Escena. La misma. Son más o menos las seis y media de la tarde. La oscuridad ha empezado a invadir la habitación. Una oscuridad temprana debido a la niebla que se ha levantado en la bahía y que produce el efecto de unas cortinas blancas corridas al otro lado de las ventanas.
Se oye con regularidad la sirena de un faro situado en la bocana del puerto que gime como una ballena herida. Del puerto, asimismo, procede el tañir de las campanas de los yates anclados.
Sobre la mesa se encuentra la bandeja que contiene la botella de whisky, los vasos y la jarra, tal como estaban en la escena previa al almuerzo del acto anterior.
Mary y la doncella, Cathleen, están en escena. Esta última se encuentra a la izquierda de la mesa. Tiene en la mano un vaso de whisky vacío, dando la impresión de que lo ha olvidado. Muestra los efectos de la bebida. En su rostro, simple y simpático, se aprecia una expresión complacida y satisfecha.
Mary está más pálida que antes y sus ojos tienen un brillo artificial. Su aire de distanciamiento es más intenso. Se ha sumergido más en sí misma, encontrando refugio y alivio en su sueño donde la realidad del presente no es sino una apariencia que se puede aceptar o desechar impunemente —incluso cínicamente— o ser totalmente ignorada. A veces adopta un aire alegre y jovial, como si, en espíritu, pudiera convertirse de nuevo, sencilla y tranquilamente, en la parlanchina colegiala, alegre y confiada, de sus días escolares. Lleva el vestido que se puso para ir al pueblo, una prenda sencilla y bastante cara, que le sentaría muy bien si no fuera por la forma descuidada, casi desaliñada, en que lo lleva. Ya no tiene el pelo cuidadosamente peinado, sino desgreñado, y el moño ligeramente torcido. Trata a Cathleen con gran familiaridad, como si la doncella fuera una vieja amiga. Al levantarse el telón, se encuentra en pie junto a la puerta corrediza mirando el exterior. Se escucha el lamento del faro.
Mary (Divertida, en tono infantil):
¡El faro! ¿No te parece horrible, Cathleen?
Cathleen (En un tono más familiar que el habitual, aunque sin parecer descarada, porque ciertamente siente cariño por su señora):
Claro que sí. Parece un alma en pena.
Mary (Continúa como si no la hubiera oído. Durante casi toda la escena Mary da la impresión de no prestar atención a la muchacha, a quien tiene consigo casi como una excusa para poder hablar con alguien):
Esta noche no me molesta. Pero anoche casi me vuelvo loca. Estuve despierta toda la noche.
Cathleen:
Dichoso faro. ¿Sabe que he pasado mucho miedo cuando volvíamos de la ciudad? Creía que ese idiota de Smythe nos iba a estrellar contra un árbol o que nos caeríamos a una zanja. No se veía uno sus propias narices. Le agradezco mucho que me dejara ir con usted en el asiento de atrás. Si llego a ir delante… Ese imbécil… No sabe tener las manos quietas. Como te descuides, empieza a pellizcarte el trasero o, bueno, ya sabe… con perdón, señora, pero es verdad.
Mary (Soñadora):
No es la niebla lo que me angustia, Cathleen. La verdad es que me encanta.
Cathleen:
Dicen que es muy buena para el cutis.
Mary:
Oculta el mundo. Lo esconde. Me hace sentir que todo es diferente, que nada es lo que parece. Nadie puede encontrarte. Eres inalcanzable.
Cathleen:
No me importaría si Smythe fuera un chófer guapo y elegante como algunos que yo he visto; bueno si no se propasase, que yo soy una chica decente. Pero ¡ese cerdo de Smythe…! Ya le he dicho que no se crea que voy a hacer caso a un tipo como él. Se lo he advertido: un día voy a darle un tortazo que lo va a dejar atontado durante una semana. ¡Y vaya si se lo doy!
Mary:
Lo que no me gusta es la sirena. No puedes olvidarte de ella. Te hace recordar, te avisa para que retornes. (Sonríe extrañamente.) Pero no podrá hacerlo esta noche. Es un sonido espantoso. Como ningún otro. (Ríe infantilmente.) Bueno, quizás se parezca a los ronquidos del señor. Siempre le he tomado el pelo por cómo ronca. No ha dejado de hacerlo desde que le conozco, sobre todo cuando bebe mucho. Pero es como un niño, no quiere aceptarlo. (Ríe mientras se acerca a la mesa.) Bueno, supongo que yo también roncaré a veces y tampoco me gustaría admitirlo. Así que no tengo ningún derecho a reírme de él. (Se sienta en la mecedora, a la derecha de la mesa.)
Cathleen:
Claro, todas las personas sanas roncan. Dicen que es señal de buena salud. (Preocupada.) ¿Qué hora es, señora? Tengo que volver a la cocina. Bridget se queja de que la humedad la pone peor del reuma y está que echa chispas. Me va a matar. (Deja el vaso sobre la mesaj se dirige hacia la puerta del saloncito.)
Mary (Atemorizada):
No. No te vayas, Cathleen. No quiero quedarme sola todavía.
Cathleen:
Están al volver. El señor y los señoritos llegarán enseguida.
Mary:
No creo que vengan a cenar. Tienen una excusa estupenda para quedarse en un bar del pueblo en lugar de venir a casa. (Cathleen la mira asombrada con expresión estúpida. Marycontinúa sonriendo.) No te preocupes de Bridget. Le diré que te he retenido. Cuando te vayas, le llevas un poco de whisky. Ya verás como entonces no le importa.
Cathleen (Hace una mueca. Vuelve a encontrarse a sus anchas):
No, señora. Eso es lo único que la pone de buen humor. Le encanta.
Mary (Soñadora):
¿Sabes, Cathleen? No siempre he estado enferma. Hace ya mucho tiempo, tenía muy buena salud.
Cathleen (Otra vez preocupada):
El señor se va a dar cuenta de que… para estas cosas tiene un ojo…
Mary (Divertida):
Bueno, pues haremos lo mismo que hace Jamie. Le echaremos un poco de agua.
Cathleen (Hace lo que le dice Mary mientras ríe entre dientes):
¡Que Dios nos ayude! Casi es agua. Lo va a notar en cuanto lo pruebe.
Marx (Indiferente):
Cuando vuelva estará tan borracho que no se dará cuenta de nada. Ahora sí que tiene una buena excusa para ahogar sus penas en alcohol, como dice él.
Cathleen (Filosóficamente):
No es tan malo que un hombre beba. Los que no beben son muy aburridos. (Asombrada, con aspecto estúpido.) ¿Una buena excusa, dice usted? ¿Por lo del señorito Edmund? Ya me he dado cuenta de que el señor está muy preocupado por él.
Mary (A la defensiva, casi como si lo hiciera mecánicamente, sin sentir emoción alguna):
No seas tonta, Cathleen. ¿Por qué iba a preocuparse? Una gripe no tiene importancia. Además, el señor jamás se preocupa. A no ser por el dinero, o por sus fincas o porque vaya a acabar en la miseria… Porque como lo demás no lo entiende, no tiene de qué preocuparse. (Ríe divertida pero distante.) Mi marido es un hombre muy particular, Cathleen.
Cathleen:
Pero es un caballero fino, guapo y amable, señora. Lo demás no importa.
Mary:
Bueno, es igual. Le he querido entrañablemente durante treinta y seis años. Eso demuestra que yo sé que tiene un corazón de oro y que no puede evitar ser como es.
Cathleen (Tranquilizada):
Claro, señora, ¿cómo no va a quererle si todo el mundo sabe que va besando por donde usted pisa? (Intenta sobreponerse al sopor causado por el último whisky para dar la impresión de que puede mantener la conversación.) ¿Y usted nunca ha pensado dedicarse al teatro, señora?
Mary (Ofendida):
¿Cómo se te ha ocurrido semejante tontería? Pertenezco a una familia respetable y me eduqué en uno de los mejores internados del Medio Oeste. Antes de conocer al señor Tyrone ni siquiera sabía que existía el teatro. Era muy religiosa. Incluso soñaba con meterme monja. Jamás he tenido el menor deseo de ser actriz.
Cathleen (Con descaro:)
Pues yo no la veo de monja, señora.
Mary (Ignorándola):
Nunca me he sentido a gusto en el teatro. A pesar de que el señor siempre me llevaba con él de gira, nunca he tenido relación con las personas de su compañía ni con gentes de teatro. Siempre han sido amables conmigo y yo con ellos. Pero no me sentía cómoda. No es el tipo de vida que me gusta. Siempre se ha interpuesto entre mí y… (Se levanta bruscamente). No hablemos de cosas pasadas que ya no se pueden cambiar. (Se dirige al porche y mira hada el exterior.) ¡Qué espesa es la niebla! No se ve la carretera. Podría pasar cualquiera por ahí y no lo veríamos. ¡Ojalá siempre fuera igual! Está oscureciendo. Enseguida se hará de noche, gracias a Dios. (Se vuelve. Vagamente.) Has sido muy amable haciéndome compañía esta tarde, Cathleen. Si no hubieras venido conmigo a la ciudad, me habría sentido muy sola.
Cathleen:
¿Es que acaso no es mejor pasear en un buen coche que quedarse aquí escuchando las mentiras que cuenta Bridget sobre su familia? Para mí ha sido como una fiesta, señora. (Hace una pausa. Luego continúa con aire estúpido.) Sólo hay una cosa que no me ha gustado.
Mary (Ausente):
¿Qué cosa Cathleen?
Cathleen:
El comportamiento del farmacéutico cuando le di la receta. (Indignada.) ¡Qué grosero!
Mary (Obstinada, en actitud ausente):
¿A qué te refieres? ¿Qué farmacia? ¿Cuál receta? (Con presteza, mientras Cathleen la mira asombrada.) ¡Ah! La receta de las medicinas para la artritis de las manos. Se me había olvidado. ¿Qué te dijo? (Aparentando indiferencia.) Aunque no importa porque, de todas formas, te dio la medicina…
Cathleen:
Pues a mí sí que me importó. No me gusta que me traten como a una ladrona. Se puso a mirarme y me dijo en plan ofensivo «¿De dónde has sacado esto?», y yo le digo «De donde a usted no le importa, pero si le interesa saberlo, es para mi señora, la señora Tyrone, que me está esperando en el coche». Eso le cerró el pico. Miró hacia la calle y dijo «Ah» y se fue a buscar la medicina.
Mary (Indiferente):
Sí. Me conoce. (Se sienta en el sillón de la derecha de la mesa. Añade en voz suave y distante.) Tengo que tomarla, porque si no, no se me quitan los dolores. Todos los dolores… De las manos, quiero decir. (Levanta las manos y las mira con lástima. Ahora no tiemblan.) ¡Mis pobres manos! No lo vas a creer, pero hubo un tiempo cuando, junto con los ojos y el pelo, eran mi mayor atractivo. También tenía muy buen tipo. (El tono de su voz se va haciendo cada vez más soñador.) Eran manos de músico. Me encantaba el piano. Era lo que más me gustaba estudiar cuando estaba en el Colegio. Amaba la música profundamente. La Madre Isabel y mi profesora de música decían que era la estudiante mejor dotada que hablan tenido. Mi padre quería que tomara clases particulares. Me mimaba tanto que hacía todo lo que yo le pedía. Me habría mandado a estudiar a Europa después de que saliera del colegio… y yo habría ido, de no haberme enamorado del señor. O a lo mejor me habría metido monja. Yo tenía dos sueños. Ser monja era el más bonito de los dos. El otro era ser concertista de piano. (Se detiene mirándose las manos fijamente. Cathleen pestañea para combatir la somnolencia y el mareo que siente.) ¡Hace tanto tiempo que no toco el piano! Aunque quisiera, no podría con estas manos. Después de casarme seguí con la música. Pero no tenía sentido. Una noche en cada sitio, trenes sucios, hoteles baratos, sin los niños, sin un hogar… (Continúa mirándose las manos con una mezcla de asco y fascinación.) Fíjate qué feas son, Cathleen. Completamente estropeadas… Parece que he tenido un accidente. (Se ríe con aire extraño.) Bueno, pensándolo bien, ha sido así… (Repentinamente se pone las manos detrás de la espalda.) No quiero verlas. Me recuerdan todavía más que la sirena que… (Desafiante y segura de sí.) Pero tampoco pueden tocarme ya. (Vuelve a mirarse las manos con deliberación.) Se han ido. Ya no siento dolor.
Cathleen (Sin comprender):
¿Es que se ha tomado la medicina? Pues la hace decir cosas muy raras, señora. Si no la conociera, creería que ha estado empinando el codo.
Mary (Soñadora):
Te quita el dolor. Te lleva hasta donde no te pueden alcanzar. Sólo es real la felicidad pasada. (Hace una pausa. Luego, como si sus palabras hubiesen conjurado el pasado feliz, cambia completamente de comportamiento y de expresión. Parece más joven. Como si fuera una inocente colegiala. Sonríe tímidamente.) Si el señor te parece guapo ahora, tendrías que haberlo visto cuando le conocí. Tenía fama de ser uno de los hombres más guapos del país. Las chicas del colegio que le habían visto actuar o en fotografía estaban locas por él. Era un gran ídolo, ¿sabes? Las mujeres le esperaban en la puerta del teatro para verlo de cerca. Así que te puedes imaginar cómo me emocioné cuando mi padre me escribió diciéndome que James Tyrone y él se habían hecho amigos y que yo le iba a conocer cuando regresase a casa para las vacaciones de Semana Santa. Enseñé la carta a todas las chicas y se morían de envidia. Mi padre me llevó al teatro a verle. Era una obra sobre la revolución francesa y el papel principal era el de un noble. Yo no podía dejar de mirarle. Cuando le metían en la cárcel me eché a llorar. Pero luego me dio mucha rabia porque tenía los ojos y la nariz rojos y no se me pasaba. Mi padre me llevó a su camerino para saludarle cuando acabó la representación. (Ríe excitada pero tímidamente.) Estaba tan avergonzada que sólo sabía tartamudear y me puse colorada como una idiota. Pero él no parecía pensar que fuera tonta. Sé muy bien que se fijó en mí desde el momento en que nos conocimos. (Coqueta.) Me imagino que ya no tendría la nariz y los ojos rojos. La verdad es que entonces yo era muy guapa, Cathleen. Y él era como un sueño, con el maquillaje y aquel traje de noble que le sentaba tan bien. Era distinto de los hombres normales, como si perteneciera a otro mundo. Pero no por eso dejaba de ser sencillo, amable y poco pretencioso, no era nada engreído. Me enamoré en aquel mismo momento. Luego me dijo que él también. Se me olvidó todo aquello de ser monja o pianista. Sólo quería convertirme en su esposa. (Hace una pausa, mirando hacia adelante con los ojos brillantes y soñadores y una sonrisa juvenil tierna y extasiada.) ¡Hace ya treinta y seis años, pero todavía puedo verlo como si fuera ahora mismo! Desde entonces no hemos dejado de querernos. Y ni un escándalo en los treinta y seis años. Ninguna mujer. Bueno, quiero decir, desde que me conoció. Me ha hecho muy feliz, Cathleen. Me ha hecho olvidar tantas otras cosas… (Intentando sobreponerse al sopor. Sentimental.)
Cathleen:
Es todo un caballero y usted una mujer con suerte. (Agitada) ¿Puedo llevar el whisky a Bridget, señora? Ya casi debe ser la hora de cenar y debería irme a la cocina para ayudarla. Si no la damos algo que la calme, me va a tirar un cuchillo cuando me vea aparecer.
Mary (Algo exasperada porque se ve obligada a abandonar su ensueño):
Bueno, bueno, márchate. Ya no me haces falta.
Cathleen (Aliviada):
Gracias, señora. (Echa en un vaso una buena cantidad de whisky y se dirige al saloncito.) No tardarán en llegar. El señor y los señoritos…
Mary (Impaciente):
No van a venir. Dile a Bridget que no los esperaré. Puedes servir la cena a las seis y media. Aunque no tengo hambre, me sentaré a la mesa y se acabó.
Cathleen:
Debería comer algo, señora. ¡Vaya medicina tan rara que la deja sin apetito!
Mary (Que ha vuelto a regresar a sus sueños, reacciona con melancolía):
¿Qué medicina? No sé qué quieres decir. (Despidiéndola.) Llévale eso a Bridget.
Cathleen:
Sí, señora.
(Desaparece por el saloncito. Mary espera hasta que oye cerrarse la puerta de la cocina tras ella. Luego regresa a sus sueños, relajada, mirando fijamente al vacío. Sus brazos descansan sobre los del sillón. Las manos, con los dedos largos, retorcidos, y los nudillos inflamados, permanecen en completa calma. Las sombras van invadiendo la habitarían. Desde el mundo exterior llega el gemido melancólico de la sirena acompañado por un coro de campanas, apagadas por la niebla, procedentes de los barcos anclados en el puerto. El rostro de Mary no demuestra oírlo, pero sus manos se agitan y los dedos revolotean por un momento en el vacío. Frunce ti ceño y mecánicamente sacude la cabeza como para espantar algo que la abruma. Repentinamente, pierde el aspecto juvenil y vuelve a ser una mujer madura, amargada, cínica y triste.)
Mary (Con amargura):
Eres una estúpida sentimental. ¿Qué hay de romántico en aquel primer encuentro? ¡Un ídolo del teatro y una boba colegiala romántica! Eras mucho más feliz antes de saber que él existía. En el colegio. Cuando rezabas a la Santísima Virgen. (Con añoranza.) ¡Si pudiera recuperar la fe perdida y poder volver a rezar! (Hace una pausa, luego comienza a recitar el Ave María, desanimada.) «Dios te salve, María, llena eres de gracia. El señor es contigo. Bendita tú eres entre todas las mujeres.» (Burlona.) ¡Y esperas que la Santísima Virgen crea las palabras de una drogadicta embustera…! ¡A ella no puedes ocultarle nada…! (Se pone en pie de un salto. Con las manos comienza a arreglarse el pelo distraídamente.) Tengo que subir. No es suficiente. Cuando se vuelve a empezar no se tiene la medida exacta de lo que necesitas. (Se dirige haría el salón, pero se detiene en la puerta al oír voces procedentes del jardín. Adopta un aire de culpabilidad.) Deben ser ellos… (Vuelve a sentarse apresuradamente. Su rostro aparece obstinado y a la defensiva.) ¿Por qué habrán tenido que volver? ¡Si no quieren! Y yo preferiría estar sola. (Repentinamente cambia de actitud. Parece sentirse aliviada y anhelante.) ¡Cómo me alegro de que hayan vuelto! ¡Me sentía tan sola!
(Se oye la puerta al cerrarse y Tyrone grita intranquilo desde el vestíbulo.)
Tyrone:
¿Estás ahí, Mary?
(Se enciende la luz de la entrada que, atravesando el salón, ilumina a Mary.)
Mary (Se levanta del sillón, con el rostro iluminado, prestamente):
Estoy aquí, querido. En el cuarto de estar. Te estaba esperando.
(Tyrone entra procedente del salón. Edmund viene tras él. Tyrone ha bebido mucho, pero apenas si se le nota, a no ser por la mirada un poco vidriosa y porque, de vez en cuando, se le traba la lengua. También Edmund ha tomado unas cuantas copas, pero no muestra sentir sus efectos, aparte de que sus hundidas mejillas están sofocadas y le brillan febriles los ojos. Se detienen en el umbral y la contemplan. Lo que ven supera lo esperado. Pero Mary, por ahora, no se da cuenta de sus miradas reprobadoras. Primero besa a su marido y luego a Edmund. Se comporta de forma demasiado efusiva. Ellos, lo aceptan agobiados. Mary, excitada.)
Mary:
Me alegro tanto de que hayáis vuelto. Ya había perdido la esperanza. Creía que no ibais a volver. ¡Qué noche tan lúgubre con esta niebla! Los bares deben estar mucho más animados, llenos de gente divertida. No, no digáis que no. Sé muy bien cómo debéis sentiros. No me quejo. Todavía os tengo que estar más agradecida por haber venido. Estaba aquí sola, tan triste… Venid y sentaros. (Se sienta en el extremo izquierda de la mesa, Edmund a su derecha y Tyrone en la mecedora de la derecha.) La cena estará enseguida. La verdad es que habéis venido un poco pronto. Toma el whisky, cariño. ¿Te pongo una copa? (Lo hace sin esperar la respuesta.) ¿Y a ti, Edmund? No quiero obligarte, pero antes de cenar abre el apetito. Te sentará bien. (Le pone una copa. No cogen los vasos. Ella parece no darse cuenta de su mutismo.) ¿Dónde está Jamie? Bueno, ya sé que mientras le quede dinero para una copa no volverá. (Se inclina y coge a su marido de la mano. Con tristeza.) Me temo que ya hace mucho tiempo que hemos perdido a Jamie, cariño. (Su rostro se endurece.) Pero no debemos permitirle que arrastre consigo a Edmund. Es lo que le gustaría. Le tiene envidia porque es el pequeño. Como le pasaba con Eugene. No estará satisfecho hasta que convierta a Edmund en un fracasado como él.
Edmund (Dolorido):
Cállate, mamá.
Tyrone (Hastiado):
Sí, Mary, cuanto menos digas… (A Edmund, un poco ebrio.) De todas formas, no creas que tu madre no deja de tener razón en lo que dice. Ya puedes cuidarte de tu hermano o acabará emponzoñando tu vida con esa maldita lengua de víbora que tiene…
Edmund (En el mismo tono):
Vamos, papá…
Mary (Continúa como si nada):
Es difícil creer, al verle ahora, cómo era Jamie de niño. ¿Te acuerdas de lo sano y feliz que era de pequeño, James? Ni aquellos trenes sucios, ni los hoteles tan malos, ni el ir de acá para allá, comiendo aquellas porquerías, pudieron con él. Siempre estaba de buen humor. Casi nunca lloraba. Igual que Eugene antes de que, por mi culpa, se muriese.
Tyrone:
¡Por amor de Dios! ¡Soy un imbécil! ¡Por qué habré vuelto a casa!
Edmund:
¡Cállate, papá!
Mary (Sonríe a Edmund con ternura, pero distante):
Edmund sí que era un problema cuando era pequeño, siempre enfurruñado y asustado por cualquier cosa. (Le da unos golpecitos en la mano, en tono de broma.) Todo el mundo decía que eras un llorón.
Edmund (Sin poder controlarse más):
A lo mejor es que me di cuenta de que había buenas razones para llorar.
Tyrone (En tono de reproche, pero con compasión):
Vamos, vamos, chico. No hagas caso a…
Mary (Como si no les hubiera oído. Con tristeza):
¡Quién iba a pensar que Jamie se convertiría en nuestra desgracia! James, ¿te acuerdas de que cuando lo mandamos interno al colegio traía unas notas estupendas año tras año? Todos le querían. Sus profesores siempre decían que tenía una inteligencia brillantísima y que aprendía sin ningún esfuerzo. Incluso después de que empezase a beber y le expulsaran, nos decían que lo habían sentido muchísimo por lo buen chico y lo buen estudiante que era. Todos le aseguraban un futuro maravilloso si se tomaba las cosas en serio. (Hace una pausa. Luego, distante y tristemente, añade.) ¡Qué pena! ¡Pobre Jamie! Es difícil comprender… (Repentinamente sufre un cambio. Su rostro se endurece y se queda mirando fijamente a su marido, acusadora y hostil.) No. No lo es. Tú le convertiste en un borracho. Desde que nació no te ha visto una sola vez sin un vaso en la mano. Siempre tenías la botella en la mesa de cada una de aquellos asquerosos hoteles. Y, cuando le dolía la tripa o tenía pesadillas, tú siempre lo arreglabas dándole una cucharadita de whisky para que se tranquilizara.
Tyrone (Dolido):
¿Así que yo tengo la culpa de que ese vago se haya convertido en un borracho? ¿Para tener que oír esto he venido a casa? ¡Me lo debía haber imaginado! ¡En cuanto te tomas ese veneno te dedicas a echar la culpa a todos menos a ti misma!
Edmund:
Papá, ¿no me habías dicho que no hiciera caso? (Resentido.) Además, es verdad. Hacías lo mismo conmigo. Me acuerdo muy bien de tus cucharaditas cada vez que tenía una pesadilla.
Mary (En tono distante. Recordando):
Sí. De pequeño siempre tenías pesadillas. Naciste asustado. Yo tenía tanto miedo de traerte al mundo… (Hace una pausa. Después continúa con la misma frialdad.) ¡Edmund, por favor, no pienses que yo culpo a tu padre! No se le ocurría nada mejor. Cuando tenía diez años tuvo que dejar de ir a la escuela. Sus padres eran unos irlandeses de lo más pobre e inculto. Estoy convencida de que creían que el whisky es el mejor remedio cuando un niño está enfermo o asustado.
(Tyrone está a punto de saltar en defensa de su familia, pero interviene Edmund.)
Edmund (Cortante):
¡Papá! (Cambiando de tema.) ¿Vamos a echar un trago o no?
Tyrone (Intentando controlarse. Derrotado):
Tienes razón. No debería hacerle caso como un idiota. (Coge su vaso.) A tu salud, muchacho.
(Edmund bebe, pero Tyrone permanece inmóvil mirando el vaso que tiene en la mano. Inmediatamente Edmund percibe lo aguado que está el whisky. Frunce el ceño, mira a la botella después a su madre. Va a decir algo, pero se detiene.)
Mary (En otro tono. Pesarosa):
James, siento haberte dado la impresión de estar de mal humor. No lo estoy. Todo está ya tan lejano. Pero me dolió que dijeras que no deberías haber vuelto a casa. Cuando regresasteis, me sentí tan aliviada y tan contenta, tan agradecida… Cuando empieza a caer la niebla y se está solo, uno se siente tan abrumado…
Tyrone (Conmovido):
Si te vas a comportar como realmente eres, me alegro de haber vuelto, Mary.
Mary:
Me sentía tan sola que hice venir a Cathleen para tener alguien con quien hablar. (Vuelve a comportarse como una tímida colegiala.) ¿Sabes lo que le estaba contando, cariño? Lo de aquella noche cuando mi padre me llevó a tu camerino y me enamoré de ti. ¿Te acuerdas?
Tyrone (Profundamente conmovido. Con voz ronca):
¿Es que crees que puedo olvidarlo, Mary? (Edmund aparta la vista de ellos, triste y confundido.)
Mary (Con ternura):
No. Ya sé que todavía me quieres, a pesar de todo.
Tyrone (Intenta disimular las lágrimas. Pestañea. Apasionadamente):
¡Sí! ¡Pongo a Dios por testigo de que siempre será así!
Mary:
Yo también te quiero, cariño, a pesar de todo. (Pausa. Edmund parece muy confuso. Mary vuelve a comportarse fríamente, como si hablara de alguien que contemplase a distancia.) Pero tengo que confesarte, James, que, aunque no pudiera evitar amarte, jamás me habría casado contigo de haber sabido que bebías tanto. No olvidaré aquella primera noche cuando tus amigotes tuvieron que traerte desde el bar al hotel. Llamaron a la puerta de nuestra habitación y salieron corriendo antes de que yo tuviera tiempo de abrir. Todavía estábamos en nuestra luna de miel, ¿te acuerdas?
Tyrone (Vehemente, pero demostrando sentirse culpable):
¡No me acuerdo! ¡No estábamos de luna de miel! ¡Jamás han tenido que meterme en la cama ni que suspender una sola representación!
Mary (Como si él no hubiera dicho nada):
Te había estado esperando horas y horas en aquella espantosa habitación. Me inventaba excusas. Me decía a mí misma que tenía que ser a causa de algún asunto relacionado con el teatro. No sabía nada de tu mundo. Luego empecé a asustarme. No hacía más que pensar en toda clase de accidentes horribles. Me puse de rodillas y recé para que no te hubiese pasado nada. Entonces te trajeron y te dejaron en la puerta. (Suspira brevemente, con tristes.) No sabía que aquello sucedería con frecuencia a partir de entonces, que tendría que esperarte muchas veces en aquellas horribles habitaciones… Al final, casi me acostumbré.
Edmund (Interrumpe con una fría mirada de odio para su padre):
¡Dios! No me extraña que… (Se controla. Malhumorado.) ¿Cuándo vamos a cenar, mamá? Ya está bien.
Tyrone (Abrumado por la vergüenza, intenta disimular jugueteando con su reloj):
Sí, ya va siendo hora. Veamos… (Se queda mirando al reloj como si no lo viera. Implorante.) ¡Mary! ¿Es que no puedes olvidar?
Mary (Con fría piedad):
No, cariño. Pero perdono. Siempre te perdono. No te sientas culpable. Siento haber pensado en voz alta. No quiero ponerme triste ni que te pongas triste tú. Sólo quiero recordar el pasado feliz. (Vuelve a adoptar el aire tímido de sus días juveniles.) ¿Te acuerdas de nuestra boda, cariño? Seguro que has olvidado cómo era mi traje de novia. Los hombres no os fijáis en esas cosas. No les dais importancia. ¡Pero te aseguro que sí era importante para mí! No sabes cómo me preocupaba. Estaba tan emocionada y me sentía tan feliz… Mi padre me dijo que podía comprarme lo que quisiera, costara lo que costara. Decía que no habría nada suficientemente bueno para mí. Creo que me mimaba demasiado. Mi madre no. Era muy religiosa y muy estricta. Yo creo que me tenía algo de envidia. No le parecía bien que me casara, sobre todo con un actor. Ella hubiera preferido que me metiese monja. Reñía a mi padre «Nunca dices que no te importa lo que cuestan las cosas cuando soy yo quien las compra. La mimas tanto que compadezco a su marido el día que esa niña se case. Va a esperar que le regale la luna. Nunca será una esposa como Dios manda». (Ríe con cariño.) ¡Pobre mamá! (Sonríe a Tyrone con una coquetería extraña y fuera de lugar.) ¿Verdad que no tenía razón, James? No he sido tan mala esposa ¿eh?
Tyrone (Malhumorado, intenta sonreír):
No me quejo, Mary.
Mary (Su rostro muestra una sobra de culpa):
Por lo menos te he querido con todo mi corazón y he hecho lo que he podido. Dadas las circunstancias… (Vuelve a adoptar su expresión tímida.) ¡Aquel traje de novia casi termina con la modista y conmigo…! (Ríe.) Yo me puse muy pesada. Nunca me parecía del todo bien. Al final la modista me dijo que si volvía a tocarlo, acabaría por estropearlo definitivamente, así que la hice marcharse para poder mirarme bien en el espejo. Estaba maravillosa. Era muy presumida. Me decía a mí misma «Aunque tengas la nariz, la boca y las orejas un poquitín grandes, tus ojos, tu tipo y tus manos lo compensan. Eres tan guapa como cualquier actriz que él haya conocido y eso que tú no usas maquillaje». (Hace una pausa y frunce la frente tratando de recordar.) Me pregunto donde habré puesto mi traje de novia. Solía tenerlo envuelto en papel de seda dentro de mi baúl. Esperaba haber tenido una hija y que, cuando se casara… No podría haber encontrado un traje más bonito; además, ya sabía que tú, James, ibas a tener muy presente lo que te costaría. Le dirías que se lo comprase en las rebajas. Era de seda suave y brillante, ribeteado con un maravilloso encaje, con volantitos en el cuello y en los puños y con incrustaciones bordadas en los pliegues que daban caída a la cola. El cuerpo era muy entallado, tanto que tuve que contener el aliento cuando me lo ajustaron para que me hiciera la cintura muy fina. Mi padre me dejó poner encajes hasta en los zapatos, que eran también de seda. En el velo llevaba pequeñas flores de azahar. ¡Ay, cómo me gustaba aquel vestido! ¡Era tan bonito! ¿Dónde estará? De vez en cuando lo sacaba, cuando estaba triste, pero siempre terminaba llorando, así que, por fin, un día, hace mucho… (Frunce de nuevo la frente.) ¿Dónde lo habré metido? Seguramente estará en uno de los viejos baúles del desván. Ya lo buscaré.
(Se detiene, mirando hacia delante. Tyrone suspira, sacudiendo la cabeza resignado mientras intenta buscar los ojos de su hijo, pero Edmund está mirando fijamente hacia el suelo.)
Tyrone (Forzando un tono distendido):
¿No es ya hora de cenar, cariño? (Intenta hacer una broma.) Siempre me riñes por llegar tarde, pero, para una vez que soy puntual, resulta que no está la cena. (Ella no parece oírle. Añade amable.) Bueno, pues si no podemos cenar, podemos beber. Se me había olvidado esto. (Bebe mientras Edmund le observa. Tyrone tuerce el gesto y mira a su esposa lleno de sospecha. Brusco.) ¿Quién ha tocado mi whisky? ¡La mitad es agua! Jamie no ha estado en casa y, además, no es tan tonto. Cualquiera se daría cuenta de que… ¡Mary, contéstame! (Enfadado.) ¡Espero que no te haya dado por beber además de…!
Edmund:
¡Cállate, papá! (A su madre, sin mirarla.) Has invitado a Cathleen y a Bridget, ¿verdad mamá?
Mary (Indiferente y sin inmutarse):
Sí, claro. Trabajan mucho y se les paga poco. Y, como soy yo quien lleva la casa, tengo que hacer lo posible para que no se vayan. Además, quería agradecer a Cathleen que me haya acompañado al pueblo y que fuera a recoger mi receta a la farmacia.
Edmund:
¡Mamá, por amor de Dios! Pero ¿cómo te fías de ella? ¿Es que quieres que todo el mundo lo sepa?
Mary (Se endurece su rostro):
¿Qué van a saber? ¿Que tengo reúma en las manos y que debo tomar medicinas para que se me pase el dolor? ¿Por qué iba a avergonzarme de eso? (Se vuelve hacia Edmund, acusadora, casi vengativa.) ¡No sabía lo que era el reúma hasta que naciste tu! ¡Pregúntaselo a tu padre! (Edmund, aparta la mirada, estremecido.)
Tyrone:
No le hagas caso, muchacho. No le des ninguna importancia. Cuando empieza a ver en sus manos la justificación de lo que hace, es que ya se encuentra demasiado lejos de nosotros.
Mary (Se vuelve hacia él con una ofensiva sonrisa de triunfo):
Me alegro de que te hayas dado cuenta, James. A lo mejor así dejáis de hacerme recordar. ¡Tú y Edmund! (Bruscamente, en tono enérgico.) ¿Por qué no enciendes la luz, James? Se está haciendo de noche. Ya sé que no te gusta, pero Edmund te ha demostrado que una bombilla casi no gasta electricidad. No tiene sentido que te comportes como un tacaño por miedo a terminar en un asilo.
Tyrone (Reacciona mecánicamente):
¡Nunca he dicho que vaya a arruinarme por tener una bombilla encendida! ¡Es una y otra y otra lo que da dinero a la Compañía Eléctrica! (Se levanta y enciende la pantalla de la mesa. Brusco.) Pero es absurdo intentar hacerte entrar en razón. (A Edmund.) Voy a por otra botella de whisky, muchacho. A ver si podemos echar un buen trago. (Sale por el saloncito trasero.)
Mary (Distante pero divertida):
Va a bajar al sótano por la puerta del jardín para que no le vean las criadas. Le da vergüenza tener el whisky guardado en el sótano. Tu padre es extraño, Edmund. A mí me ha costado mucho tiempo llegar a entenderle. Tú también tienes que intentarlo. No le debes despreciar por ser tan roñoso. Su padre abandonó a su esposa y a sus seis hijos un año después de llegar a América. Les dijo que tenía la premonición de que iba a morir pronto y que quería regresar a Irlanda para morir allí. Así que se marchó y allí murió. También debió ser un tipo muy raro. Tu padre tuvo que ponerse a trabajar en un taller de cerrajería cuando solamente tenía diez años.
Edmund:
Vamos, mamá. Esa historia del taller ya se la he oído a papá cincuenta mil veces.
Mary:
Sí, hijo, ya lo sé. Pero no creo que hayas intentado comprender…
Edmund (Lo ignora. Apenado):
¡Escucha, mamá! No creo que hayas ido tan lejos como para olvidarte de todo. No me has preguntado qué me han dicho esta tarde. ¿O es que no te importa?
Mary (Agitada):
¡No digas esas cosas! ¡Me haces daño!
Edmund:
Lo que tengo es grave, mamá. Ahora el doctor Hardy está seguro.
Mary (A la defensiva, burlona):
¡Ese viejo mentiroso! Ya te advertí que se inventaría…
Edmund (Obstinadamente):
Ha llamado a un especialista para que me vea, y poder confirmarlo.
Mary (Lo ignora):
¡No me hables de Hardy! Si hubieras visto lo que dijo el médico que tuve en el sanatorio, y ése sí que sabe lo que dice, del tratamiento que me puso Hardy… ¡Nos dijo que debería estar en la cárcel! ¡Que era increíble que no me hubiera vuelto loca! Yo le contesté que una vez llegué a enloquecer, aquella noche que salí corriendo en camisón y quería tirarme al mar. Te acuerdas, ¿verdad? ¿Y quieres que todavía me fíe de lo que diga el doctor Hardy? ¡Oh, no!
Edmund (Con amargura):
Me acuerdo perfectamente. Fue cuando papá y Jamie decidieron que ya no me lo podían ocultar más. Jamie me lo contó. Le llamé embustero. Intenté pegarle. Pero yo sabía que no me estaba mintiendo. (Le tiembla la voz, se le llenan los ojos de lágrimas.) ¡Toda mi vida se convirtió en un infierno!
Mary (Apenada):
¡Oh, no! ¡Hijo mío! ¡Me haces tanto daño!
Edmund (Frío):
Lo siento, mamá. Has sido tú quien empezó. (Persiste con tozudez) Escucha, mamá. Te lo voy a decir tanto si quieres oírlo como si no. Tengo que ir a un sanatorio.
Mary (Asombrada, como si nunca hubiera pensado en esta posibilidad):
¿Que tienes que irte? (Violentamente.) ¡No! ¡No lo consentiré! ¿Cómo se atreve Hardy a decir semejante cosa sin consultarme antes? ¿Por qué lo ha consentido tu padre? ¿Con qué derecho? ¡Tú eres mi hijo! ¡Que él se ocupe de Jamie! (Cada vez más excitada y virulenta.) Sé muy bien por qué quiere mandarte a un sanatorio. ¡Para separarte de mí! Nunca ha dejado de intentarlo. ¡Siempre ha estado celoso de todos y de cada uno de mis hijos! ¡Siempre maquinando para que yo los abandonara! Por eso murió Eugene. Pero, sobre todo, tiene celos de ti. Sabe que eres mi preferido porque…
Edmund (Destrozado):
¡Deja de decir locuras, mamá! ¡Deja de echarle la culpa! ¿Por qué ahora no quieres que me vaya? Me he pasado la vida por ahí y nunca he visto que se te rompiera el corazón.
Mary (Con amargura):
Me temo que, a pesar de todo, no eres muy sensible. (Triste.) Podías haberte figurado, cariño, que desde que supe que tú sabías… lo mío… me alegraba que estuvieras donde no pudieras verme.
Edmund (Angustiado):
¡Mamá! ¡No! (Ciegamente la toma de la mano, pero inmediatamente vuelve a soltarla, sumido en la tristeza.) Todas estas historias de lo mucho que me quieres cuando ni siquiera estás dispuesta a escuchar lo que intento decirte sobre lo mal…
Mary (Bruscamente se transforma en una madre protectora y absorbente):
Vamos, vamos. Ya está bien. No te quiero escuchar porque sé que no tiene la menor importancia. Son mentiras de Hardy. (Edmund se estremece. Ella mantiene el tono jocoso, pero deja traslucir cierto resentimiento.) Eres igual que tu padre, cariño. Te encanta hacer escenas trágicas para llamar la atención. (Una risita.) Si te diera pie, empezarías a decirme que te estás muriendo.
Edmund:
Hay quien se muere. Tu propio padre…
Mary (Cortante):
¿Por qué lo tienes que mencionar? No hay punto de comparación. Mi padre tenía tuberculosis. (Furiosa.) No me gusta que te pongas macabro. ¡Te prohíbo que me hables de la muerte de mi padre! ¿Has oído?
Edmund (Se endurece su rostro. Torvo):
Sí, mamá, te he oído muy bien. ¡Ojalá estuviera sordo! (Se levanta de la silla y se le queda mirando acusadoramente.) ¡A veces es muy difícil tener que aceptar que tu propia madre es una drogadicta!
(Mary retrocede. Su rostro parece carente de vida, como si fuera una máscara de escayola. Edmund se arrepiente inmediatamente de lo que ha dicho. Tartamudea apenado.)
Mary (Se dirige lentamente haría las ventanas de la derecha, como un autómata. Mira haría el exterior. Su voz suena lejana e impersonal):
¡Escucha esa horrible sirena! Y las campanas. ¿Por qué será que la niebla hace que todo parezca tan lúgubre y tan perdido?
Edmund (Agobiado):
No… No me puedo quedar aquí. No quiero cenar.
(Sale huyendo por el salón. Ella permanece mirando por la ventana hasta que oye cerrarse la puerta principal. Luego regresa al sillón j se sienta con la mirada perdida.)
Mary:
Tengo que subir. No es suficiente. (Hace una pausa. Con añoranza.) Espero que, algún día, por casualidad, me inyecte una sobredosis. Nunca podría hacerlo a propósito. La Santísima Virgen no me perdonaría.
(Oye que regresa Tyrone y se da la vuelta cuando él entra por el salonríto con una botella de whisky que acaba de abrir. Está furioso.)
Tyrone (Iracundo):
El cerrojo está arañado. Ese borracho ha intentado abrirlo con un alambre, como ha hecho otras veces. (Satisfecho, como si hubiera ganado una batalla en su perpetua guerra con su hijo.) Pero esta vez le he vencido. Este cerrojo no lo abre cualquier ladronzuelo. (Deja la botella en la bandeja y repentinamente percibe la ausencia de Edmund.) ¿Dónde está Edmund?
Mary (En tono ausente):
Ha salido. A lo mejor ha ido a buscar a Jamie. Supongo que todavía le quedará dinero y no parará hasta gastárselo. Me ha dicho que no quiere cenar. Estos días no tiene mucho apetito. (Tozudamente.) Aunque sólo tiene un catarro.
(Tyrone la mira fijamente, sacude la cabeza descorazonado, se sirve una buena cantidad de whisky y se la bebe. Repentinamente parece como si Mary no pudiera resistir más, se echa a llorar y solloza.)
Mary:
¡Oh, James, estoy tan asustada! (Ella se levanta, le echa los brazos al cuello y oculta el rostro en su hombro. Solloza.) ¡Sé que va a morir!
Tyrone:
¡No digas eso! ¡No es cierto! Me han prometido que dentro de seis meses estará curado.
Mary:
¡No me mientas! Sé muy bien cuando estás actuando. ¡Y será por mi culpa! Nunca debí volver a quedarme embarazada. Habría sido mejor para él. Así no habría sufrido por mi culpa. ¡No habría tenido que saber que su madre es una drogadicta! ¡No la habría odiado!
Tyrone (Le tiembla la voz):
¡Calla, Mary, por amor de Dios! Él te quiere. Sabe que es una maldición que cayó sobre ti inesperadamente, sin que te dieras cuenta. Está orgulloso de que tú seas su madre. (Bruscamente, al oír abrirse la puerta de la cocina.) ¡Shh! ¡Que viene Cathleen! No querrás que te vea llorar.
(Mary se vuelve rápidamente hacia las ventanas de la izquierda mientras se seca los ojos apresuradamente. Un momento después entra Cathleen por la puerta del saloncito. Sus pasos son inseguros y parece un poco ebria.)
Cathleen (Al ver a Tyrone se sobresalta. Con dignidad):
La cena está servida, señor. (Sube el tono de voz innecesariamente.) La cena está servida, señora. (Abandona el tono digno y se dirige a Tyrone con familiaridad y buen humor.) Así que ya ha vuelto, ¿eh? Vaya, vaya… ¡Cómo se va a poner Bridget! La he dicho que la señora me dijo que no vendría usted. (Al percibir una mirada acusadora en sus ojos.) ¡No me mire así! Me he tomado un trago, pero no lo he robado. Me han invitado. (Se da la vuelta con aire digno y desaparece por el saloncito.)
Tyrone (Suspira. Luego adopta un aire teatralmente campechano):
Vamos, cariño. Cenemos. Tengo un hambre de lobo.
Mary (Se aproxima a él. De nuevo su rostro parece una máscara y su tono de voz es remoto):
Me temo que vas a tener que excusarme, James. No podría comer nada. Las manos me duelen muchísimo. Creo que lo mejor que puedo hacer es subir a acostarme y descansar. Buenas noches, cariño. (Le besa mecánicamente y se vuelve hacia el salón.)
Tyrone (Con aspereza):
¿Conque subes a por más de ese maldito veneno, eh? Antes de que acabe la noche vas a parecer el espectro de un loco.
Mary (Empieza a alejarse, impersonal):
No sé de qué estás hablando, James. Cuando bebes dices unas cosas tan espantosas… Como Edmund y Jamie.
(Sale por el salón. Tyrone permanece un instante sin saber qué hacer. Es un anciano triste, aturdido y destrozado. Se dirije por el saloncito hacia el comedor con paso cansado.)
Telón