Al día siguiente por la noche trajeron al molinero a la habitación del cuerpo de guardia en la que habían alojado al brujo. Lo trajo un soldado vestido con un abrigo con capucha.
La conversación no arrojó ningún resultado. El molinero estaba asustado, balbuceaba, tartamudeaba. Más información le dieron al brujo sus cicatrices: la distancia entre las mandíbulas de la estrige era impresionante y, por supuesto, tenía los dientes punzantes, incluyendo unos larguísimos colmillos superiores, cuatro, dos en cada lado. Las uñas estaban seguramente más afiladas que las de los linces, aunque menos torcidas. Sólo por ello el molinero había logrado arrancárselas.
Terminada la inspección, Geralt los despidió con un gesto. El soldado empujó al molinero al otro lado de la puerta y se quitó la capucha. Era Foltest en persona.
—Sigue sentado, no te levantes —dijo el rey—. Ésta no es una visita oficial. ¿Satisfecho de la entrevista? He oído que estuviste en el alcázar esta mañana.
—Sí, mi señor.
—¿Cuando te pondrás manos a la obra?
—Faltan cuatro días para el plenilunio. Después.
—¿Quieres verla antes?
—No hay necesidad de ello. Pero una… princesa saciada será menos activa.
—Estrige, maestro, estrige. No perdamos el tiempo con diplomacias. Después se convertirá en princesa. De hecho, sobre ello quería hablar contigo. Contéstame, extraoficialmente, claro y sencillo: ¿lo será o no lo será? Pero no te escondas detrás de yo no sé qué códigos.
Geralt se rascó la cabeza.
—Confirmo, majestad, que es posible deshacer el hechizo. Y, si no me equivoco, ciertamente pasando una noche en el alcázar. El tercer canto del gallo, si sorprende a la estrige fuera del sarcófago, acabará con el encantamiento. Por lo general, así es como se actúa con las estriges.
—¿Así de simple?
—No es tan simple. En primer lugar, hay que sobrevivir una noche. Es posible también que haya desviaciones de la norma. Por ejemplo, que sean necesarias tres noches seguidas, y no una. Hay también casos… bueno… sin esperanza.
—Sí —se estremeció Foltest—. Algunos me dicen esto a todas horas. Mata al monstruo, porque esto es un caso incurable. Maestro, estoy seguro de que ya habrán hablado contigo. ¿No es cierto? Para que mates a la devoradora de seres humanos de un hachazo, sin ceremonias, y le digas al rey que no se podía hacer otra cosa. Si el rey no paga, nosotros pagamos. Una forma muy cómoda. Y barata. Porque el rey manda decapitar o ahorcar al brujo y el dinero se queda en los bolsillos.
—¿El rey mandará decapitar en cualquier caso al brujo? —se enfadó el brujo.
Foltest miró a los ojos del rivio durante un largo momento.
—El rey no sabe —dijo al fin—. Pero el brujo debiera contar con tal posibilidad.
Ahora fue Geralt el que calló un instante.
—Pienso hacer lo que esté en mi mano —dijo al cabo—. Pero si las cosas no van bien, defenderé mi vida. Vos, mi señor, también habréis de tener en cuenta tal posibilidad.
Foltest se levantó.
—No me entiendes. No tiene nada que ver con eso. Está claro que la matarás, si la cosa se pone fea, tanto si me gusta como si no. Porque si no lo haces, ella te matará a ti, con seguridad y sin vuelta de hoja. No lo diré en voz alta, pero no castigaría a nadie que la matara en defensa propia. No obstante, no permitiré que la maten sin intentar salvarla. Hubo ya intentos de quemar el alcázar viejo, le tiraron flechas, le cavaron trampas, le pusieron cepos y lazos, hasta que mandé colgar a algunos. Pero no se trata de eso. Maestro, escucha.
—Escucho.
—Después de los tres cantos del gallo no habrá estrige, si no te he entendido mal. ¿Y qué habrá?
—Si todo va bien, una quinceañera.
—¿Con los ojos rojos? ¿Con dientes de cocodrilo?
—Una quinceañera normal y corriente. Sólo que…
—¿Qué?
—Físicamente.
—Acabáramos. ¿Y psíquicamente? ¿Cada día un cubo de sangre para desayunar o un muslo de doncella?
—No. Psíquicamente… no hay forma de preverlo… A mi juicio, al nivel de, qué sé yo, un niño de tres o cuatro años. Precisará de atentos cuidados durante muchísimo tiempo.
—Eso está claro. ¿Maestro?
—Decidme.
—¿Puede volverle eso? ¿Más tarde?
El brujo permaneció en silencio.
—Ajá —dijo el rey—. Puede. ¿Y entonces qué?
—Si después de un largo desfallecimiento de varios días muriera, hay que quemar el cuerpo. Y rápidamente.
La expresión de Foltest se ensombreció.
—No pienso, sin embargo —añadió Geralt—, que se llegue a eso. Para mayor seguridad os daré algunos consejos, señor, que harán disminuir el riesgo.
—¿Ahora? ¿No es demasiado pronto, maestro? Y si…
—Ahora —le cortó el rivio—. Pueden suceder muchas cosas, rey. Puede suceder que por la mañana halléis en la cripta a la princesa desencantada y mi cuerpo tendido.
—¿Es posible? ¿Pese a mi permiso de que puedas defenderte? Permiso que en cualquier caso ni siquiera te era necesario.
—Éste es un asunto serio, rey. El riesgo es muy grande. Por eso, escuchadme: la princesa debe llevar siempre al cuello un zafiro, mejor un inclús, en una cadena de plata. Siempre. De día y de noche.
—¿Qué es un inclús?
—Un zafiro con una burbuja de aire dentro. Aparte de eso, en la habitación en la que vaya a dormir hay que quemar en la chimenea, cada cierto tiempo, unos vástagos de enebro, retama y avellano.
Foltest se quedó pensativo.
—Te agradezco el consejo, maestro. Haré uso de ellos si… Y ahora escúchame con atención. Si te convences de que se trata de un caso incurable, la matas. Si deshaces el hechizo y la niña no es… normal… si tuvieras siquiera la sombra de una duda de haberlo logrado completamente, la matas también. No temas, nada te amenaza por mi parte. Tendré que gritarte delante de la gente, te echaré del palacio y de la ciudad, pero nada más. La recompensa, por supuesto, no la cobrarás. Puede que les saques algo, ya sabes a quiénes.
Se mantuvieron en silencio un instante.
—Geralt. —Foltest por primera vez se dirigió al brujo por su nombre.
—Decidme.
—¿Cuánto hay de verdad en lo que se dice de que la niña salió así y no de otra manera porque Adda era mi hermana?
—No mucho. Los encantamientos hay que echarlos, ninguno se echa por sí mismo. Pero pienso que la relación con vuestra hermana fue causa de que os lanzaran el hechizo, y con tales consecuencias.
—Eso pensaba. Lo mismo dijeron algunos de los Sabios, aunque no todos. ¿Geralt? ¿De dónde salen estas cosas? ¿Encantamientos, magia?
—No lo sé, rey. Los Sabios se ocupan de investigar las causas de estos hechos. A nosotros, los brujos, nos basta saber que una voluntad concentrada puede producir tales efectos. Y saber cómo combatirlos.
—¿Matar?
—Casi siempre. Al fin y al cabo por eso nos pagan. Poca gente pide que deshagan un hechizo, mi rey. Normalmente quieren que les protejan de las amenazas sin más. Y si el monstruo tiene a alguien sobre su conciencia, a ello se añaden motivos de venganza.
El rey se alzó, dio algunos pasos por la habitación, se detuvo ante la espada del brujo que colgaba en la pared.
—¿Con esto? —preguntó, sin mirar a Geralt.
—No, ésta es para seres humanos.
—Me lo han contado. ¿Sabes qué, Geralt? Voy a ir contigo a la cripta.
—Descartado.
Foltest se volvió, los ojos brillantes.
—¿Sabes, hechicero, que yo no la he visto? Ni cuando nació, ni… después. Tenía miedo. Puede que no la vea nunca, ¿no es cierto? Tengo derecho al menos a ver cómo la matas.
—Repito, descartado. Es una muerte segura. También para mí. Si se me debilita la atención, la voluntad… No, rey.
Foltest se volvió, se fue hacia la puerta. A Geralt, durante un momento le pareció que se iría sin decir una palabra, sin un gesto de despedida, pero el rey se detuvo, le miró.
—Despiertas confianza —dijo—. Pese a que sé que eres una buena pieza. Me han contado lo que pasó en la venta. Estoy seguro de que mataste a aquellos rufianes únicamente para darte nombre, para asustar a la gente, a mí. Estoy seguro de que podrías haberles derrotado sin matarlos. Tengo miedo de que nunca llegue a saber si estás dispuesto a salvar a mi hija o a asesinarla sin más. Pero accedo a esto. Tengo que acceder. ¿Sabes por qué?
Geralt no contestó.
—Porque pienso —dijo el rey—, pienso que ella sufre. ¿No es cierto?
El brujo clavó sus penetrantes ojos en el rey. No asintió, no movió la cabeza, no efectuó el más mínimo gesto, pero Foltest lo vio. Supo la respuesta.