«ARAUCANÍA»
Mientras estuve lejos destacado en las islas del lejano archipiélago, susurraba el mar y el silencioso mundo estaba lleno de cosas que hablaban a mí soledad. Pero las guerras frías y calientes mancharon el servicio consular y fueron haciendo de cada cónsul un autómata sin personalidad, que nada puede decidir. El ministerio me imponía que averiguara los orígenes raciales de las gentes, africanos, asiáticos o israelitas. Ninguno de estos grupos humanos podía entrar en mi patria.
La tontería alcanzaba a grados tan extremos que yo mismo fui víctima de ella cuando fundé, sin ninguna plata del fisco chileno, una revista primorosa. La titulé Araucanía y puse en la portada el retrato de una bella araucana, riéndose con todos sus dientes. Esto bastó para que el Ministerio de Relaciones de entonces me llamara severamente la atención por lo que estimaba un desacato. Y eso que el presidente de la república era don Pedro Aguirre Cerda, en cuyo simpático y noble rostro se veían todos los elementos de nuestro mestizaje.
Ya se sabe que los araucanos fueron aniquilados y por fin, olvidados o vencidos, y la historia la escriben o los vencedores o los que disfrutaron de la victoria. Pero pocas razas hay sobre la tierra más dignas que la raza araucana. Alguna vez veremos universidades araucanas, libros impresos en araucano y nos daremos cuenta de todo lo que hemos perdido en diafanidad, en pureza y en energía volcánica.
Las absurdas pretensiones «racistas» de algunas naciones sudamericanas, productos ellas mismas de múltiples cruzamientos y mestizajes, es una tara de tipo colonial. Quieren montar un tinglado donde unos cuantos snobs, escrupulosamente blancos, o blancuzcos, se presenten en sociedad, gesticulando ante los arios puros o los turistas sofisticados. Por suerte todo eso va quedando atrás y la ONU se está llenando de representantes negros y mongólicos, es decir, el follaje de las razas humanas está mostrando, con la savia de la inteligencia que asciende, todos los colores de sus hojas.
Terminé por fatigarme y un día cualquiera renuncié para siempre a mi puesto de cónsul general.