Había algunas cosas que hacer antes de tirar todo a la mierda. El Jota había hecho una pequeña lista, bien cortita la lista, en la mente limada del Jota la lista. Y al tope de la lista estaba cargarse al Judío.
El Jota había tenido al Judío entre ceja y ceja desde la primera vez. Santiesteban era más pragmático. Pero al Jota le daba por las bolas las comisiones que cobraba el Judío por reducir lo que el Jota choreaba. El tipo ahí, sin transpirar, sin esquivar las balas, se quedaba con casi todo. Migajas era lo que el Jota recibía, del fruto de su esfuerzo migajas era todo lo que recibía. Así que al Jota le daba por las bolas el Judío y antes de tirar todo a la mierda, bien arriba de su corta lista, estaba cobrárselas todas.
Todos le veían utilidad al Judío. Los que vendían y los que compraban. Los de más abajo y los de más arriba. Todos menos el Jota. Pero como todos le veían utilidad al Judío, nadie se le ocurría molestarlo. Entonces el Judío estaba, como quien dice, sobado. Solo en la casa, sin guardias ni nada, siempre con mucha guita, algunos dirían que solo de pasamanos, iba y venía la tarasca, pero en la casa siempre había mucha. Pero como era guita de gente pesada, medio achanchado el Judío porque nadie se le ocurría hacerse el vivo. Obvio que al Jota todo eso ahora le chupaba un huevo.
Llegó a la casa del Judío esa misma tarde en que se cargó a Santiesteban en la posta. Ese tipo de noticias corren rápido en el conurbano. Así que si iba a tirar todo a la mierda, tenía que hacerlo ya. Se bajó del techo y aterrizó en el patio. Un cusquito negro le hizo fiesta al verlo y ni ladró. La puerta del patio estaba abierta. Sin llave, la puerta del patio, así que el Jota se metió casi sin hacer ruido. El filo en la mano, las Nike pisando de refilón. El Jota buscó al Judío por la casa. Chica la casa, pobre la casa, un miserable el Judío, pensó el Jota. Con toda la guita que tiene una mierda la casa. El Jota buscó por toda la casa al Judío y lo encontró donde siempre lo había visto. El Judío estaba detrás un escritorio de algarrobo escribiendo en un cuaderno enorme. Con bic azul escribía números enormes en un cuaderno enorme. Corto de vista el Judío. Miserable y miope. El Jota se le acercó por atrás, sin hacer ruido se le acercó por atrás, el filo en la mano y las Nike caminando de refilón. Cerró el puño el Jota, cerró el puño apretando el mango del filo y tensó los músculos del brazo. Lo que sigue, casi siempre, es un tajo rápido y certero que abre la garganta de lado a lado. Pero esta vez no, esta vez el Jota tuvo un segundo de lucidez y el tajo no fue profundo. Suficiente para pegar un cagazo de película, pero nada más. El Jota quería estar seguro de sacarle el jugo al Judío, antes terminar de abrirlo.
—No sabés a quién le estás choreando —dijo el Judío, con las manos en la garganta y los ojos enormes. Un cliché todo esto, obviamente. El Jota se le cagó de risa en la cara.
Le importaba un carajo, no tenía pensado gastarla cerca de ahí. Y sobre todo, el Jota, sentía que no estaba choreando. Sentía que se estaba cobrando lo que le debían.
—Ese tajo se cura con unos puntos, culiado. El que viene no, así que apurate —el Jota fue lo suficientemente claro. El Judío, que era Sánchez de apellido y tenía el pito intacto, eligió tener una segunda oportunidad. Con la mano ensangrentada apretó los números de la caja fuerte y la abrió. El Jota se sirvió como quiso de esa puerta abierta y se fue de ahí. Con los bolsillos llenos se fue de ahí. No sin antes terminar el tajo del Judío, se fue de ahí con lo que le debían.