Dios los cría

El Pelusa y la gringa juntos.

La pija parada, el Pelusa, cada vez que mataba. Después de años de inacción y atrofia, la pija del Pelusa se ponía como fierro cada vez que descargaba el tambor del treinta y ocho. Y el Pelusa aprovechaba, volvía rápido al barrio y descargaba su leche en la minita de turno. El Pelusa había descubierto para lo que era bueno. Y eso lo había puesto rápidamente al tope del mercado.

El Pelusa había comentado a los del barrio que había encontrado una minita que pagaba muy bien. Para hacer lo que él había aprendido a hacer cuando se quedó solo, le pagaba muy bien.

Mica no había vuelto a coger desde el Jota. Tenía demasiado en su cabeza adolescente tratando de manejar los negocios del hermano y de tapar el pasado de su padre. Miles de hombres, de todas las razas los hombres, de muchos países los hombres, extrañaban a Juliette. La gringa creyó acabar con ella con solo cerrar la página, pero lo único que hizo fue crear el mito. Y el mito, tarde o temprano, la alcanzaría.

La gringa estaba contenta de haber encontrado un flaco que no hacía preguntas y que la ponía donde quería. Ya fuera conocido, desconocido, de uniforme o civil, el flaco no hacía preguntas y no fallaba.

El Pelusa y la gringa juntos no era algo que nadie esperara, pero pasó.

Ellos nunca hablaron del Jota, por lo que nunca supieron que eran la gringa y el Pelusa.

Para cuando el Jota se enteró, la gringa y el Pelusa llevaban meses de fructífera sociedad.