CONGRESO EN LA INDIA
Hoy es un día de esplendor. Estamos en el Congreso de la India. Una nación en plena lucha por su liberación. Miles de delegados llenan las galerías. Conozco personalmente a Gandhi. Y al Pandit Motilal Nehru, también patriarca del movimiento. Y a su hijo, el elegante joven Jawahrial, recién llegado de Inglaterra. Nehru es partidario de la independencia, mientras que Gandhi sostiene la simple autonomía como paso necesario. Gandhi: una cara fina de sagacísimo zorro; un hombre práctico; un político parecido a nuestros viejos dirigentes criollos; maestro en comités, sabio en tácticas, infatigable. En tanto la multitud es una corriente interminable que toca adorativamente el borde de su túnica blanca y grita «¡Ghandiji! Ghandiji», él saluda someramente y sonríe sin quitarse las gafas. Recibe y lee mensajes; contesta telegramas; todo sin esfuerzo; es un santo que no se gasta. Nehru: un inteligente académico de su revolución.
Gran figura de aquel congreso fue Subhas Chandra Bose, impetuoso demagogo, violento antiimperialista, fascinante figura política de su patria. En la guerra del 14, durante la invasión japonesa, se unió a éstos, en contra del imperio inglés. Muchos años después, aquí en la India, uno de sus compañeros me cuenta cómo cayó el fuerte de Singapur:
—Teníamos nuestras armas dirigidas hacia los japoneses sitiadores. ¿De pronto nos preguntamos… y por qué? Hicimos dar vuelta a nuestros soldados y las apuntamos en contra de las tropas inglesas. Fue muy sencillo. Los japoneses eran invasores transitorios. Los ingleses parecían eternos.
Subhas Chandra Bose fue detenido, juzgado y condenado a muerte por los tribunales británicos de la India, como culpable de alta traición. Se multiplicaron las protestas, impulsadas por la ola independentista. Por fin, después de muchas batallas legales, su abogado —precisamente Nehru— logró su amnistía. Desde aquel instante se convirtió en héroe popular.