Escena La misma. Son alrededor de la una menos cuarto. El sol ya no entra en la habitación por las ventanas de la derecha. En el exterior el día es todavía bueno, pero bochornoso, mientras que una ligera neblina suaviza los rayos del sol. Edmund está sentado en el sillón situado a la izquierda de la mesa leyendo un libro. Más bien está intentando concentrarse en la lectura, pero no lo consigue. Da la impresión de estar escuchando algún ruido procedente del piso superior. Parece más nervioso y tiene peor aspecto que en el acto anterior.
Cathleen entra procedente del saloncito. Lleva una bandeja con una botella de whisky, varios vasos altos y una jarra de agua con hielo. Es una rolliza campesina irlandesa de unos veinte años de rostro sonrosado y agradable, pelo negro y ojos azules (simpática, ignorante, desmañada y estúpida). Coloca la bandeja sobre la mesa. Edmund finge estar totalmente absorbido en la lectura y no le presta atención, pero ella lo ignora.
Cathleen (Con familiaridad y desparpajo):
Aquí está el whisky. Ya es casi la hora de comer. ¿Llamo a su padre y al señorito Jamie o les llama usted?
Edmund (Sin apartar la vista del libro):
Llámalos tú.
Cathleen:
Ya podría su padre mirar de vez en cuando el reloj. Siempre se las apaña para que comamos tarde, y entonces Bridget me pone verde, como si yo tuviera la culpa. Pero es un hombre muy guapo aunque ya sea viejo. Usted nunca será tan guapo, ni tampoco el señorito Jamie. (Suelta una risita.) ¡Pero lo que es al señorito Jamie, no se le pasaría la hora de tomarse un trago si tuviera reloj!
Edmund (Deja de intentar ignorarla y le hace una mueca):
¡Mira qué lista!
Cathleen:
¿Es que se cree usted que soy tonta? Pues mire, lo que usted quiere es que vaya a avisarles para poder tomarse un trago por su cuenta antes de que vengan.
Edmund:
Mira, pues no se me había ocurrido…
Cathleen:
¡Claro, cómo se le iba a ocurrir a usted una cosa así!
Edmund:
Pero ahora que lo dices…
Cathleen (Repentinamente adopta un aire virtuoso):
Jamás sugeriría a ningún hombre ni a ninguna mujer que probasen una sola gota de alcohol, señorito Edmund. De eso se murió un tío mío en Irlanda. (Echa marcha atrás.) Claro, que una gota de vez en cuando, no hace mal a nadie. Sobre todo cuando estás triste o tienes un catarro.
Edmund:
Gracias por la excusa. (Con forzada indiferencia.) Más vale que también llames a mi madre.
Cathleen:
¿Por qué? Siempre es puntual. No hace falta avisarla. Que Dios la bendiga por lo bien que se porta con los criados.
Edmund:
Está dormida.
Cathleen:
Pues cuando terminé de arreglar el piso de arriba no lo estaba. Estaba echada en la cama del cuarto de los huéspedes con los ojos bien abiertos. Me dijo que le dolía mucho la cabeza.
Edmund (Su indiferencia es todavía más forzada):
Bueno, pues entonces avisa a mi padre.
Cathleen (Se dirige hacia la puerta, refunfuñando, pero sin perder su buen humor):
No es de extrañar que por las noches una acabe con los pies hechos polvo. No pienso salir con este sol. A ver si me da una insolación. Les llamaré desde el porche.
(Sale al porche dejando que la puerta se cierre de golpe tras ella. Un momento después se la oye gritar.)
Cathleen:
¡Señor TYRONE! ¡Señorito Jamie! ¡Ya es la hora!
(Edmund que ha permanecido con la mirada fija y atemorizada, se olvida del libro y se pone en pie de un salto.)
Edmund:
¡Dios mío!
(Toma la botella y se sirve un whisky, le añade agua y bebe. Al hacerlo oye que alguien se aproxima por la puerta principal. Apresuradamente deja el vaso en la bandeja y vuelve a sentarse, abriendo el libro. Jamie entra por el salón, con la chaqueta al brazo. Se ha quitado el cuello de la camisa y la corbata y los lleva en la mano. Con un pañuelo se limpia el sudor de la frente. Edmund le mira como si acabase de interrumpir su lectura y sonríe con cinismo.)
Jamie:
¿Con que aprovechándote, eh? No disimules, chico. Eres peor actor que yo.
Edmund (Hace una mueca):
Sí, me he tomado un trago.
Jamie (Afectuosamente le pone una mano en el hombro):
Así está mejor. ¿Por qué querías engañarme? Somos amigos, ¿no?
Edmund:
No sabía si eras tú quien venía.
Jamie:
Obligué al viejo a mirar el reloj. Cuando yo estaba a mitad de camino, Cathleen empezó a dar voces. ¡Nuestra alondra irlandesa! ¡Debería ser pregonera!
Edmund:
Por eso me puse una copa. ¿Por qué no haces lo mismo ahora que puedes?
Jamie:
Eso mismo estaba pensando. (Se dirige con rapidez a la ventana de la derecha.) El viejo estaba charlando con el capitán Turner. Todavía sigue. (Regresay se toma una copa.) Ahora hay que ocultárselo a Ojo de Águila. Cada vez que se toma una copa se fija en el nivel del whisky que queda en la botella.
(Llena el vaso con tanta agua como whisky han bebido, la echa dentro de la botella y la agita.)
Jamie:
Ya está. (Llena el vaso de agua y lo coloca sobre la mesa al lado de Edmund.) Y aquí está tu agua.
Edmund:
¡Estupendo! Pero no pensarás que vas a engañarle.
Jamie:
A lo mejor no le engaño, pero no tendrá pruebas. (Se pone el cuello de la camisa y la corbata.) Esperemos que no se le olvide que es la hora de comer con tanto escucharse a sí mismo. Estoy muerto de hambre. (Se sienta al otro lado de la mesa frente a Edmund.) Eso es lo que me fastidia de trabajar en la parte de la carretera. Cada vez que pasa alguno de esos imbéciles hace un numerito.
Edmund (Con tristeza):
Tienes suerte al tener hambre. Tal como me siento, me importa un rábano no volver a comer en mi vida.
Jamie (Le mira preocupado):
Mira, chico, ya me conoces. Nunca te he echado sermones, pero el doctor Hardy tenía razón cuando te advirtió que dejaras de beber.
Edmund:
Lo voy a dejar en cuanto me dé esta tarde las malas noticias. Que me tome ahora un par de copas va a dar igual.
Jamie (Dubitativo):
Me alegro de que estés preparado para oír malas noticias. No lo pasarás tan mal. (Se da cuenta de que Edmund le está mirando fijamente.) Bueno, lo que quiero decir es que, bueno, que no estás bien y que con engañarte a ti mismo no ibas a conseguir nada.
Edmund (Incómodo):
No me engaño. Demasiado bien sé que lo mal que me siento y la fiebre y los escalofríos que tengo por la noche no son ninguna broma. Creo que lo último que me diagnosticó el doctor Hardy era cierto. Debe ser otra vez la dichosa malaria.
Jamie:
A lo mejor. Pero no estés tan seguro.
Edmund:
¿Por qué? ¿Tú crees que puede ser?
Jamie:
¿Cómo cono lo voy a saber? Yo no soy médico. (Bruscamente.) ¿Dónde está mamá?
Edmund:
Arriba.
Jamie (Le mira inquisitivamente):
¿Cuándo subió?
Edmund:
Cuando yo me acerqué al seto, más o menos. Dijo que iba a echarse un rato.
Jamie:
No me dijiste que…
Edmund (A la defensiva):
¿Por qué tenía que hacerlo? ¿Qué pasa? Estaba cansada. Anoche casi no durmió.
Jamie:
Ya lo sé. (Pausa. Los hermanos evitan mirarse.)
Edmund:
Esa maldita sirena del faro tampoco me dejó dormir a mí. (Otra pausa.)
Jamie:
O sea que ha estado arriba toda la mañana ella sola. ¿Has subido a verla?
Edmund:
No. He estado leyendo. Quería dejarla dormir.
Jamie:
¿Va a bajar a comer?
Edmund:
Claro.
Jamie (Secamente):
No lo veo tan claro. A lo mejor no le apetece comer. Ya sabes que algunas veces ha empezado a comer sola en el piso de arriba y…
Edmund (Asustado y resentido):
¡Vale ya, Jamie! ¿Es que no se te ocurren más que…? (Intentando convencerle.) No tienes por qué sospechar nada. Cathleen acaba de verla. Mamá no le dijo que no pensase bajar a comer.
Jamie:
¿Entonces no estaba dormida?
Edmund:
En aquel momento no, pero estaba echada, según Cathleen.
Jamie:
¿En el cuarto de los huéspedes?
Edmund:
Sí. ¿Y qué?
Jamie (Estalla):
¡Imbécil! ¿Cómo la has dejado sola tanto tiempo? ¿Por qué no has subido a ver qué hacía?
Edmund:
Porque me ha acusado —y a ti y a papá— de estar espiándola y de no fiarnos de ella. Me hizo sentirme avergonzado. ¿Te imaginas cómo se debe sentir? Me dio su palabra de honor de que…
Jamie (Hastiado):
Deberías saber que eso da igual.
Edmund:
¡Esta vez no!
Jamie:
Eso es lo que hemos creído otras veces. (Se inclina y a través de la mesa aprieta con afecto el brazo de su hermano.) Mira, chico, ya sé que crees que soy un hijo de puta y un cínico, pero no olvides que he visto más cosas que tú. Hasta que empezaste el bachillerato no te enteraste de lo que pasaba. Papá y yo hicimos todo lo posible para que no lo supieras. Pero diez años antes de que te lo dijéramos yo ya lo sabía. La conozco muy bien y llevo toda la mañana pensando en lo que anoche hizo cuando creyó que estábamos dormidos. No me lo he podido quitar de la cabeza. Y ahora me dices tú que se las ha arreglado para que la dejases sola toda la mañana.
Edmund:
¡No me dijo nada! ¡Estás loco!
Jamie (Contemporizador):
¡Vale, chico! No te enfades conmigo. Espero que, como tú dices, sean locuras mías. Estaba tan contento pensando que esta vez… (Se detiene. A través del salón dirige la mirada haría el vestíbulo. Baja la voz apresuradamente.) Está bajando. Has ganado. Supongo que soy un desconfiado de mierda.
(Los dos están tensos y a la expectativa. Jamie dice entre dientes.)
Jamie:
¡Vaya! ¡Debería haberme tomado otra copa!
Edmund:
Yo también.
(Carraspea nervioso, lo que le provoca un verdadero ataque de tos. Jamie le mira preocupado. MARY entra al salón principal. Al principio no se le nota nada extraño, excepto que quizá está menos nerviosa, más o menos igual que antes del desayuno, pero luego se percibe que tiene los ojos más brillantes y que tanto en su voz como en sus movimientos hay un extraño despego, como si sus propias palabras y actos no le perteneciesen.)
MARY (Se dirige preocupada haría Edmund le pasa un brazo por los hombros):
No debes toser. Es malo para la garganta. No querrás que, además del catarro, se te irrite.
(Le besa. Él deja de toser y la mira con aprensión, pero a pesar de sus sospechas, su ternura le hace olvidarlas y sólo cree lo que quiere creer en este momento. Por otro lado, Jamie se da cuenta, tras una escrutadora mirada, de que sus sospechas son ciertas. Se pone a mirar al suelo y su rostro muestra una expresión de agrio cinismo. MARY continúa, sentada en el brazo del sofá donde está Edmund, con el brazo sobre sus hombros, de tal modo que su rostro se encuentra por encima del suyo y él no puede verla.)
MARY:
Parece que la he tomado contigo con tanto decirte no hagas esto ni aquello. Perdona, cariño. Es que quiero cuidarte.
Edmund:
Ya lo sé, mamá. ¿Y tú? ¿Has descansado?
MARY:
Sí. Estoy mucho mejor. He estado echada desde que saliste. Es lo que, de verdad, me hacía falta después de haber pasado semejante noche. Ya no estoy nerviosa.
Edmund:
Estupendo.
(Ella le da unos golpecitos con la mano en el hombro, Jamie le mira deforma extraña, casi con desprecio, preguntándose si su hermano realmente siente lo que dice. Edmund no lo nota, pero su madre sí.)
MARY (En un forzado tono de broma):
¡Dios mío, Jamie! Pareces preocupadísimo. ¿Qué te pasa ahora?
Jamie (Sin mirarla):
Nada.
MARY:
¡Huy! Se me había olvidado que has estado podando el seto de la carretera. Eso es lo que te ha puesto de mal humor ¿eh?
Jamie:
Si tú lo dices, mamá…
MARY (En el mismo tono):
Bueno, siempre te pasa igual, ¿no? ¡Eres un crío! ¿Verdad, Edmund?
Edmund:
Es idiota por preocuparse de lo que diga la gente.
MARY (De forma extraña):
Sí. Lo que hay que hacer es olvidarse de ellos. (Se da cuenta de que Jamie la está mirando con amargura y cambia de tema.) ¿Dónde está vuestro padre? He oído a Cathleen que le llamaba.
Edmund:
Según Jamie, de charla con el capitán Turner; como siempre, llegará tarde.
(Jamie se levanta y se acerca a la ventana de la derecha, aliviado por poder darles la espalda.)
MARY:
Le he dicho mil veces a Cathleen que vaya a buscarlo donde esté y que se lo diga allí. ¡Mira que ponerse a dar voces como si esto fuera una taberna!
Jamie (Mirando por la ventana):
Allí está. (Burlón.) ¡Debería ser más respetuosa y no interrumpir a la famosísima Voz!
MARY (Con presteza y dejándose llevar por el resentimiento):
¡Tú sí que deberías tener más respeto! ¡Deja de burlarte de tu padre! ¡No lo permitiré! ¡Deberías estar orgulloso de ser su hijo! Como todo el mundo, tiene sus defectos. ¡Pero gracias a su propio trabajo ha logrado salir de la miseria y de la ignorancia y llegar a la cima dentro de su profesión! Todos le admiran y tú deberías ser el último en burlarse de él. ¡Tú, que, gracias a tu padre, nunca has tenido que matarte a trabajar! (Jamie, molesto, se ha vuelto a mirarla acusador y lleno de animadversión. Ella pestañea sintiéndose culpable y continúa en tono más suave.) Recuerda que tu padre se está haciendo viejo, Jamie. Deberías tener más consideración.
Jamie:
¿Yo?
Edmund (Intranquilo):
¡Déjalo Jamie! (Jamie se pone a mirar otra vez por la ventana.) Mamá, por amor de Dios, ¿por qué te metes con Jamie?
MARY (Enfadada):
Porque siempre tiene que estar burlándose de alguien, siempre tiene que sacar a relucir los defectos de los demás. (Abruptamente cambia de tono hablando de forma impersonal con despego.) Aunque supongo que la vida le ha hecho así y que no puede evitarlo. Nadie puede pasar por alto lo que le hace la vida. Las cosas suceden sin que te des cuenta y luego se interponen entre lo que eres y lo que te gustaría ser hasta que acabas por no ser tú mismo.
(Edmund siente cierta aprensión ante las palabras de su madre. Intenta mirarla a los ojos, pero ella aparta la mirada. Jamie se vuelve hacia ella y rápidamente vuelve a mirar por la ventana.)
Jamíe (Fríamente):
Tengo hambre. ¡A ver si el viejo se decide a venir! No hay derecho a que nos haga esperar antes de las comidas y luego se queje de que todo está frío.
Mary (Con resentimiento, de manera automática y superficial):
Sí, Jamie, es desesperante. No te imaginas hasta qué punto. No te imaginas lo que es intentar llevar una casa con unos criados que saben que su empleo no es permanente. Los buenos criados se van con las familias que tienen una casa durante todo el año, no sólo en verano. Y tu padre ni siquiera quiere pagar los sueldos que piden para el verano. Así que cada temporada tengo que apañármelas con una serie de palurdos idiotas. Pero ya me has oído quejarme mil veces. Él también. Pero le entra por un oído y le sale por el otro. Dice que gastarse dinero en una casa es desperdiciarlo. Ha vivido en hoteles demasiado tiempo. Nunca en los mejores, por supuesto. De segunda categoría. No sabe lo que significa tener un hogar. Pero lo quiere tener. Hasta está orgulloso de esta casa. Le encanta venir aquí. (Se ríe, un poco triste, pero con cierto humor.) La verdad es que, si lo piensas, incluso tiene gracia. Es una persona rara.
Edmund (Intentando de nuevo mirarla a los ojos):
¿A qué viene eso, mamá?
MARY (Con presteza y sin darle importancia. Le da un cachetito en la mejilla):
Por nada en especial, cariño. Bobadas. (Mientras está hablando, Cathleen entra por el saloncito.)
Cathleen (Con ligereza):
La comida está servida, señora. Fui a avisar al señor TYRONE, como usted me ordenó, pero ha seguido hablando con ese señor, contándole lo que pasó cuando…
MARY (Indiferente):
Bien, Cathleen. Dile a Bridget que lo siento, pero que tendrá que esperar hasta que el señor TYRONE llegue.
(Cathleen murmura «Sí, señora» y sale por el saloncito, hablando entre dientes.)
Jamie:
¡Mierda! ¿Por qué no empezamos sin él? Nos lo ha dicho otras veces.
MARY (Sonriendo indiferente):
Lo dice por decir. ¿Es que todavía no conoces a tu padre? Le molestaría muchísimo.
Edmund (Se pone en pie, como si hubiese encontrado una excusa para marcharse):
Voy a decirle que venga. (Sale por el porche. Un momento más tarde se le oye gritar con exasperación.) ¡Papá! ¡Ven! ¡Que nos vamos a pasar el día esperándote!
(MARY se ha levantado del brazo del sillón en que estaba sentada. Sus manos tamborilean nerviosas sobre la mesa. Sin mirar a Jamie, nota su cínica mirada dirigida a su rostro y a sus manos.)
MARY (Tensa):
¿Qué miras?
Jamie:
Ya lo sabes (Se vuelve hacia la ventana.)
MARY:
No lo sé.
Jamie:
¡Vamos, mamá! ¿Es que crees que me vas a engañar? No estoy ciego.
MARY (Le mira directamente, con expresión tozuda):
No sé de que me hablas.
Jamie:
¿No? Pues mírate en el espejo.
Edmund (Entra por el porche delantero):
Ya viene papá. Estará aquí dentro de un minuto. (Mira a los dos. Su madre le evita. Intranquilo.) ¿Qué ha pasado? ¿Qué pasa mamá?
MARY (Aliviada por su llegada, se deja llevar por los nervios):
Tu hermano debería avergonzarse de sí mismo. No sé que ha estado insinuando.
Edmund (Se vuelve hacia Jamie):
¡Imbécil! (Amenazador, da un paso en dirección a él. Jamie le da la espalda y se encoge de hombros.)
MARY (Todavía más alterada, toma Edmund por el brazo, excitada):
¡Estáte quieto ahora mismo! ¿Me oyes? ¡Cómo te atreves a usar ese lenguaje en mi presencia! (Bruscamente, tanto su tono como su actitud se tiñen de la extraña indiferencia anterior.) No tienes razón al echar la culpa a tu hermano. No puede evitar ser como es. Como le pasa a tu padre. Y a mí. Y a ti.
Edmund (Asustado, intenta mantener la esperanza):
¡Miente! ¿Verdad, mamá?
MARY (Desviando la mirada):
¿En qué miente? Parece que estás jugando con Jamie a los acertijos. (Sus ojos se encuentran con su mirada acusadora y asustada. Balbucea.) ¡Edmund! ¡No! (Aparta la mirada e instantáneamente vuelve a mostrar un extraño despecho. Con calma.) Tu padre está subiendo las escalera. Voy a avisar a Bridget.
(Sale por el saloncito. Edmund se aproxima lentamente a su silla. Tiene aspecto enfermizo y angustiado.)
Jamie (Desde la ventana sin moverse):
Bueno, ¿qué te parece?
Edmund (Se niega a aceptar nada delante de su hermano, mostrando una débil resistencia):
¿Que qué me parece qué? Eres un mentiroso. (Jamie vuelve a encogerse de hombros. Se oye cerrarse la puerta del porche. Edmund habla con frialdad.) Aquí está papá. Espero que se relaje un poco con ayuda de la botella. (TYRONE entra desde el salón. Se pone la chaqueta.)
TYRONE:
Siento haberme retrasado. El capitán Turner se puso a hablar y cuando empieza no hay quien le haga callar.
Jamie (Secamente, sin volverse):
Querrás decir que se ha puesto a escuchar. (Su padre le mira con desaprobación. Se acerca a la mesa y comprueba la cantidad de whisky que hay en la botella. Jamie lo nota sin volverse.) No te preocupes. No ha disminuido.
TYRONE:
No estaba midiéndolo. (Cáusticamente.) Como si eso significara algo cuando tú estás cerca. Conozco muy bien los trucos que empleas.
Edmund (Hastiado):
¿No has dicho que íbamos a tomar un trago?
TYRONE (Frunce el entrecejo):
Me parece bien que Jamie se tome un trago después de haberse pasado la mañana trabajando, pero tú no. El doctor Hardy…
Edmund:
¡Que se vaya al infierno el doctor Hardy! No me voy a morir por tomarme un trago. Lo necesito, papá.
TYRONE (Le mira preocupado y simula cordialidad):
Pues venga. Siempre he dicho que un trago de buen whisky con moderación y antes de las comidas, es lo mejor para abrir el apetito. (Edmund se pone en pie cuando su padre le pasa la botella. Se sirve una generosa cantidad. TYRONE frunce el ceño.) He dicho con moderación. (Se sirve y le pasa la botella a Jamie.) La moderación no va contigo ¿verdad? (Jamie le ignora y se sirve con generosidad. Su padre gruñe entre dientes y, dándose por venado, adopta su aire cordial y le levanta su vaso.) Bueno, ¡salud y felicidad! (Edmund sonríe amargamente.)
Edmund:
¿Estás de broma?
TYRONE:
¿Por qué?
Edmund:
Por nada. (Beben).
TYRONE (Percibe el ambiente enrarecido):
¿Qué ha pasado aquí? El ambiente está tan tenso que se podría cortar con un cuchillo. (Se vuelve a Jamie con resentimiento.) Si ya te has tomado tu trago ¿a que viene ese aire tan tenebroso?
Jamie (Se encoge de hombros):
Ya lo verás dentro de un rato.
Edmund:
Cállate, Jamie.
TYRONE (Intranquilo, cambia de tema):
Creí que la comida estaba servida. ¿Dónde está vuestra madre?
MARY (Regresa desde el saloncito. Les llama):
Aquí estoy. (Entra. Aparece excitada y nerviosa. Cuando habla mira a todos lados excepto a ellos.) He tenido que tranquilizar a Bridget. Estaba furiosa porque otra vez llegaste tarde y no le falta razón. Dice que allá tú si la comida se pasa por haber tenido que meterla en el horno. (Cada vez más nerviosa.) ¡Estoy hasta la coronilla de intentar vivir como si esto fuera de verdad un hogar! ¡No me ayudáis lo más mínimo! ¡No hacéis nada! ¡No sabes cómo comportarte en una casa! ¡Porque no quieres tenerla! ¡Nunca has querido, ni cuando nos casamos! ¡Deberías haberte quedado soltero viviendo en hoteluchos de mala muerte y yéndote de borrachera con tus amigos! (Como si hablase consigo misma, dice de forma extraña.) Y así no habría pasado nada.
(Se quedan mirándola. TYRONE se da cuenta de lo que sucede. Repentinamente parece un anciano cansado y amargado. Edmund le mira y percibe que se ha dado cuenta, pero, aún así, no puede evitar advertir a su madre.)
Edmund:
¡Mamá!, deja de hablar y vamos a comer.
MARY (Inmediatamente adquiere el aire despegado. Incluso sonríe para sus adentros con ironía):
Sí. No está bien que saque a relucir el pasado cuando Jamie y tu padre tienen hambre. (Le pasa el brazo a Edmund por los hombros. Solícitamente, pero sin abandonar su tono remoto.) Espero que tengas apetito, cariño. Tienes que comer más. (Se queda mirando el vaso de whisky que hay sobre la mesa a su lado. Con presteza.) ¿Qué hace ese vaso ahí? ¿Has estado bebiendo? ¿Cómo puedes estar tan loco? ¿Es que no sabes que es lo peor que puedes hacer? (Se vuelve a TYRONE.) Tú tienes la culpa, James. ¿Por qué se lo has permitido? ¿Es que quieres matarle? ¿No te acuerdas de mi padre? No paraba hasta que ya no podía más. Decía que los médicos son idiotas. Creía que el whisky es bueno para abrir el apetito, como tú. (Sus ojos adquieren una expresión aterrada. Balbucea.) Pero, claro, no hay punto de comparación. No sé por qué he… Perdóname por haberte dicho esas cosas, James. Un poquito de whisky no le sentará mal a Edmund. Si se le abre el apetito, hasta puede irle bien.
(Da un cachetito en la mejilla a Edmund, hablando con el mismo despego. El aparta la cabeza. Ella no parece notarlo, pero instintivamente se separa de él.)
Jamie: (Bruscamente. Intenta ocultar su nerviosismo):
¡Por amor de Dios! ¡Vamos a comer! He estado toda la mañana trabajando. Creo que me lo he ganado. (Por detrás de su padre se acerca a Edmund y le toma por los hombros sin mirar a su madre.) Vamos a llenarnos la barriga, chico.
(Edmund se levanta, sin mirar a su madre. Pasan a su lado y se dirigen hacia el saloncito.)
TYRONE (Hastiado):
Sí, muchachos. Acompañad a vuestra madre. Yo voy ahora mismo.
(Pero ellos no la esperan. Ella les mira dolida y, cuando entran al saloncito, les sigue. TYRONE tiene los ojos fijos en ella, triste y acusador. MARY lo nota y se vuelve con presteza, pero sin atreverse a mirarle.)
MARY:
¿Por qué me miras de esa manera? (Se lleva las manos al pelo.) ¿Estoy despeinada? Estaba tan cansada por la mala noche que he pasado que me he echado un rato. Me dormí un poquito y me ha sentado muy bien. Pero estoy segura de haberme arreglado el pelo antes de bajar. (Forzando una risita.) Aunque, como es natural, no encontraba las gafas. (Bruscamente.) ¡Deja de mirarme, por favor! Parece que me acusas de… (En tono pacificador.) ¡James, no comprendes que…!
TYRONE (Hastiado y con ira:)
¡Lo que comprendo es que me he comportado como un idiota al confiar en ti! (Se aparta de ella y se sirve una generosa ración de whisky.)
MARY (Con gesto desafiante):
No sé qué quieres decir con eso de «confiar en mí». Sólo he sentido desconfianza y sospechas por tu parte. (Acusadoramente.) ¿Por qué sigues bebiendo? Creía que antes de comer solamente te tomabas uno. (Amargamente.) Ya sé lo que va a pasar. Esta noche estarás borracho. Bueno, tampoco será la primera vez ¿verdad? Ni la milésima. (De nuevo adopta un tono suplicante.) ¡Por favor, James! ¿Es que no comprendes? ¡Estoy tan preocupada por Edmund! Tengo miedo de que…
TYRONE:
No te justifiques, MARY. Me da igual.
MARY (Dolida):
¿Quién se justifica? ¿Qué quieres decir? ¿No irás a pensar que…? ¡No, James, por favor! (Adopta de nuevo el aire despegado, sin dar importancia a lo que dice.) ¿Es que no vamos a comer, querido? Yo no tengo hambre, pero tú sí. (TYRONE lentamente se aproxima hasta el lugar donde ella se encuentra, en el umbral. Camina como un anciano. Cuando llega a su lado, ella le dice suplicante.) ¡James! ¡He hecho tantos esfuerzos! ¡Tantos! ¡Por favor, créeme!
TYRONE (Conmovido a su pesar. Con tristeza):
Supongo que sí, MARY. (Lleno de pena.)
MARY (Nuevamente su rostro adopta una expresión tozuda):
No sé que quieres decir. ¿Qué es lo que tenía que haber seguido haciendo?
TYRONE (Sin esperanza):
No importa. Ya es igual.
(Echa a andar y ella se mantiene a su lado hasta que desaparecen por el saloncito.)
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