JERZY BOREZJHA

En Polonia ya no me espera Jerzy Borezjha. A este viejo emigrado el destino le reservó la restitución de su patria. Cuando entró como soldado, después de muchos años de ausencia, Varsovia era sólo un montón de ruinas molidas. No había calles, ni árboles. A él nadie lo esperaba. Borezjha, fenómeno dinámico, trabajó con su pueblo. De su cabeza salieron planes colosales, y luego una inmensa iniciativa: la Casa de la Palabra Impresa. Construyeron los pisos uno a uno; llegaron las rotativas más grandes del mundo; y allí se imprimen ahora millares y millares de libros y revistas. Borezjha era un infatigable transmutador terrenal de las ilusiones a los hechos. En la vitalidad increíble de la nueva Polonia, sus planteamientos audaces se cumplieron como los castillos en los sueños.

Yo no lo conocía. Fui a conocerlo en el campo de vacaciones donde me esperaba, en el norte de Polonia, en la región de los lagos masurianos.

Cuando bajé del coche vi a un hombre desgarbado y sin afeitarse, vestido apenas con unos shorts de color indefinible. De inmediato me gritó con energía frenética, en un español aprendido en los libros: «Pablo, non habrás fatiga. Debes tomar reposo». En los hechos concretos no me dejó «tomar reposo» ninguno. Su conversación era vasta, multiforme, inesperada e interjectiva. Me contaba al mismo tiempo siete planes diferentes de edificaciones, mezclados con el análisis de libros que aportaban nuevas interpretaciones sobre los hechos históricos o la vida. «El verdadero héroe era Sancho Panza y no don Quijote, Pablo». Para él Sancho era la voz del realismo popular, el centro verdadero de su mundo y su tiempo. «Cuando Sancho gobierna lo hace bien, porque gobierna pueblo».

Me sacaba temprano de la cama, siempre gritándome «debes tomar reposo» y me llevaba por las selvas de abetos y pinos a mostrarme un convento de una secta religiosa que emigró hace un siglo de Rusia y que conservaba todos sus ritos. Las monjas lo recibían como una bendición. Borezjha era todo tacto y respeto hacia aquellas religiosas.

Era tierno y activo. Aquellos años habían sido terribles. Una vez me mostró el revólver con que había sido ejecutado, después de un juicio sumario, un criminal de guerra.

Le habían encontrado la libreta donde aquel nazi había cuidadosamente anotado sus crímenes. Ancianos y niños ahorcados por su mano, violaciones de muchachitas. Lo sorprendieron en la misma aldea de sus depredaciones. Desfilaron los testigos. Le leyeron su libreta acusadora. El desafiante asesino contestó sólo una frase: «Lo volvería a hacer si pudiera empezar de nuevo». Yo tuve aquella libreta en mis manos y aquel revólver que suprimió la vida de un cruel forajido.

En los lagos masurianos, multiplicados hasta el infinito, se pescan anguilas. A hora temprana partíamos a la pesca y luego las veíamos palpitantes y mojadas, como cinturones negros.

Me familiaricé con aquellas aguas, con sus pescadores y su paisaje. De la mañana a la noche mi amigo me hacía subir y bajar, correr y remar, conocer gentes y árboles. Todo al grito de: «Aquí debes tomar reposo. No hay sitio como éste para reposar».

Cuando partí de los lagos masurianos, me regaló una anguila ahumada, la más larga que he visto.

Este extraño bastón me complicó la vida. Yo quería comérmela, porque soy gran partidario de las anguilas ahumadas y ésta venía directamente de su lago natal, sin almacenes ni intermediarios, insospechable. Pero esos días no faltaba en mi hotel anguila en cada menú. Y yo no tenía ocasión de servirme mi anguila privada, ni de día ni de noche. Comenzó a ser una obsesión para mí.

En la noche la sacaba al balcón para que tomara el fresco. A veces, en medio de conversaciones interesantes, recordaba que ya era mediodía y que mi anguila seguía a la intemperie, a pleno sol. Entonces yo perdía todo interés en el tema, y corría a dejarla en un lugar fresco de mi habitación, dentro de un armario por ejemplo.

Por fin encontré un amateur a quien le regalé, no sin remordimientos, la más larga, la más tierna y la mejor ahumada de las anguilas que han existido.

Ahora el gran Borezjha, quijote flaco y dinámico, admirador de Sancho como el otro quijote, sensible y sabio, constructor y soñador, reposa por primera vez. Reposa en las tinieblas que tanto amó, junto a su descanso se sigue creando un mundo a que le dio su vital explosión, su infatigable fuego.