FREI
El camino chileno, limitado en todas partes por obstáculos infernales y legales, fue en todo instante estrictamente constitucional. Mientras tanto, la oligarquía recompuso su traje agujereado y se transformó en facción fascista. El bloqueo norteamericano se hizo más implacable a raíz de la nacionalización del cobre. La ITT, de acuerdo con el expresidente Frei, echó a la Democracia Cristiana en brazos de la nueva derecha fascista.
Las personalidades recíprocas y antagónicas de Allende y Frei han preocupado a Chile en forma permanente. Tal vez por eso mismo, porque son hombres tan diferentes, caudillos a su manera en un país sin caudillismo, cada uno con sus propósitos y con su camino bien delimitado.
Creo haber conocido bien a Allende; no tenía nada de enigmático. En cuanto a Frei, me tocó ser colega suyo en el senado de la república. Es un hombre curioso, sumamente premeditado, muy alejado de la espontaneidad allendista. No obstante, estalla a menudo en risas violentas, en carcajadas estridentes. A mí me gusta la gente que se ríe a carcajadas (yo no tengo ese don). Pero hay carcajadas y carcajadas. Las de Frei salen de un rostro preocupado, serio, vigilante de la aguja con que cose su hilo político vital. Es una risa súbita que asusta un poco, como el graznido de ciertas aves nocturnas. Por lo demás, su conducta suele ser parsimoniosa y fríamente cordial.
Su zigzagueo político me deprimió muchas veces antes de que me desilusionara por completo. Recuerdo que una vez me vino a ver a mi casa de Santiago. Flotaba en ese entonces la idea de un entendimiento entre comunistas y demócrata-cristianos. Éstos no se llamaban aún así, sino Falange Nacional, un nombre horrendo adoptado bajo la impresión que les había causado el joven fascista Primo de Rivera. Luego, pasada la guerra española, Maritain los influenció y se convirtieron en antifascistas y cambiaron de nombre.
Mi conversación fue vaga pero cordial. A los comunistas nos interesaba entendernos con todos los hombres y sectores de buena voluntad; aislados no llegaríamos a ninguna parte. Dentro de su natural evasivo, Frei me confirmó su aparente izquierdismo de ese tiempo. Se despidió de mí regalándome una de esas carcajadas que se le caen como piedras de la boca. «Seguiremos hablando», dijo. Pero dos días después comprendí que nuestra conversación había terminado para siempre.
Después del triunfo de Allende, Frei, un político ambicioso y frío, creyó indispensable una alianza reaccionaria suya para retomar al poder. Era una mera ilusión, el sueño congelado de una araña política. Su tela no sobrevivirá; de nada le valdrá el golpe de estado que ha propiciado. El fascismo no tolera componendas, sino acatamiento. La figura de Frei se hará cada año más sombría. Y su memoria tendrá que encarar algún día la responsabilidad del crimen.