Mala suerte

Hay gente que nace con mala suerte. El Jota sabía bien de eso. El Jota no había nacido en una cuna de plata, eso era seguro. Pero dentro de todo, así como mala suerte, había peores. Mala suerte en serio era nacer de padres narcos con deudas. Deudas a otros narcos, obvio. Nacer en una casa de narcos de medio pelo era un desafío al destino. Pobre pendeja, mucha mala suerte la de ella.

El padre le debía plata a los narcos y favores a la policía. Mucha mala suerte nacer de un padre así. Y la madre, encima, sin pelotas para irse a la mierda. Así que hasta las manos, la pendeja.

El Jota, que sabía de mala suerte, pero no de tanta, pensó rescatar de esa vida de mierda a la mocosa de ojos claros. Un ingenuo, el Jota.

—Nadie te va a extrañar —pensaba. Y lo tenía todo planeado. Cuando Santiesteban tuviese lo que quería, desaparecía con la pendeja y empezaban los dos de cero. Difícil empezar de cero, el Jota lo sabía. Pero estaba decidido a hacer el intento.

Un ingenuo de mierda, el Jota. Porque para planear lo que planeaba se había olvidado de lo más obvio. Santiesteban podía no conseguir lo que quería. Santiesteban podía quedarse con las manos vacías. Y era un desquiciado Santiesteban cuando no conseguía lo que quería. El padre de la pendeja podía decidir que la vida de la mocosa no valía los favores que Santiesteban le demandaba. Podía decidirlo o podía no quedarle otra, lo mismo daba. El Jota se había olvidado, al planear lo que planeaba, que podía llegar un día a la casa de la Rubia y pisar sin querer los sesos de la pendeja.