Campaña política

—Vamos. Hay que hacer campaña.

Es todo lo que dijo el gordo. Dijo esto y se dio vuelta, como si el Jota no pudiera decir que no. Y el Jota lo siguió sin chistar. El gordo se subió al asiento del acompañante de la Hilux. Una Hilux con las puertas ploteadas con caras sonrientes y mentirosas. En el centro, la cara sonriente y mentirosa de una efímera ex primera dama. El Jota la miró reírsele en la cara y escupió el piso. Se subió al asiento trasero de la Hilux y no dijo nada en todo el viaje.

Se preguntaba qué tipo de campaña se hace un año después de las elecciones y un año antes de las siguientes. Es decir, se extrañó pensar en eso. Le parecía muy temprano. Pero el gordo había dicho eso, que había que hacer campaña. Y para colmo, el Jota se preguntaba qué pito tocaría él en esta orquesta. La misma canzoneta de siempre, la orquesta. Para qué necesitarían a un negro flaco especialista en parkour.

Durante el viaje miró por la ventana de la Hilux. Algunas partes del conurbano son muchos peores que las villas de Córdoba. Hay lugares que hasta al Jota le daban miedo. Y la Hilux pasaba por esos lugares inmune a la miseria y al peligro. El Jota pensó en el barrio, en sus hermanos, en su infancia de pies descalzos y canchita de tierra. Una infancia difícil la del Jota, pero mucho mejor que todas estas. Una infancia de palos y abusos, la del Jota. Pero mucho menos peligrosa que todas estas. La supervivencia en el conurbano, muchas veces, es cuestión de número, casi como los animales. Si tenés ocho o nueve hijos, capaz que uno o dos lleguen a adolescentes y te ayuden a rebuscártelas. Una cagada las infancias del conurbano.

La Hilux estacionó frente a un comedor del barrio. Había un montón de comedores en el barrio. Pero también había un montón de hambre. Hambre, por supuesto, que no acaba en los comedores. Hambre que se distrae un par de horas en los comedores. Hambre que vuelve con toda la furia en las casas, lejos de las caras sonrientes y mentirosas que miran desde los afiches.

El gordo y el Jota se limitaron a mirar como otros tres, que salieron del comedor, bajaban cajas con el escudo nacional de la parte de atrás de la Hilux. Es interesante ver cómo es el tema de las campañas. A la gente no le importa de dónde sale, sino de la mano de quién llega. Y el gordo sabía bien de esto. Cajas, zapatillas y guardapolvos. El gordo se encargaba de que la cara sonriente y mentirosa de la ex primera dama estuviera siempre presente.

El Jota se preguntaba si tenía que ayudar. Si tenía que hacer cualquier cosa. Parecía que no. Parecía que parado junto al gordo estaba haciendo justo lo que el gordo quería que hiciese.

—Así que esto había sido hacer campaña —pensó.

Lo bueno y lo malo de la fama del Jota. Él no servía para ayudar. Lo de él era meter miedo.