CAPÍTULO XXV

La clínica estaba en un barrio de viejas casonas y nuevos edificios de apartamentos. Era una estructura de una sola planta que parecía una gran casa de campo, alejada de la calle, detrás de un cerco de alambre tejido disimulado con cipreses. El sendero de entrada recorría un amplio espacio de césped donde había muebles de jardín, reposeras y sombrillas de colores alegres. Una solitaria mujer de cabello blanco estaba sentada en una de las reposeras en medio del césped intensamente verde. Miraba el cielo como si recién hubiera sido creado.

Había un camino de hormigón para sillas de ruedas que iba desde la entrada hasta la puerta del edificio. El cristal superior de la puerta se abría como una ventana, y junto a la puerta había un timbre. Bajé del coche. Bobby se quedó donde estaba.

—¿Te sientes bien?

—Me siento bien, pero prefiero quedarme aquí. No le gusto al doctor Sherrill.

—Quiero que vengas conmigo.

Me siguió sin ganas por la rampa. Toqué el timbre y esperé. Se abrió la ventana en la puerta. Una enfermera con cofia nos observó.

—¿Sí, señor?

—Tengo que ver al doctor Sherrill.

—¿Es por un paciente?

—Sí. Por Phoebe Wycherly. Represento a su padre. Mi nombre es Archer. —Y agregué, aunque a mí mismo me sonó extraño lo que decía—: Éste es su novio, el señor Doncaster.

Nos dejó esperando en un monótono pasillo verde que atravesaba toda la longitud del edificio. A ese pasillo daban doce o quince puertas. Desde el otro extremo un hombre joven avanzaba hacia nosotros muy lentamente como un hombre rana con pesas en los pies. Estuvimos varios minutos allí, pero el hombre no avanzó nada.

Un hombre de bata blanca, abrió una de las puertas y nos dijo:

—Entren, señores.

Se mantuvo con aire muy formal junto a la puerta mientras pasábamos. No me impresionó Sherrill a primera vista. Su bigote fino tenía algo de vanidoso. Magnificados por los gruesos cristales, sus ojos parecían femeninos.

Su consultorio era pequeño y nada imponente. Un escritorio de roble desnudo con un sillón giratorio, un sillón de cuero, un diván también de cuero, ocupaban la mayor parte del espacio. Una de las paredes estaba totalmente cubierta por una estantería de libros, había algunos apilados en el suelo. Allí había de todo, desde la anatomía de Gray hasta la revista Mad.

Bobby estuvo por sentarse en el diván, después cambió la idea y se balanceó inciertamente en el brazo del sillón. Yo me senté en el diván. Tuve que resistir el impulso de levantar los pies y acostarme. Sherrill nos miró desde el escritorio con ojos como espejos.

—¿Bien señores?

Bobby se inclinó hacia adelante, abrazándose una rodilla.

—¿Cómo está Phoebe?

—Usted la dejó hace sólo dos horas. Le dije que debía estar en reposo por lo menos dos días, tal vez mucho más. Hoy, por cierto, no puede verla, señor Doncaster. —Sherrill no hablaba con mucho énfasis, pero había una fuerza constante en sus palabras.

—Yo lo traje —dije—. Me ha contado una historia que tiene repercusiones legales, para decirlo delicadamente. Tal vez usted conozco parte de ella.

—¿Usted es abogado?

—Soy detective privado. Homer Wycherly, el padre de la joven, me contrató hace varios días para que la buscara. Hasta esta tarde, cuando hablé con Bobby, creí que estaba muerta. Asesinada. Resulta que es una fugitiva de la justicia.

—La justicia —repitió suavemente el médico—. ¿Usted representa a la justicia, señor Archer?

—No. —En cierto sentido la representaba. Habría sido demasiado largo precisar en qué sentido—. Simplemente quiero entender la situación.

—Está bien que trate de entenderla junto conmigo.

—Todavía no la entiendo, doctor. Me llevará algún tiempo.

—Lamentablemente yo no tengo mucho tiempo. En este momento tengo que atender a un paciente. Tal vez podamos arreglar una entrevista para más tarde, esta noche, si usted lo desea.

—Esto no puede esperar —dije con dureza—. ¿Usted ha hablado con Phoebe?

—En realidad, no. Pensaba verla después de la cena. Tiene que comprender que estoy muy ocupado; Phoebe tenía hora conmigo anoche, pero la perdió porque se escapó. Afortunadamente hoy regresó, más o menos por su propia voluntad.

—¿La primera vez que vino también fue por su propia voluntad?

—Sí. El año pasado la había visto dos veces. Cuando se sintió mal otra vez tuvo el buen tino de regresar. Parece estar mucho peor ahora que el año pasado, pero volvió por su propia cuenta, y eso es una excelente señal. Significa que se da cuenta de que necesita ayuda.

—¿Cómo llegó aquí?

—En avión desde Sacramento. Llegó por la tarde temprano y tomó un taxi desde el aeropuerto.

—¿Por qué se escapó nuevamente ayer por la tarde?

—Es difícil saberlo. Tal vez esté más perturbada de lo que pensamos, y necesite más seguridad. Se le dio el privilegio de salir al patio, y eso la debe haber asustado. No debí haberla expuesto a tanta libertad.

—¿A qué hora se fue?

—Más o menos a esta hora. Hablando de horas, el paciente que tengo que ver cae en una angustia horrible si no cumplo las citas. —Se levantó, miró su reloj—. Son las cinco y diez. Vuelvan a las ocho; ya habré atendido a Phoebe, y podremos seguir hablando de estas cosas.

—¿Dónde está ahora?

—En su habitación, con una enfermera especial. Después del escándalo de ayer no voy a volver a exponerme con respecto a su seguridad. —Con una rígida mirada a Bobby, agregó—: He pasado buena parte de la noche tratando de encontrarla. Es una joven valiosa.

Trevor había usado esas mismas palabras para hablar de su sobrina.

—¿Está muy enferma?

El doctor abrió los brazos.

—Me hace preguntas imposibles, en un momento imposible. En términos generales diría que está más perturbada que enferma. Tiene un embarazo de más de cuatro meses, y eso es más que suficiente para explicar conductas extrañas en una muchacha soltera. Ha hecho un poco de extroyección.

—¿Qué quiere decir «extroyección»?

—Realizar sus fantasías y sus temores en lugar de sufrirlos. —La larga paciencia de Sherrill se estaba terminando—. Ésta no es la ocasión de darles un curso de psiquiatría.

Yo nunca tuve mucha paciencia.

—Cuando hable con Phoebe, sería bueno que le hiciera ciertas preguntas específicas…

—Usted no comprende mi función. Yo no hago preguntas. Escucho. Ahora, discúlpeme, pero…

Sherrill extendió la mano hacia el pomo. Mientras me daba la espalda le dije:

—Pregúntele si mató de un tiro a Stanley Quillan ayer a la tarde. Pregúntele si mató a golpes a Ben Merriman la otra noche.

Sherrill se dio vuelta. Tenía los ojos oscuros y opacos como el carbón.

—¿Habla en serio?

—Hablo en serio. Mató a su madre con un atizador en el mes de noviembre. Doncaster fue testigo.

Su mirada oscura giró hacia Bobby, que asintió solemnemente.

—¿Quienes eran los otros hombres? —me preguntó Sherrill.

—Dos extorsionadores.

—¿Usted dice que ella los mató?

—Quiero que le pregunte si lo hizo. Si usted no quiere preguntarle, permítame que yo lo haga. Hay algunas respuestas que no podemos esperar a que aparezcan, y hay problemas que no son únicamente mentales.

—Me doy perfecta cuenta —dijo Sherrill—. Hablaré con ella ahora. Espérenme.

Salió con la bata ondeando sobre sus piernas. Bobby se hundió en el sillón. Me miró como si estuviera asqueado de mí, del mundo y de todos los que lo habitaban. En veintiún años no había tenido tiempo de prepararse para tantos problemas. En esta época hay que comenzar el entrenamiento muy temprano.

—No me habías dicho que estaba embarazada.

—Por eso nos íbamos a casar.

—¿Eres el padre?

—Sí. Sucedió el año pasado, en Medicine Stone.

—Todo sucede en Medicine Stone. Pusiste el lugar en el mapa, ¿eh?

Bajó la cabeza. Fui hasta la ventana y miré entre las aberturas de la celosía. La ventana daba a un gran patio cerrado de mosaicos, rodeado por un cerco de alambre tejido de tres metros de alto. Una mujer vestida con ropa de colores vivos, con una sombrilla abierta en la mano, estaba quieta como un maniquí en un extremo del cerco. Tenía tanto polvo en la cara que parecía haberla metido en un cajón de harina. Un hombre de edad mediana con el mentón hundido en el pecho iba y venía por el patio, poniendo un pie en cada mosaico.

—¿Realmente cree que mató a Merriman? —me preguntó débilmente Bobby.

—Eso fue idea tuya.

—Tuve miedo de… —Trató de completar el pensamiento pero no supo cómo.

—Considerando que eras un chaval asustado te metiste en bastantes problemas.

—No soy un chaval. —Se agarró a los brazos del sillón y trató de llenarlo, de parecer mayor y grande.

—Chaval u hombre, tendrás que enfrentarlos.

—No me importa. No me importa lo que me suceda si Phoebe… si está realmente liquidada. De todos modos nunca esperé mucho de la vida.

Me senté en el diván, cerca de él.

—Sin embargo, la vida sigue.

—La mía no.

—Seguirá. ¿Para qué luchar contra eso? No tiene por qué ser un peso muerto para el mundo. Tienes ciertas cualidades que explotar. Una es el coraje. Otra es la lealtad.

—Ésas son palabras abstractas. No significan nada. He estudiado semántica.

—Sin embargo significan algo. Lo aprendí estudiando la vida. Es un curso que no termina. Uno no se gradúa ni le dan diploma. Lo mejor que se puede hacer es postergar el suspenso.

—A mí ya me suspendieron —dijo—. No podré terminar los estudios ni nada. Me encerrarán, tal vez por el resto de mi vida.

—Eso lo dudo. ¿Qué antecedentes tienes?

—¿Policiales? No tengo antecedentes de ninguna clase.

—¿Cómo te liaste con Phoebe Wycherly?

—No me lié. Me enamoré de ella.

—Así nomás, ¿eh?

—Desde que nos encontramos por primera vez en la playa, supe que debía ser para mí.

—¿Antes te habías enamorado de alguna otra?

—No, y no habrá otra, jamás. Eso es todo. No me importa lo que haya hecho.

Tenía coraje, como le había dicho, o terquedad elevada a la enésima potencia, que es más o menos lo mismo.

—Aún no sabemos lo que ha hecho —le dije—. Háblame de Merriman. ¿Cómo entró en escena?

Bobby se pasó la lengua por el borde del bigote.

—Entró, simplemente. Tenía una cita con la señora Wycherly, y la puerta de entrada estaba abierta. Debe de habernos oído en la sala de estar. Phoebe lloraba y yo me esforzaba por consolarla. Merriman entró y nos encontró con las manos en la masa. Iba a llamar a la policía. Phoebe le pidió que no lo hiciera, y aceptó. Dijo que colaboraría con ella… con nosotros… si nosotros colaborábamos con él.

—¿En qué forma?

—Tenía algo que ver con la venta de la casa. La señora Wycherly iba a vender la casa a través de él, por eso iba a verla. Se enojó porque… porque la muerte interfería con la venta.

—¿Merriman sugirió esconder el cuerpo?

—Sí. Primero íbamos a enterrarlo en el jardín de atrás. Pero dijo que más tarde o más temprano lo iban a encontrar. Yo fui el que pensó en arrojarlo al mar. Me ayudó a llevarlo al coche de Phoebe.

—¿Dijiste que no tenía ropas, verdad?

—Sí. La envolvimos en una manta. —Una sombra de esa imagen cruzó por sus ojos.

—¿Qué pasó con la ropa?

—Estaba tirada en el diván.

—¿Phoebe la desvistió?

—No. No creo. No entiendo qué pasó, señor Archer. Después de eso me fui inmediatamente.

—¿Y dejaste a Phoebe con Merriman?

—No pude hacer otra cosa. —Tenía la frente húmeda. Se la secó con el dorso de la mano y dejó la cabeza de lado, apoyada en el puño—. Me dijo que me fuera y no volviera. Tuve que colaborar con él. Solamente pensaba en que Phoebe no fuera a la cárcel. Ahora sé que hay cosas peores que la cárcel.

Suspiró. Salía de dos meses de aislamiento, y empezaba a sentirse vivo en el mundo otra vez. Era penoso mirarlo. Me detuve junto a la ventana. La mujer de la sombrilla no se había movido. Parecía no haberse movido ni haber cambiado de estilo desde 1928. Entre el verde césped y el azul del cielo cruzó una bandada de mirlos. El hombre de la cabeza gacha se irguió y agitó un puño contra ellos.

Empezaba a oscurecer. Alguien llamó al enemigo de los pájaros desde el interior de la casa. Desapareció de la vista obedientemente. Una mujer que llevaba un abrigo tejido sobre la bata se acercó a la de la sombrilla. Las dos caminaron lentamente hacia el edificio. Se cerró la puerta.

Gradualmente las sombras llenaron la habitación. Ninguna de nosotros se molestó en prender la luz. Me sentía helado e inmóvil como un pez en una pecera oscura.

El cuero de la silla crujió bajo la mano de Bobby. Sólo vi su cara blanca y las manos aferrándose a la silla.

—No sé por qué lo hice. No veía otro modo de manejar las cosas. Después lo único que pude hacer fue esperar y desear. Esperar noticias de Phoebe, desear que surgiera alguna posibilidad. Tendría que haber sabido que no podría haber ninguna. —Con voz desesperada en la que se mezclaban tonos viriles dijo—: Esto va a matar a mi madre.

—No creo. Hablé con ella anoche.

—Anoche ella no sabía.

—Lo sospechó desde el principio. Pensaba que habías hecho algo muy grave.

—¿Mamá pensaba eso?

—Sí. Creía que te estaba protegiendo por algún asesinato que habías cometido.

—Qué extraño —dijo—. Yo sentía como si hubiera cometido un asesinato. Cuando volvía a casa en el autobús soñé que la había matado.

No sé si se refería a Phoebe, a la madre de Phoebe o a su propia madre. No le pregunté. No parecía importante en ese mundo subacuático en cámara lenta.

El doctor Sherrill irrumpió en la habitación. Cerró la puerta rápidamente, como si viniera alguien persiguiéndolo. Encendió la lámpara del escritorio.

—Señor Archer, ¿puede indicarme lo que debo hacer para ponerme en contacto con el padre de Phoebe? Ayer prometí que no lo haría, pero la situación ha cambiado.

También él había cambiado. Mostraba una profunda preocupación.

—Homer Wycherly ha de estar en Terranova. Probablemente podamos encontrarlo a través del sheriff. Primero dígame qué le ha dicho ella.

—Eso es secreto profesional. —La fuerza que había en sus palabras se intensificó. Le tembló la voz mientras lo decía.

—Mantendré el secreto.

—Lo lamento. Soy médico, y tengo derecho de guardar reserva sobre lo que me dicen mis pacientes. Ante la ley usted no tiene esos privilegios.

—Usted ya piensa en un juicio.

—¿Sí? —Echó una mirada desconfiada a Bobby—. Continuaremos en privado, señor Archer.

—Puede confiar en mí —dijo Bobby—. Nunca repetiría nada que perjudicara a Phoebe. ¿No he probado eso en estos dos meses?

—No es un asunto personal. Por favor espere afuera, señor Doncaster. Afuera y lejos, por favor.

Bobby se levantó y salió, con ánimo contrariado. Una vez que Sherrill cerró la puerta del consultorio le pregunté:

—¿La muchacha confesó esos crímenes? Por lo menos dígame sí o no.

Sherrill tenía los labios apretados. Pronunció la palabra «Sí» como si tuviera gusto amargo.

—¿Le dijo los motivos?

—Habló algo de las circunstancias. Sin duda proporcionan un motivo. No creo que haga falta comentarlas.

—Yo creo que sí.

—No puedo violar las confidencias de un paciente, y no lo haré. —El médico detrás del escritorio adoptaba una actitud de formalidad magistral.

—No será necesario. Bobby Doncaster me dijo que Merriman entró en la casa de Atherton y los encontró a los dos ante el cadáver. Usó la situación para extorsionar… no es la primera vez que lo hace. Merriman y su cuñado Stanley Quillan habían extorsionado a Catherine Wycherly antes de hincarle los dientes a Phoebe. Simplemente trasladaron la extorsión de la madre a la hija. Tuvieron encerrada a Phoebe unos días en el apartamento de la madre en San Mateo; luego la llevaron a Sacramento y la obligaron a hacerse pasar por la madre… la hicieron engordar, usar las ropas de la madre, etcétera, de modo que pudiera pasar por ella. El propósito era seguir cobrando los talones por alimentos que recibía Catherine, y eventualmente el talón que Merriman estaba negociando para la muerta. Diríamos que Phoebe tenía que mantenerla viva el tiempo suficiente como para cobrar el talón y pasarle el efectivo a Merriman.

—Veo que sabe todo —dijo Sherrill—. Fue un plan terrible, un castigo de refinada crueldad. Lo más horrible de todo era que concordaba con la necesidad de castigarse que tenía la joven por lo que le había hecho a la madre. Además ella tenía un fuerte deseo inconsciente (eso lo vi la primera vez) de identificarse con su madre. Incluso la sobrealimentación forzada coincidía con sus impulsos inconscientes, y también con el hecho de su embarazo.

—No lo sigo.

—Engordar deliberadamente, como lo ha hecho Phoebe, puede ser una expresión de ansiedad y autoagresión. El yo se siente gordo y pesado, y trata de materializarse en un cuerpo gordo y pesado. Estoy simplificando, pero la idea general está reconocida en la literatura especializada, por ejemplo en el clásico caso de Helen West relatado por Binswanger. En el libro más popularizado, La hora de cincuenta minutos, cuando habla sobre la bulimia, hay un paralelo todavía más estrecho, porque Helen West era una psicótica, y Phoebe sin duda no lo es.

—¿Cuál es su diagnóstico, doctor? Eso es muy importante desde el punto de vista jurídico, como usted sabe.

—Todavía no puedo hacer un diagnóstico. Creo que ella misma aún no ha decidido qué camino tomar: si el de la realidad o el de la enfermedad. En esencia es la misma muchacha neurótica que vino a verme el año pasado, pero ahora sufre terribles presiones. Como ella misma dice, vive en el infierno. —La cara de Sherrill trasmitía compasión.

—¿Por qué vino a verlo el año pasado?

—Nunca llegué a saberlo a fondo. Sólo la vi dos veces, y no vino más. Tenía muy fuertes resistencias: no podía lograr hablar de sí misma. Evidentemente vino a verme porque estaba preocupaba por su familia. En ese momento la madre le hacía juicio de divorcio al padre. Phoebe se culpaba por la destrucción de su familia.

—¿Dijo por qué?

—Estaba vinculado con ciertas cartas difamatorias que había recibido la familia. Aparentemente fueron causa inmediata de la ruptura entre los padres. No entiendo del todo la situación.

—¿Fue Phoebe quien escribió esas cartas?

—Es posible. Aunque no lo dijo claramente, parecía sentirse responsable de ellas. Pero hay que tener en cuenta que se echa la culpa de todo, como muchos neuróticos. Merriman eligió bien la víctima para una extorsión.

—No muy bien que digamos. Terminó él como víctima.

Sherrill me miró como si estuviera por decir algo. En lugar de eso se puso a cargar su pipa. La encendió con una cerilla cuya llama le iluminó las gafas. El haz de luz de la lámpara se llenó de capas móviles de humo gris. Entrecerró los ojos, como si tratara de descifrar alguna forma o significado en el humo.

—Todos somos víctimas, Archer, hasta que dejamos de convertir en víctimas a los demás. No es que llore por Merriman. Si alguien merecía morir, era él.

—Todos moriremos, sea como fuere, más tarde o más temprano. La desgracia es que una chavala enferma haya tenido que ser quien lo matara.

—No fue ella quien lo hizo, directamente. Al menos eso es lo que dice. No debería contárselo, pero usted ya sabe tanto que no tiene sentido volver atrás. Contrató a un asesino a sueldo para ejecutar ambos crímenes, el de Merriman y el de… ¿cómo se llamaba el otro extorsionador?

—Quillan, Stanley Quillan. ¿Dijo el nombre del asesino?

—Dice que nunca supo su nombre. Según su versión (y, francamente, no doy fe de que sea exacta), lo conoció en el bar del hotel donde paraba, el Hacienda, en las afueras de Sacramento. Había bebido, y se sentía cruel y vengativa. Este tipo se la ligó, trabaron conversación, ella observó que él llevaba un arma. Lo invitó a su habitación después de charlar un rato con él y le pagó en ese mismo momento para que matara al hombre que la había atormentado. Eso es lo que dice.

—Pero usted no lo cree.

—Tengo que creer que sucedió algo parecido. Su historia es bastante detallada, pero no puede haber sucedido en forma tan casual como ella dice. No se entra en un bar y se contrata a alguien para que cometa un asesinato.

—Son cosas que pueden suceder. ¿Describió al asesino?

—Sí, con bastantes detalles, y no con el tipo de detalle que proviene de alucinaciones o delirios. No dudo de que existe realmente. Es un hombre de poco más de cuarenta años, bastante buen mozo aunque de aspecto rudo, de un metro ochenta de altura o más, de contextura fuerte y atlética. Al principio lo tomó por un atleta profesional. —Sherrill largó más humo y me miró a través de él—. Bien podría haber estado describiéndolo a usted.

—Eso hacía.

Se arrancó la pipa de la boca.

—No entiendo. ¿Me está diciendo que lo contrató a usted para que matara a esos hombres?

—Trató de contratarme para liquidar a Merriman. Eso pasó anteanoche: Merriman ya estaba muerto. Seguí con la farsa hasta cierto punto porque creía que era Catherine Wycherly y estaba tratando de descubrir cómo estaba enterada de la muerte de Merriman. No lo estaba, salvo que mienta muy bien. Sencillamente deseaba su muerte, ex post facto.

—Sin duda me ha mentido. —Sherrill tenía una mirada dolorida, que luego se tornó más esperanzada—. ¿No es posible, a la luz de todo esto, que su confesión sea un gran conjunto de mentiras? Es posible que esté tratando de atribuirse todos las culpas que flotan a su alrededor.

—O bien puede haber hecho una confesión falsa para ocultar la verdadera. —Me puse de pie—. ¿Por qué no se lo preguntamos?

—¿Los dos?

—¿Por qué no? Yo soy una evidencia viviente de que mintió. Esto hay que arreglarlo de una u otra manera.

—Pero ella está en un estado muy delicado.

—Todo el mundo lo está —dije—. Si pudo sobrevivir a Merriman y a Quillan, podrá sobrevivirme a mí. En cualquier caso usted dijo que no sabía hacia qué lado saltar, si hacia la enfermedad o la realidad. Démosle otra oportunidad de saltar hacia la realidad.