31

Arkady sacó los cigarrillos de Slezko, que compartía con Karp. La caminata tenía algunos aspectos de un paseo.

—¿Conoces la canción Ginger Mall? —preguntó Karp.

—Sí.

¿Por qué te has depilado las cejas, perra? ¿Y por qué te has puesto el gorrito azul, so puta? —la voz de Karp se alzó al cantar, convirtiéndose en una ronca voz de tenor—. Así éramos Zina y yo. Me trataba a patadas. «Sabes de sobras que estoy loco por ti, me encantaría pasarme toda la vida robando por ti, pero últimamente te estás pasando.»

—Te oí en su cinta.

—Le gustaban mis canciones. Así fue cómo nos conocimos. Yo estaba con unos amigos en el Cuerno de Oro. Cantábamos y lo pasábamos bien, y me di cuenta de que ella me miraba y escuchaba desde el otro lado del restaurante. Me dije a mí mismo: «¡Ésa es para mí!». Se instaló en mi casa una semana después. Se acostaba con todo el mundo, pero los hombres no significaban nada para ella, así que, ¿cómo podía yo sentir celos? Se comportaba haciendo caso omiso de las reglas. Si alguna debilidad tenía Zina, eran sus ideas sobre Occidente, que para ella significaba el paraíso. Era su único defecto.

—Encontré una chaqueta con piedras preciosas escondidas en el forro.

—Le gustaban las joyas —reconoció Karp—. Pero pude ver cómo se hacía el ama del Estrella Polar. No conseguí que la admitiesen a bordo por mucho dinero que les ofreciera. Entonces encontramos a Slava y Zina se encargó de Marchuk. Cuando salimos del puerto, fue abriéndose paso poco a poco. Si te hubiera pretendido, te habría atrapado.

—Ya lo hizo en cierto modo.

La brújula indicaba que andaba directamente hacia el Estrella Polar. Un efecto curioso de la niebla era que parecían no avanzar nada. A cada paso que daban se veían envueltos por la misma periferia de niebla, como si entraran continuamente en el mismo lugar.

El dolor del pecho de Arkady se extendió al resto de su cuerpo. ¡Ave, tabaco, el sedante del pobre! Podía ser que Morgan llamara por radio a Marchuk y le dijese que iban a regresar dos hombres, pero ¿quién podría probar que uno de ellos no se había extraviado, tropezado con un oso o pisado hielo quebradizo, desapareciendo de la reluciente faz de la Tierra?

—¿Conociste a Ridley cuando pasó aquellas dos semanas en el buque? —preguntó Arkady.

—La segunda semana me dijo: «La religión es el opio de las masas». Lo dijo en ruso. Luego dijo: «La cocaína es el negocio de las masas». Se me ocurrieron algunas ideas en aquel mismo momento. Al volver a Vladivostok, le hablé a Zina de esa oportunidad fantástica y le dije que era una lástima que no pudiera embarcar en el Estrella Polar. Pero ella encontró el modo. ¿Qué es el destino? Los pájaros vuelan de un nido en África a una rama en Moscú. Todos los inviernos el mismo nido, todos los veranos el mismo árbol. ¿Es magnético? ¿Los distinguen por el ángulo del sol? Todas las anguilas que hay en el mundo nacen en el mar de los Sargazos, luego cada una de ellas se dirige hacia su corriente de agua predestinada, a veces nadando durante años para llegar. Cuando Zina nació en Georgia, ¿qué la llevó a Siberia, y luego al mar?

—Las mismas cosas que te condujeron a mí —dijo Arkady.

—¿Cuáles?

—El asesinato, el dinero, la codicia.

—Algo más que eso. Algún lugar donde respirar. En este mismo instante tú y yo somos más libres de lo que seremos jamás. Morgan no tomará ninguna medida después de lo que le he hecho a Ridley; él mismo estaba dispuesto a matarle. Yo he tirado al mar el contrabando que llevaba. Hasta ahora no he hecho nada malo.

—¿Y lo de Volovoi? Cuando los de Vladivostok le vean degollado, empezarán a hacer preguntas.

—¡Mierda! No puedo ir por el camino recto aunque quisiera.

—Mala suerte.

Karp arrancó una chupada de su colilla.

—¡Las reglas! Es como la línea azul que ves en la pared en la escuela. Una línea azul en una mierda de pared de yeso. En todas las aulas, en todos los pasillos, en todas las escuelas. Empieza a la altura de los hombros y, a medida que creces, la línea baja hacia el cinturón, pero siempre está allí. Quiero decir que parece extenderse de un extremo a otro del país. En el campo reformatorio, la misma línea. En la oficina de la milicia, la misma línea. ¿Sabes dónde termina? Me parece que en los alrededores de Irkutsk.

—Norilsk, en mi caso.

—Al este de allí ya no hay línea. Tal vez se les acabó la pintura, tal vez no puedes pintar Siberia. ¿Sabes? Lo que más me fastidia es que Ridley se acostara con Zina. Zina siempre tomaba un naipe, una reina de corazones, como si fuera un trofeo. ¿Viste los naipes en la litera de Ridley? Miré toda la baraja, y la reina de corazones no estaba. Así fue cómo supe que Zina estuvo en el Eagle.

Arkady se subió la manga de la chaqueta y dio a Karp un naipe con una reina estilizada que llevaba una túnica de corazones.

—La escamoteé antes de extender la baraja —dijo Arkady.

—¡Imbécil!

—Tardaste una eternidad en darte cuenta.

—¡Cerdo! —Karp se detuvo y se quedó mirando fijamente el naipe, sin poder dar crédito a sus ojos—. Tú eres el único hombre al que tenía por honrado.

—No —rechazó Arkady—. No lo soy cuando me encuentro atrapado por un hombre armado con un hacha. De todos modos, dio resultado; averiguamos quién la mató.

—¡Tramposo de mierda pese a todo! —Karp arrojó el naipe lejos de sí.

Siguieron andando.

—¿Te acuerdas del director del matadero? —preguntó Karp—. Sus hijas criaron un reno como si fuera un perrito, y un día el reno se metió en un corral que no era el suyo y las chicas lo buscaron por todo el matadero. ¿Quién es capaz de distinguir un reno muerto de otro? Una de las chicas se fue después de aquello. Era la que me gustaba.

Ante ellos, más pronto de lo que Arkady esperaba y más visible a cada paso, estaba el agujero para respirar. En una superficie sin otros accidentes, aparecía como un charco negro rodeado de hielo rojo, una interrupción sorprendente en la neblina.

De forma automática, Karp aflojó el paso y empezó a mirar a su alrededor.

—Deberíamos habernos emborrachado juntos alguna vez, tú y yo solos.

Tiró la colilla al agua. Arkady tiró la suya también y pensó que estaba contaminando el mar de Bering, que era una infracción más.

—Morgan llamó por radio al Estrella Polar y les dijo que esperase a los dos —le recordó a Karp.

—Eso suponiendo que consiguiera reparar su radio. De todos modos, estos parajes son peligrosos. Una llamada no significa nada.

El agujero era más circular de lo que Arkady recordaba. Tenía sólo dos metros de diámetro, pero daba definición a la niebla. Acababan de alcanzar un polo de inaccesibilidad. Parte del hielo aparecía empapado en sangre, parte teñido de color de rosa. Las aguas negras lamían rítmicamente los bordes. Arkady sospechaba que allí latía un pulso, un pulso que un hombre podía descubrir si observaba durante el tiempo suficiente.

—La vida es una mierda —reflexionó Karp.

Con un puntapié de lado, derribó a Arkady, se sentó a horcajadas sobre su espalda y empezó a retorcerle la cabeza. Arkady se volvió boca arriba y asestó un codazo a la mandíbula de Karp, haciéndole caer.

—Tengo la sensación de que hace una eternidad que trato de matarte —dijo Karp.

—Pues déjalo correr.

—Ahora no puedo —contestó Karp—. De todos modos, he visto a tipos heridos antes de ahora. Creo que estás más grave de lo que piensas.

Golpeó a Arkady en el pecho, directamente sobre la herida, y fue como si uno de los pulmones se hundiera. Arkady no podía moverse, Karp volvió a pegarle y Arkady creyó que todo el aire abandonaba su cuerpo.

Karp le obligó a volverse boca abajo, se sentó sobre él y le empujó hacia el borde del hielo.

—Lo siento —dijo, sumergiendo la cabeza de Arkady en el agua.

Burbujas de aire salieron de su boca, como una explosión, y Arkady vio aire plateado en sus pestañas y sus cabellos. El agua estaba increíblemente fría, como hielo recién derretido, salada pero cristalina en vez de negra, ampliando la imagen de Karp cuando se inclinaba hacia delante para hundir más a Arkady. Parecía sentirlo de verdad, como un hombre que estuviera administrando un bautismo desagradable pero necesario. La mano de Arkady salió del agua, agarró el jersey de Karp y tiró de él hacia abajo.

Al echarse Karp hacia atrás, Arkady sacó la cabeza del agua, respirando trabajosamente, empuñando con la otra mano el pico para cortar hielo con que Ridley le había herido, y apretó la punta manchada contra el cuello de Karp, entre la mandíbula y la vena abultada. Karp puso los ojos en blanco al esforzarse por vigilar el astil. Arkady pensó que por qué no le mataba allí mismo, apretando el pico con todo su peso, perforando la vena y apretando más hasta alcanzar la espina dorsal. Se encontraban cara a cara; ¿qué momento podía ser mejor para matarle?

Karp se desplomó sobre un costado. No tenía más heridas que un rasguño, pero parecía haber perdido todas sus fuerzas, como si la gravedad de toda una vida hubiera caído súbitamente sobre su pecho.

—Ya basta —dijo.

—Vas a congelarte. No tardarás mucho —observó Karp. Estaba sentado junto al agua, las piernas cruzadas, descansando con un cigarrillo como un siberiano—. Tienes la chaqueta empapada. Dentro de poco parecerás un bloque de hielo que anda.

—Vamos, pues —apremió Arkady.

Ya era difícil elegir entre el dolor sordo de la herida y los escalofríos.

—Estaba pensando —Karp no se movió—. ¿Cómo crees que habría sido la vida de Zina de haberse salido con la suya? Es una de esas cosas con las que puedes pasarte soñando el resto de tu vida. ¿Alguna vez has conocido a alguien que se pasara al otro lado?

—Sí, pero no sé cómo le va.

—Al menos puedes preguntártelo —Karp expulsó una bocanada de humo del mismo color que la niebla; parecía rodeado de un mundo de humo—. He estado pensando. Pavel ya se está cagando como un conejo. Tienes razón: cuando volvamos a Vladivostok, no pararán hasta que alguien hable… Pavel o uno de los otros. Lo mismo da que regreses o no; estoy acabado.

—Confiesa que hacías contrabando —aconsejó Arkady—. Testifica y sólo te echarán quince años por lo de Volovoi, y puede que salgas después de diez.

—¿Con mis antecedentes?

—Has sido capataz principal.

—¿Del mismo modo que tú has sido trabajador en la factoría principal? Ganadores de competiciones socialistas, tú y yo. No, lo considerarán un asesinato con agravantes. No quiero perder mis dientes en un campo de trabajo. No quiero que me entierren en un campo de trabajo. ¿Has visto alguna vez aquellas parcelas pequeñas que hay junto a las alambradas? Unas cuantas margaritas para los desdichados que nunca salieron del campo. Eso no es para mí.

En los cabellos y las cejas de Arkady se había formado hielo. La chaqueta también aparecía cubierta de hielo, y cuando se movía, las mangas crujían como cristales rotos.

—Alaska resulta un poco inalcanzable. Vámonos, ya hablaremos durante el camino de vuelta al buque. Andar nos ayudará a entrar en calor.

—Toma —Karp se levantó y se quitó el jersey—. Necesitas algo seco.

—¿Y tú?

Karp le ayudó a quitarse la chaqueta y ponerse su jersey. El capataz llevaba otro jersey debajo.

—Gracias —dijo Arkady. Junto con los chalecos salvavidas, el jersey quizá le proporcionaría suficiente aislamiento—. Si andamos con bastante rapidez, puede que consigamos llegar los dos.

Karp quitó el hielo que Arkady llevaba en el pelo.

—Alguien que ha estado en Siberia tanto tiempo como tú debería saber que la mayor parte del calor se pierde por la cabeza. Dentro de un minuto tendrás las orejas congeladas. No se hable más —le puso su gorro a Arkady y le tapó las orejas con él.

—¿Qué te quedas tú? —preguntó Arkady.

—Los cigarrillos —Karp sacó el paquete de la chaqueta antes de devolverla—. A veces me preocupas. Tiene que haber uno que esté seco.

Partió un cigarrillo en dos y encendió la mitad seca con la colilla que estaba a punto de tirar. Aunque Arkady experimentaba la sensación de tener la sangre congelada, Karp no parecía sentir frío.

—¡Qué gozada! —expulsó humo—. Uno de los letreros del campamento decía: «¡Regocijaos en el trabajo!», y otro: «¡El trabajo os hace libres!». Hacíamos cámaras, ¿sabes?… Marca «Nueva Generación». Búscalas.

—¿Vienes?

—El último día en Vladivostok, Zina y yo fuimos de excursión a las afueras de la ciudad, a los acantilados sobre el mar. Allí está aquel faro, en el cabo, que parece un castillo gris a punto de hacerse a la mar, con una luz roja y blanca encima. Es fantástico, Renko. Las olas se estrellan contra los pies del acantilado. Las focas asoman la cabeza a la superficie. Arriba, en el acantilado, los pinos están doblados a causa del viento. Ojalá hubiera llevado una cámara en aquel momento.

Sujetando el cigarrillo entre los labios, Karp se quitó el otro jersey. Daba la impresión de ir vestido todavía debido a los tatuajes de urka que le cubrían el torso y los brazos hasta el cuello y las muñecas.

—¿No vienes? —preguntó Arkady.

—O puedes adentrarte en los bosques. No es la taiga; no es lo que la gente espera. Es un bosque mixto…; abetos y arces en las colinas, ríos de corriente lenta, con lirios de agua. Te entran ganas de dormir en el bosque, para poder oír al tigre. Nunca ves uno y, de todos modos, es una especie protegida. Pero oír un tigre de noche… nunca lo puedes olvidar.

Karp surgió desnudo de los pantalones y las botas. Se metió la colilla del cigarrillo en la boca. Estaba fumando un rescoldo. Sus tatuajes se hicieron más visibles al enrojecer la piel por efecto del frío.

—No lo hagas —advirtió Arkady.

—Lo principal es que nadie puede decir que alguna vez le hice daño a Zina. Ni una sola vez. Si quieres a alguien, no le haces daño y no huyes corriendo. Tarde o temprano Zina hubiese vuelto.

El aire frío hacía que los tatuajes pareciesen recientes. Dragones orientales trepaban por los brazos de Karp, garras verdes se extendían desde los pies, mujeres azules se abrazaban a sus muslos, y cada vez que exhalaba aliento, el buitre le picoteaba el corazón. Más vívidas eran las cicatrices blancuzcas, las señales que le habían quedado en el pecho al quemarle las acusaciones. Su frente estrecha aparecía cruzada por una franja lívida. El resto de la piel se estaba volviendo roja, los músculos temblando y saltando al reaccionar al frío, dando vida a cada uno de los tatuajes. Arkady recordó lo mal que lo había pasado en la bodega del pescado, pese a ir vestido. A cada segundo era visible que a Karp le costaba más esfuerzo y más concentración pronunciar una palabra, incluso pensar.

—Vuelve conmigo —dijo Arkady.

—Volver ¿a qué? ¿Para qué? Tú ganas —los temblores eran ya tan violentos, que Karp apenas podía tenerse en pie, pero dio una última y ardiente chupada al cigarrillo antes de tirar al agua una colilla que no era más que una chispa. Extendió los brazos triunfalmente—. Sonrío al enemigo con mi expresión de lobo, mostrando los raigones podridos de mis dientes. Ya no somos lobos —sonrió a Arkady, aspiró hondo y se zambulló.

Arkady pudo ver a Karp nadando en línea recta hacia abajo, dando poderosas brazadas, dejando una estela de glutinosas burbujas de aire. Los tatuajes parecían apropiados, más escamas que piel en el agua crepuscular debajo del hielo. Al llegar a unos cuatro metros de profundidad, pareció detenerse un momento, hasta que soltó todo el aire que llevaba en el pecho y descendió hacia el siguiente y más oscuro estrato de agua. Allí, una corriente le atrapó y empezó a ir a la deriva.

En las suelas de los pies de Karp no había tatuajes. Después de desaparecer el resto de su cuerpo, Arkady siguió viendo los pies que todavía nadaban, dos peces claros en las aguas negras.