Arkady siguió gustosamente a Slava hacia popa. Casi podía ver la escena: una figura solitaria junto a la barandilla, un pesquero a media distancia, el mar negro fundiéndose con la niebla gris. Era un cambio después de la claustrofobia.
—Echa un vistazo por ahí —dijo Slava—. Dicen que eres un experto.
—Bueno —Arkady obedeció la orden y se volvió, aunque no había mucho que ver; cabrestantes y abrazaderas iluminados por tres lámparas que incluso a mediodía brillaban como lunas ponzoñosas.
En medio de la cubierta había una escalera abierta que conducía a un descansillo situado directamente encima de la rampa de popa. Las rampas de popa eran una característica de los modernos pesqueros de arrastre: la rampa del Estrella Polar empezaba en la línea de flotación y formaba un túnel que subía hasta la cubierta de descarga situada en el otro lado de la superestructura de popa. Lo único que Arkady podía ver de la rampa era la parte que quedaba debajo del pozo, y lo único que alcanzaba a ver de la cubierta de descarga era la parte superior de las plumas de carga y las grúas más allá de la chimenea. Alrededor de ésta había barriles de aceite, cables de repuesto y estachas. En la cubierta de botes había lanchas salvavidas colgadas de pescantes. A un lado se almacenaba material para casos de alarma: hachas de bombero, un pico, garfios y palas, como si pudiera combatirse el fuego igual que se lucha contra tropas extranjeras.
—¿Y bien? —apremió Slava—. Según la chica, Zina se dirigía hacia aquí. Como un personaje de cuento de hadas.
Se detuvo a media zancada y, bajando la voz, dijo:
—Susano.
—¿Su-san? —preguntó Arkady. Era un nombre que se prestaba a pronunciar como si fuese ruso—. ¡Chist! —Slava se ruborizó.
La figura que estaba junto a la barandilla vestía una chaqueta de lona con capucha, pantalones sin forma y botas de goma. Arkady siempre había evitado a los norteamericanos. Raramente bajaban a la factoría, y en cubierta Arkady tenía la sensación de que le estaban vigilando, que esperaban que tratara de establecer contacto con los norteamericanos, que les comprometiese, cuando no que se comprometiera a sí mismo.
—Está tomando una red.
Slava obligó a Arkady a detenerse a una distancia respetuosa.
De espaldas a ellos, Susan Hightower hablaba por una radio que sostenía en la mano. Parecía alternar las respuestas en inglés al Eagle con las instrucciones en ruso al puente del Estrella Polar. El pesquero iba acercándose, empujado por las olas. Al oírse un traqueteo abajo, Arkady se asomó al pozo y pudo ver un cable con boyas rojas y blancas que se arrastraba por la pendiente herrumbrosa de la rampa.
—Si Susan está trabajando —dijo—, podemos hablar con los otros norteamericanos.
—Es la representante jefe. Por pura cortesía, primero tenemos que hablar con ella —insistió Slava.
¿Cortesía? Ahí estaban los dos, tiritando y sin que nadie les hiciera caso, pero Slava era presa de los convencionalismos sociales.
En el agua, el cable se tensó a lo largo de veinticinco, cincuenta, cien metros, cada boya flotando en la cresta de su propia ola. Cuando el cable alcanzó toda su extensión, el pesquero norteamericano se acercó al costado de babor y siguió navegando al mismo ritmo que el buque factoría.
—Esto es muy interesante —anunció Slava con entusiasmo.
—Sí —Arkady se volvió de espaldas al viento.
En aquella longitud no había tierra entre el Polo Norte y el Polo Sur, y las brisas se levantaban rápidamente.
—Ya sabes que en la flota soviética nos acercamos mucho para transbordar el pescado —prosiguió Slava—. Hay barcos con el casco abollado de…
—Sí-dijo Arkady, —los cascos abollados son el distintivo de la flota soviética.
—Este sistema que nos enseñaron los norteamericanos, el que consiste en que los cascos no se toquen, es más limpio, pero también más complicado y exige mayor habilidad.
—Como el coito entre arañas —dijo Susan sin volver la cabeza.
Arkady contempló admirado la operación. Desde el arrastrero un pescador de brazos fuertes lanzó un garfio encima del cable de arrastre. Otro pescador hizo pasar el cable a lo largo de la borda hasta la popa, donde una red llena de pescado cubría la angosta cubierta del arrastrero.
—Van a establecer la conexión —dijo Susan por radio, hablando en ruso.
¿«Como el coito entre arañas»? Arkady pensó que la comparación era interesante. Un orinque era un cable relativamente delgado. No sólo había cierta distancia entre las dos embarcaciones, sino que, además, las dos se movían en direcciones opuestas. Si se separaban demasiado, el cable se partiría a causa de la tensión; si no se separaban lo suficiente, la red no saldría del pesquero o caería al fondo, donde la fuerza de la tensión también podía romper el cable, con la consiguiente pérdida de aparejo y pescado por valor de cien mil dólares norteamericanos.
—A punto de entrar —dijo Susan cuando la red salió de la cubierta del arrastrero.
Al instante, el peso de la captura hizo que el Estrella Polar aflojara la velocidad medio pudo. El arrastrero cambió su rumbo y empezó a alejarse mientras los cabrestantes del buque factoría comenzaban a recoger el cable.
Susan apenas miró a Arkady cuando éste se colocó a su lado junto a la barandilla. Arkady pensó que debía de llevar varios jerseys y pantalones unos sobre otros para aparecer tan deforme, ya que su rostro era delgado. Tenía los ojos de color castaño y la expresión concentrada de una equilibrista a quien el resto del mundo le importa un comino.
—Cincuenta metros —decía en ruso.
Las gaviotas empezaban a congregarse sobre el buque. Era el misterio de siempre: en un momento dado no se veía ni un pájaro y luego, súbitamente, aparecían decenas de ellos, como si la niebla fuera la capa de un ilusionista.
Detrás de su vanguardia de boyas, la red surcaba las aguas hacia el Estrella Polar, la cabellera de plástico anaranjado y negro reluciente y mojada. Detrás de ellos, uno de los encargados de la operación cruzó la cubierta y bajó corriendo la escalera hasta ocupar su puesto en el descansillo situado sobre la rampa. El cable delgado se alzó, tenso y chorreando agua. Las boyas rebotaban sobre la rampa. Arrastrada por su brida de acero, la red surgió del agua y fue a posarse en el borde inferior de la rampa.
—¡Más despacio! —ordenó Susan en ruso.
El Estrella Polar redujo su velocidad hasta casi ponerse al pairo. Era necesario proceder con cuidado al recoger treinta toneladas de pescado que perdía su capacidad de flotar y pesaba el doble al salir del agua. Un poco más de tensión en el cabrestante que tiraba de la red hacia el buque, y el cable podía partirse. Por otro lado, una detención en seco podía arrojar la red hacia la hélice. Poco a poco el cable colocó la carga sobre la rampa mientras el buque seguía navegando con gran lentitud. La red llena de pescado se detuvo como si estuviera agotada, chorreando agua mientras de ella salían cangrejos y estrellas de mar.
—¿Eres de la factoría? —preguntó Susan a Arkady.
—Sí.
—El misterioso hombre de las profundidades. Slava tiró de Arkady hacia la barandilla de la escalera. —No la molestes ahora.
Desde lo alto de la escalera miraron hacia el encargado de la operación mientras la puerta de seguridad de la rampa se alzaba y dos hombres con casco, chaleco salvavidas y cables alrededor de la cintura arrastraban gruesos cabos de rampa abajo, hacia la red. Cuanto más se acercaban a ésta, más se curvaba la rampa hacia el agua. Un reflector iluminaba el punto donde la rampa llegaba a su fin y esperaba el vientre de la red.
Uno de los dos hombres gritó, resbaló y se aferró al cable salvavidas. Era un marinero llamado Pavel y tenía los ojos en blanco a causa del miedo.
El encargado le animó desde el descansillo:
—Pareces un borracho en una pista de baile. A lo mejor te gustaría tener unos patines.
—Karp —dijo Slava en tono de admiración.
Los hombros de Karp parecían a punto de reventar su jersey. Volvió su voluminosa cabeza hacia ellos y sonrió, mostrando varios dientes de oro. Él y su equipo estaban trabajando un turno extra, otro de los motivos por los cuales eran los favoritos del primer oficial.
—¡Ya veréis cuando lleguemos a la región de los hielos! —chilló dirigiendo la voz hacia arriba—. ¡Entonces Pavel patinará de verdad en la rampa!
Arkady recordó la red a medio remendar que había visto poco antes en la cubierta de arrastre.
—¿Tú cortaste la red para sacar a Zina? —preguntó a Karp.
—Sí —el oro desapareció de la sonrisa—. ¿Qué pasa?
—Nada —sencillamente, a Arkady le parecía interesante que Karp Korobetz, aquel encargado ejemplar, se hubiera arriesgado a perder una costosa red norteamericana en vez de vaciarla de pescado y esperar hasta que el cuerpo de Zina saliese.
En la rampa, Pavel forcejeaba para desenganchar la brida de su red con el fin de que su colega pudiera enganchar en ella los garfios de los cabos gruesos y aliviar el orinque del peso de la red. Una cosa era que un cable se partiera y diese fuertes bandazos en cubierta, y otra cosa muy distinta que el accidente se produjese en una rampa cerrada, donde un cable partido podía hacer mucho daño.
—¿Estuviste en el baile, Karp? —preguntó Arkady.
—¡No! —gritó Karp—. Oye, Renko, no contestaste a mi pregunta. ¿Por qué te trincaron?
Arkady adivinó un leve acento moscovita.
—¿Algún problema? —preguntó Susan, volviéndose hacia ellos.
Pavel volvió a caer, y esta vez llegó a la mitad de la distancia que le separaba de la red antes de que el cable le salvara. Una ola subió por la rampa y levantó la red, de tal modo que ésta se balanceó indolentemente sobre el pescador. Arkady había visto morir a algunos hombres por esa causa. El peso de la captura impedía que respirasen y durante la mitad del tiempo la red quedaba sumergida. El compañero de Pavel se puso a gritar y a tirar de la soga, pero, estando Pavel bajo veinte toneladas de pescado y red, no consiguió que se moviera. Los gritos no servían para nada. Otra ola rompió sobre la red, que se movió un poco más, como una morsa aplastando a su cría. Al retroceder, la ola tiró de la red hacia el mar y el cable se partió.
Karp saltó desde el descansillo sobre la red. ¿Qué más daban otros cien kilos comparados con toneladas? Al llegar la siguiente ola, se encontró sumergido en agua helada hasta la cintura, aferrándose a la red con una mano mientras tiraba de Pavel con la otra, al mismo tiempo que reía sin parar. Pavel se encaramó a la red, escupiendo agua, mientras el capataz subía hasta la brida y ayudaba a enganchar los garfios. Todo terminó en un segundo. Lo que llamó la atención de Arkady fue que Karp no había vacilado en ningún momento; se había movido tan rápidamente que, más que un acto de valor, salvarle la vida a otro hombre había parecido un ejercicio gimnástico en la barra.
El pesquero de arrastre volvió a colocarse en la estela del Estrella Polar, esperando el informe de la captura: tantas toneladas, tantos lenguados, tantos cangrejos, tanto barro. Las gaviotas revoloteaban sobre la entrada de la rampa, esperando que algún pescado escapase de la red.
—Lo último que necesitamos aquí es a alguien de la sección de limpieza —dijo Susan a Slava—. Llévalo a mi camarote.
En cuanto los garfios quedaron enganchados, Karp y sus hombres subieron rápidamente por la rampa, paso a paso, aferrándose a un solo cable salvavidas. La red empezó a moverse detrás de ellos. El Estrella Polar tenía asignado un cupo de cincuenta mil toneladas de pescado. Tantas toneladas de filetes congelados, tantas de harina de pescado, tantas de aceite de hígado para una nación carente de proteínas, que necesitaba fortificar los músculos que estaban edificando el comunismo. Un diez por ciento, pongamos por caso, se perdía a bordo durante el proceso de congelación; otro diez por ciento se repartía entre el administrador del puerto y el director de la flota; y un último diez por ciento se derramaba por los caminos sin asfaltar que llevaban a pueblos donde podía o no podía haber un refrigerador en funcionamiento que salvara los filetes que quedaban después de tanto viajar. No era extraño que la red subiera ansiosamente hacia la cubierta de descarga.
Slava condujo a Arkady hacia la proa pasando por la cubierta de descarga y los medios del buque y el hangar pintado de blanco del taller de máquinas.
—¿No te sorprende su acento? ¡Es tan bueno! —comentó Slava—. Susan es una mujer fantástica. Habla el ruso mucho mejor que esa chica de Uzbeca… ¿Cómo se llama?
—Dynka.
—Eso, Dynka. Ya nadie habla el ruso.
Era cierto. Los «yupies» rusos, en particular, hablaban el cada vez más popular «ucraniano del Politburó». Desde los tiempos de Jruschof, los dirigentes del país, todos ellos nacidos en Ucrania, hablaban un ruso tosco, titubeante, pronunciando las uves como si fueran uves dobles, hasta que toda la gente del Kremlin empezó a expresarse como si hubiera nacido en Kiev.
—Pronuncia tu nombre —pidió Arkady—. Slava.
Slava le miró con expresión suspicaz.
—No sé qué pasa, pero siempre pareces estar tramando algo.
En la franja oscura donde la niebla se juntaba con el horizonte, se divisaban las luces de otro arrastrero que estaba faenando.
—¿Cuántos pesqueros llevamos con nosotros? —preguntó Arkady.
—Normalmente llevamos una flota de cuatro: el Alaska Miss, el Merry Jane, el Aurora y el Eagle.
—¿Estuvieron todos en el baile?
—No. El Alaska Miss esperaba una tripulación de relevo y el Aurora tenía un problema con el timón. Como habíamos dejado de pescar hasta el día siguiente y como pronto vamos a hacer escala en Dutch Harbor, decidieron adelantar la arribada a puerto. Al baile sólo asistieron los tripulantes de dos pesqueros, de los dos que tenemos ahora.
—¿Tenéis un buen conjunto?
—No es el peor —dijo Slava con prudencia.
La cubierta de proa estaba dividida entre una pista de voleibol a un lado y una cubierta de carga que Arkady y Slava cruzaron. La pista de voleibol estaba cubierta con redes. A pesar de ello, a veces una pelota se escapaba y caía al mar; entonces el capitán hacía que el Estrella Polar virase en dirección al puntito que se mecía en las olas, tarea que venía a ser como empujar una cerda gigantesca por un campo completamente embarrado. Las pelotas de voleibol escaseaban en el mar de Bering.
Los norteamericanos que se encontraban a bordo vivían en la superestructura de proa, en la cubierta situada debajo de los camarotes de los oficiales y del puente.
Susan aún no había llegado, pero los otros tres se encontraban reunidos en el camarote de la mujer. Bernie era el chico pecoso que Arkady había encontrado delante de la cantina con Volovoi. Su amigo Day llevaba gafas con montura de acero, que acentuaban su aire de intelectual impaciente. Ambos representantes vestían tejanos y jerseys sucios, pero aun así superiores a cualquier prenda de vestir confeccionada en Rusia. Lantz era un observador del Departamento de Pesca, cuya misión consistía en vigilar que el Estrella Polar no capturara algo que por su tipo, sexo o tamaño estuviera prohibido. Se disponía a empezar su turno, por lo que llevaba un mono impermeable, camisa a cuadros con mangas de caucho, un guante de goma en una mano y otro guante de cirujano en el bolsillo de la camisa, colgando como si fuera un pañuelo. Parecía medio dormido, arrellanado en el banco empotrado, encogido porque era muy alto, con un cigarrillo en la boca. Mientras esperaban a Susan, Slava habló con los tres hombres en ruso, con la facilidad y el entusiasmo con que hablan los amigos, la gente de la misma edad, los compañeros del alma.
El camarote de Susan no era mucho mejor que los alojamientos de la tripulación. Dos literas en lugar de cuatro, las dos para ella sola, ya que era la única norteamericana que había a bordo. Había un frigorífico ZIL que llegaba hasta la cintura y se notaba el aroma metálico del café instantáneo. Una máquina de escribir y cajas de manuscritos en la litera de arriba y, metidos en cajas de cartón, libros de Pasternak, Nabokov, Blok. Arkady vio ediciones en ruso que se habrían vendido en unos segundos en cualquier librería soviética, o por cientos de rublos en alguna callejuela de Moscú. Era como encontrar cajas llenas de oro. Se preguntó si Susan podía leerlos.
—Vuelve a explicarme quién es éste, por favor —pidió Day a Slava.
—Nuestros trabajadores están capacitados para tareas muy diversas. El marinero Renko trabaja en la factoría, pero tiene experiencia en la investigación de accidentes.
—Es terrible lo de Zina —comentó Bernie—. Era estupenda.
Lantz expulsó una anilla de humo y preguntó perezosamente en inglés:
—Y tú ¿cómo lo sabes?
—¿Qué le pasó? —preguntó Day.
Arkady gruñó para sus adentros al escuchar la contestación de Slava:
—Parece que Zina se encontró mal, salió a cubierta y quizá perdió el equilibrio.
—¿Y quizá volvió a subir en una red? —preguntó Lantz.
—Exactamente.
—¿Alguien la vio caer? —preguntó Bernie.
—No —reconoció Slava. El error principal de los investigadores novatos era la tendencia a responder a preguntas en lugar de hacerlas—. Es que estaba oscuro, y además había niebla, después del baile. Zina estaba sola. Estas cosas pasan en el mar. Ésta es toda la información que tenemos por ahora, pero si vosotros sabéis algo más…
Ayudar a Slava era igual que perseguir a una liebre. Los tres norteamericanos se encogieron de hombros y dijeron al unísono;
—No.
—Teníamos que esperar a Susan, pero no creo que debamos hacer más preguntas —dijo Slava a Arkady.
—A mí no se me ocurre ninguna —dijo Arkady y, pasando al inglés, agregó—: Habláis muy bien el ruso.
—Es que todos hemos pasado por la universidad —explicó Day—. Nos enrolamos para perfeccionar el ruso.
—Y me impresiona ver lo bien que conocíais a nuestra tripulación.
—Todo el mundo conocía a Zina —dijo Bernie.
—Era una chica que despertaba muchas simpatías —apuntó Day.
Arkady pudo ver que Slava traducía mentalmente, procurando no quedar rezagado.
—Trabajaba en la cocina de la tripulación —dijo Arkady a Day—. ¿Os servía la comida?
—No, nosotros comemos en el comedor de oficiales. Zina trabajaba allí al principio del viaje, pero luego la trasladaron.
—La veíamos en cubierta… en la parte de popa, para ser exactos.
—¿Donde está vuestro puesto?
—Así es. Siempre hay un representante de la compañía en popa durante la operación de transbordar el pescado. Zina salía a observarnos.
—¿A menudo?
—Desde luego.
—¿Tu puesto es…? —Arkady se volvió hacia Lantz con aire de pedir disculpas.
—La cubierta de descarga.
—¿Estabas de guardia cuando depositaron en cubierta la red en la que se encontraba Zina?
Lantz se sacudió ceniza de cigarrillo del jersey y se incorporó a medias. Para ser tan alto, su cráneo era pequeño y llevaba un peinado propio de narcisista.
—Hacía frío. Estaba dentro tomando un poco de té. Los marineros de cubierta saben que tienen que avisarme cuando una red llena de pescado sube por la rampa.
Incluso bajo cubierta, en medio del estruendo de la factoría, Arkady sabía que estaban subiendo una red cargada por la rampa, debido al ruido penetrante del cabrestante hidráulico y también porque las máquinas del buque dejaban de funcionar a «media velocidad» para hacerla «muy despacio» en el momento en que la red salía del agua; luego, cuando subía por la rampa, las máquinas funcionaban de nuevo a «media velocidad». Cuando dormía, también notaba si estaban subiendo pescado a bordo. No había habido necesidad de que alguien llamara a Lantz para que dejara el té y saliese.
—¿Lo pasasteis bien en el baile? —preguntó Arkady.
—Fue un baile magnífico —dijo Bernie.
—Especialmente el conjunto de Slava —comentó Day.
—¿Bailasteis con Zina? —indagó Arkady.
—A Zina le interesaban más los de la pandilla de las motocicletas —explicó Lantz.
—¿Pandilla? —se interesó Arkady.
—Los pescadores —aclaró Bernie—. Pescadores norteamericanos, no los vuestros.
—Chico, tu inglés es realmente bueno —dijo Day—. ¿Eres de la factoría?
—De los que destripan pescado —precisó Susan, entrando en el camarote y tirando la chaqueta sobre una litera. Se quitó una gorra de lana y su cabellera rubia, espesa y corta, quedó en libertad—. Habéis empezado sin mí —dijo a Slava—. Yo soy la representante jefe. Sabes que no debéis hablar con mis muchachos no estando yo presente.
—Lo siento, Susan —Slava estaba arrepentido.
—Mientras quede bien claro…
—Sí.
Era obvio que ahora Susan llevaba la voz cantante, con los modales imperiosos que las personas bajitas utilizaban a veces para colocarse en el centro de una situación. Sus ojos recorrieron rápidamente todo el camarote, pasando revista.
—Estábamos hablando de Zina y del baile —informó Bernie—. El marinero Renko, aquí presente con Slava, dice que no tiene ninguna pregunta que hacer, pero yo creo que sí tiene algunas.
—En inglés —dijo Susan—. Lo he oído —se volvió hacia Arkady—. ¿Quieres saber quién bailó con Zina? ¿Quién sabe? Estaba oscuro y todo el mundo daba botes. Estás bailando con una persona y al cabo de un segundo te encuentras bailando con tres. Bailas con hombres o con mujeres o con unos y otras a la vez. Es como jugar al waterpolo sin agua. Ahora hablemos de ti. Slava me ha dicho que tienes experiencia en casos de accidente.
—El camarada Renko prestó servicios como investigador en la oficina del fiscal de Moscú —dijo Slava.
—¿Qué investigabas? —preguntó Susan a Arkady.
—Accidentes muy graves.
La mujer le miró atentamente, como si Arkady estuviera sometiéndose a una prueba para interpretar un papel en el teatro y la cosa no le estuviese saliendo bien.
—¡Qué oportuno que estuvieras limpiando pescado en la factoría de este buque! ¿Un investigador venido nada menos que de Moscú? ¿Que domina el inglés? ¿Limpiando pescado?
—El empleo está garantizado en la Unión Soviética —replicó Arkady.
—Estupendo —ironizó Susan—. Te sugeriría que todas tus otras preguntas te las guardases para hacérselas a ciudadanos soviéticos. Zina es un problema soviético. Si me entero de que has vuelto a abordar a alguno de los norteamericanos destinados en este buque, iré directamente a hablar con el capitán Marchuk.
—No hay más preguntas —concluyó Slava, y empujó a Arkady hacia la puerta.
—Tengo una última pregunta —Arkady se volvió hacia los hombres y preguntó—: ¿Tenéis ganas de llegar a Dutch Harbor?
Sus palabras aliviaron un poco la tensión.
—Dos días más y estaremos allí —dijo Bernie—. Iré al hotel, pediré la mejor habitación, me sentaré en la bañera llena de agua caliente y me beberé seis cervezas heladas.
—¿Su-san? —a Arkady le gustaba pronunciar el nombre de esa manera, convirtiéndolo en un nombre ruso.
—Dentro de dos días me habré ido —dijo ella—. En Dutch Harbor habrá un nuevo representante y yo tomaré el avión y me iré a California, lejos de la niebla. De modo que ya os podéis despedir de mí ahora.
—Los demás volveremos —aseguró Day a Slava—. Nos quedan otros dos meses de pesca.
—De pesca y nada más —prometió Slava—. Se acabaron las preguntas. Deberíamos tener siempre presente que somos camaradas de a bordo y amigos.
Arkady recordó que durante el viaje de ida desde Vladivostok el Estrella Polar efectuó ejercicios de camuflaje y de limpieza de radiaciones. Todos los marineros soviéticos sabían que en la caja fuerte de su capitán había un paquete precintado que debía abrirse al recibo de una señal cifrada indicando que había guerra; el paquete contenía instrucciones sobre cómo debían evitar los submarinos enemigos, dónde establecer contacto con amigos y qué debían hacer con los prisioneros.