PIERRE REVERDY
Nunca llamaré mágica la poesía de Pierre Reverdy. Esta palabra, lugar común de una época, es como un sombrero de farsante de feria: ninguna paloma salvaje saldrá de su oquedad para levantar el vuelo.
Reverdy fue un poeta material, que nombraba y tocaba innumerables cosas de tierra y cielo. Nombraba la evidencia y el esplendor del mundo.
Su propia poesía era como una veta de cuarzo, subterránea y espléndida, inagotable. A veces relucía duramente, con fulgor de mineral negro, arrancado difícilmente a la tierra espesa. De pronto volaba en una chispa fosfórica, o se ocultaba en su corredor de mina, lejos de la claridad pero amarrado a su propia verdad. Tal vez esta verdad, esta identidad del cuerpo de su poesía con la naturaleza, esta tranquilidad reverdiana, esta autenticidad inalterable le fue anticipando el olvido. Poco a poco fue considerado por los otros como una evidencia, fenómeno natural, casa, río o calle conocida, que no cambiaría jamás de vestido ni lugar.
Ahora que se cambió de sitio, ahora que un gran silencio, mayor que su honorable y orgulloso silencio, se lo ha llevado, vemos que ya no está, que este fulgor insustituible se fue, se enterró en tierra y cielo.
Digo yo que su nombre, como ángel resurrecto, hará caer algún día las puertas injustas del olvido.
Sin trompetas, nimbado por el silencio sonoro de su grande y continua poesía, lo veremos en el juicio final, en el juicio Esencial, deslumbrándonos con la simple eternidad de su obra.