El Jota sueña.
La luz del día no deja dudas. Ya es tarde, bien entrada la mañana y la luz que entra por la ventana no deja dudas. Pero al Jota no le importa qué tan tarde es. Le cuesta abrir los ojos. No los abre, en vez de eso tantea con los dedos largos el cuerpo desnudo que está enroscado en sus piernas. Lo acaricia con las yemas. El Jota sonríe. Recuerda. Sabe. Ese cuerpo desnudo no es solo carne que comió por la noche. Ese cuerpo desnudo es de una mujer que lo ama. Una mujer que en cuanto él decida abrir los ojos se los va a cerrar con besos cortitos. Una mujer que después de eso le va a preparar el matecocido exactamente como a él le gusta. Sin preguntar nada, se lo va a preparar como a él le gusta.
Ese cuerpo desnudo que el Jota reconoce solo con las yemas es de una mujer que lo ama. Sin excusas, sin explicaciones, sin preguntas ni respuestas. Y que al mediodía le va a hacer unas milanesas sequitas y finitas, de esas que el Jota se come veinte. El Jota sabe que así va a ser su día, porque sabe que está con la mujer que lo ama. Y lo cuida. Y lo mima. Porque el Jota será lo que sea, pero también necesita que lo cuiden. Y que lo mimen. Y ella lo va a mimar.
Entonces el Jota no tiene apuro para abrir los ojos. Disfruta, tanto como pueden disfrutar los tipos como él, de esa sensación de las lagañas secuestrándole los ojos. De la ausencia de urgencias.
El Jota recuerda cómo llegó ese cuerpo desnudo a su cama. Esa cama limpita de sábanas perfumadas. El Jota sonríe al recordar el comienzo de esa historia de amor. Porque hasta los tipos que abren a otros tipos de oreja a oreja tienen derecho a tener su historia de amor. Porque hasta los tipos como el Jota necesitan vivir, aunque sea una vez, una historia de amor como en la tele.
El Jota sueña.
Pero el frío despierta. Con dolores y olores horribles, despierta el frío. Agarrotado el cuerpo y el corazón, despierta el frío. El Jota se levanta del colchón desnudo que comparte con La Rubia y se va al baño a mear. El frío te hace mear seguido. Y mientras camina recuerda su sueño de lagañas en los ojos y milanesas finitas. El Jota también llora, a veces.