El bonaerense

Santiesteban es un apellido muy boludo para un cana. Suena más a empleado de banco. O a vendedor de autos. Pero así decía la placa en la camisa, así que Santiesteban nomás era.

Santiesteban no era patrón ni peoncito en la bonaerense. Se las había ingeniado para no tener que mandar ni obedecer demasiado. Eso no es fácil en una fuerza que se jacta de su verticalidad. Santiesteban tenía un apellido boludo, pero bien vivo que era. Y como cualquier cana vivo, no era de los más limpios.

—Santiesteban, el Cordobés —era todo lo que dijo la Rubia.

Con eso estaban presentados. Y como si tuviesen más en común que la concha de la Rubia, Santiesteban y el Jota comenzaron a trabajar juntos.

—El otro día hicimos un allanamiento por unos cheques. El tipo va a estar en cana un par de semanas así que la casa es toda tuya.

Santiesteban ponía el dónde y el cuándo. El Jota entraba y salía como sabía. En lo de la Rubia se repartían la tarasca, pero las joyas y demases iban a lo del Judío. El Judío era Sánchez de apellido y tenía el cuerito del pito intacto. Pero sino cómo carajo le van a decir los porteños al que se encarga de reducir la merca cobrando la mitad de todo por comisión. Porteños burros, no les daba el seso para nada más.

El Jota no lo podía ni ver al Judío. Santiesteban, más pragmático, sabía que la mitad de algo era mucho más que la mitad de nada. Sobre todo si ese algo antes era de otro.