CAPÍTULO XXVIII

Llegué al sanatorio de Trevor por la mañana. Estaba sentado en la cama en la habitación oscurecida. Tenía las manos inmóviles sobre las sábanas.

Levantó débilmente una de ellas para saludarme.

—Archer, ¿cómo está?

—¿Cómo está usted, Trevor?

—Sobreviviendo, por lo que parece. Tengo que disculparme por dejarlo así la otra noche. Y también por haber hecho una identificación equivocada. Aunque es natural que haya sucedido en esas circunstancias. Hasta Homer tuvo dificultades en asegurar que la muerta era su esposa.

Me miraba con la atención fatigada de un jugador de póquer después de toda una noche de juego. Me paré a los pies de su cama y lo miré de la misma manera.

—Hizo una identificación falsa y deliberadamente confusa, y yo sé por qué.

Levantó las manos como pesos muertos y las dejó caer sobre sus muslos cubiertos por las sábanas.

—Ajá. Parece que ha estado cavando hondo, ¿no?

—Cavando su tumba. ¿Quiere hablar sobre lo que ha hecho?

—Nada me causaría tanto dolor.

—Entonces hablaré yo. El médico no me permite quedarme mucho tiempo, y hay mucha distancia que recorrer. En la noche del dos de noviembre pasado, en la casa de Catherine Wycherly en Atherton, usted tomó un atizador y la golpeó hasta matarla. Supongo que estaba desesperada y a punto de largar toda la verdad: usted quería silenciarla. Pero no murió inmediatamente. Vivió lo suficiente para decirle a Phoebe que su padre era el responsable del crimen. Naturalmente, Phoebe supuso que se trataba de Homer y con el impacto de los acontecimientos decidió asumir la culpa de toda la situación. Obviamente, quería proteger a su padre. Es probable que el doctor Sherrill dé una explicación más complicada.

—¿Habló con Sherrill?

—Sí, y hablé con Phoebe. Tengo también una cinta grabada en que usted y Catherine Wycherly hablan del hecho de que Phoebe es su hija. Esa cinta fue grabada la noche en que Phoebe los vio a ustedes en un taxi en San Mateo. ¿Recuerda la ocasión?

—Cómo olvidarla. Fue el comienzo de todo esto. Está bien que la hayan grabado para la posteridad. —Me miró con ojos que se estaban descongelando—. ¿Sabe Phoebe que soy su padre?

—No. Ni lo sabrá nunca si yo puedo evitarlo. Tiene posibilidades de ser feliz, o por lo menos de vivir un poco en paz, y usted no va a volver a arruinarla. Ha vivido en el infierno que usted y la madre crearon para ella… dos meses en manos de chantajistas cargando la responsabilidad de usted. Finalmente, hace pocos días, no pudo más y le contó a Ben Merriman lo que su madre había dicho antes de morir: que el culpable de esa muerte era su padre. Para Merriman eso significaba algo diferente que para Phoebe. Merriman tenía la cinta, y sabía quién era el padre. Cuando volvió de Sacramento llamó a su oficina e hizo una cita con usted. Ya tenía el dinero que le había sacado a Phoebe por extorsión, pero veía la posibilidad de conseguir más… una cuota anual por el resto de su vida, o al menos de la suya. Le propuso encontrarse en la casa donde usted mató a Catherine. Sin duda eso era parte de su plan para presionarlo. Presionó demasiado, y usted repitió su crimen. Tomó un tren para ir a la ciudad, se bajó en Atherton, tomó el tren siguiente y se bajó minutos más tarde para encontrarse con su esposa en Palo Alto. Con razón parecía enfermo cuando ella lo llevó a su casa. Ahora parece más enfermo todavía.

Trevor se desplomó en las almohadas y se tapó la cara con las manos. No parecía estar embargado de emoción. Parecía más bien que no quería que le viera la cara.

—Nos queda Stanley Quillan. Stanley no era tan fuerte como Merriman, ni tan listo, ni sabía lo que sabía Merriman. Pero parece que sabía su nombre, y conocía el contenido de la cinta. Él fue quien la grabó. Cuando necesitó dinero para escaparse, lo llamó. Usted le metió una bala en la cabeza. ¿Usó el arma de Merriman?

Trevor seguía silencioso y con la cara escondida. Ni respiraba.

—¿Es así como sucedió todo, Trevor?

Retiró las manos de la cara. Le costó un esfuerzo que lo hizo jadear.

—Más o menos. Es extraño oírlo desde afuera. Usted lo hace parecer tan duro y sin sentido.

—¿Fue sensato y civilizado?

—No mucho. Pero permítame que yo le haga a usted una pregunta. ¿Qué haría si un par de delincuentes amenazaran toda la estructura de su vida, y no encontrara salida?

—Lo mismo que usted, tal vez. Después tendría que pagar las consecuencias —dije—. Es mejor empezar por no meterse en el barro.

—Usted no entiende. —Era lo que todos me decían—. Usted no entiende qué amarga puede volverse la vida de un hombre. Uno empieza con una pequeña diversión, y termina matando gente.

—Veinte años es un tiempo un poco largo para una pequeña diversión.

—Ya veo que no vale la pena que le explique. —Pero siguió explicando—. Yo no soy un gran seductor. Kitty fue la única mujer de mi vida. No tenía intenciones de ninguna clase con ella cuando llegó a casa, aunque era lo más hermoso que había visto. Tan fresca, tan joven. Apenas tenía dieciocho años. Ni pensaba tocarla.

—Y así es como está aquí con su muerte en las manos.

No pareció oírme.

—Fue ella quien tuvo lástima de mí. Para mi esposa la palabra sexo es algo sucio. Perdió un hijo en el primer año de nuestro matrimonio. Después de eso nunca volví a dormir en su cuarto. Cuando Kitty vino a casa yo todavía era un hombre joven. Ella vio que la necesitaba, y me tuvo lástima. Una noche vino a mi habitación y se me ofreció. No fue únicamente un acto de caridad. Se iba a casar con Homer unos días después, y era virgen. Me eligió a mí para su virginidad. Ya sé que no es muy romántico, pero nos encendimos uno con el otro. Aprendí lo que es adorar el cuerpo de una mujer. Durante una o dos semanas, cada noche fue un regreso al Paraíso. Luego a Kitty no le vino la menstruación, y se asustó. Yo no podía seguir con ella. Quería, por supuesto. Pero tenía que seguir mi camino, y a mi esposa. Helen me hubiera estrangulado, con ayuda de Homer. Yo había empezado con un empleo de veinte dólares por semana en un banco de Meadow Farms, había ascendido mucho, y no me veía empezando otra vez desde cero a los treinta y dos años. Hicimos lo que pudimos ante la situación. Kitty tuvo relaciones sexuales con Homer antes de casarse y cuando llegó la criatura lo convenció de que era ligeramente prematura.

Los años siguientes fueron muy duros. Dentro de mí creció como una enfermedad la convicción de que había tenido lo único que valía la pena tener. Un poco de calor y compañía en el vacío. Lo había tenido y había renunciado a ello por no perder lo que usted llamaría seguridad. La seguridad. El gran sustituto norteamericano del amor.

—Pero siguió viéndola.

—No, excepto en forma casual. Ella dijo que quería darle una oportunidad a su matrimonio. Años más tarde comprendí que estaba profundamente ofendida conmigo por no haberme separado de Helen y casado con ella. Estaba enamorada de mí —dijo con doloroso orgullo—. Naturalmente, su matrimonio no resultó. Dudo de que hubiera resultado aunque yo no hubiera existido. Ella y Homer vivían como enemigos, peleándose por la niña. Mi hija. Usted sabe lo que Bacon dice de los hijos: que son nuestros rehenes para la fortuna. Es terrible saberlo y sentirlo, como me pasó a mí, y ser incapaz de hacer nada al respecto. Los veía destrozar su vida y la de Phoebe. Era un testigo nada inocente. Eso continuó durante casi veinte años. Luego, hace un par de años, me enfermé del corazón. Un pequeño roce con la muerte altera el pensamiento de una persona. Cuando me repuse me decidí obtener algo más de la vida… algo más que viajar a la ciudad, invitar a mi casa a la gente que convenía y tratar de esquivar el próximo ataque al corazón. Volví a Kitty. Ella estaba dispuesta. Su matrimonio, como le dije, no había resultado. Como yo, sentía que se había perdido lo mejor de la vida. Ya no era la muchacha que había sido. Tenía más años, había perdido delicadeza, hermosura. Había tenido otros hombres. Sin embargo aún había algo entre nosotros… y era mejor que nada. Cuando estábamos juntos, por lo menos no estábamos solos. Ella encontró un lugar donde podíamos encontrarnos dos o tres veces por mes. Desgraciadamente, lo alquiló a través de Merriman. Por algo que dijo sospeché que había tenido algo con él. Tenía ascendencia sobre ella…

—¿Por algo que ella dijo? ¿Cuándo?

—La noche en que lo maté. Habló de ella como si fuera una prostituta cualquiera. Fue una de las razones por las que lo maté. Sí, ya sé que es una ironía. Maté a un hombre por difamar a una mujer que yo mismo había matado dos meses antes.

—Todavía no ha explicado por qué la mató.

—Es que no puedo. Creo que la situación misma me superó. Traté de apartarme de ella cuando Merriman y Quillan comenzaron a extorsionarla. Parecía que yo sería el siguiente, y ya el juego saldría demasiado caro. Después del divorcio ella se desmoronó rápidamente. Creo que esperaba que yo juntara sus pedazos. Y apenas tenía fuerzas para enfrentar las circunstancias de mi vida cotidiana. No podía cargar con las de ella.

—Yo pensaba que ya lo había hecho.

—Quiero decir en forma total… divorcio, nuevo casamiento y todo lo demás. No podía enfrentar todo eso, y se lo dije. Se desesperaba cada vez más, y se ponía amenazante. Si yo no me hacía cargo de ella me iba arruinar. La cosa llegó a una crisis el último día. Homer se iba del país, rico y libre; a ella le sacaban todo el dinero que tenía con presiones sucias. Durante la famosa despedida en el barco, estuvo a punto de largar todo. Esa noche fui a verla para tratar de hacerle comprender lo que me estaba haciendo, lo que nos estaba haciendo a todos. No quiso escuchar ningún razonamiento. Dijo que Phoebe iría a visitarla, y que le contaría toda la historia. Traté de convencerla de que era demasiado tarde. Como no pude, tomé el atizador y traté de silenciarla, como usted dice. Fue un horrible final. —Parecía estar haciendo la crítica de una obra teatral.

—¿Cuándo le quitó la ropa, y por qué?

—Ella se desvistió. Era una de sus formas de persuasión que le había dado resultado conmigo en otras épocas. Pero no la deseaba. Hace algún tiempo que mi único deseo es la muerte. La oscuridad y el silencio.

Suspiró.

—Todo estuvo muy silencioso durante dos meses. No tenía idea de qué había pasado con el cadáver de Kitty. Tampoco sabía que Phoebe había desaparecido. En general mantenía algún contacto con ella, pero ahora tenía miedo. Tenía miedo de todo lo que pudiera remover la situación. Entonces, la otra tarde, Merriman llamó a mi oficina. Insistió en que nos encontráramos en la casa vacía de Kitty. Ya conoce los resultados de ese encuentro. Revisé las ropas y el coche de Merriman con la esperanza de encontrar la cinta. No estaba allí, pero encontré un revólver, y el dinero. No tenía intención de guardarme el dinero. Pero si el otro tío, Quillan, intentaba continuar con la extorsión, tendría que usarlo para pagarle. ¡Qué ironía!, ¿no? —Hacía desesperados esfuerzos para conservar el estilo.

—¿Por qué no lo hizo, ya que le gustaba tanto la ironía?

—Lo intenté. Fui a la tienda de Quillan y traté de hacerle el pago, pero reconoció el origen del dinero. Dijo cosas que no pude soportar. Lo maté con el arma de Merriman, como usted adivinó. Ese crimen careció de sentido, lo admito. Después de hablar con Phoebe en Sacramento ya no tenía más esperanzas de salir a flote. Supongo que podría haber tomado el dinero y haberme ido del país. Pero no tenía coraje.

Se tocó el pecho delicadamente, como si encerrara a un animal enfermo que podía morderlo.

—¿Cómo llegó a Phoebe?

—Encontré una factura en el bolsillo de Merriman, una factura paga del hotel Champion, a nombre de Kitty. Tuve la idea loca de que de alguna manera había sobrevivido, y que la acusación de Merriman era falsa. Volé a Sacramento esa noche después de haber hablado con Royal, alquilé un coche en el aeropuerto y fui hasta el Champion. Cuando Phoebe apareció en la puerta de su cuarto seguía creyendo que era Kitty. Había muy poca luz, y yo tenía demasiadas ganas de creerlo. Creí que algún milagro la había salvado, y me había salvado a mí. La tomé en mis brazos. Entonces habló. Me dijo quién era y lo que estaba haciendo allí.

—¿Qué le dijo usted a ella?

—Nada. No podía decirle nada, ni entonces ni nunca. Pero hice lo que pude por ella; la saqué de esa inmunda habitación y la mandé a un lugar decente. El Hacienda era sólo una solución temporaria, por supuesto. Me di cuenta por su aspecto de que necesitaba atención médica. Yo también la necesitaba. Estaba tan exhausto que tuve que descansar un rato en la otra habitación del bungalow. No estaba en condiciones de soportar tanta tensión y tanta actividad.

—¿Tal como pegarle a la gente en la cabeza con un hierro?

—Lamento eso, Archer. Oí la conversación de ustedes desde la otra habitación. De alguna manera tenía que detenerlo. Temía que ella hablara hasta caer en un juicio por asesinato.

—O lo hiciera caer a usted.

—También estaba esa posibilidad, por supuesto.

—Se equivoca en el tiempo de verbo, y hay más de una posibilidad.

Mis palabras quedaron resonando en el aire.

—¿Ha ido a la policía?

—Todavía no.

—Piensa ir, por supuesto.

—No podría mantenerlos fuera del asunto aunque quisiera, y no quiero.

—No será bueno para Phoebe acusarme de asesinato. Ya ha pasado por muchos desastres. Como usted mismo dijo, merece una oportunidad de vivir. No querrá atarla al hecho de conocer su condición de hija bastarda de un asesino.

—Ella no sabe que usted es su padre. No debe saberlo.

—Si hay un juicio eso saldrá a luz.

—¿Quién lo revelará? Usted y yo somos los únicos que lo sabemos.

—¿Y las últimas palabras de Catherine?

—Se puede persuadir a Phoebe de que oyó mal.

—Sí. En cierto sentido oyó mal, ¿verdad?

Trevor me estudiaba. Sus ojos se abrían y se cerraban lentamente, tan lentamente que parecían estar alternando entre la vida y la muerte.

—Phoebe es mi principal preocupación —dijo—. No me importa nada de mí mismo. Sólo pienso en ella.

—Tendría que haber pensado en ella cuando mató a su madre.

Pensaba en ella. Quería protegerla de una realidad horrible. Es aún más horrible ahora, y sigo queriendo protegerla. Di prueba de ello cuando la llevé al doctor Sherrill. Sabía el riesgo que corría yo.

—Usted probó algo.

—¿Quiere hacer algo por ella, y de paso por mí? Mis ropas están en ese armario. —Me señaló el otro extremo de la habitación—. Tengo algunas cápsulas de digital en el bolsillo de mi chaqueta… más que suficientes para matarme. Traté de tomarlas antes de que usted llegara, pero me desmayé y tuvieron que traerme a la cama. —Aspiró aire con un silbido—. ¿Quiere darme la chaqueta?

Yo seguía de pie frente a él. Nada había cambiado en Trevor, excepto sus ojos. Brillaban y tenían bordes netos como los de la realidad.

No sabía qué iba a decir hasta que lo dije.

—A cambio de una confesión escrita. No es necesario que sea larga. ¿Tiene papel para escribir?

—Creo que hay algo en el cajón de la mesa de luz. Pero ¿qué puedo escribir?

—Si quiere yo le diré qué escribir.

Saqué un anotador del cajón y le di mi bolígrafo. Escribió lo que le dicté.

«Confieso haber asesinado a Catherine Wycherly el 2 de noviembre. Se resistió a mis requerimientos».

—Eso me parece un poco cursi.

—¿Qué sugiere?

—No dar ninguna explicación.

—Es necesario dar alguna —dije—. «Se resistió a mis requerimientos. También maté a Stanley Quillan y a Ben Merriman, quienes me estaban extorsionando por ese asesinato». Ahora firme.

Escribió con lentitud y esfuerzo, con la cara penosamente contraída. Le saqué las manos del anotador. Tenía las uñas azules. Después de la firma había agregado: «Que Dios se apiade de mi alma».

Y de la mía, pensé. Arranqué la página y la dejé sobre el escritorio, fuera del alcance de Trevor. Dentro del armario había sombras como perros dormidos. Sombras y silencio. No hablamos más.