SEGUNDA ESCENA

Escena La misma, una media hora más tarde. La bandeja con la botella de whisky ha sido retirada de la mesa. Al levantarse el telón, la familia regresa del comedor. MARY entra la primera, procedente del saloncito. La sigue su marido. No se comporta con ella como lo hacia al principio del primer acto. Evita mirarla o roerla. Su rostro expresa una mezfla de desaprobación, cansancio y resignación. Jamie y Edmund siguen a su padre. El rostro de Jamie refleja cinismo y Edmund trata de imitar este gesto defensivo de su hermano pero no lo consigue. Se advierte claramente que está afligido y que se encuentra mal físicamente.

MARY de nuevo está terriblemente nerviosa, como si la tensión sufrida durante el almuerzo hubiera sido demasiado para ella. Pero, sin embargo, su rostro continúa expresando la extraña indiferencia que parece alejarla de la angustia provocada por su nerviosismo.

Al entrar, va diciendo un flujo de palabras que pronuncia casi mecánicamente, una rutinaria conversación familiar. No parece darse cuenta de que su familia presta tan poca atención a lo que dice como ella misma. Al hablar, se acerca a la izquierda de la mesa y permanece en pie mirando hacia el frente, mientras que con una mano se arregla mecánica e inconscientemente el vestido y con la otra tamborilea sobre la mesa. TYRONE enciende un puro y se dirige a la puerta corrediza, donde permanece mirando al jardín. Jamie llena una pipa que ha tomado de un tarro que hay sobre la librería del fondo. Edmund se sienta en una silla junto a la mesa, dando la espalda a su madre para no tener que mirarla.

MARY:

No sirve para nada discutir con Bridget. No te escucha. No puedo ponerme seria con ella, porque siempre me amenaza con marcharse. Hay veces que realmente hace lo que puede. Lo malo es que, precisamente en esas ocasiones, decides llegar tarde, James. Bueno, siempre queda el consuelo de pensar que, tal como guisa, nunca se sabe si hace lo que puede o si todo le da igual. (Se ríe divertida, pero distante, con indiferencia.) No importa. El verano está a punto de acabar, gracias a Dios. Cuando empiece la temporada podremos volver a tus hoteluchos y a los viajes en tren. Los aborrezco, pero, al menos, no tienen por qué parecer un hogar, ni tengo que ocuparme de llevar la casa. ¿Cómo íbamos a esperar que Bridget y Cathleen se comportasen como si esto fuera una casa normal? Saben que no lo es. Nunca lo ha sido y nunca lo será.

TYRONE (Ásperamente, sin volverse):

No. Ya no lo podrá ser. Pero sí lo ha sido, antes de que tú…

MARY (Su rostro adopta una expresión obcecada):

¿Antes de que yo qué? (Se produce un silencio embarazoso. Ella vuelve a adoptar su aire distante.) No, no. Digas lo que digas, no es cierto, querido. Nunca fue un hogar. Siempre has preferido irte al club o a un bar. Y, por lo que a mí se refiere, siempre he estado tan sola como en una habitación de hotel de segunda categoría. Recuerda que sé muy bien lo que es un hogar. Abandoné el mío para casarme contigo: la casa de mi padre. (Inmediatamente, por asociación de ideas, se vuelve hacia Edmund. Demuestra ternura y amabilidad, pero sin abandonar su distanciamiento.) Me preocupas, Edmund. Casi no has probado la comida. Ésa no es forma de cuidarte. Es lógico que yo no tenga apetito. Me he puesto demasiado gorda. Pero tú tienes que comer. (Con aire maternal.) Prométeme que vas a comer, cariño. Que lo harás por mí.

Edmund (Hastiado):

Sí, mamá.

MARY (Le da unos golpecitos en la mejilla y él evita apartarse):

Eso está muy bien.

(Se produce otra pausa tensa. De repente suena el teléfono en el vestíbulo y todos se quedan envarados.)

TYRONE:

Yo contestaré. McGuire dijo que me iba a llamar. (Sale por el salón principal.)

MARY (Con indiferencia):

McGuire. Seguro que tiene por ahí algún terreno que nadie, excepto vuestro padre, quiere comprar. Ya no tiene importancia, pero nunca he comprendido cómo puede seguir comprando tierras y luego dice que no me puede comprar una casa.

(Se detiene a escuchar al oír la voz de TYRONE procedente del salón principal.)

TYRONE:

Dígame. (Con falsa cordialidad.) ¿Cómo está, doctor?

(Jamie deja de mirar por la ventana. Los dedos de MARY tamborilean más fuerte sobre la mesa. La voz de TYRONE trata de ocultar las malas noticias que le están dando.) Ya veo… (Apresuradamente.) Bueno, ya se lo explicará cuando le vea esta tarde. Sí, seguro que irá. A las cuatro. Yo me pasaré por ahí para charlar con usted un poco antes. Tengo que ir a la ciudad a resolver unos asuntos. Adiós, doctor.

Edmund (Hastiado):

No parecen buenas noticias.

(Jamie le mira con lástima. El rostro de MARY está lleno de terror y sus manos demuestran su agitación. TYRONE entra, evidenciando su inquietud a pesar de la indiferencia con que se dirige a Edmund.) Era el doctor Hardy. Quería asegurarse de que irías a verle a las cuatro.

Edmund (Hastiado):

¿Qué te ha dicho? La verdad es que ya me importa un rábano.

MARY (Irrumpe excitada):

No creeré nada de lo que diga aunque lo jure sobre la Biblia. No le hagas caso, Edmund.

TYRONE (Brusco):

¡MARY!

MARY (Todavía más excitada):

¡Todos sabemos por qué confías en él, James! ¡Porque sus honorarios no son altos! No digas nada. Conozco muy bien al doctor Hardy. A la fuerza, tengo que conocerle, después de tantos años. ¡Es un ignorante! Debería haber una ley que prohibiese que ese tipo de gente ejerciese la medicina. ¡No tiene ni idea…! ¡Cuando estás hecha polvo y te has vuelto medio loca, se sienta, te coge la mano y te suelta un sermón sobre la fuerza de voluntad! (Su rostro muestra una expresión de intenso dolor causado por los recuerdos. Pierde el control momentáneamente. Expresa odio.) ¡Te humilla a propósito! ¡Te obliga a rogar y a suplicar! ¡Te trata como si fueras un criminal! ¡No comprende nada! Y sin embargo, fue un tipo como él quien te dio la medicina por vez primera, pero cuanto te diste cuenta de lo que era ya fue demasiado tarde. (Apasionadamente.) ¡Odio a los médicos! Hacen lo que sea, lo que sea, con tal de que sigas yendo a su consulta. ¡Hasta venderían su alma! ¡Y, lo que es peor, son capaces de vender la tuya sin que te enteres, y cuando te das cuenta ya es demasiado tarde para salir del infierno!

Edmund:

¡Mamá, por amor de Dios, deja de hablar!

TYRONE (Angustiado):

Sí, MARY, no es momento…

MARY (Repentinamente se siente culpable y confundida. Balbucea):

Yo… Perdóname, querido. Tienes razón. Ya de nada vale enfadarse. (Se ha serenado y su voz tiene un tono distante.) Si no os importa, voy a subir un momento. Tengo que arreglarme el pelo. (Sonriendo.) Si consigo encontrar las gafas, claro. Enseguida bajo.

TYRONE (Cuando ella se dirige hacia la puerta, en tono de súplica y reproche):

¡MARY!

MARY (Se vuelve hacia él):

Sí, querido. ¿Qué quieres?

TYRONE (Desarmado):

Nada.

MARY (Con una extraña sonrisa burlona):

Puedes subir a ver lo que hago si no te fías de mí.

TYRONE:

¡Como si fuera a servir de algo! Lo dejarías para más tarde. Además, no soy tu guardián. Esto no es una cárcel.

MARY:

No. Ya sé que tú sigues creyendo que es un hogar. (Añade rápidamente, arrepentida pero con despego.) Lo siento, querido. No quería ser desagradable. No tienes la culpa.

(Se vuelve y desaparece por el saloncito. Los tres permanecen en silencio. Parecen esperar que termine de subir antes de empezar a hablar.)

Jamie (Con brutal cinismo):

¡A pincharse otra vez!

Edmund (Enfadado):

¡No hables así!

TYRONE:

¡Sí! ¡Sí! ¡Cierra la boca y no uses ese asqueroso lenguaje de Broadway! ¿Es qué no sientes lástima? ¿No te da vergüenza? (Pierde el control.) ¡Debería echarte a la calle a patadas! Pero sabes muy bien quién lloraría por ti, quién te justificaría y quién suplicaría hasta que yo te permitiese volver.

Jamie (Con el dolor reflejado en el rostro):

¿Es qué crees que no lo sé? ¿Que no siento lástima? Siento por ella toda la pena del mundo. Sé muy bien con qué tiene que enfrentarse, que ya es comprenderla más que tú. Mis palabras no quieren decir que yo carezca de sentimientos. Simplemente he dicho algo que todos sabemos y que ahora hemos de aceptar. (Amargamente.) El tratamiento no vale para nada. Sólo momentáneamente. La verdad es que hemos sido idiotas al creer que tiene solución… (Cínicamente.) ¡Nunca acaban de dejarlo!

Edmund (Con desprecio, parodia el cinismo de su hermano):

¡Nunca lo dejan! ¡No tienen salida! ¡Se quedan colgados! ¡No podemos salir adelante porque somos unos perdidos, unos deshechos humanos! (Con desdén.) ¡Dios! Si yo llegase a decir esas cosas…

Jamie (Por un momento se siente herido, pero se encoge secamente de hombros):

Bueno, pues tus poemas tampoco son muy optimistas. Ni esos libros que lees y que tanto admiras. (Señala la pequeña librería del fondo.) Ése del nombre que no hay quien pronuncie, por ejemplo.

Edmund:

Nietzsche. No sabes lo que dices. No lo has leído.

Jamie:

Lo suficiente para saber que no es más que un idiota.

TYRONE:

¡Callaros los dos! No hay ninguna diferencia entre las teorías que tú has aprendido en Broadway y las que Edmund ha sacado de los libros. Todas apestan por igual. Los dos habéis abandonado la fe en que nacisteis y fuisteis educados: la verdadera fe de la Iglesia católica. ¡Al haber renegado de ella vais por el camino de la autodestrucción! (Los dos le miran con aire de suficiencia. Se olvidan de su disputa y se unen contra él.)

Edmund:

¡Eso sí que son tonterías, papá!

Jamie:

Por lo menos no somos unos hipócritas. (Cáusticamente.) Además, últimamente tú no has gastado muchos pantalones por arrodillarte en Misa.

TYRONE:

¡En la práctica puede que yo sea un mal católico, pero Dios me perdonará, porque tengo fe! (Furioso.) ¡No mientas! A lo mejor no voy a Misa, pero no ha pasado un solo día de mi vida sin que haya caído de rodillas.

Edmund (Mordaz):

¿Para rezar por mamá?

TYRONE:

Sí. Me he pasado estos años rezando por ella.

Edmund:

Entonces Nietzsche tiene razón. (Cita de «Así hablaba Zaratustra».) «Dios ha muerto: su piedad por los hombres le causó la muerte».

TYRONE (Le ignora):

Si vuestra madre también hubiera rezado… No es que haya renegado de su fe, pero la ha olvidado, y por eso no tiene fuerza de espíritu para luchar contra su maldición. (Resignado.) ¿De qué nos sirve hablar? Ya hemos pasado por ello antes y volveremos a pasar otra vez. No tiene remedio. (Amargamente.) ¡Pero ojalá no me hubiera hecho ilusiones esta vez! ¡Nunca más volveré a tener confianza!

Edmund:

¿Cómo puedes decir eso papá? (Desafiante.) ¡Yo no he perdido las esperanzas! Todavía no tiene dependencia. Puede dejarlo. Voy a hablar con ella.

Jamie (Se encoge de hombros):

No podrás. Te oirá sin escucharte. Parecerá que está contigo, pero no lo estará. Ya sabes cómo se pone.

TYRONE:

Sí. El veneno siempre le afecta de la misma manera. De ahora en adelante seguirá alejándose de nosotros hasta que al terminar la noche…

Edmund (Angustiado):

¡Déjalo papá! (Bruscamente se levanta de la silla.) Voy a vestirme. (Con amargura al salir.) Voy a hacer tanto ruido que no podrá sospechar que he subido a espiarla.

(Desaparece por el salón. Se le oye subir las escaleras pisando con fuerza.)

Jamie (Tras una pausa):

¿Qué te ha dicho el doctor Hardy del chico?

TYRONE (Con frialdad):

Lo que tú creías. Tiene tuberculosis.

Jamie:

¡Maldita sea!

TYRONE:

No le queda ninguna duda.

Jamie:

Tendrá que ir a un sanatorio.

TYRONE:

Sí, y cuanto antes mejor, según dice Hardy. Para él y para los demás. Cree que Edmund, si le obedece, tardará en curarse entre seis meses y un año. (Suspira apesadumbrado y resentido.) Nunca creía que un hijo mío… Esto no viene de mi familia. Todos nosotros hemos sido fuertes como toros.

Jamie:

¡A quién le importa de dónde venga! ¿Dónde quiere mandarle Hardy?

TYRONE:

Para eso tengo que ir a verle.

Jamie:

Bueno, pues elige un buen sitio; que no sea un cuchitril.

TYRONE (Dolido):

¡Le mandaré donde Hardy crea que debe ir!

Jamie:

Pues no le largues a Hardy esas historias de que estás a punto de que te lleven a un asilo porque los impuestos y las hipotecas te han arruinado.

TYRONE:

¡Tampoco puedo ir tirando el dinero como si fuera millonario! ¿Por qué razón no he de decir a Hardy la verdad?

Jamie:

¡Porque creerá que quieres que te recomiende cualquier cuchitril, y además se dará cuanta de que no es cierto, sobre todo si luego se entera de que has ido a ver a McGuire para que ese bocazas de mercachifle te estafe con otra finca que no valga para nada!

TYRONE (Furioso):

No te metas en mis asuntos.

Jamie:

No son tus asuntos, sino los de Edmund. Lo que me preocupa es que con esas ideas que tienes de campesino irlandés sobre que la tuberculosis no tiene remedio, eres capaz de creer que no merece la pena gastarte más dinero que el estrictamente necesario.

TYRONE:

¡Mentira!

Jamie:

Vale. Soy un mentiroso. Pruébamelo. Quiero que me lo pruebes. Por eso he sacado a relucir el tema.

TYRONE (Todavía furioso):

¡Espero de corazón que Edmund se cure! Y no menciones a Irlanda. La llevas en la cara, ¡así que más vale que te calles!

Jamie:

Pues me la tendré que lavar bien lavada. (Antes de que su padre pueda reaccionar ante su insulto a la verde Erín, añade secamente, mientras se encoge de hombros.) Bueno, ya he dicho todo lo que tenía que decir. Ahora te toca a ti. (Bruscamente.) Y como te vas a la ciudad, dime qué quieres que haga esta tarde. Hasta que no sigas podando el seto, no tengo nada que hacer, porque supongo que no querrás que siga yo solo. Ya sé que eso es privilegio tuyo.

TYRONE:

No. Lo estropearías. Como todo lo que haces.

Jamie:

Entonces iré con Edmund. Si se entera de lo que le ha pasado a mamá, se puede llevar un disgusto serio.

TYRONE (Olvidando la discusión):

Sí. Vete con Edmund, Jamie. Anímalo si puedes. (Cáusticamente añade.) ¡Si es que puedes hacerlo sin emborracharte!

Jamie:

¿Con qué dinero? Que yo sepa el whisky lo venden, no lo regalan. (Se dirige hacia la puerta del salón.) Voy a vestirme.

(Se detiene en la puerta al ver a su madre aproximarse desde la entrada, haciéndose a un lado para dejarla pasar. Ella tiene los ojos más brillantes y cierto aire distante. Este cambio se hace más perceptible a medida que la escena progresa.)

MARY (Vagamente):

No veo mis gafas por ningún sitio. ¿Las has visto tú, Jamie? (No le mira. Jamie dirige la vista hacia otro sitio, ignorando su pregunta aunque ella no espera una respuesta. Ella continúa aproximándose y se dirige a su marido sin mirarle.) Tú tampoco las habrás visto, ¿verdad James? (Jamie desaparece detrás de ella por el salón.)

TYRONE (Se pone a mirar hacia el exterior por la puerta corrediza):

No, MARY.

MARY:

¿Qué le pasa a Jamie? ¿Te has vuelto a meter con él? No deberías tratarle siempre con tanto desprecio. No tiene la culpa. Si hubiera crecido en un verdadero hogar, seguramente sería distinto. (Se acerca a las ventanas de la derecha. Con tono superficial.) No eres muy bueno prediciendo el tiempo, querido. Fíjate en la neblina que hay. Casi no se ve la otra orilla.

TYRONE (Intentando hablar con naturalidad):

Sí, creo que me he precipitado. Me temo que vamos a tener otra noche de niebla.

MARY:

Bueno, esta noche no me va a importar.

TYRONE:

No, ya me imagino que no, MARY.

MARY (Se vuelve a mirarle rápidamente. Tras una pausa):

¿Dónde ha ido Jamie? No está en el jardín.

TYRONE:

Va con Edmund al médico. Estará cambiándose. (Aliviado de encontrar una excusa para alejarse de ella.) Más vale que yo haga lo mismo o llegaré tarde al Club.

(Empieza a andar hada la puerta del salón, pero instintivamente ella le toma del brazo.)

MARY (En tono suplicante):

No te vayas todavía. No quiero quedarme sola. (Precipitadamente.) Quiero decir, que todavía es pronto. Ya sabes que te gusta presumir de que tardas en vestirte la décima parte del tiempo que tardan los chicos. (Vagamente.) Hay algo que quiero decirte. ¿Qué era? Se me ha olvidado… Me alegro de que Jamie vaya al pueblo. Espero que no le hayas dado dinero…

TYRONE:

No.

MARY:

Se lo gastaría en la taberna y ya sabes qué lengua tan sucia tiene cuando está borracho. No es que me importe lo que pueda decir esta noche, pero siempre acaba por ponerte furioso, sobre todo si tú también estás borracho, como supongo que lo vas a estar.

TYRONE (Con resentimiento):

No lo voy a estar. Yo nunca me emborracho.

MARY (Bromeando, indiferente):

Bueno, ya sé que no se te notará. Nunca se te nota. Quien no te conozca no se da cuenta, pero después de treinta y cinco años de matrimonio…

TYRONE:

¡Jamás he tenido que suspender una representación! ¡Ésa es la mejor prueba de ello! (Con amargura.) Y si me emborracho, tú no eres quien debería reprochármelo. Nadie tiene mejores razones que yo para hacerlo.

MARY:

¿Razones? ¿Qué razones? Siempre bebes demasiado cuando vas al club, ¿no? Especialmente cuando te encuentras con McGuire. Ya se ocupa él de que sea así. No creas que te estoy riñendo, querido. Puedes hacer lo que quieras. No me importa.

TYRONE:

Ya sé que no. (Se vuelve hada el salón, deseoso de escapar). Tengo que vestirme.

MARY (De nuevo le coge del brazo, suplicante):

No, por favor, espera un ratito, cariño. Por lo menos hasta que baje uno de los chicos. Siempre os vais.

TYRONE (Con amarga tristeza):

Eres tú quien se va, MARY.

MARY:

¿Yo? ¡Qué tontería, James! ¿Cómo iba a dejaros? ¿Dónde iba a ir? ¿A quién iría a ver? No tengo amigos.

TYRONE:

Tú tienes la culpa… (Se calla, suspira desesperanzado. Persuasivamente.) Desde luego hay algo que podrías hacer esta tarde que te sentaría bien. Vete a dar un paseo en coche. Sal de casa. Toma un poco de aire y de sol. (Herido.) He comprado el coche por ti. Tú sabes que no me gustan esos trastos. Prefiero andar o coger el tranvía. (Con creciente resentimiento.) Aquí lo tenías cuando volviste del sanatorio. Yo esperaba que te distraería y te alegrarías. Antes solías ir de paseo todos los días, pero últimamente casi no lo has usado. Me costó un dinero que, en realidad, no me sobraba, y además tengo que mantener y alimentar al chófer y pagarle su sueldo tanto si lo usas como si no. (Con amargura.) ¡Un despilfarro! ¡Un despilfarro que terminará llevándome al asilo cuando sea viejo! ¿Y de qué ha servido? ¡Lo mismo podría haber tirado el dinero por la ventana!

MARY (Distante y tranquila):

Sí, James, fue un despilfarro. No tenías que haber comprado un coche usado. Como siempre, te tomaron el pelo. Siempre te empeñas en comprar «gangas» de segunda mano.

TYRONE:

¡Es de una de las mejores marcas! Todo el mundo dice que es mucho mejor que los que fabrican ahora.

MARY (Ignorándole):

Igual que lo de contratar a Smythe. No era más que un aprendiz de mecánico. Jamás había sido chófer. Ya sé que cobra menos que un profesional, pero bien lo compensa con lo que se lleva de comisión en el taller. Siempre hay algo estropeado. Y me temo que Smythe se ocupa de que sea así.

TYRONE:

¡No te creo! No será un chófer de millonarios, pero estoy seguro de que es honrado. ¡Cuando te pones a sospechar de la gente eres peor que Jamie!

MARY:

No te enfades, cariño. Yo no me ofendí cuando me regalaste el coche. Sabía que no lo hacías para humillarme. Es tu forma de hacer las cosas. Te lo agradecí y me conmovió. Sabía que no te había resultado fácil habérmelo comprado. Lo consideré una prueba de cuánto me querías. A tu modo. Sobre todo cuando estabas convencido de que no me iba a servir de nada.

TYRONE:

¡MARY! (Súbitamente la abraza. Deshecho.) ¡Querida MARY! Te lo pido por amor de Dios, por mí y por los chicos. ¡Déjalo ahora!

MARY (Confundida por un segundo y sintiéndose culpable, tartamudea):

Yo… ¡James! ¡Por favor! (Inmediatamente se vuelve a poner a la defensiva.) ¿Qué tengo que dejar? ¿A qué te refieres? (TYRONE deja caer los brazos deshecho. Impulsivamente ella le rodea con un brazo.) ¡James! Siempre nos hemos querido y siempre nos querremos. Más vale que lo recordemos. No intentemos entender lo que no podemos comprender. No es posible impedir lo que no podemos evitar… La vida nos ha hecho cosas que no podemos justificar ni explicar.

Tyróne (Como si no la hubiera oído. Con amargura):

¿Ni siquiera lo vas a intentar?

Mary (Deja caer los brazos sin esperanza y se vuelve fríamente):

¿Ir a dar una vuelta esta tarde? Claro que sí, si eso es lo que quieres, aunque me sentiría menos sola si me quedase aquí. No tengo a nadie a quien invitar a venir conmigo y nunca sé dónde decir a Smythe que vaya. Si por lo menos tuviera amigas… Iría a verlas, charlaríamos y nos reiríamos un rato. Pero, claro, no tengo ninguna. Nunca las he tenido. (Su comportamiento se hace cada vez más distante.) En el colegio, tenía tantas amigas… Sus familias vivían en unas casas preciosas. Yo iba a pasar temporadas con ellas y ellas venían a casa de papá. Pero, claro, como me casé con un actor —y ya sabes la fama que entonces tenían los actores—, muchas empezaron a mirarme por encima del hombro. Y, luego, nada más casarnos, vino el escándalo de aquella amante tuya que te quería demandar. A partir de entonces, todas mis amigas me ignoraron o me compadecieron. Yo odiaba a las que me ignoraban mucho más que a las que me tenían lástima.

Tyrone (Se muestra resentido y culpable):

¡Por amor de Dios, no empieces a sacar cosas que ya están enterradas! Si empiezas a recordar un pasado tan lejano cuando sólo acaba de empezar la tarde, no sé qué va a pasar esta noche.

Mary (Le mira desafiante):

Ahora que lo pienso, tengo que ir a la ciudad. Necesito ir a la farmacia.

Tyrone (Amargamente; burlón):

Bueno, espero que seas capaz de guardarte un poco de reserva y que te queden suficientes recetas. No vaya a ser que nos des otra noche como aquélla que te pasaste gritando porque no tenías y saliste corriendo de la casa en camisón. Te pusiste como loca y casi te tiras al mar.

Mary (Intenta ignorarlo):

Tengo que comprar pasta de dientes, jabón y crema para la cara. (Se derrumba.) ¡James! No me hagas recordar… No me humilles…

Tyrone (Avergonzado):

Lo siento, Mary. Perdóname.

Mary (De nuevo fríamente y a la defensiva):

No importa. Eso que dices no ha pasado nunca. Debes haberlo soñado.

(La mira fijamente, ya sin esperanza. La voz de ella parece alejarse más y más.)

Mary:

Era tan fuerte antes de que naciera Edmund… ¿Te acuerdas, James? Jamás me ponía nerviosa. A pesar de que viajábamos temporada tras temporada, en trenes sin coches cama, pasando cada noche en un hotel distinto, de tercera categoría, comiendo mal y dando a luz en aquellas sórdidas habitaciones sucias, nunca me ponía enferma. Pero la gota de agua que colmó el vaso fue el nacimiento de Edmund. Me puse tan mala… Y aquel medicucho del hotel… Lo único que sabía era que tenía muchos dolores. Le resultó muy fácil quitármelos…

Tyrone:

¡Por amor de Dios, Mary! Olvídate del pasado.

Mary (Extrañamente calmada y tranquila):

¿Por qué? ¿Cómo voy a olvidarlo? El pasado es el presente, ¿no? También es el futuro. Todos nos queremos engañar, pero la vida no nos lo permite. (Continúa.) Sólo yo tengo la culpa. Juré que no volvería a tener más hijos cuando Eugene murió. Yo fui la única culpable de su muerte. Si no le hubiera dejado con mi madre para irme contigo de gira… Me escribiste diciendo que te sentías solo y me echabas de menos… Nunca debieron dejar entrar a Jamie, que tenía sarampión, en la habitación del niño (Se endurece su rostro.) Creo que Jamie lo hizo a propósito. Le tenía envidia. Le odiaba. (Tyrone empieza a protestar.) Aunque Jamie sólo tenía siete años, no era tonto. Le habían dicho que el niño podría morirse. Lo sabía. Nunca se lo he podido perdonar.

Tyrone (Con amargura y tristeza):

¿Has regresado con Eugene? ¿Es que no puedes dejar que nuestro hijo descanse en paz?

Mary (Como si no le hubiera oído):

Yo tuve la culpa. Debería haberme quedado con Eugene en lugar de ceder y marcharme contigo sólo porque te quería. Sobre todo no debería haberme dejado convencer para tener otro hijo que me hiciese olvidar su muerte. Yo ya sabía que los niños necesitan crecer en un hogar, si se espera que sean unos niños normales, y que las mujeres necesitan un verdadero hogar para ser buenas madres. Desde que me quedé embarazada de Edmund estuve asustada. Sabía que iba a pasarme algo horrible porque, después de lo que había ocurrido con Eugene, yo había demostrado ser una mala madre y no merecía tener otro hijo. Dios me castigaría. Nunca debí haber tenido a Edmund.

Tyrone (Incómodo, mira hacia el salón):

¡Mary! Ten mucho cuidado con lo que dices. Como Edmund te oiga decir que nunca has querido tenerlo… Ya está bastante preocupado como para que…

Mary (Violentamente):

¡Mentira! ¿Quién ha dicho que yo no quería? Más que nada en el mundo… ¡No entiendes nada! Lo decía por él… Nunca ha sido feliz. Ni lo será. Y su salud… Desde que nació ha sido un niño nervioso y demasiado sensible. Por mi culpa. Y ahora, desde que está tan enfermo, no hago más que recordar a Eugene y a mi padre… Estoy asustada y me siento responsable de que… (Entonces se detiene y vuelve a desdecirse obstinadamente.) ¡Qué tontería estoy diciendo! No sé por qué me imagino unas cosas tan horribles sin motivo… Un catarro es lo más normal del mundo.

(Tyrone la mira fijamente y suspira resignado. Se dirige hada el salón y ve que Edmund baja por la escalera que conduce a la entrada.)

Tyrone (En voz baja, avisando a Mary):

¡Aquí viene Edmund! ¡Por amor de Dios, compórtate! Por lo menos hasta que se marche. Hazlo por él. (Tyrone, a la expectativa, fuerza en su rostro una sonrisa paternal. Mary, asustada y dominada por los nervios, no puede evitar que sus manos recorran la pechera del vestido, el cuello y finalmente el pelo, a causa de la inquietud y el desasosiego que la invaden. Cuando Edmund se aproxima a la puerta, no puede volverse para mirarle. Lentamente se dirige a las ventanas de la izquierda y permanece de espaldas al salón. Entra Edmund. Se ha puesto un traje de sarga azul, cuello duro y corbata y zapatos negros.)

Tyrone (Con forzada naturalidad):

¡Vaya, tienes buen aspecto! Yo también voy a cambiarme. (Pasa a su lado.)

Edmund (Secamente):

Un momento, papá. Ya sabes que no me gusta tocar temas desagradables, pero no tengo dinero ni para el tranvía.

Tyrone (Como si recitase una conferencia mil veces repetida):

No se tendrá dinero nunca hasta que no se aprende lo que vale… (Con aire culpable, se detiene mirando el rostro de su hijo con piedad y preocupación.) Por experiencia sabes lo que quiero decir. Trabajaste duro antes de caer enfermo. Estoy orgulloso de tu magnífico comportamiento. (Saca un rollo de billetes del bolsillo del pantalón y cuidadosamente elige uno. Edmund lo coge, lo mira y se queda asombrado. De nuevo su padre reacciona como siempre lo hace.) Gracias, hijo mío. (Citando de memoria.) «Mucho más doloroso que la mordedura de la serpiente…».

Edmund:

«Es la ingratitud de un hijo». Ya lo sé. Papá, me dejas de piedra. ¡Un billete de diez pavos!

Tyrone (Avergonzado):

Guárdatelo. A lo mejor te encuentras con tus amigos en el pueblo y te apetece pasar un rato con ellos. No puedes ir con los bolsillos vacíos.

Edmund:

¿De verdad? Bueno, gracias, papá. (Se siente por un momento verdaderamente encantado y agradecido. Luego se queda mirando a su padre como si sospechara algo.) Pero ¿por qué razón, de repente…? (Cínicamente.) ¿Es que el doctor Hardy te ha dicho que voy a morirme? (Se da cuenta de que su padre se ha molestado.) Perdona. Es un golpe bajo. Era una broma, papá. (Le pasa un brazo por los hombros y le abraza con cariño.) Te lo agradezco mucho, de verdad, papá.

Tyrone (Conmovido, le devuelve el abrazo):

De nada, muchacho.

Mary (Se vuelve súbitamente hada ellos asustada y enfadada):

¡No lo toleraré! (Da una patada contra el suelo.) ¿Me oyes, Edmund? No seas siniestro. ¡Mira que decir que te vas a morir! ¡La culpa la tienen esos librotes que lees, que sólo tratan de muerte y de angustias! Tu padre no debería dejarte leerlos. Y los poemas que escribes son todavía peores. ¡Es como si estuvieras cansado de vivir! ¡A tu edad! ¡Y con la vida por delante! Esa actitud la has aprendido en los libros ¡Tú no estás enfermo!

Tyrone:

¡Mary, cállate!

Mary (Adoptando inmediatamente un tono distante):

Pero, James, es absurdo que Edmund se ponga tan macabro y organice este jaleo sin motivos… (Se vuelve a Edmund, evitando mirarle a los ojos. En broma y con cariño.) No importa cariño. Soy una pesada. (Se acerca a él.) Lo que quieres es que te mime como si todavía fueras un niño pequeñito, ¿a que sí? (Le pasa un brazo por la cintura y le estrecha. Edmund permanece rígido. La voz de Mary empieza a temblar.) Bueno, no te lo tomes así, cariño, por favor. No digas esas cosas tan horribles. Ya sé que no debería tomarte en serio, pero no puedo evitarlo. Me has asustado tanto… (Se derrumba y empieza a sollozar sobre su hombro. Edmund, a pesar suyo, se conmueve y le da unos golpecitos en la espalda con ternura y algo confundido.)

Edmund:

Mamá, no llores. (Sus ojos se encuentran con los de su padre.)

Tyrone (Seco, intentando aferrarse a algo pero sin muchas esperanzas):

A lo mejor si le dices a tu madre lo que ibas a… (Mirando el reloj.) ¡Dios mío, se me ha hecho tardísimo! Voy a tener que darme prisa. (Sale apresuradamente por el salón. Mary levanta la cabeza. Vuelve a adoptar un aire maternal y solicito, aunque distante. Parece olvidar que todavía tiene los ojos llenos de lágrimas.)

Mary:

¿Cómo te encuentras, cariño? (Le pone una mano en la frente.) Estás algo caliente, pero debe ser porque has estado al sol. Tienes mucho mejor aspecto que esta mañana. (Le coge de la mano.) Ven. Siéntate. No debes estar tanto rato de pie. Tienes que aprender a administrar tus fuerzas. (Le hace sentarse y ella lo hace sobre el brazo del sillón. Le pasa un brazo por los hombros, pero evitando mirarle a los ojos.)

Edmund (Empezando a darse cuenta de que el comportamiento de su madre tiene sentido):

Oye, mamá…

Mary (Le interrumpe rápidamente):

Bueno, bueno… No hables. Reposa un poquito. (En tono convincente.) ¿Sabes una cosa? Creo que lo mejor sería que te quedaras en casa y me dejaras ocuparme de ti. Si vas al pueblo en ese tranvía tan lento y con este calor, acabarás agotado. Estarías mucho mejor aquí conmigo.

Edmund (Impotente):

No te olvides de que tengo una cita con Hardy. (Intenta mostrarse cariñoso con ella.) Oye, mamá…

Mary (Rápidamente):

Le puedes llamar y le dices que no te encuentras bien. (Excitada.) Es perder el tiempo y el dinero. Sólo va a contarte mentiras. Por la cuenta que le trae, te dirá que tienes algo grave. (Se ríe entre dientes.) ¡Eres una boba…! Lo único que sabe recetar es fuerza de voluntad. ¡Eso sí! Se pondrá todo solemne…

Edmund (Intenta mirarle a los ojos):

¡Mamá, por favor, escucha! Quiero pedirte una cosa. Sólo acabas de… de… empezar. Todavía puedes dejarlo. Si lo intentas lo conseguirás. Todos te ayudaremos. Haré lo que quieras. Por favor, mamá…

Mary (Suplicante):

¡Por favor, no hables de lo que no sabes!

Edmund (Desanimado):

Bueno. Me callo. Ya sabía que no iba a servir de nada.

Mary (Obstinada):

Además, no sé qué quieres decir. Eres la persona menos indicada para decir nada. Nada más volver yo del sanatorio, te pusiste enfermo. El médico me dijo que no debía angustiarme por nada, y desde que llegué no he hecho otra cosa que preocuparme por tu culpa. (Distraídamente.) ¡Aunque no me estoy justificando, claro! Sólo estaba intentando explicarte que… ¡No me estoy justificando! (Le estrecha contra sí. Suplicante.) Prométeme, cariño, que no crees que me estoy justificando.

Edmund (Amargamente):

¿Y qué más tengo que creer?

Mary (Retira el brazo lentamente, de nuevo con aire remoto y frío):

Supongo que es inevitable que sospeches.

Edmund (Avergonzado, pero todavía amargamente):

¿Qué esperabas?

Mary:

Nada. No tienes la culpa. ¿Cómo ibas a creerme cuando ni yo misma me fío de mí? Me he convertido en una embustera. Hubo un tiempo en que jamás mentía. Ahora tengo que hacerlo, especialmente a mí misma. Pero no puedo esperar que me comprendas porque incluso yo no me entiendo. Nunca he entendido nada, excepto, una vez, hace mucho tiempo, cuando descubrí que mi alma ya no me pertenecía. (Hace una pausa y baja la voz hasta lograr un tono confidencial.) Pero algún día, cariño, volveré a encontrarla. Un día cuando todos estéis bien y vea que tú te encuentras fuerte y feliz y contento y yo ya no tenga que sentirme culpable… algún día… cuando la Santísima Virgen María me perdone y me devuelva la fe en su amor y en su misericordia que yo tenía en mis días de colegio. Cuando pueda volver a rezarle. Cuando ya nadie me crea. Ella sí me creerá y con su ayuda será fácil. Me oiré a mí misma llorar de angustia, pero a la vez, reiré de gozo porque habré recuperado la confianza en mí misma. (Al ver que Edmund permanece silencioso, añade con tristeza.) Naturalmente, esto tampoco te lo crees. (Se levanta del brazo del sillón y se dirige a las ventanas de la derecha, dándole la espalda. Indiferente.) Ahora que me acuerdo, podríamos ir al pueblo. Se me olvidaba que tengo que ir a la farmacia. Pero no querrás entrar conmigo. Te daría vergüenza.

Edmund (Abatido):

Por favor, mamá, no vayas.

Mary:

Supongo que te repartirás con Jamie los diez dólares que te ha dado tu padre. Siempre compartís todo, ¿verdad? Buenos chicos. Ya me imagino lo que va a hacer con su parte. Se irá a emborrachar por ahí, con esas mujeres que tanto le gustan. (Se vuelve haría él suplicante y asustada.) ¡Edmund! Prométeme que no vas a beber. ¡Es muy peligroso! Acuérdate de lo que te dijo el doctor Hardy…

Edmund (Amargamente):

Yo creía que era un imbécil.

Mary (Compadecida):

¡Edmund! (Se oye la voz de Jamie en el salón. «Vamos, chico, larguémonos.» Mary vuelve a adoptar un aire distante.) Vete, Edmund, Jamie te está esperando. (Se dirige hacia la puerta del salón.) Ahí baja también tu padre.

(Voz de Tyrone. «Vamos, Edmund.» Mary le besa fríamente.)

Mary:

Adiós, cariño. Si vais a venir a cenar, no tardéis. Díselo a tu padre. Ya sabes cómo se pone Bridget.

(Él se vuelve y sale apresuradamente. Tyrone dice desde la entrada «Adiós, Mary», y luego Jamie «Adiós, mamá». Ella contesta.)

Mary:

Adiós.

(Se oye cómo la puerta principal se cierra tras ellos. Se aproxima a la mesa y permanece en pie con una mano tamborileando sobre ella y arreglándose el pelo con la otra. Mira a su alrededor asustada y murmura para sí.)

Mary:

¡Qué solitario está esto! (Entonces se endurece su rostro y dice con desprecio.) Ya estás mintiéndote otra vez. Querías librarte de ellos. Su desprecio y su disgusto no son buena compañía. Estás contenta de que se hayan ido. (Ríe entre dientes con desprecio.) Entonces, ¿por qué me siento tan sola, Dios mío?