RETORNO A CHILE

Al volver a Chile me recibió una vegetación nueva en las calles y en los parques. Nuestra maravillosa primavera se había puesto a pintar de verde los follajes forestales. A nuestra vieja capital gris le hacen falta las hojas verdes como el amor al corazón humano. Respiré la frescura de esta joven primavera. Cuando estamos lejos de la patria nunca la recordamos en sus inviernos. La distancia borra las penas del invierno, las poblaciones desamparadas, los niños descalzos en el frío. El arte del recuerdo sólo nos trae campiñas verdes, flores amarillas y rojas, el cielo azulado del himno nacional. Esta vez encontré la bella estación que había sido tantas veces visión de lejanía.

Otra vegetación salpicaba los muros de la ciudad. Era el musgo del odio que los tapizaba. Carteles anticomunistas que chorreaban insolencia y mentira; carteles contra Cuba; carteles antisoviéticos; carteles contra la paz y la humanidad; carteles sanguinarios que pronosticaban degollinas y Yakartas. Ésta era la nueva vegetación que envilecía los muros de la ciudad.

Yo conocía por experiencia el tono y el sentido de esa propaganda. Me tocó vivir en la Europa anterior a Hitler. Era justamente ése el espíritu de la propaganda hitleriana; el derroche de la mentira a todo trapo; la cruzada de la amenaza y el miedo; el despliegue de todas las armas del odio contra el porvenir. Sentí que querían cambiar la esencia misma de nuestra vida. No me explicaba cómo podían existir chilenos que ofendieran de esa manera nuestro espíritu nacional.

Cuando el terrorismo fue necesario para la derecha reaccionaria, ésta lo empleó sin escrúpulos. Al general Schneider, jefe supremo del ejército, hombre respetado y respetable que se opuso a un golpe de estado destinado a impedir el acceso de Allende a la presidencia de la república, lo asesinaron. Una variada colección de malvados lo ametralló por la espalda cerca de su casa. La operación fue dirigida por un exgeneral expulsado de las filas del ejército. La pandilla estaba compuesta por jóvenes pitucos y delincuentes profesionales.

Probado el crimen y encarcelado el autor intelectual, éste fue condenado a treinta años de cárcel por la justicia militar. Pero la sentencia fue rebajada a dos años por la Corte Suprema de Justicia. Un pobre diablo que se roba por hambre una gallina, recibe en Chile el doble de la pena que se le asignó al asesino del comandante en jefe del ejército. Es la aplicación clasista de las leyes elaboradas por la clase dominante.

El triunfo de Allende constituyó para esa clase dominante un sobresalto macabro. Por primera vez pensaron que las leyes tan cuidadosamente fabricadas les pudieran pegar a ellos en la cabeza. Corrieron con sus acciones, sus joyas, sus billetes, sus monedas de oro, a refugiarse en alguna parte. Se fueron a la Argentina, a España, incluso llegaron a Australia. El terror del pueblo los habría hecho llegar fácilmente al Polo Norte.

Después regresarían.