Escena

Sala de estar de la residencia de verano de James TYRONE. Una mañana de agosto de 1912. Al fondo hay dos puertas de doble hoja con cortinas. La de la derecha conduce al salón principal, que tiene aspecto de ser utilizado en contadas ocasiones. La otra conduce a un saloncito interior situado entre el comedor y la sala de estar. Entre las dos puertas, apoyada en la pared, hay una pequeña librería sobre la que descansa un retrato de Shakespeare. Contiene novelas de Balzac, Zolay Stendhal, obras filosóficas y sociológicas de Schopenhauer, Nietzschey Marx, Engels, Krópotklny Max Stirner, teatro de Ibsen, Shaw y Strindberg, poemas de Swinburne, Rosetti, Wilde, Ernest Dowson, Kipling, etc.

En la pared derecha, al fondo, una puerta corredera conduce al porche que rodea toda la casa. Más acá hay tres ventanales que dan al jardín desde los que se divisa el puerto y el paseo que corre paralelo a la orilla del mar. Entre las ventanas hay dos mesitas, una de bambú y otra de roble, apoyadas contra la pared.

En la pared opuesta unas ventanas simétricas dan a la parte trasera del jardín. Bajo éstas un sofá de mimbre con el respaldo contra la pared. Más hacia el fondo hay una gran librería con puertas de cristal que contiene obras de Dumas, Victor Hugo, Charles Lever, una enciclopedia de Literatura Universal encuadernada en cincuenta tomos, tres colecciones de Shakespeare, la Historia de Inglaterra de Hume, la Historia del Consulado y del Imperio de Thiers, la Historia de Inglaterra de Smolíett, El Imperio Romano de Gibbon y varias obras de teatro clásico y de poesía, así como diversas Historias de Irlanda. Todos estos libros tienen aspecto de haber sido leídos una y otra vez.

El suelo, de madera, está cubierto por una alfombra de color y diseño indeterminados. En el centro de la habitación hay una mesa redonda sobre la que reposa una lámpara con una pantalla verde. Esta lámpara está enchufada directamente a uno de los cuatro casquillos de otra que pende sobre la mesa. Dentro del área iluminada por la pantalla hay tres sillones de mimbre y una mecedora de roble tapizada en cuero, situada a la derecha de la mesa.

Aproximadamente son las ocho y media de la mañana. El sol entra por las ventanas de la derecha.

Al levantarse el telón, la familia acaba de terminar de desayunar. MARY TYRONE y su marido entran por el saloncito del fondo procedentes del comedor. MARY tiene cincuenta y cuatro años. De estatura media, todavía posee una figura joven y graciosa, quizá un poquito gruesa, aunque, a pesar de no ir encorsetada, sus caderas y su cintura no han perdido su apariencia juvenil. Su rostro es indiscutiblemente irlandés. En tiempos hubo de ser extremadamente hermoso y todavía es llamativo. En contraste con su aspecto saludable, el rostro parece pálido y demacrado. Tiene los pómulos prominentes, la nariz larga y recta, la boca grande y los labios gruesos y sensuales. No lleva maquillaje alguno. Su amplia frente está enmarcada por abundantes cabellos blancos. Los ojos, de color castaño oscuro, parecen negros al verse acentuados por la palidez de su rostro y los blancos cabellos. Son de un tamaño poco corriente y muy hermosos. Las cejas las tiene oscuras y rizadas las largas pestañas.

Inmediatamente llama la atención su gran nerviosismo. Sus manos jamás permanecen en reposo. Una vez fueron hermosas. Los dedos, largos y delgados, aparecen ahora retorcidos a causa de una artritis que les ha conferido un aspecto más bien desagradable. Como es consciente de ello, así como de no controlar los movimientos nerviosos de sus dedos, la gente evita mirarlos.

Va sencillamente vestida, pero las ropas que lleva le sientan bien. El pelo parece cuidadosamente arreglado hasta el menor detalle. Su voz es suave y agradable y cuando está de buen humor se percibe en ella un cantarín acento irlandés.

Su cualidad más agradable es un sencillo encanto, propio de la colegiala joven y tímida que aún no ha muerto en su interior, su innata inocencia de espíritu.

James TYRONE tiene sesenta y cinco años, pero parece diez años más joven. Aunque sólo mide un metro y setenta y cinco centímetros, el aire marcial de su porte y sus anchos hombros, le hacen parecer mucho más alto. El paso del tiempo ha empezado a ser perceptible en su rostro, que es notablemente hermoso: la cabeza grande y bien formada, noble perfil y profundos ojos castaños. El cabello, canoso, es escaso, sobre todo en la coronilla, donde parece tener una especie de tonsura frailuna causada por la calvicie. Lleva grabado el sello de su profesión. No es que muestre la afectación propia de un actor de teatro ya que tanto por naturaleza como por inclinación es una persona sencilla y nada pretenciosa cuyos gustos no se hallan muy lejos del origen humilde de sus antepasados irlandeses. Aún así se percibe al actor en su forma de hablar, en sus gestos y movimientos que, aunque inconscientes, parecen responder a una técnica aprendida. Su voz, potente y bien modulada, es notablemente hermosa, de lo que se siente orgulloso.

Ciertamente sus ropas no pertenecerían jamás a un personaje del teatro romántico. Lleva un gastado traje gris, unos zapatos negros sin brillo, una camisa sin cuello, y un pañuelo blanco anudado alrededor de la garganta. No hay nada estudiado en su desaliñado aspecto. En su opinión, la ropa ha de usarse mientras dure. En este momento se dispone a arreglar el jardín y le importa un rábano el aspecto que pueda tener.

Nunca ha estado seriamente enfermo. De temperamento tranquilo, posee una impasibilidad propia de las gentes del campo, de vez en cuando se deja arrastrar por la melancolía y parece estar dotado de un instintivo sentido común.

Cuando entran procedentes del saloncito, TYRONE lleva a su esposa cogida por la cintura. Al entrar en la sala de estar la atrae hada sí con cariño.

TYRONE:

Ahora da gusto abrazarte, MARY. Has engordado casi diez kilos.

MARY (Sonriendo con cariño):

Me he puesto demasiado gorda ¿verdad querido? Creo que debería adelgazar un poco.

TYRONE:

¡Nada de eso, señora mía! Estás perfecta. Ni hablar de adelgazar. ¿No será por eso por lo que casi no has desayunado, eh?

MARY:

¿Que casi no he desayunado? ¡Pero si he comido muchísimo!

TYRONE:

Pues a mí me parece que no. Por lo menos, no todo lo que a mí me gustaría.

MARY (Bromeando):

¡Claro! A ti te gustaría que todos comiésemos tanto como tú. ¡Vaya indigestión!

(Se adelanta y permanece en pie a la derecha de la mesa.)

TYRONE (Siguiéndola:)

Yo creo que no soy tan tragón como dices. (Satisfecho.) Gracias a Dios, a mis sesenta y cinco años sigo teniendo el apetito y el estómago de un muchacho de veinte.

MARY:

De eso puedes estar bien seguro. No se puede negar.

(Riendo, se sienta en el sillón de mimbre de la derecha. Él pasa por detrás para coger un puro de una caja que está sobre la mesa. Le corta la punta. Se oyen las voces de Jamie y Edmund en el comedor. MARY vuelve la cabeza hacia ellos.)

MARY:

Cathleen estará esperando para quitar la mesa.

TYRONE (En tono festivo, pero con cierto resentimiento:)

Supongo que estarán tramando algo a espaldas mías. Algo especial dedicado al Viejo.

(Ella permanece silenciosa, con el rostro vuelto hacia el lugar de donde proceden las voces. Sus manos, inquietas, descansan sobre la mesa. Él enciende el puro y se sienta en la mecedora que hay a la derecha de la mesa, su lugar acostumbrado, mientras fuma satisfecho.)

TYRONE:

Nada como un buen puro después del desayuno. Estos tienen un sabor perfecto. Han resultado una ganga. Me salieron casi gratis. McGuire me puso sobre la pista.

MARY (Con cierta acritud):

Espero que no haya vuelto a aconsejarte que compres más terrenos. Porque sus gangas inmobiliarias no resultan serlo tanto.

TYRONE (A la defensiva):

Bueno, MARY, yo no diría eso. Después de todo, gracias a sus consejos, compré aquella casa de Chesnut Street y, cuando la vendí, me llevé un buen pellizco.

MARY (Ahora sonríe con cariño, pero también irónica):

Ya, ya. El famoso golpe de suerte… Seguro que a McGuire nunca se le pudo ocurrir que… (Le da unos golpecitos en la mano.) Es igual, James. Ya sé que es inútil intentar convencerte de que no tienes ojo para los negocios.

TYRONE (Molesto):

Jamás he creído tal cosa. Pero los terrenos son mucho más seguros que los valores y los bonos que venden esos estafadores de Wall Street. (Contemporizador.) No querrás discutir de negocios tan temprano ¿verdad?

(Pausa. Las voces de sus hijos se vuelven a oír. Uno de ellos sufre un ataque de tos. MARY escucha preocupada. Sus dedos tamborilean inquietos sobre la mesa.)

MARY:

James, creo que es a Edmund a quien deberías reñir por no comer bastante. Prácticamente sólo ha tomado café. Necesita comer o se quedará muy débil. Yo no hago más que repetírselo, pero dice que no tiene hambre. Claro, que no hay nada peor que un catarro en verano para perder el apetito.

TYRONE:

Sí, claro, es lógico. Pero no te preocupes por…

MARY (Con presteza):

Si no me preocupo. En cuanto se cuide se pondrá bien. (Como intentando olvidarse de ello, pero sin lograrlo):

Aunque es una lástima que se sienta tan mal precisamente ahora.

TYRONE:

¡Sí! ¡Qué mala suerte! (La mira preocupado.) Pero no te preocupes por eso, MARY. No olvides que tú también tienes que cuidarte.

MARY (Con presteza):

No, si no me preocupo. ¿Por qué iba a hacerlo? ¿Qué te hace pensar eso?

TYRONE:

Nada. Sólo que estos días pareces un poco distraída.

MARY (Forzando una sonrisa):

¿Sí? No digas tonterías, querido. Imaginaciones tuyas. (Repentinamente se pone tensa.) No tienes por qué pasarte todo el día observándome, James. Me siento incómoda.

TYRONE (Le cubre las manos con la suya):

Bueno, bueno, MARY, no empieces a pensar mal. Si te miro tanto es para admirar lo guapa que te has puesto tan rellenita. (Su voz se tiñe de profundo afecto.) No sabes lo feliz que me siento de verte así, querida. Desde que has regresado vuelves a ser la misma de siempre, la que yo tanto quiero. (Se inclina y la besa impulsivamente en la mejilla. Luego se da la vuelta y añade como a la fuerza.) Así que espero que te sigas portando bien, MARY.

MARY (Volviendo el rostro):

Así lo haré, querido. (Se levanta inquieta y se dirige hacia las ventanas de la derecha.) Menos mal que se ha levantado niebla. (Se vuelve.) No me encuentro bien esta mañana. Casi no he podido dormir con la dichosa sirena del faro sonando toda la noche.

TYRONE:

Sí. Parecía que teníamos en el jardín una ballena agonizante. Yo tampoco he podido dormir.

MARY (Burlona):

¿No? Pues no se notaba mucho. Roncabas de tal manera que casi no se te distinguía de la sirena. (Se acerca a él riendo y le da unos cariñosos golpecitos en la mejilla.) No te despertarían ni diez sirenas a la vez. Es imposible.

TYRONE (Un poco picado):

Bobadas. Siempre exageras mis ronquidos.

MARY:

¿Que exagero? Si te pudieras oír… (Se oyen carcajadas procedentes del comedor. MARY sonriente vuelve la cabeza.) ¿De qué se reirán?

TYRONE (Picado):

De mí. Me apuesto lo que quieras. Siempre que se ríen es del Viejo.

MARY (Burlona):

Sí. Todos te tomamos el pelo muchísimo… Yo que tú no lo permitiría… (Ríe. Luego adopta un aire más tranquilo.) Bueno, se rían de lo que se rían, es un alivio oír a Edmund. Ha estado tan decaído últimamente…

TYRONE (Ignora esto último. Resentido):

Seguro que es de algún chiste de Jamie. Ése siempre se está burlando de alguien.

MARY:

Bueno, no empieces a meterte con el pobre Jamie, querido. (Con escasa convicción.) Ya verás como acaba por salir adelante.

TYRONE:

Pues más le valdría decidirse pronto. Ya tiene casi treinta y cuatro años.

MARY (Lo ignora):

Pero ¿es que piensan pasarse todo el día metidos en el comedor? (Se aproxima a la puerta del comedor y les llama.) ¡Jamie! ¡Edmund! Venid al salón para que Cathleen pueda quitar la mesa. (Edmund contesta «Ya vamos, mamá». Ella regresa a la mesa.)

TYRONE (Gruñón):

Siempre encontrarás razones para justificar lo que hace.

MARY (Se sienta a su lado y le da unos golpcitos cariñosos en la mano):

Anda, calla.

Sus hijos, James Jr., y Edmund, entran juntos por la puerta del saloncito. Ambos vienen riendo y, al aproximarse a su padre, su risa se hace más evidente.

Jamie, el mayor, tiene treinta y tres años y la constitución de su padre —anchos hombros y cuerpo esbelto. Aunque es algo más alto y menos robusto, parece más bajo y corpulento porque carece del porte distinguido de TYRONE. Tampoco posee la vitalidad de su padre. En él se advierten síntomas de haber llevado una vida disipada—. Su rostro es todavía atractivo, a pesar de las secuelas causadas por este tipo de vida, aunque ha sido tan guapo como TYRONE, con quien tiene un evidente parecido físico. Tienes unos bonitos ojos castaños, a medio camino, entre los de su padre y su madre, que los tiene más oscuros. Se le ha empezado a caer el pelo y da la impresión de que acabará por tener, como TYRONE, una pequeña calva. Su nariz, pronunciadamente aquilina, no es como la de ningún miembro de la familia y, junto con su habitual expresión cínica, le confiere un cierto aspecto mefistofélico, aunque en las raras ocasiones en que sonríe sin segundas intenciones, su personalidad muestra el irresistible encanto romántico y lleno de sentido del humor que caracteriza a los irlandeses: un descarado holgazán, con un toque de poeta sentimental que le hace atractivo para las mujeres y popular con los hombres.

Lleva un traje viejo —no tan gastado como el de TYRONE— y corbata. Tiene la piel tostada por el sol y llena de pecas.

Edmund es diez años más joven que su hermano, un poco más alto, delgado y enjuto. Si Jamie recuerda a su padre, Edmund se parece más a su madre, aunque en él se advierten también rasgos de TYRONE. Su rostro irlandés, largo y afilado, está dominado por unos grandes ojos oscuros. La hipersensibilidad de la boca de MARY está presente en la de su hijo, al igual que la amplia frente, más acentuada en Edmund. El pelo, castaño oscuro, ha sido ligeramente aclarado por el sol y lo lleva peinado hacia atrás. La nariz es como la de su madre, pero su perfil recuerda al de TYRONE. Sus manos tienen los mismos dedos largos que las de MARY. El nerviosismo es el rasgo que ambos comparten en mayor grado.

Evidentemente, no goza de buena salud. Está mucho más delgado de lo normal, tiene en los ojos un brillo febril y las mejillas hundidas. —A pesar de estar tostado por el sol, su aspecto es enfermizo—. Lleva una camisa con corbata, pantalones viejos de franela y unas playeras marrones.

MARY (Volviéndose sonriente hacia ellos):

Estaba tomando el pelo a vuestro padre por la forma de roncar que tiene. (A TYRONE.) Que lo digan los chicos, James. Tienen que haberte oído. No, Jamie, ya se que tú no. He oído que roncabas tanto como tu padre. Igual que él. En cuanto pones la cabeza sobre la almohada, te quedas dormido y no te despertarían ni diez sirenas.

(Se detiene bruscamente al percibir la mirada inquisitiva de Jamie. Su sonrisa se borra e intenta disimular.)

MARY:

¿Qué miras, Jamie? (Se arregla el pelo con las manos.) ¿Estoy despeinada? Me resulta muy difícil peinarme bien. Cada vez veo peor y nunca sé dónde dejo las gafas.

Jamie (Desvía la mirada):

Estás muy bien, mamá. Estaba pensando que tienes muy buen aspecto.

TYRONE (Con sinceridad):

Eso es lo que precisamente le estaba diciendo. Se ha puesto tan rellenita que dentro de poco no voy a poder abarcarla con los brazos.

Edmund:

Sí. La verdad es que tienes muy buen aspecto, mamá. (Ella se siente más segura y le sonríe con cariño. Edmund le guiña un ojo.) Tienes toda la razón sobre los ronquidos de papá. ¡Qué horror!

Jamie:

Yo también le he oído. (Imitando a un actor, empieza a recitar.) «El Moro, conozco sus trompetas…». (Su madre y su hermano ríen.)

TYRONE (Picado):

Si tengo que ponerme a roncar para que recuerdes a Shakespeare, no tendré más remedio que seguir haciéndolo.

MARY:

Bueno, bueno, James, no seas picajoso.

(Jamie se encoje de hombros y se sienta en la silla de la derecha.)

Edmund (Enfadado):

Sí, papá, por amor de Dios. Nada más acabamos de desayunar y ya empiezas.

(Se sienta en la silla de la izquierda, al lado de su hermano. Su padre le ignora.)

MARY (En tono de reproche):

Tu padre no estaba hablando contigo, Edmund. No tienes por qué ponerte siempre de parte de Jamie. ¡Ni que tú fueras el hermano mayor!

Jamie (Hastiado):

¿A qué viene todo esto? Olvidémoslo.

TYRONE (Con desprecio):

Claro, vamos a olvidarlo. Hay que olvidar todo y no enfrentarse con los hechos. Desde luego, es una filosofía la mar de práctica cuando se carece de ambición.

MARY:

Cállate, James. (Le pasa un brazo por los hombros. En tono festivo.) Parece que esta mañana te has levantado con el pie izquierdo. (A sus hijos. Cambiando de tema.) ¿De qué os veníais riendo?

TYRONE (Haciendo un esfuerzo para seguir la broma):

Sí, contádnoslo, muchachos. Le decía a vuestra madre que seguramente os estabais riendo de mí. Es igual. Ya estoy acostumbrado.

Jamie (Secamente):

¿Me dices a mí? Pregúntaselo al chico.

Edmund (Sonríe):

Pensaba decírtelo anoche, papá, pero se me olvidó. Ayer cuando salí a dar una vuelta, entré en la taberna…

MARY (Preocupada):

Edmund, ya sabes que no debes beber.

Edmund (Ignorándola):

…¿y a que no sabéis con quién me encontré? Pues con Shaughnessy, tu arrendatario. Y llevaba una buena curda encima.

MARY (Sonriendo):

Ese hombre es un horror. Pero tiene su gracia.

TYRONE (Gruñón):

Cuando se es su casero, deja de tenerla. Es un irlandés muy astuto. Capaz de engañar al mismísimo diablo. ¿Y de qué se queja ahora, Edmund? Porque seguro que de algo se irá quejando por ahí… Supongo que querrá que le rebaje la renta. Le dejo la casa casi gratis sólo por no tenerla vacía y nunca me paga el alquiler hasta que le amenazo con desahuciarlo.

Edmund:

Pues no parecía estar a disgusto. Estaba tan satisfecho con su vida que, lo nunca visto, hasta pagó una ronda. Había tenido una bronca con tu amigo Harker, ese millonario de la Standard Oil, y, al parecer, obtuvo una victoria aplastante.

MARY (Divertida):

¡Dios mío! Me parece que vas a tener que tomar cartas en el asunto, James.

TYRONE:

Ese Shaughnessy se va a meter en un lío.

Jamie (Malicioso):

Me apuesto lo que quieras que la próxima vez que te encuentres con Harker en el Club y le saludes con reverencia, hará como que no te ha visto.

Edmund:

Claro. Harker pensará que no es de caballeros tener de arrendatario a un patán como Shaughnessy que no se arredra ante un rey del petróleo.

TYRONE:

Esas paparruchas socialistas no vienen a cuento. No pienso aguantar que…

MARY (Conciliadora):

Sigue con la historia, Edmund.

Edmund (Hace a su padre un gesto provocador):

Bueno, pues como sabéis, el estanque de la finca de Harker linda con la granja de Shaughnessy, que se dedica a la cría de cerdos. Como la cerca está rota, los cerdos se han estado bañando en el estanque, y el capataz de Harker dice que seguramente Shaughnessy la habría roto con el propósito de que sus cerdos se pudieran bañar.

MARY (Asombrada y divertida):

¡Santo Cielo!

TYRONE (Enfadado, pero sin ocultar cierta admiración):

Seguro que sí. El muy canalla… Sería muy propio por su parte.

Edmund:

Entonces el propio Harker en persona fue a armarle la bronca. (Chasquea la lengua.) ¡Una decisión muy inteligente! Si hiciesen falta pruebas de que los oligarcas de este país —y muy especialmente los que han heredado la pasta— tienen menos seso que un mosquito, éste sería el dato definitivo.

TYRONE (Admirativo sin darse cuenta de lo que ha dicho):

Sí. Desde luego no es rival para Shaughnessy. (Cae en la cuenta) ¡Guárdate tus comentarios anarquistas! No quiero oírlos en mi casa. (Pero no puede ocultar la curiosidad que siente.) ¿Qué pasó?

Edmund:

Harker tenía tantas posibilidades de ganar como si yo me enfrentase a Jack Johnson. Shaughnessy, que llevaba unas copas encima, le estaba esperando en la cerca. Según él, ni le dejó abrir la boca. Empezó a decirle que no era un esclavo de la Standard Oil y que le traía sin cuidado, que descendía de un rey de Irlanda y que los magnates como Harker eran todos de la misma calaña porque se habían forrado a costa de robar el dinero a los pobres.

MARY:

¡Dios mío! (No puede evitar reír.)

Edmund:

Luego le dijo que su capataz había roto la cerca, porque el propio Harker se lo había mandado para que los cerdos se ahogaran en el estanque. Sus pobres cerdos, según Shaughnessy, se habían muerto de pulmonía y los pocos que quedaban vivos habían pillado el cólera por haber bebido agua estancada. Advirtió a Harker que iba a ir a ver a un abogado para que le demandase por daños y perjuicios. Y, para terminar, le dijo que ya tenía bastantes preocupaciones con los escarabajos de la patata, las malas hierbas, los gorgojos, las culebras y las mofetas que había en su granja, y que era un hombre honrado que no tenía por qué aguantar que un ladrón de la Standard Oil se colara en su granja. Así que más le valdría sacar sus sucios pies de sus propiedades antes de que le echara los perros. ¡Y Harker se marchó! (Él y Jamie ríen.)

MARY (Asomada, pero sin poder controlar la risa):

¡Qué lengua tiene ese hombre!

TYRONE (Vuelve a dejarse llevar por la admiración):

¡Maldito rufián! ¡No se puede con él! (Ríe. Luego se detiene bruscamente y protesta.) ¡Sucio traidor! Acabarás metiéndome en líos. Supongo que le dirías que me iba a poner furioso…

Edmund:

Le dije que estarías encantado de conocer los detalles de la última gran victoria irlandesa. Y es verdad, papá. Deja de disimular.

TYRONE:

No me hace ninguna gracia.

MARY (Bromeando):

Vamos, James, claro que lo estás.

TYRONE:

Mira, MARY, como broma, pase, pero…

Edmund:

Le dije a Shaughnessy que debería haber añadido que un millonario de la Standard Oil debería estarle agradecido de que, gracias a sus cerdos, su estanque hubiera adquirido el perfume adecuado.

TYRONE:

¡No te atreverías! (Frunce el entrecejo.) ¡No mezcles mis asuntos con tus opiniones socialistas y anarquistas!

Edmund:

Shaugnessy casi se echa a llorar por no habérsele ocurrido, pero me aseguró que lo iba a incluir, junto con otras lindezas por el estilo, en una carta que le está escribiendo. (Él y Jamie ríen.)

¿De qué os reís? No le veo la gracia. ¡Ten hijos para esto! Me vas a meter en pleitos por culpa de ese traidor.

MARY:

Vamos, James, no pierdas la calma.

TYRONE (Se vuelve hacia Jamie):

Y tú, apoyándole, eres todavía peor que él. Seguro que lamentas no haber estado allí para poder sugerir a Shaughnessy otros cuantos insultos. Para eso sí que sirves.

MARY:

¡James! No tienes por qué meterte con Jamie. (Jamie hace ademán de ir a contestar a su padre, pero termina por encogerse de hombros.)

Edmund (Nervioso y exasperado):

¡Por amor de Dios, papá! Si empiezas otra vez, me largo. (Se levanta bruscamente.) Además, me he dejado el libro arriba. (Enojado, se dirige haría el salón.) Yo creía, papá, que acabarías cansándote de oírte a ti mismo. (Sale. TYRONE se queda mirándole enfadado.)

MARY:

No le hagas caso, James. Ya sabes que no se encuentra bien. (Se oye toser a Edmund mientras sube las escaleras. MARY añade nerviosa.) Los catarros en verano ponen a cualquiera de mal humor.

Jamie (Sinceramente preocupado):

No es un simple catarro. El chico está fatal. (Su padre intenta advertirle con la mirada, pero Jamie no lo nota.)

MARY (Resentida, se vuelve haría Jamie):

¿Por qué dices eso? Es un simple catarro. ¿Qué iba a ser si no? ¡Siempre te imaginas lo peor!

TYRONE (Advirtiendo de nuevo a Jamie con la mirada. Suavemente):

Lo que Jamie quiere decir es que a lo mejor se le ha complicado el catarro con otra cosa y por eso se siente tan mal.

Jamie:

Claro, mamá. Eso quería decir.

TYRONE:

El doctor Hardy cree que podría tener algo de malaria, como cuando estuvo en los trópicos. Si es así, se le pasará con un poco de quinina.

MARY (Le mira con cierta repentina hostilidad):

¡El doctor Hardy! No creeré nada de lo que diga aunque lo jure sobre un montón de biblias. Conozco bien a los médicos. Todos son iguales. Dirán lo que quieras escuchar con tal de tenerte como paciente el mayor tiempo posible.

(De repente se calla, como si temiera haberse puesto en evidencia, al notar los ojos de su hijo y de su marido fijos en ella. Se lleva nerviosa las manos al pelo. Sonríe fornidamente.)

MARY:

¿Qué pasa? ¿Qué miráis? ¿Es que el pelo se me ha…?

TYRONE (Con aire un poco culpable, le pasa el brazo por los hombros y la abraza suavemente):

A tu pelo no le pasa nada. Cuanto más guapa y más gordita estás, más vanidosa te vuelves. Dentro de nada vas a pasarte el día mirándote al espejo.

MARY (Algo más tranquila):

La verdad es que debería hacerme unas gafas nuevas. Tengo los ojos fatal.

TYRONE (Galante):

Tienes unos ojos preciosos y lo sabes muy bien.

(La besa. El rostro de MARY se ilumina reflejando al mismo tiempo una cierta timidez. Repentina y sorprendentemente, su rostro parece regresar a la juventud, pero no como si fuera una sombra del pasado, sino mostrando algo que todavía está vivo en ella.)

MARY:

No seas bobo, James. ¡Delante de Jamie!

TYRONE:

¡Como si Jamie no supiera que todas estas cosas que dices del pelo y los ojos no son para que te digan piropos! ¿Eh, Jamie?

Jamie: (Su rostro parace haberse relajado. Cuando sonríe a su madre con cariño, muestra cierto encanto juvenil):

Claro, mamá. No creas que vas a engañarnos.

MARY (Sonríe. Su voz se tiñe de un cantarín acento irlandés.) ¡Qué cosas decís vosotros dos! (Luego, con seriedad infantil:)

Antes sí que tenía un pelo precioso, ¿verdad, James?

TYRONE:

¡El más bonito del mundo!

MARY:

Tenía unos tonos rojizos muy extraños y lo llevaba tan largo que me llegaba por debajo de la rodilla. Tú también te tienes que acordar, Jamie. Hasta que nació Edmund no tuve una sola cana. Empezaron a salirme entonces. (Desaparece el tono infantil.)

TYRONE (Rápidamente):

Y se te puso más hermoso que nunca…

MARY (Otra vez avergonzada, pero satisfecha):

¿Oyes lo que dice tu padre, Jamie? ¡Después de treinta y cinco años de matrimonio! Por algo es un gran actor ¿verdad? ¿Qué te pasa, James? ¿Es que quieres tomarme el pelo porque me he estado riendo de cómo roncabas anoche? Bueno, pues, en ese caso, lo retiro: lo que anoche oí era la sirena del faro. (Se echa a reír y ellos también ríen. Repentinamente adopta el aire de un ama de casa muy ocupada.) No puedo quedarme aquí escuchando vuestros cumplidos. Tengo que hablar de la comida con la cocinera y ver si hay que comprar algo. (Se levanta y, de buen humor, suspira resignada.) ¡Esa Bridget es tan perezosa! ¡Y tan lenta! Empieza a contarme cosas de su familia sin parar y no me deja abrir la boca para regañarla. Bueno, manos a la obra. (Se dirige hacia la puerta del salón y allí se vuelve preocupada.) James, no olvides que Edmund no puede ayudarte en el jardín ¿eh? (En su rostro vuelve apercibirse una mirada de obstinación.) No es que esté débil, claro, pero a lo mejor suda y luego coge frío. (Sale por el saloncito. TYRONE se vuelve hacia Jamie con la desaprobación pintada en el rostro.)

TYRONE:

¡Eres un cabeza de chorlito! ¿Es que no tienes sentido común? Lo único que tenemos que evitar es decir cosas que puedan preocuparla respecto a Edmund.

Jamie (Encogiéndose de hombros):

Bueno. Allá tú. Pero creo que hacemos mal en dejar que mamá siga engañándose. Será peor cuando se entere de la verdad. Además, está claro que todas esas tonterías del catarro del chico las dice para disimular. Ella sospecha la verdad.

TYRONE:

¿Y qué es lo que sospecha? Todavía no hay nada seguro.

Jamie:

Pues yo sí lo estoy. El lunes pasado fui con Edmund a ver al doctor Hardy y estaba hecho un lío. Ya no opina lo mismo que antes. Y eso lo sabes tú tan bien como yo. Ayer estuviste hablando con él cuando subiste al pueblo, ¿verdad?

TYRONE:

Sí, pero todavía no podía asegurarme nada. Me va a llamar hoy antes de que Edmund vaya a verle.

Jamie:

Pero cree que es tuberculosis, ¿no, papá?

TYRONE (De mala gana):

Dijo que podría ser algo así.

Jamie (Afectado):

¡Pobre chico! ¡Maldita sea! (Se vuelve hacia su padre con gesto acusador) Si le hubiera visto un médico cuando empezó a sentirse mal, esto se podría haber evitado.

TYRONE:

¿Qué tiene Hardy de malo? Siempre que estamos aquí, vamos a su consulta.

Jamie:

¡Todo lo que hace Hardy está mal! ¡Incluso en este agujero se le considera un matasanos!

TYRONE:

¡Eso es! ¡Métete con él! ¡Con todos! ¡Tú siempre crees que todo el mundo es un farsante!

Jamie (Despectivo):

¡Tu única razón para decir que Hardy es un buen médico es que sólo cobra un dólar por la consulta!

TYRONE (Picado):

¡Ya está bien! Ahora que estás sereno no te tolero que… (Intenta controlarse. A la defensiva.) Si lo que sugieres es que le lleve a uno de esos médicos de la alta sociedad que se dedican a desplumar a los veraneantes…

Jamie:

¿Es que acaso no puedes? Eres uno de los mayores terratenientes de aquí.

TYRONE:

Eso no quiere decir que sea rico. Todo lo tengo hipotecado.

Jamie:

Porque, en lugar de pagar las hipotecas, te dedicas a seguir comprando fincas. Si Edmund fuese un acre de tierra, no habría límite para lo que te gastarías en él.

TYRONE:

¡Mientes! ¡Y también mientes respecto a Hardy! Ni se da aires de grandeza ni anda por ahí en coches de lujo ni tiene la consulta en un sitio de moda. ¡Eso es lo que te cobran esos tipos! No sus conocimientos médicos. ¡Cinco dólares por tomarte la tensión!

Jamie (Se encoge de hombros):

Vale, vale. ¡Seré idiota! No sé para que discuto contigo. No se puede hacer cambiar a la gente.

TYRONE (Cada vez más enfadado):

No. No se puede. Demasiado bien lo sé gracias a ti. Ya he perdido la esperanza de que tú vayas a hacerlo. ¿Cómo te atreves a decirme lo que debo hacer con mi dinero? Nunca has sido consciente de lo que cuesta ganarlo y nunca lo serás. Jamás has logrado ahorrar un solo dólar. Al acabar la temporada siempre estás sin un céntimo. ¡Todo te lo gastas en putas y en whisky!

Jamie:

¡Cielo santo! Si con lo que gano…

TYRONE:

Más de lo que mereces y gracias a mí. Si no fueras mi hijo ni un solo empresario te daría un papel con esa fama que tienes. Así que tengo que tragarme mi orgullo y ponerme a mendigar trabajo para ti diciendo que has hecho borrón y cuenta nueva, aunque bien sé que no es cierto.

Jamie:

Nunca he querido ser actor. Tú me has obligado a dedicarme al teatro.

TYRONE:

¡Embustero! ¿Qué te interesaba, eh? Tú me dijiste que te buscara un trabajo y el teatro es el único mundo que conozco. Lo único que sabías hacer era andar por ahí, de bar en bar. Lo que te habría gustado es vivir a mi costa toda tu vida. ¡Después de todo lo que me he gastado en darte estudios, lo único que has hecho es conseguir que te expulsaran de todas partes!

Jamie:

¡Por amor de Dios! No saques a relucir esa historia de tiempos de maricastaña.

TYRONE:

Pues que tengas que venir a vivir durante los veranos a mi costa no es una historia demasiado antigua…

Jamie:

—Me pago la comida y la cama con mi trabajo en la huerta. Y de paso te ahorras tener que contratar a alguien.

TYRONE:

¡Vaya cosa! Si hasta tengo que obligarte a que lo hagas… (Su ira se transforma en queja.) Todo esto me importaría menos si, por lo menos, te viera agradecido. Pero lo único que obtengo en pago es que me llames tacaño, que te metas con mi profesión y que te burles de todo el mundo. Excepto de ti mismo, claro.

Jamie (Secamente):

Eso último no es verdad, papá. Lo que pasa es que las cosas que me digo a mí mismo, no las oyes.

TYRONE (Le mira perplejo y luego cita mecánicamente.) «La ingratitud, la peor de las plagas».

Jamie:

Me lo veía venir. ¡Dios mío, cuántos millones de veces…! (Calla, hastiado de discutir, y se encoge de hombros.) Vale, papá, soy un inútil. Lo que tú digas, con tal de que te calles.

TYRONE (Indignado, pero en tono de súplica):

¡Si tuvieras algo de ambición y no dijeses tantas majaderías…! Todavía podrías conseguir algo. Tenías talento para llegar a ser un buen actor. Todavía lo tienes. Eres mi hijo…

Jamie (Harto):

¡Déjalo! Ese tema no me interesa. Y a ti, tampoco. (TYRONE calla.) ¿Por qué empezamos a discutir? ¡Ah, sí! Por culpa del doctor Hardy. ¿Cuándo dices que te va a llamar por lo de Edmund?

TYRONE:

A la hora de comer. (Hace una pausa. A la defensiva.) No hay mejor médico para tratar a Edmund. Hardy le ha estado viendo cada vez que se ha puesto malo desde que era pequeño. Conoce su constitución mejor que cualquier otro médico. No es que, como crees, yo sea un tacaño. (Amargamente.) Además, ¿qué podría hacer el mejor especialista del país por Edmund después de que se ha dedicado a destrozar su salud con la vida que ha llevado desde que le expulsaron de la Universidad? Incluso antes, cuando iba al colegio, llevaba una vida disipada, haciéndose el gallito, imitando la vida que tú hacías en Broadway, a pesar de no tener tu constitución física. Tú eres tan fuerte como yo —por lo menos lo eras cuando tenías su edad—, pero Edmund siempre ha sido un manojo de nervios, como su madre. Se lo he repetido año tras año, pero nunca me ha hecho caso. Y ahora ya es demasiado tarde.

Jamie (Vehementemente):

¿Cómo que es demasiado tarde? Lo dices como si pensaras que…

TYRONE (Culpable):

¡No seas idiota! Lo único que quiero decir es que todo el mundo sabe que ha arruinado su salud y que tendrá que pasar bastante tiempo hasta que se recupere.

Jamie (Mira fijamente a su padre sin hacer caso de su explicación):

Ya sé lo que los campesinos irlandeses piensan de la tuberculosis: que no tiene remedio. Y probablemente es verdad cuando se vive en una pocilga. Pero aquí, con los métodos modernos…

TYRONE:

¿Es que acaso crees que no lo sé? ¿Qué insinúas? ¡Y no vuelvas a comparar a Irlanda con una pocilga! (En tono acusador.) ¡Más te valdría no hablar de la enfermedad de Edmund! ¡Tú tienes la culpa de todo lo que le pasa!

Jamie:

¿Que yo…? No es cierto. ¡Eso no te lo aguanto, papá!

TYRONE:

¡Es verdad! Tu influencia sobre él ha sido nefasta. Desde niño te ha considerado una especie de héroe. ¡Menudo ejemplo! Que yo sepa, siempre le has dado unos consejos infames. Le tratabas como si ya fuera un hombre, llenándole la cabeza de ideas absurdas, cuando no era más que un niño, incapaz de advertir hasta qué punto estabas tú influido por tu propio fracaso. Gracias a ti, llegó a creer que todos los hombres tenemos un precio y que las únicas mujeres que no se prostituyen son unas estúpidas.

Jamie (Intentando mostrarse indiferente, pero justificándose):

Bueno, que le he dado consejos, es cierto, pero sólo desde que empezó a meterse en líos. Se hubiera reído de mí si yo hubiera pretendido hacer el papel del buen hermano mayor. Lo único que hice fue hablarle con franqueza, de igual a igual, para que no cometiese los mismos errores que yo he cometido. (Cínicamente se encoge de hombros.) Bueno, si no sabes cómo salir adelante, por lo menos, has de ir con cuidado.

(Su padre le mira con desprecio. De repente Jamie parece verdaderamente afectado.)

Jamie:

Eso que has dicho es una sucia mentira, papá. Sabes muy bien cuánto quiero al chico y lo unidos que hemos estado siempre. Mucho más que otros hermanos. Haría cualquier cosa por él.

TYRONE (Impresionado y en tono conciliador):

Me imagino que tú creerías hacerlo por su bien, Jamie. Nunca he pensado que lo hicieras a propósito.

Jamie:

¡Además, sería falso! Me gustaría ver si alguien puede influir en Edmund. Todos creen que pueden hacer con él lo que quieran, porque parece una persona tranquila, pero ¡es un cabezota de mil demonios, siempre se sale con la suya y los demás pueden irse a hacer puñetas! ¿Qué tengo que ver yo con todas las locuras que ha hecho durante todos estos años? ¡Enrolarse en un barco para ver mundo…! Bien que le dije que no estaba de acuerdo con sus planes. ¿Es que tú me ves a mí, deambulando por las playas de América del Sur, viviendo en sitios cochambrosos y bebiendo veneno? ¡No, gracias! Prefiero Broadway, una habitación con baño y un bar donde sirvan un whisky decente.

TYRONE:

¡Broadway! ¡Allí te has convertido en lo que eres! (Con orgullo.) Edmund, haya lo que haya hecho, por lo menos ha tenido el valor de apañárselas él solo, sin recurrir a mí en cuanto se quedaba sin dinero.

Jamie (Picado):

Pero siempre ha terminado volviendo a casa sin blanca, ¿no? Y, además, ¿qué ha sacado con tanto andar por ahí? Piénsalo bien. (Se calla avergonzado.) ¡Dios mío! ¡Qué cosas me haces decir! No era mi intención…

TYRONE (Ignorándolo):

En el periódico le han ido bastante bien las cosas. Yo esperaba que, por fin, diera con algo que le gustase.

Jamie (Otra vez molesto):

¡Es un periodicucho de mala muerte! Te digan lo que te digan, yo sé que, como periodista, es una mierda. Si no fuera porque es hijo tuyo… (Avergonzado, calla de nuevo.) ¡Tampoco es verdad! Todos están encantados de tenerlo con ellos, pero lo mejor que escribe, no lo hace para el periódico. Ha escrito algunas parodias y unos poemas que son estupendos. (De mala gana.) Aunque para lo que le van a servir… (Precipitadamente.) Pero ha empezado bien…

TYRONE:

Sí, no lo ha hecho mal. Tú siempre decías que te habría gustado dedicarte al periodismo, pero no estabas dispuesto a empezar desde abajo. Esperabas que…

Jamie:

¡Por amor de Dios, papá! ¿Es que no puedes dejarme en paz?

TYRONE (Le mira fijamente, luego retira la mirada. Pausa):

¡Es una lástima que haya ido a ponerse malo precisamente ahora! No podría haber encontrado peor momento. (Incapaz de ocultar su desasosiego, añade.) Ni para tu madre. Es una pena que todo esto la intranquilice tanto precisamente en un momento en que necesita no tener preocupaciones. Ha estado tan bien durante estos dos últimos meses. Desde que volvió. (Se le quiebra la voz.) Yo me sentía en el paraíso. Esta casa había vuelto a ser un hogar. Pero no hace falta que te lo diga, Jamie.

(Por vez primera, su hijo le mira con simpatía, como si, repentinamente, se vieran unidos por un lazo que anulara su antagonismo.)

Jamie (Casi suavemente):

A mí me pasaba igual, papá.

TYRONE:

Sí. Esta vez da la impresión de que se encuentra fuerte y segura de sí misma. Parece otra persona. Tiene control sobre sus nervios —por lo menos lo tenía hasta que Edmund cayó enfermo—. Ahora se nota que está preocupada y tensa. Ojalá pudiéramos ocultarle la verdad, pero, si hay que enviar a Edmund a un sanatorio, va a ser imposible. Lo peor de todo es que su padre murió de tuberculosis. Ella le adoraba y nunca ha podido olvidarlo. Sí. Le va a resultar difícil. ¡Pero lo conseguirá! ¡Ahora tiene fuerza de voluntad! Tenemos que ayudarla, Jamie. Todo lo que podamos.

Jamie (Afectado):

Claro que sí, papá. (Dubitativo.) Aunque está algo nerviosa, esta mañana parece que tiene muy buen aspecto.

TYRONE (Seguro de lo que dice):

Nunca ha estado mejor. Está de muy buen humor. (De repente frunce el ceño y mira a Jamie asaltado por la duda.) ¿Por qué dices que «parece» que tiene buen aspecto? ¿Por qué razón no iba a tenerlo? ¿Qué demonios estás insinuando?

Jamie:

No te pongas nervioso. ¡Por Dios, papá, deberíamos poder hablar de esto sin pelearnos!

TYRONE:

Lo siento, Jamie. (Tenso.) Pero, dime…

Jamie:

No hay nada que decir. A lo mejor no tengo razón, pero es que anoche… Bueno, ya sabes lo que pasa, no puedo olvidarme del pasado, no puedo evitar ciertas sospechas. A ti te pasa lo mismo. (Con amargura.) Eso es lo malo. Y mamá lo pasa mal porque se da cuenta de que no le quitamos la vista de encima.

TYRONE (Con tristeza):

Ya lo sé. (Tenso.) Bueno, ¿qué me ibas a decir? ¿Te has quedado mudo?

Jamie:

Nada. Ya te digo que a lo mejor son tonterías mías. Me desperté a eso de las tres y la oí que estaba en el cuarto de huéspedes. Luego fue al cuarto de baño. Me hice el dormido. Al llegar al descansillo se quedó quieta, como si quisiera asegurarse de que todos dormíamos.

TYRONE (Forzando una sonrisa):

¡Por amor de Dios! ¿Eso es todo? Me ha dicho que la sirena del faro no la dejó dormir en toda la noche. Además, desde que Edmund se puso enfermo, se pasa las noches levantándose cada dos por tres para ver cómo se encuentra.

Jamie (Con presteza):

Sí, es verdad. Se quedó escuchando en la puerta de su cuarto. (De nuevo le asalta la duda.) Lo que me preocupa es que estuviera en el cuarto de los huéspedes. No pude evitar pensar que pasa allí las noches cuando…

TYRONE:

¡Pero no es el caso ahora! Tenía sus razones. ¿Dónde iba a ir para no oírme roncar? (Se deja llevar por la ira y el rencor.) ¡Dios mío! ¿Cómo puedes vivir con una mente tan sucia? No lo entiendo.

Jamie (Ofendido):

¡No empieces otra vez! Acabo de decirte que seguramente estaba equivocado. ¿Es que no te das cuenta de que me alegraría tanto como tú de no tener razón?

TYRONE (Conciliador):

Ya sé que es así, Jamie. (Pausa. Su expresión se torna sombría. Habla lentamente, expresando un supersticioso temor.) Sería como una maldición que no pudiera sobreponerse a las preocupaciones que le causa Edmund. Durante la larga enfermedad que padeció cuando lo trajo al mundo empezó a…

Jamie:

¡No empezó por su gusto!

TYRONE:

—No la culpo, Jamie.

Jamie (Mordaz):

¿A quién culpas, entonces? ¿A Edmund por haber nacido?

TYRONE:

¡Imbécil! Nadie tuvo la culpa.

Jamie:

¿Cómo que no? La culpa fue de aquel hijo de puta del médico. Según mamá, era otro matasanos como Hardy. Claro, ¿cómo ibas tú a llamar a un buen…?

TYRONE:

¡Mientes! (Furioso.) ¡Así que yo tengo la culpa! Eso es lo que quieres decir ¿no? ¡Mal hijo! ¡Inútil!

Jamie (Le indica con un gesto que su madre se aproxima al salón):

¡Shhh!

(TYRONE se levanta rápidamente y se dirige hacia la ventana de la derecha. Jamie continúa hablando en un tono totalmente distinto.)

Jamie:

Bueno, si hay que podar el seto de la entrada, más vale que empecemos.

(MARY entra por la puerta del saloncito. Mira a ambos rápidamente, como si sospechara algo, con aire nervioso.)

TYRONE (Se vuelve simulando cordialidad):

Sí, vamos. Hace una mañana demasiado hermosa para desperdiciarla discutiendo aquí dentro. Mira, MARY, ya no hay niebla en el puerto. Se ha levantado.

MARY (Aproximándose a él):

Eso espero, querido. (A Jamie, forzando una sonrisa.) ¿Te he oído decir que vais a podar el seto de la entrada, Jamie? ¡No lo puedo creer! ¡Debes necesitar dinero con mucha urgencia!

Jamie (En broma):

¿Y cuándo no? (Le guiña un ojo mientras dirige a su padre una mirada burlona.) ¡Espero cobrar el sábado un buen jornal para poder irme de juerga!

MARY (No le sigue la broma. Se arregla nerviosa el vestido):

¿Por qué estabais discutiendo?

Jamie (Se encoge de hombros):

Por lo mismo de siempre.

MARY:

Me ha parecido escuchar algo de un médico y que tu padre te acusaba de tener una mente sucia.

Jamie (Con presteza):

¡Ah, eso! Pues estaba diciendo que el doctor Hardy no es lo que yo consideraría el mejor médico del mundo.

MARY (Sabe que miente. Vagamente:)

Oh, no. Yo tampoco lo diría. (Cambia de tema y fuerza una sonrisa.) ¡Esa Bridget! Creí que nunca iba a dejarme en paz. Me ha estado contando la vida y milagros de un primo segundo suyo, ése que es policía en San Luis. (Nerviosa e irritada.) Bueno, si ibais a podar el seto, ¿por qué no os vais? (Rápidamente.) Quiero decir que deberíais aprovechar que ahora hace sol, porque luego volverá a caer la niebla. (Para sí.) Seguro que caerá la niebla. (De repente se da cuenta de que ambos la están mirando fijamente y se mira las manos.) Me duelen tanto las manos que con toda seguridad sé que esta tarde volverá a caer la niebla. El reuma predice el tiempo mucho mejor que tú, James. (Se contempla las manos con una mezcla de asco y fascinación.) ¡Uf! ¡Son horribles! Nadie creería lo hermosas que eran antes. (Ambos la miran con creciente temor.)

TYRONE (Le toma las manos y las aparta de su vista):

Vamos, vamos, MARY. Deja de decir tonterías. Son las manos más bellas del mundo.

(Ella sonríe con el rostro alegre y le besa agradecida. TYRONE se vuelve hacia su hijo.)

TYRONE:

Vamos, Jamie. Tu madre tiene razón en reñirnos. Hay que ponerse a trabajar. Además, con este sol, podrás quitarte parte de los kilos que te has echado encima con tanto beber.

(Abre la puerta y sale al porche desapareciendo escaleras abajo. Jamie se levanta, se quita la chaqueta y se dirige hacia la puerta. Una vez allí, se vuelve intentando evitar la mirada de su madre, pero ella tampoco le mira.)

Jamie (Con extraña ternura):

Todos estamos orgullosos de ti, mamá. Estamos muy contentos. (Ella se queda rígida y le mira asustada y a la defensiva.) Pero todavía has te tener cuidado. No debes preocuparte tanto por Edmund. Ya verás como se pone bien.

MARY (Le mira resentida):

¡Claro que se pondrá bien! No sé de que tengo que tener cuidado.

Jamie (Desairado y dolido, se encoge de hombros):

Vale, mamá. Siento haberlo dicho.

(Sale al porche. Ella espera, rígida, hasta que desaparece por la escalera. Entonces se deja caer en la silla que él había ocupado. Su rostro evidencia una sorda desesperarían, mientras que sus manos juguetean nerviosamente con los objetos que hay sobre la mesa. Edmund baja por la escalera que conduce a la entrada principal. Al llegar al final sufre un ataque de tos. Ella se pone rápidamente en pie, como si quisiera escapar de lo que acaba de oír, y se dirige con presteza a la ventana de la derecha. Cuando Edmund entra, ella está mirando por la ventana, aparentemente serena. Trae un libro en la mano. MARY se vuelve hacia él; en sus labios se dibuja una sonrisa maternal.)

MARY:

Vaya, estás aquí. Iba a buscarte.

Edmund:

Estaba esperando a que se marcharan. No tengo ganas de discutir. Me encuentro fatal.

MARY (Casi de mal humor):

Bueno, no estarás tan mal como dices. Eres como un niño. Te gusta tenernos a todos pendientes de ti. (Con presteza.) Es una broma, cariño. Ya supongo lo incómodo que debes estar. Pero hoy te sientes mejor, ¿verdad? (Preocupada le toma del brazo.) De cualquier forma, te estás quedando muy delgado. Tienes que hacer reposo. Siéntate y te pondré cómodo. (Se sienta en la mecedora y ella le pone un cojín en la espalda.) Así. ¿Qué tal?

Edmund:

Estupendo. Gracias, mamá.

MARY (Le besa dulcemente):

Lo que necesitas es que te cuide tu madre. A pesar de lo grande que eres, ya sabes que todavía sigues siendo mi bebé.

Edmund (La toma de la mano. Serio):

No te preocupes por mí. Tienes que cuidarte. Eso es lo que importa.

MARY (Evitando mirarle a los ojos):

Pero si ya me cuido, cariño. (Fuerza una sonrisa.) ¿Es que no ves lo gorda que me he puesto? Voy a tener que sacarme todos los vestidos.

(Se da la vuelta y se dirige hacia la ventana de la derecha. Intenta hablar en tono ligero y divertido.)

MARY:

Ya han empezado a podar el seto. ¡Pobre Jamie! Lo poco que le gusta trabajar en la parte delantera del jardín porque le ve la gente que pasa por la carretera… Ahí van los Chatfield en su Mercedes nuevo. Es bonito ¿verdad? No como nuestro Packard de segunda mano. ¡Pobre Jamie! Se ha agachado detrás del seto para que no le vean. Han saludado a tu padre y él les ha devuelto el saludo como si estuviera en un escenario. ¡Con ese traje viejo y asqueroso que tantas veces he intentado tirar a la basura! (Se percibe en su voz cierta amargura.) La verdad es que si tuviera un poco más de amor propio, no se pondría en ridículo.

Edmund:

Yo creo que hace bien al no dar importancia a lo que diga la gente. Jamie es idiota por avergonzarse ante los Chatfield. ¡Si nadie los conoce fuera de este poblacho!

MARY (Satisfecha):

Es verdad, Edmund. Tienes razón. No son nadie fuera de aquí. Jamie es bobo. (Hace una pausa y continúa mirando por la ventana. Nostálgica.) De todas formas, los Chatfield y la gente de su clase significan algo. Tienen casas bonitas y bien puestas. No tienen que avergonzarse de ellas ante los demás. Reciben a sus amigos, quienes, a su vez, los invitan a ellos. No viven aislados de los demás. (Se vuelve.) No es que quiera formar parte de esa gente. Ya sabes que nunca me han gustado ni este pueblo ni sus habitantes. Para empezar, nunca he querido vivir aquí, pero a tu padre le gustaba este sitio y se empeñó en hacerse una casa. Así que, desde entonces, he tenido que volver todos los veranos.

Edmund:

Bueno. Esto es mejor que pasarse el verano metido en un hotel de Nueva York ¿no? Y el pueblo no está tan mal. A mí me gusta. Supongo que porque es el único hogar que he tenido.

MARY:

Yo nunca lo he considerado mi hogar. Desde el principio todo estuvo mal. Tu padre no quería gastarse el dinero necesario para que las cosas quedaran bien, así que nada es de buena calidad. Por eso no tenemos amigos aquí. Me daría vergüenza que entraran por esa puerta. Pero tu padre tampoco ha querido hacer amigos. No le gusta hacer visitas ni recibir, sino irse al Club o a charlar en un bar. Como hacéis Jamie y tú, pero la culpa no es vuestra. No habéis tenido ocasión de conocer a personas presentables. Si hubierais podido salir con chicas decentes en lugar de… no habríais llevado esa vida que os ha hecho caer en desgracia. Ahora ninguna familia respetable os permitiría salir con sus hijas.

Edmund (Irritado):

¡Oh, mamá, olvídalo! ¿Qué más da? Jamie y yo nos moriríamos de aburrimiento con una chica de ésas. Y para qué vamos a hablar del Viejo. No se le puede cambiar.

MARY (Mecánicamente):

No llames así a tu padre. Deberías ser más respetuoso. (Con desgana.) Ya sé que hablar no sirve de nada. Pero algunas veces me siento tan sola… (Le tiemblan los labios y vuelve la mirada.)

Edmund:

Tienes que ser justa, mamá. A lo mejor la culpa fue suya al principio, pero ya sabes que luego, aunque hubiese querido él, no habrías podido recibir visitas… (Culpable, intenta arreglarlo.) Vaya, que no te habría apetecido.

MARY (Al borde del llanto):

Cállate. No hace falta que me lo recuerdes.

Edmund:

Por favor, no lo tomes así, mamá. Estoy intentando ayudarte. No está bien olvidar todo, hay que recordar ciertas cosas. Así siempre estarás alerta. Ya sabes lo que te ha ocurrido otras veces. (Angustiado.) ¡Por Dios, mamá! Tú sabes que no me gusta recordártelo. Si lo hago ahora es porque ha sido tan maravilloso tenerte otra vez en casa, que te encuentres tan bien… Sería terrible que…

MARY (Conmovida):

Por favor, cariño, ya sé que lo haces con la mejor intención, pero… (Su voz se llena de inquietud.) No veo por qué has de decir esas cosas. ¿Qué te pasa esta mañana?

Edmund (Evasivo):

Nada. Supongo que al no encontrarme bien, estoy un poco triste.

MARY:

No me mientas. ¿Por qué estás tan suspicaz de repente?

Edmund:

¿Yo?

MARY:

Sí, tú. Y tu padre. Y Jamie también. Especialmente Jamie.

Edmund:

Bueno, mamá, no empieces a imaginarte cosas.

MARY (Agitando las manos):

Vivir en este ambiente lleno de constantes sospechas, me hace las cosas mucho más difíciles. Todos estáis al acecho y ninguno os fiáis de mí. No tenéis confianza.

Edmund:

No digas tonterías. ¡Claro que tenemos confianza en ti!

MARY:

Si pudiera ir a pasar el día a algún sitio… Aunque sólo fuera una tarde… Si, por lo menos, tuviera alguna amiga con quien charlar, aunque fuera de cosas sin importancia, de nada serio… Poder olvidar por unas horas… Poder hablar con alguien que no sean las criadas… No con esa idiota de Cathleen.

Edmund (Preocupado, se pone en pie y la rodea con un brazo):

Basta ya, mamá. Te estás angustiando sin razón.

MARY:

Tu padre se marcha por ahí con sus amigos. Al club o un bar. Y Jamie y tú también os vais. Tenéis vuestros amigos. Pero yo me quedo sola. Siempre he estado sola.

Edmund (Intentando consolarla):

Vamos, vamos. Sabes que no es así. Siempre nos quedamos alguno para hacerte compañía o salimos contigo a dar una vuelta en el coche.

MARY (Con amargura):

¡Porque no os atrevéis a dejarme sola! (Se vuelve hada él.) Insisto en que me digas por qué estás tan raro esta mañana. ¿Por qué me has tenido que recordar que…?

Edmund (Tras vacilar un instante, dice con aire culpable):

A lo mejor es una tontería, pero anoche cuando entraste en mi habitación no estaba dormido. No volviste a tu cuarto con papá. Te fuiste a la habitación de los huéspedes y pasaste allí toda la noche.

MARY:

¡Porque los ronquidos de tu padre me estaban volviendo loca! ¡Por amor de Dios! ¿Acaso es la primera vez que me voy a dormir al cuarto de los huéspedes? (Con amargura.) Ya veo lo que has creído… Eso era cuando…

Edmund (Excesivamente vehemente):

¡No he creído nada!

MARY:

¡Así que te hiciste el dormido para espiarme!

Edmund:

No. Me hice el dormido porque sabía que, si te dabas cuenta de que tenía fiebre y no podía dormir, te ibas a preocupar.

MARY:

Seguro que Jamie también se hizo el dormido. Y tu padre…

Edmund:

¡Ya está bien, mamá!

MARY:

¡Oh, Edmund, no puedo soportar que hasta tú…!

(Empieza a atusarse el pelo con las manos de la forma nerviosa y distraída que suele adoptar. De repente parece que quisiera vengarse.)

MARY:

¡Os estaría bien empleado que fuera verdad!

Edmund:

¡No digas eso, mamá! Es lo que dices cuando…

MARY:

¡Deja ya de sospechar de mí! ¡Cariño, por favor! ¡Me haces daño! Si no podía dormir, era porque no dejaba de pensar en ti. ¡Por eso! Estoy muy preocupada por ti desde que caíste enfermo. (Le abraza con ternura. Asustada.)

Edmund (Tranquilizador):

Eso son bobadas. Sabes que sólo tengo un catarro.

MARY:

Sí. Claro.

Edmund:

Pero, escucha, mamá. Quiero que me prometas que no vas a preocuparte aunque tenga algo más grave. Antes o después acabaré por ponerme bien. Y que vas a seguir cuidándote.

MARY (Asustada):

No me gusta que digas tonterías. ¿Cómo ibas a tener algo más grave? ¡Y claro que te lo prometo! Palabra de honor. (Amargamente.) Vas a decir que he dado tantas veces mi palabra y luego

Edmund:

¡No!

MARY (Su amargura se convierte en impotencia):

No te culpo de nada cariño. ¿Cómo ibas a poder evitarlo? No podemos olvidar que…

Edmund (La toma por los hombros):

¡Mamá! ¡Ya está bien!

MARY (Con una sonrisa forzada):

Bueno, cariño, no quería ponerme tan triste. No me hagas caso. A ver, vamos a ver si tienes fiebre. No. Tienes la frente fría. Desde luego, ahora no tienes.

Edmund:

¿Olvidar? Eres tú quien…

MARY:

Pero si yo me encuentro muy bien, cariño. (Le mira calculadora, casi con astucia, de forma extraña.) Un poco cansada y nerviosa después de pasar tan mala noche. La verdad es que me vendría bien echarme un rato hasta la hora de comer.

(Edmund la mira instintivamente como si sospechara algo. Luego aparta la mirada avergonzado. Ella continúa apresuradamente.)

MARY:

¿Qué vas a hacer tú? ¿Leer? Te sentaría bien tomar el aire. Pero, si sales, no te acalores. Llévate un sombrero para el sol.

(Se detiene y le mira fijamente. Él evita su mirada. Hay una pausa tensa. Luego ella dice burlona.)

MARY:

¿O es que no te atreves a dejarme sola?

Edmund (Atormentado):

¡No! ¿Quieres hacer el favor de no decir esas cosas? Creo que deberías acostarte un rato. (Se encamina hacia la puerta. Forzando un tono de broma.) Voy a echar una mano a Jamie. Me encanta estar tumbado a la sombra viéndole trabajar.

(Suelta una carcajada fornida y ella le imita. Luego sale al porche y desaparece escaleras abajo. MARY muestra una primera reacción de alivio y parece relajarse. Se deja caer en uno de los sillones de mimbre, echa la cabeza hacia atrás y cierra los ojos. Pero, súbitamente, vuelve a ponerse en tensión. Abre los ojos y mira a su alrededor dominada por el pánico y los nervios. Comienza una desesperada batalla consigo misma. Sus largos dedos, retorcidos por el reúma, tamborilean sobre los brazos del sillón, como si estuvieran dotados de movimiento, independientes de su voluntad.)