¿Por qué alguien como el Jota estaría a las cuatro de la mañana de un sábado en medio de toda esa gente? ¿Será que al Jota le gusta refregarse las pieles, transpiradas y convertidas en alambiques, a las cuatro de la mañana de un sábado? ¿Será que el Jota olvidó que odia cualquier tumulto que no sea la Fiel de Talleres? ¿O será que el Jota solo está ahí de cacería?
Llena de minitas, borrachas y fáciles, la bailanta. Y el Jota está ahí de cacería. Sino por qué va a estar un tipo que odia el tumulto refregándose las pieles destilando alcohol de cerveza barata y vino más barato todavía. ¿Porque al Jota le gustan esas minitas? No. El Jota está de cacería en la bailanta porque a su presa le gustan las minitas borrachas y fáciles.
El Jota soporta el tumulto porque tiene algo que hacer, no es por gusto que está ahí. Un fajo de cienes enrollados lo espera en casa si encuentra a su presa. Una mierda de tipo, su presa. Y que tuvo la mala suerte de caerle mal a otro tipo, mucho más mierda que él. Así que el Jota soporta frotarse las pieles en el tumulto con tal de encontrar a su presa con la guardia baja, lamiendo un cogote que huele a alcohol y colonia barata.
El Jota iba a los bailes de La Barra. No era habitué, digamos, pero iba seguido. Pero solo a los de La Barra. Sin saber que en esos bailes el destino junta a los flacos con zapatillas sogueadas y las rubias chetitas que les gusta coger por el culo. El Jota no sabía eso del destino. El Jota iba, más que nada, para cuidar al Rana y al Pelusa. Moqueros, el Rana y el Pelusa cuando se ponían en pedo. Armaban bardo, tocaban culos de minas con novios que se creían superhéroes, no pagaban la cerveza, echaban moco. Y el Jota iba, más que nada, para cuidar a su hermanos y devolverlos de una pieza a sus casas. La única noche que falló en su deber fue la que conoció a la Mica y mandó todo a la mierda. A sus hermanos y a su deber mandó a la mierda. Y se perdió, debajo del Puente Santa Fe, en el calor de esa boca y esa concha que olía tan rico.
Negros babosos y minas fáciles, borrachos todos, música de mierda, la bailanta. Si el Jota no fuese pobre y villero dirían que es preconceptuoso. El Jota odia la bailanta pero está de cacería. Su viveza le dice que mejor con la guardia baja, borracho y alzado, que avispado en el aguantadero donde su presa pasa la mayor parte del tiempo.
Y la paciencia del Jota paga sus frutos. En una esquina, cerca del baño, su presa aprieta a una minita, borracha y fácil como le gustan. La lengua de su presa lame la transpiración del escote de la minita. Exuberante y tatuado el escote. Salada y con gusto a vino, la transpiración. El Jota detrás de su presa, quieto. Su presa, la mano sobando la entrepierna de la minita por encima del jean. El Jota, la mano en el bolsillo del pantalón. Agarrando fuerte el mango del filo, como tantas veces, la mano dentro del bolsillo del pantalón.
El Jota sale de la bailanta y respira una bocanada del aire frío de la madrugada del conurbano. No sabe si el fajo de cienes que le espera en casa vale la pena el suplicio de media hora ahí dentro. Y ahí adentro, la minita borracha y fácil tarda diez minutos para darse cuenta que el tipo no está dormido y lo caliente y húmedo que le moja el escote no es vómito. Después de esos diez minutos no queda ni el recuerdo del Jota en la bailanta. Cargarse tipos por plata no es lo que al Jota le gusta hacer, pero hay que diversificar. Qué se le va a hacer.