La primera señal de que se acercaban a la región de los hielos fueron unos cuantos témpanos lisos y blancos como el mármol flotando en las aguas negras y, aunque el Estrella Polar y los cuatro pesqueros que lo acompañaban navegaban fácilmente con el viento del norte de cara, reinaba a bordo una sensación mayor de aprensión y aislamiento. Bajo cubierta se oía ahora un ruido nuevo, el del hielo rozando la línea de flotación. En cubierta la tripulación se echaba atrás para estudiar los aparatos instalados sobre la caseta del puente y las grúas de pórtico: las barras que giraban lentamente, las antenas en forma de estrella, las de látigo y línea del radar, de alta frecuencia, de onda corta, de dirección por satélite. La sensación de realidad distante fue adquiriendo importancia a medida que los témpanos aislados dieron paso a un interminable laberinto de témpanos de mayor tamaño, circulares y lisos. Los pesqueros navegaban en línea detrás del Estrella Polar, especialmente el Eagle, que había sido construido para que surcara las aguas cálidas del golfo de México y no las heladas del mar de Bering.
Al caer la noche, el viento soplaba ya con más fuerza, como si se deslizara con mayor rapidez sobre el hielo que sobre el agua, y traía una llovizna que se helaba sobre el parabrisas del puente. Durante toda la noche la tripulación quitó el hielo de las cubiertas utilizando mangueras y el agua caliente de las calderas. Los arrastreros, que eran aún más vulnerables al peso desestabilizador del hielo, hicieron lo mismo, y tenían el aspecto de un desfile humeante que avanzaba en la oscuridad.
Al amanecer, el Alaska Miss, cuyas hélices habían resultado dañadas por un témpano, giró para volver al puerto de salida. Los otros arrastreros se quedaron porque la pesca estaba allí. Bajo la luz de la mañana vieron que los témpanos se habían unido y formaban ahora una compacta masa de hielo. Más adelante se extendía una concha blanca y sin rasgos sobresalientes bajo un arco azul; tras la popa del Estrella Polar quedaba abierto un camino de aguas negras en el que los pesqueros, separados por un par de millas unos de otros, echaban sus redes. Algunos peces, sobre todo el lenguado, se agrupaban en el fondo del océano, cerca del borde de la masa de hielo, formando varias capas superpuestas. Surgían del agua redes que pesaban treinta o cuarenta toneladas, y los cristales de hielo lo cubrían todo en seguida: el pescado, las redes y las tiras de plástico, por lo quedaba la impresión de que los pesqueros arrancaban piedras preciosas del mar. En cierto modo era así. Los norteamericanos se estaban enriqueciendo y los soviéticos doblaban su cupo diario.
A pesar de ello, la bandera del Estrella Polar colgaba a media asta. El cupo entero del viaje había sido dedicado a la memoria de Fedor Volovoi. Se enviaron mensajes de condolencia a la familia del muerto; se recibieron mensajes de apoyo del cuartel general de la flota en Vladivostok y de las oficinas de la compañía en Seattle. La célula del partido había nombrado a un deprimido Slava Bukovsky para que desempeñara las funciones de oficial político. Volovoi haría el viaje de vuelta en el almacén de provisiones número dos, metido en una bolsa de plástico junto a la que contenía el cuerpo de Zina Patiashvili, que había sido trasladado, ya que se necesitaría todo el espacio de la bodega para el pescado. A bordo circulaban rumores de que el primer oficial tenía la garganta algo más que sencillamente quemada. Como representante sindical encargado de rellenar impresos cuando se producía una defunción, Slava negó los rumores, pero con todas sus nuevas obligaciones el tercer oficial parecía más afligido por la depresión que inspirado por la oportunidad. En cuanto a Arkady, le dolía el cuerpo a causa de los golpes que le propinara Karp, pero el dolor no era más fuerte que si se hubiera caído por una escalera muy larga.
En la factoría, media tonelada de lenguado de aleta amarilla bajaba como una inundación por el conducto de vertido cada diez minutos, para ser destripado, limpiado y cortado. Entre el pescado había tanto hielo, que Obidin, Malzeva, Mer y los demás tenían los brazos entumecidos por el frío. Por encima del ruido de las sierras y del murmullo incesante de tonadas alegres que emitía la radio, se oía el hielo golpeando el casco del buque. La proa rompehielos del Estrella Polar estaba pensada para abrirse paso por una masa de hielo de un metro de espesor. A pesar de ello, el casco protestaba. Toda la estructura del buque se estremecía, y algunas planchas se doblaban adentro y afuera como el parche de un tambor.
Una y otra vez, mientras pasaba pescado por la sierra, Natasha dirigía una mirada interrogativa a Arkady, pero él escuchaba el avance del buque, venciendo la resistencia del hielo y estallando luego bajo la proa con un ruido como el de la tierra al hendirse durante un terremoto.
Marchuk daba la impresión de haber escalado una montaña. La niebla, que nunca estaba lejos, había vuelto en forma de una neblina que se helaba en el parabrisas del puente, y el capitán había salido al puente de gobierno. El hielo llenaba todos los pliegues de su chaquetón, de los guantes, de la gorra y de las botas, a la vez que en su barba se veía el trémulo resplandor de la escarcha al derretirse. Ahora, de pie detrás de su mesa de despacho, el agua empezaba a formar un charco en el suelo. A juzgar por sus orejas enrojecidas, Marchuk no había cambiado su gorra por el pasamontañas de lana que usaban sus subordinados. Anton Hess no había salido a cubierta, pero, a pesar de ello, llevaba dos jerseys y guantes del mismo tipo que los de Marchuk. Un buque soviético tiene un buen sistema de calefacción —la gloria de un hogar ruso es el calor—, pero nada permanecía caliente en la región de los hielos. Debajo de la frente y del pelo alborotado, los ojos de Hess aparecían hundidos a causa del agotamiento. Dos hombres fuertes, pero ambos mostraban una expresión de inseguridad, incluso de temor. Por primera vez en su vida navegaban sin ser vigilados por un perro guardián del partido: peor aún, llevaban un perro guardián muerto en la cámara de congelación.
De pie en la alfombra, al lado de Arkady pero procurando aparentar distanciamiento, se encontraba Slava Bukovsky. El grupo era el mismo que ya en otras ocasiones se había reunido en el camarote del capitán, con una excepción obvia.
—Os pido disculpas por no haberos llamado cuando levamos anclas —dijo Marchuk—. Las cosas no estaban claras. Además, tengo que prestar toda mi atención a la radio cuando nos acercamos a las masas de hielo. Los norteamericanos no están acostumbrados al hielo, de manera que tengo que llevarles cogidos de la mano. Vamos a ver, camarada Bukovsky, he leído tu informe, pero quizás a los aquí presentes les gustaría escucharlo.
Slava aprovechó la oportunidad para dar un par de pasos al frente y alejarse un poco más de Arkady.
—Mi informe se basa en el de los norteamericanos. Lo tengo aquí.
En cuanto Slava abrió su cartera, los papeles cayeron sobre la alfombra. A Arkady se le ocurrió que Marchuk, de haber tenido cola, la hubiese meneado.
El tercer oficial encontró el papel que buscaba y se puso a leerlo en voz alta:
—«Las autoridades competentes de Dutch Harbor…»
—¿Quiénes son las autoridades competentes? —le interrumpió Hess.
—El jefe de los bomberos. Dijo que parecía un incendio no provocado —Slava continuó leyendo—: «Al nativo llamado Mijail Krukov se le había advertido muchas veces que era peligroso utilizar materiales volátiles para construir embarcaciones, y se encontraron rastros de una lámpara de queroseno, de gasolina y de alcohol. El accidente ocurrió en una construcción de cemento que databa de la guerra, un búnker sin ventilación suficiente y sin dispositivos de seguridad para el generador que Krukov utilizaba.» Al parecer, los nativos han hecho suyas, sin el permiso correspondiente, varias estructuras militares abandonadas. Krukov era muy conocido en la localidad por las embarcaciones que construía. Los norteamericanos dan por sentado que le estaría enseñando una de ellas a Volovoi, que los dos hombres compartieron una botella y que en aquel espacio cerrado se produjo algún accidente a causa del cual la lámpara de queroseno se rompió, encendiendo la materia tóxica que, a su vez, hizo explosión. Al parecer, Fedor Volovoi murió en el acto a causa de los cristales que la explosión hizo volar por los aires. Según parece, el nativo pereció por las quemaduras que recibió y los gases que inhaló.
—¿Mijail Krukov? —Marchuk alzó las cejas—. ¿Un nombre ruso?
—Le llamaban Mike —aclaró Slava.
—¿Estaban borrachos? —preguntó Hess—. ¿Es eso lo que dan a entender las autoridades competentes?
—Es bien sabido que sus nativos, al igual que los nuestros, abusan del alcohol —explicó Slava.
Marchuk sonrió igual que un hombre que acabara de oír un chiste mientras caminaba hacia el patíbulo. Luego dirigió la sonrisa hacia Arkady.
—Volovoi no bebía y detestaba las embarcaciones. Pero es lo que dice el informe y es lo que tengo que comunicarles a los de Vladivostok. No sé por qué, pero me da la impresión de que tú podrías añadir algo.
El buque se estremeció al chocar con un témpano mayor que los otros. Arkady esperó hasta que el suelo y los mamparos dejaron de vibrar y dijo:
—No.
—¿Nada? —preguntó Marchuk—. Te considero un hombre del que siempre cabe esperar alguna sorpresa.
Arkady se encogió de hombros y, como quien tiene una ocurrencia tardía, preguntó a Slava:
—¿Quién encontró los cadáveres?
—Karp.
—Karp Korobetz, un capataz —explicó el capitán a Hess—. Estaba buscando a Volovoi en compañía de un mecánico del Eagle.
—Ridley —precisó Slava—. Le enseñó a Karp el camino para llegar al búnker.
—¿A qué hora descubrieron los cadáveres? —preguntó Arkady.
—Sobre las diez —contestó Slava—. Tuvieron que derribar la puerta para entrar.
—¿Lo has oído? —preguntó Marchuk a Arkady—. Tuvieron que derribar la puerta. Estaba cerrada con llave desde dentro. Es el detalle que más me gusta.
—¿Karp y Ridley entraron en el búnker? —preguntó Arkady a Slava—. ¿Echaron un vistazo al interior?
—Supongo que sí.
Slava pegó un bote al golpear Marchuk la gorra contra una bota para sacudir el agua. El capitán volvió a ponerse la gorra y encendió un cigarrillo.
—Sigue, sigue —dijo a Slava.
—Encontraron a Volovoi en la habitación principal del búnker y al norteamericano en la segunda habitación. En esta última había una especie de escotilla, pero no encontraron ninguna escalera.
—No había forma de subir desde dentro —concluyó Marchuk—. Es como un misterio.
—No tuve ocasión de ver muchas cosas de Dutch Harbor —dijo Arkady.
—¿De veras? —preguntó Marchuk.
—No vi que estuvieran muy bien provistos en lo que se refiere a instalaciones sanitarias y cosas de este tipo —prosiguió Arkady—. ¿Algún médico examinó los cadáveres?
—Sí —repuso Slava.
—¿En un laboratorio?
—No —Slava se puso a la defensiva—. Era obvio que se había producido un incendio seguido de una explosión, y los cadáveres estaban tan quemados que apenas pudieron sacarlos de allí.
—¿Los norteamericanos están conformes? —preguntó Arkady.
Marchuk dijo:
—Tendrían que llevar los cadáveres en avión al continente, y nosotros no vamos a permitir que se lleven el cadáver de Volovoi. Lo examinarán en Vladivostok. De todos modos, el capitán Morgan ha aceptado el informe.
—Es sólo curiosidad —intervino Arkady—, pero me gustaría saber quién llegó al lugar del incendio después de Korobetz y Ridley…
—Morgan —dijo Slava, leyendo en el informe—. ¿Tú también aceptas el informe? —preguntó Arkady a Marchuk.
—Desde luego. Mueren dos hombres, uno de los suyos y uno de los nuestros, y casi todos los indicios hacen pensar que se emborracharon y murieron abrasados por el incendio que ellos mismos provocaron. Es la clase de asunto feo que ni a los norteamericanos ni a nosotros nos interesa que trascienda. Así que lo ocultamos de común acuerdo. La cooperación es el lema de una empresa conjunta.
El capitán desvió su atención hacia Slava.
—Volovoi era un verdadero estúpido. Espero que seas un digno sucesor suyo —se inclinó hacia delante, dirigiéndose de nuevo a Arkady—: Pero ¿qué crees que representará esto para mí, volver a Vladivostok con dos de mis tripulantes metidos en bolsas de plástico? ¿Tienes idea de la que se va a armar? ¿Adónde me destinarán? ¿A una de esas barcazas que se usan para verter basuras en el mar? En Kamchatka todavía trasladan los troncos haciéndolos flotar río abajo. Quizá me reserven un buen tronco.
—Tú bajaste a tierra con mi permiso —recordó Hess a Arkady—. La versión oficial será que continuabas buscando información sobre la muchacha muerta, Zina Patiashvili.
—Gracias. Me sentó muy bien volver a pisar tierra firme.
—Pero ahora tenemos tres muertos en lugar de uno sólo —prosiguió Hess—, y como uno de ellos era el vigilante defensor del partido, éste querrá hacemos sus propias preguntas cuando volvamos a casa.
—No sé por qué —Marchuk miró fijamente a Arkady—; no sé por qué, repito. Me parece que todo lo ocurrido tiene que ver contigo. Subes a bordo y muere alguien. Bajas a tierra y mueren otras dos personas. Comparado contigo, Jonás era un rayo de sol.
—Mira, lo que queremos preguntarte es dónde estabas —dijo Hess—. Volovoi salió del hotel para buscarte. Luego nadie puede encontrarles, ni a ti ni a él, y cuando volvemos, vemos que el comisario, está en lo alto de una colina, muerto abrasado, con un indio…
—Un aleuta —corrigió Slava—. Lo dice en mi informe.
—Lo que sea; un nativo, con el que Volovoi apenas había hablado anteriormente. ¿Qué hacía Volovoi bebiendo, cosa rara en él, con un constructor de embarcaciones en la cima de una colina? ¿Por qué estaba allí arriba cuando andaba buscándote a ti? —preguntó Hess a Arkady.
—¿Quieres que trate de averiguado?
La respuesta hizo que Hess sonriera de pura apreciación profesional, como si acabara de ver a un guardameta parar una pelota que prácticamente ya estaba dentro, y lanzada luego a la portería contraria de un solo puntapié.
—No, no —rechazó Marchuk—. No nos ayudes más. Ya veo las caras que pondrían en Vladivostok si intentáramos explicarles por qué te habíamos encargado la investigación de la muerte de Volovoi. De eso se ocupará el camarada Bukovsky.
—¿Otra vez? Enhorabuena —dijo Arkady a Slava.
—Ya he interrogado al marinero Renko —aclaró Slava—. Dice que al separarse de Susan, estaba bebido y se sentía mal. Salió hacia la parte posterior del hotel y perdió el conocimiento. Luego no recuerda nada hasta que se encontró en el agua, habiéndose caído desde el muelle.
Marchuk dijo:
—Izrail, el encargado de la factoría, me dijo que estabas borracho en la bodega del pescado el otro día y que estuviste a punto de morir congelado. No me extraña que perdieras el carné del partido.
—Los borrachos que disimulan son los peores —sentenció Arkady—. Pero, capitán, hace un momento has dicho que aceptabas el informe de los norteamericanos, el que dice que hubo un incendio no provocado. Entonces, ¿qué va a investigar el camarada Bukovsky?
—Voy a reunir nuestros propios datos —anunció Slava—. Eso no quiere decir, por fuerza, que vaya a hacer preguntas.
—Es el mejor tipo de investigación —Arkady asintió con la cabeza—. Una línea recta sin curvas peligrosas —y dirigiéndose a Hess—: A propósito, ¿podrías devolverme mi cuchillo? Lo tomaste antes de que desembarcáramos.
—Tendría que buscarlo.
—Pues búscalo, por favor. Es propiedad del Estado.
Marchuk aplastó su cigarrillo en un cenicero y miró hacia la portilla llena de hielo.
—Bueno, una vez más tus días de investigador han terminado. La muerte de Zina Patiashvili es un caso cerrado hasta que lleguemos a casa. Caballeros, los peces nos esperan —se levantó, se echó la visera sobre la frente, recogió la colilla retorcida y la usó para encender otro cigarrillo. Todo el mundo fumaba Marlboro desde la escala en Dutch Harbor—. Me caes bien, Renko, pero tengo que decirte que, si nuestro camarada Volovoi no murió en el incendio, si, por ejemplo, le degollaron, serías el primero de quien sospecharía yo. No entendemos cómo pudiste matar a dos hombres ni cómo lograste escapar del incendio. Me gusta la forma en que caíste al agua. El agua disiparía el olor a humo y se llevaría las briznas de hierba de tus botas —se levantó el cuello del chaquetón—. Me esperan mis norteamericanos. Es como ayudar a unas niñas pequeñas a cruzar un estanque helado.