BANDERAS DE SEPTIEMBRE

El mes de septiembre, en el sur del continente latinoamericano, es un mes ancho y florido. También este mes está lleno de banderas.

A comienzos del siglo pasado, en 1810 y en este mes de septiembre, despuntaron o se consolidaron las insurrecciones contra el dominio español en numerosos territorios de América del Sur.

En este mes de septiembre los americanos del sur recordamos la emancipación, celebramos los héroes, y recibimos la primavera tan dilatada que sobrepasa el estrecho de Magallanes y florece hasta en la Patagonia Austral, hasta en el Cabo de Hornos.

Fue muy importante para el mundo la cadena cíclica de revoluciones que brotaban desde México hasta Argentina y Chile.

Los caudillos eran disímiles. Bolívar, guerrero y cortesano, dotado de un resplandor profético; San Martín, organizador genial de un ejército que cruzó las más altas y hostiles cordilleras del planeta para dar en Chile las batallas decisivas de su liberación; José Miguel Carrera y Bernardo O’Higgins, creadores de los primeros ejércitos chilenos, así como de las primeras imprentas y de los primeros decretos contra la esclavitud, que fue abolida en Chile muchos años antes que en los Estados Unidos.

José Miguel Carrera, como Bolívar y algunos otros de los libertadores, salían de la clase aristocrática criolla. Los intereses de esta clase chocaban vivamente con los intereses españoles en América. El pueblo como organización no existía, sino en forma de una vasta masa de siervos a las órdenes del dominio español. Los hombres como Bolívar y Carrera, lectores de los enciclopedistas, estudiantes en las academias militares de España, debían atravesar los muros del aislamiento y de la ignorancia para llegar a conmover el espíritu nacional.

La vida de Carrera fue corta y fulgurante como un relámpago. El húsar desdichado titulé un antiguo libro de recuerdos que yo mismo publiqué hace algunos años. Su personalidad fascinante atrajo los conflictos sobre su cabeza como un pararrayos atrae la chispa de las tempestades. Al final fue fusilado en Mendoza por los gobernantes de la recién declarada República Argentina. Sus desesperantes deseos de derribar el dominio español lo habían puesto a la cabeza de los indios salvajes de las pampas argentinas. Sitió a Buenos Aires y estuvo a punto de tomarla por asalto. Pero sus deseos eran libertar a Chile y en este empeño precipitó guerras y guerrillas civiles que lo condujeron al patíbulo. La revolución en aquellos años turbulentos devoró a uno de sus hijos más brillantes y valientes. La historia culpa de este hecho sangriento a O’Higgins y San Martín. Pero la historia de este mes de septiembre, mes de primavera y de banderas, cubre con sus alas la memoria de los tres protagonistas de estos combates librados en el vasto escenario de inmensas pampas y de nieves eternas.

O’Higgins, otro de los libertadores de Chile, fue un hombre modesto. Su vida habría sido oscura y tranquila si no se hubiera encontrado en Londres, cuando no tenía sino diecisiete años de edad, con un viejo revolucionario que recorría todas las cortes de Europa buscando ayuda a la causa de la emancipación americana. Se llamaba don Francisco de Miranda, y entre otros amigos contó con el poderoso afecto de la emperatriz Catalina de Rusia. Con pasaporte ruso llegó a París y entraba y salía por las cancillerías de Europa.

Es una historia romántica, con tal aire de «época» que parece una ópera. O’Higgins era hijo natural de un virrey español, soldado de fortuna, de ascendencia irlandesa, que fue gobernador de Chile. Miranda se las arregló para averiguar el origen de O’Higgins, cuando comprendió la utilidad que aquel joven podía tener en la insurrección de las colonias americanas de España. Está narrado el momento mismo en que reveló al joven O’Higgins el secreto de su origen y lo impulsó a la acción insurgente. Cayó de rodillas el joven revolucionario y abrazando a Miranda entre sollozos se comprometió a partir de inmediato a su patria, Chile, y encabezar aquí la insurgencia en contra del poder español. O’Higgins fue el que alcanzó las victorias finales en contra del sistema colonial y se le juzga como el fundador de nuestra república.

Miranda, prisionero de los españoles, murió en el temible presidio de La Carraca, en Cádiz. El cuerpo de este general de la Revolución francesa y profesor de revolucionarios, fue envuelto en un saco y tirado al mar desde lo alto del presidio.

San Martín, desterrado por sus compatriotas, murió en Boulogne, Francia, anciano y solitario.

O’Higgins, libertador de Chile, murió en el Perú, lejos de todo lo que amaba, proscrito por la clase latifundista criolla, que se apoderó prontamente de la revolución.

Hace poco, al pasar por Lima, encontré en el Museo Histórico del Perú algunos cuadros pintados por el general O’Higgins en sus últimos años. Todos estos cuadros tienen a Chile por tema. Pintaba la primavera de Chile, las hojas y las flores del mes de septiembre.

En este mes de septiembre me he puesto a recordar los nombres, los hechos, los amores y los dolores de aquella época de insurrecciones. Un siglo más tarde los pueblos se agitan de nuevo, y una corriente tumultuosa de viento y de furia mueve las banderas. Todo ha cambiado desde aquellos años lejanos, pero la historia continúa su camino y una nueva primavera puebla los interminables espacios de nuestra América.