ÁLVARO
… Diablo de hombre este Álvaro… Ahora se llama Álvaro de Silva… Vive en Nueva York… Casi toda su vida la pasó en la selva neoyorkina… Lo imagino comiendo naranjas a horas insultantes, quemando con el fósforo el papel de los cigarrillos, haciendo preguntas vejatorias a medio mundo… Siempre fue un maestro desordenado, poseedor de una brillante inteligencia, inteligencia inquisitiva que parece no llevara a ninguna parte, sino a Nueva York. Era en 1925… Entre las violetas que se le escapaban de la mano cuando corría a llevárselas a una transeúnte desconocida, con la cual quería acostarse de inmediato, sin saber ni cómo se llamaba, ni de dónde era, y sus interminables lecturas de Joyce, me reveló a mí, y a muchos otros, insospechadas opiniones, puntos de vista de gran ciudadano que vive dentro de la urbe, en su cueva, y sale a otear la música, la pintura, los libros, la danza…
Siempre comiendo naranjas, pelando manzanas, insoportable dietético, asombrosamente entrometido en todo, por fin veíamos al antiprovinciano de los sueños, que todos los provincianos habíamos querido ser, sin las etiquetas pegadas a las valijas, sino circulando dentro de sí, con una mezcla de países y conciertos, de cafés al amanecer, de universidades con nieve en el tejado… Llegó a hacerme la vida imposible… Yo adonde llego asumo un sueño vegetal, me fijo un sitio y trato de echar alguna raíz, para pensar, para existir… Álvaro andaba de una electricidad a otra, fascinado con los films en que podríamos trabajar, vistiéndonos inmediatamente de musulmanes para ir a los estudios… Por ahí andan retratos míos en traje bengalí (como me quedaba sin hablar creyeron en la cigarrería, en Calcuta, que yo era de la familia de Tagore) cuando acudíamos a los estudios Dum-Dum para ver si nos contrataban… Y luego había que salir corriendo de la YMCA porque no habíamos pagado el alojamiento… Y las enfermeras que nos amaban… Álvaro se metió en fabulosos negocios… Quería vender té de Assam, telas de Cachemira, relojes, tesoros antiguos… Todo se dilapidaba pronto… Dejaba las muestras de Cachemira, las bolsitas de té sobre las mesas, sobre las camas… Ya había tomado una valija y estaba en otra parte… En Munich… En Nueva York…
Si yo he visto escritores, continuos, indefectibles, prolíficos, es éste el mayor… Casi nunca publica… No comprendo… Ya en la mañana, sin salir de la cama, con unas gafas encaramadas en la jorobilla de la nariz, está dele que dele a la máquina de escribir, consumiendo resmas de toda clase de papel, de todos los papeles… Sin embargo, su movilidad, su criticismo, sus naranjas, sus cíclicas transmisiones, su cueva de Nueva York, sus violetas, su embrollo que parece tan claro, su claridad tan embrollada… No sale de él la obra que siempre se esperó… Será porque no le da la gana… Será porque no puede hacerla… Porque está tan ocupado… Porque está tan desocupado… Pero lo sabe todo, lo mira todo a través de los continentes con esos ojos azules intrépidos, con ese tacto sutil que deja sin embargo que se escurra entre sus dedos la arena del tiempo…