—¡Tu deseo, Geralt! ¡Más deprisa! ¿Qué es lo que ansias? ¿Inmortalidad? ¿Riqueza? ¿Gloria? ¿Poder? ¿Fuerza? ¿Honores? ¡Deprisa, no tengo tiempo!
Callaba.
—Humanidad —dijo de pronto, riéndose con gesto perverso—. Lo he adivinado, ¿verdad? ¡Eso es lo que ansías, lo que anhelas! La liberación, la libertad de ser quien quieres y no quien debes. El djinn otorgará ese deseo, Geralt. Pídelo.
Callaba.
Estaba junto a él, cubierta con el centelleante resplandor de la bola mágica, en la claridad de la magia, entre el brillo de los rayos que sujetaban al djinn, con el cabello encrespado y los ojos violetas ardiendo, enhiesta, esbelta, morena, terrible…
Y hermosa.
Se agachó violentamente, lo miró a los ojos, de cerca. Percibió el olor a lila y grosella.
—Callas —susurró—. ¿Qué es lo que anhelas entonces, brujo? ¿Cuál es tu más oculto sueño? ¿No lo sabes o es que no puedes decidirte? Busca en ti mismo, busca profunda y cuidadosamente, porque la Fuerza gira alrededor de ti, ¡no tendrás una segunda oportunidad!
Y de pronto él supo la verdad. Supo. Supo quién había sido ella antes. Lo que recordaba, lo que no podía olvidar, con lo que tenía que vivir. Quién había sido en realidad, antes de convertirse en hechicera.
Porque le miraban los ojos fríos, penetrantes, enfadados e inteligentes de una jorobada.
Se asustó. No, no de la verdad. Se asustó de que pudiera leer sus pensamientos, de que pudiera enterarse de que él lo sabía. De que nunca se lo iba a perdonar. Ahogó estos pensamientos en su interior, los mató, los echó de su memoria para siempre, sin huellas, sintiendo ante esto un tremendo alivio. Sintiendo que…
El techo estalló. El djinn, enredado en la red de los rayos que se extinguía poco a poco, se lanzó directamente hacia ellos, gritando, y en el grito aquél había triunfo y ansia de matar. Yennefer se arrojó contra él, en sus manos había luz. Una luz muy débil.
El djinn abrió la boca y lanzó hacia ella sus garras. Y el brujo comprendió de pronto que ya sabía lo que deseaba.
Y pidió su deseo.