De los tobillos

Santiesteban había dado ya el ultimátum hace tiempo. Es más, se había tardado mucho en cumplirlo esta vez. Pero hay gente que no aprende, qué se le va a hacer. Y el padre de la pendeja era uno de esos.

—Vos te lo buscaste, boludo —dijo Santiesteban y colgó el teléfono.

La Rubia sabía lo que se venía, pero sabía que no podía hacer nada para evitarlo. No es que hubiese querido, la verdad le daba lo mismo. Pero si hubiese querido, no hubiera podido hacer nada por evitarlo.

Se limitó a no mirar. A cerrar los ojos y tratar de no escuchar. Pero escuchó.

Santiesteban ni siquiera estaba alterado. Frío como siempre se acercó a la pendeja que moqueaba de hambre en el sillón. La agarró de los tobillos y, en un mismo movimiento, la levantó en vilo y le partió la cabeza contra la pared.