MATILDE URRUTIA, MI MUJER

Mi mujer es provinciana como yo. Nació en una ciudad del Sur Chillán, famosa en lo feliz por su cerámica campesina y en la desdicha por sus terribles terremotos. Al hablar para ella le he dicho todo en mis Cien sonetos de amor. Tal vez estos versos definen lo que ella significa para mí. La tierra y la vida nos reunieron.

Aunque esto no interesa a nadie, somos felices. Dividimos nuestro tiempo común en largas permanencias en la solitaria costa de Chile. No en verano, porque el litoral reseco por el sol se muestra entonces amarillo y desértico. Sí en invierno, cuando en extraña floración se viste con las lluvias y el frío, de verde y amarillo, de azul y de purpúreo. Algunas veces subimos del salvaje y solitario océano a la nerviosa ciudad de Santiago, en la que juntos padecemos con la complicada existencia de los demás.

Matilde canta con voz poderosa mis canciones.

Yo le dedico cuanto escribo y cuanto tengo. No es mucho, pero ella está contenta.

Ahora la diviso cómo entierra los zapatos minúsculos en el barro del jardín y luego también entierra sus minúsculas manos en la profundidad de la planta.

De la tierra, con pies y manos y ojos y voz, trajo para mí todas las raíces, todas las flores, todos los frutos fragantes de la dicha.