora Yang nos llamó desde Beijing —prosiguió el Secretario General—, por un lado quería expresar su condolencia, por otro lado, quería saludarles. Además, en tercer lugar, quería que le dijera que sus vacaciones se pueden alargar medio mes más. Cuando termine de despachar todos los asuntos pendientes, puede volver al trabajo.
—Gracias —dije—. Pueden marcharse.
El Secretario General y otros hombres hicieron otra vez una reverencia y salieron por la puerta manteniendo la compostura. Cuando vi sus piernas caminar con mucha rapidez y sus culos grandes y pequeños, mis lágrimas manaron sin control. El llanto de una mujer y el grito de un hombre retumbaron desde el callejón. Supe enseguida que eran mis suegros.
Mi suegro llevaba una horca en la mano que servía para amontonar la paja. Entró escupiendo terribles insultos:
—Vosotros, cabrones, devolvedme a mi hija.
Mi suegra agitaba los brazos en el aire, caminaba a toda prisa. Trató de lanzarse sobre mi tía, pero se tropezó y se cayó al suelo. Se quedó ahí sentada, golpeó la tierra con las dos manos mientras lloraba con mucha tristeza.
—Mi pobrecita hija…, ¿por qué te has marchado tan fácilmente? Si no estás en este mundo, ¿cómo voy a seguir viviendo?
El Secretario General de la comuna acudió a ellos.
—Tío y tía —dijo—, pensábamos ir a su casa. Es una tragedia, también lo sentimos mucho…
Mi suegro golpeó el suelo con el palo de su horca y gritó furiosamente como un energúmeno:
—¡Wan Xiao Pao, tú, cabrón, sal fuera!
Salí con mi hija en brazos y me acerqué hasta mi suegro. Mi hija me cogió del cuello con fuerza y escondió la cara tras mi mejilla.
—Padre… —Me puse delante de él y dije—: Pégueme, por favor… Se lo ruego.
Mi suegro levantó la horca en el aire, pero su mano se quedó allí. Vi unas lágrimas rodar por su barba blanca, sus piernas flaquearon y se arrodilló en el suelo.
—Era una buena chica… —Mi suegro tiró la horca a un lado y lloró desconsolado. Se puso en cuclillas y dijo—: Una chica viva ha muerto en vuestras manos. Menudo crimen habéis cometido… ¿No teméis el castigo del cielo?
Tía se adelantó, se puso entre mi suegro y mi suegra, bajó su cabeza y dijo:
—Mis cuñados, no es culpa de Pao, es culpa mía. —Tía levantó la cabeza—. Fue mi culpa, falta de responsabilidad, fue mi culpa no revisar los anillos anticonceptivos de las mujeres, fue mi culpa no pensar que el cabrón de Yuan Sai dominaría la técnica de sacar el anillo, fue mi culpa no enviar a tiempo a Renmei al hospital del distrito. Ahora espero el castigo de mis superiores. —Tía miró al Secretario General.
—Hemos llegado a una conclusión —dijo el Secretario—. Tío y Tía, analizaremos su recompensa. Sin embargo, la doctora Wan no tiene culpa, fue un puro accidente. Fue por la reacción anormal de su cuerpo. Si la hubiésemos mandado al hospital del distrito, el resultado hubiera sido el mismo. Además —el Secretario General anunció en voz alta al público que entró en el patio desde los callejones—: La planificación familiar es una política nacional básica, no podemos modificar esta política por un accidente. Las mujeres que se quedan embarazadas ilegalmente deben ir a hacerse la operación voluntariamente; las mujeres que intentan concebir ilegalmente y los hombres que quieren perjudicar la aplicación de las medidas de planificación familiar recibirán un castigo muy severo.
—Yo te castigaré primero. —Mi suegra gritó poseída, sacó unas tijeras y pinchó a mi tía en la pierna.
Tía se tapó la herida con las manos. La sangre salió entre sus dedos. Varios funcionarios de la comuna se acercaron, tiraron a mi suegra al suelo, que cayó de espaldas, y le quitaron las tijeras. Leoncita se arrodilló al lado de mi tía, abrió la caja de medicinas, sacó una venda y apretó con mucha fuerza la herida.
—¡Llama a la ambulancia! —dijo el Secretario General.
—¡No hace falta! —dijo mi tía—. Mi cuñada, le di 600 centilitros de mi sangre a tu hija y ahora me cortas con las tijeras. Nuestra deuda de sangre queda saldada con mi propia sangre.
Cuando mi tía empezó a caminar, la sangre caló, todo el vendaje.
—¿Qué hace esta señora? —gritó enfadado el Secretario General—. Si le pasara algo a la doctora Wan, tendría que asumir responsabilidad penal.
Mi suegra vio la sangre en la pierna de mi tía y se asustó. Empezó a golpear el suelo y a llorar ruidosamente.
—No te preocupes, mi cuñada —dijo mi tía—, si me muriese de tétanos, no tendrías que asumir ninguna responsabilidad legal. Tengo que agradecerte que me cortaras con las tijeras, has resuelto mis dudas y has afirmado mis creencias. Avisad a Chen Bi y a Wang Dan para que vengan voluntariamente al hospital —le dijo mi tía a la gente que se acercó al oír tanto bullicio y agitó su mano mojada de sangre en el aire—. ¡Si se han escondido en el cementerio, les sacaré de la tumba!