VII

—¡Por todos los dioses, Geralt! —Jaskier dejó de tocar, acarició el laúd, lo tocó con la mejilla—. ¡Esta madera canta sola! ¡Estas cuerdas están vivas! ¡Vaya un tono maravilloso! Truenos, por este laúd es un precio muy barato el soportar un par de patadas y un poco de miedo. Me hubiera dejado patear del amanecer a la puesta de sol si hubiera sabido lo que iba a ganar. ¿Geralt? ¿Me estás escuchando?

—Es difícil no oíros. —El brujo sacó la cabeza de las páginas del libro, miró al diablo, el cual seguía empeñado en soplar un extraño caramillo hecho de pedazos de cañas de distinto tamaño—. Os oigo yo, y os oyen por todos los alrededores.

—Düvvelsheyss es, que no alrededores. —Torque soltó la flauta—. Desierto y eso es todo. Despoblado. Culo del mundo. ¡Ay, echo de menos mis cañaverales!

—Echa de menos los cañaverales —se rió Jaskier, mientras recorría con cuidado los misteriosos relieves de la caja del laúd—. Entonces habría que haberse quedado en aquella espesura como el ratón en su ratonera en vez de asustar mozas, destrozar enseres y cagarse en el pozo. Pienso que ahora serás más cuidadoso y te abstendrás de más chanzas, ¿no, Torque?

—Me gustan las chanzas —afirmó el diablo mostrando los dientes—. Y no me imagino vivir sin ellas. Pero como queráis, os prometo que en mis nuevos territorios seré más precavido. Haré travesuras con discreción.

La noche era nublada y borrascosa, el viento doblaba las cañas, susurraba en las ramas de los matorrales entre los que habían acampado. Jaskier echó unos leños al fuego. Torque se atrafagó en su lecho, espantando los mosquitos con su rabo. En el lago, un pez dio un salto.

—Describiré en un romance toda esta nuestra aventura en el confín del mundo —proclamó Jaskier—. Y a ti también te describiré en ella, Torque.

—No pienses que te vas a ir de rositas —graznó el diablo—. Porque entonces yo haré también un romance y te describiré a ti, y de tal modo que durante veinte años no te vas a poder mostrar delante de personas decentes. Así que ten cuidado. ¿Geralt?

—¿Qué?

—¿Has leído algo interesante en ese libro que sonsacaste de forma vergonzosa a los labriegos?

—Por supuesto.

—Pues léenoslo, mientras el fuego aún alumbra.

—Sí, sí. —Jaskier rasgueó las sonoras cuerdas del laúd de Toruviel—. Lee, Geralt.

El brujo se apoyó en los codos, acercó el libro a la lumbre.

—Contemplarla se puede —comenzó— en el estío, desde los Días de Maio y Iunio fasta los días de Otubre, mas lo más corriente es en la Festa de Augusto, a la que los antigos nombraban «Lammas». Aparécese ella como la Doncella de Pelo Claro, envuelta toda en flores, y todo lo vivo acude a ella y siente apego a ella, tanto las verduras y yerbas como las animalias. Por eso su nombre de ella es «Vivia». Los antigos la nombraron «Danamebi» y la adoraban con gran devoción. Y fasta los Barbudos, contra que viven dentro de las sierras y no en la mitad de los campos, la veneran y la nominan «Bloëmenmagde».

—Danamebi —murmulló Jaskier—. Dana Méadbh, la Doncella de los Campos.

—Por ende Vivia anda, la tierra pare y florece y rebulle de todas las criaturas, tal es su poder. Las naciones todas le entregan ofrendas con veneración, en vana esperanza de que a ellos, y no a campos ajenos, Vivia los visite. Porque también se dice que vendrá el tiempo en que al fin Vivia asiento tome entre aquestas gentes que ella mesma escoja, pero es esto sólo cuento de mulleres. Pues los Sabios dicen que Vivia las tierras todas ama, y todo lo que se cría y crece en ella, por igual, sin diferencia, el pequeño árbol o el gusano cualquier, y las gentes todas no son para ella más que el árbol delgado, pues y también ellos habrán de pasar algún día, y nuevos vendrán, otras tribus y gentes. Y Vivia eterna es, fue y será, siempre, por los siglos de los siglos.

—¡Por los siglos de los siglos! —cantó el trovador y tañó el laúd. Torque se le unió con un agudo tono de su silbato de caña—. ¡Sé alabada, Doncella de los Campos! Por la belleza, por las flores de Dol Blathanna, pero también por la piel del que suscribe, por la piel que salvaste de que la agujerearan con la punta de una flecha. ¿Sabéis? Os diré algo.

Dejó de tocar, abrazó el laúd como si fuera un niño y se puso triste.

—Creo que no hablaré en mi romance de los elfos y de las dificultades con las que tienen que bregar. No faltarían buitres dispuestos a irse a las montañas… Por qué adelantar…

El trovador se calló.

—Termina —dijo Torque con amargura—. Querías decir: adelantar aquello que es inexorable. Inevitable.

—No hablemos de eso —les cortó Geralt—. ¿Para qué hablar? Las palabras no son necesarias. Tomad ejemplo de Lille.

—Se comunicaba telepáticamente con los elfos —murmuró el bardo—. Lo sentí. ¿No es cierto, Geralt? Tú eres capaz de percibir tal comunicación… ¿Entendiste de qué…? ¿Lo que le comunicaba el elfo?

—Un tanto.

—¿De qué hablaba?

—De la esperanza. De que todo se renueva y no deja de renovarse.

—¿Sólo eso?

—Es suficiente.

—Humm… ¿Geralt? Lille vive en la aldea, entre los humanos. ¿Crees que…?

—¿…que se quedará entre ellos? ¿Aquí, en Dol Blathanna? Puede ser. Si…

—¿Si qué?

—Si los humanos se muestran dignos de ello. Si el confín del mundo continúa siendo el confín del mundo. Si somos capaces de respetar las fronteras. Venga, basta de tanto hablar, muchachos. Es hora de dormir.

—Cierto. La medianoche se acerca, el fuego se marchita. Me quedaré un rato todavía, siempre me salen mejor las rimas junto a un fuego que se apaga. Y necesito un título para mi romance. Un título bonito.

—¿Quizás «El confín del mundo»?

—Demasiado banal —bufó el poeta—. Incluso si se trata de hecho del confín del mundo, hay que definir este lugar de otro modo. Una metáfora. Doy por hecho que sabes lo que es una metáfora, ¿eh, Geralt? Humm. Dejadme pensar… «Allá donde…» Joder. «Allá donde…»

—Buenas noches —dijo el diablo.