La primera vez

Si le tirás a un cana tenés que apuntar a la cabeza. Y ya a unos cuanto metros, la cabeza es chiquita como un limón para acertarle. Tenés que apuntar a la cabeza porque al bulto no vale la pena. Los canas usan chaleco, los muy putos. El Jota sabía todo esto en la teoría. En la práctica, nunca había tenido la necesidad de bajar un cana. Ni para defenderse siquiera. Generalmente los policías panzones de Córdoba le duraban dos o tres cuadras. Y abandonaban. Las piernas del Jota duraban mucho más que tres cuadras a todo lo que da. Once, doce, por lo menos. Y después le quedaba resto para un trote tranquilo. Y ni que hablar cuando se trepaba y escapaba por los techos. Ahí ninguno de esos boludos tenía la menor chance.

Encima el Jota, de todos modos, casi nunca andaba de caño. Y para el filo, a corta distancia, el chaleco antibala es más un estorbo que una ventaja. Los canas se creen seguros con la nueve en la mano, pero no se dan una idea lo fácil que es para tipos como el Jota abrirlos de lado a lado. Chaleco y todo. Porque los mejores puntos para clavar el filo están por fuera del chaleco. Garganta y sobaco, allá van los que saben con el filo. ¿Y el chaleco? Una mierda. Garganta y sobaco, el filo entra, rasga, sale, el cana se desangra o se ahoga, el resultado es siempre el mismo.

El Jota nunca había tenido necesidad de bajar un cana. Aunque para todo hay una primera vez. Y la primera vez del Jota fue por venganza.

El hijo de puta arrodillado en la tierra, con la mano tratando de parar lo imparable, con los borbotones escapándose entre los dedos, con los ojos abiertos como ternero, terror en esos ojos, el chaleco violeta, la nueve semienterrada en el suelo, inservible, la boca entreabierta, muerto en vida. El Jota no sabe por qué se le dio por sacarse el pito y empezar a mearlo. No lo sabe. Con escupirlo hubiese bastado. Pero ahí estaba, parado frente al hijo de puta, meándolo en la cara. Y el pobre infeliz, los últimos segundos en este mundo, con meada en la boca, los ojos, la nariz.

Aún así, todo era poco para vengarse de uno como estos.